1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. Se oyen las sirenas latiendo en tu cerebro, titilan las luces tenues del parco y obstinado silencio.
    Calla, susurran las voces en las paredes del cráneo, calla tu hipócrita mascarada de vivir y grita a la muerte esta ridícula humorada de ÁNIMOS, angustias, personalidades, sentimientos.
    Grita como un tieso muerto colgado con la soga del pensamiento.

    ¿No te duele al pensar en ese cóctel de emociones que dividen a los rostros del espejo? ¿No te duele los azotes de las cadenas del razonamiento? ¡Entonces, qué esperas, hazlo de una vez!
    Toma el cuchillo, camina por la alcoba, pero… Shhh… Hazlo muy lento, que no te oigan las voces, hazlo en silencio, se paciente, y cuando este durmiendo, apuñala de una vez a tu quinto sentimiento, tu quinta personalidad, tal vez salga un poco de sangre negra como tu cielo, pero ya esta, ya no quedará más dolor lacerando la mente.

    Dime: ¿ahora, oyes voces? ¡Viste que fácil fue! Te desiste del temor, del homicida, del confabulador, de las ideas farsantes del delirio y la razón, del corazón que delata tu cuerpo, y sobre todo del dolor.

    ¿Pero, qué es eso? Son las sirenas latiendo nuevamente, de forma cínica laten tan fuerte que te hacen vomitar el corazón por la boca, y así lo tienes en tus manos latiendo y sangrando descaradamente con angustia, con ausencia, con el vacío de una infinita soledad que te ata, al reloj sin tiempo, tras la cárcel de un chaleco de fuerza.

    Calla, susurran las voces de tu celda. Calla, grita, desde la única ventana que filtra un poco de opaca luz, la libertad burlándose de ti junto a su impasible amigo: la razón.
    A liliana leoni le gusta esto.
  2. Me masticaban sus molares como si fuese granos tiernitos de una mazorca. Cada vez que se oía el crujido de sus dientes sobre mi cuerpo gemían de placer mis orgasmos satisfechos. Su lengua daba un baño perfecto a mis íntimos insomnios, que mejor manera de afrontar el calor, el febril flujo que emanaban mis sentimientos, que con su órgano inquieto y travieso saboreándolos muy despacio. Sus uñas rasgaban cada parte de mis bajos y libidinosos deseos hasta volverlos gestos enrojecidos de placer. A mí no me dolía, todo lo contrario, me generaba jadeos incontenibles que luego por semanas enteras eran imposibles reprimir.

    Muchas veces, ella, tomaba todas las extremidades de mi cuerpo y las metía dentro de una cacerola para hervirlas a fuego lento, así luego se chupaba hasta los huesos. Un enorme placer me daba cuando ella estaba antojada por mi cuerpo.

    Jamás se hartaba de comerme, me comía con ensalada, con legumbres y con papas, también me hacía frito o guisado, y a mí me encantaba que ella sacié su hambre con mi suculento cuerpo. Me comió un monto de veces, y otras veces también me clavaba sus filosas uñas en mis poros, en mi sangre, en mis venas y arterias latiendo sexo. Ahí es cuando mis instintos más se inundaban de placer. No les quiero mentir, a veces algo me dolía, pero el dolor era insignificante ante semejante éxtasis.

    Ella una vez me dijo que le encantaba ejercer la actividad masoquista, pero yo no sabía nada de su ferviente admiración por el canibalismo. Creo que esas dos cosas sumadas es lo que más me generó una amplia devoción a su amor.


    ¡Fueron tiempos felices! Tanto así que no pude conseguir otra mujer que me haga todo lo que ella me hacía.

    Ya pasaron dos años de su muerte, y estoy seguro que por más que busqué otra igual, no la encontraré. Lo más insólito es que murió, según el médico, de indigestión.

    Siempre me quedó la duda: ¿yo la indigesté o me metía los cuernos?
  3. El albor de la tarde cae con los arneses lánguidos del cielo.
    Los operarios de la gran fábrica de nubes y firmamentos
    esperan ansiosos el pitido que marca la salida.
    Los azules y celestes se empiezan a teñir de rojizos pudores
    por el burdel de estrellas que lentamente revela la cortina del cabaret.

    Así la luna se apresura en abrir la ventana
    para que la noche salga de su cama y salte,
    no sin antes vestirse con ajustada lencería de cuero y encajes,
    sobre los puertos de un crepúsculo que ya preparó las maletas del sol.

    Las entradas ya están todas vendidas:
    un público bastante diverso de sonámbulos deseos,
    de sueños noctívagos y veraniegos,
    de transeúntes luces halógenas y lámparas de cuarzo,
    de farolas que duermen de día,
    de ojos dilatados y nocherniegos,
    de luciérnagas fumadoras de alucinógenos cigarrillos,
    de señores grillos de frac y galera,
    también hay algún santulón ángel que se fugó un ratito del paraíso
    para ir a gozar de la casa de mancebía
    ―sólo espero que no se entere Dios―, piensa algo preocupado,
    hasta el mismo ángelus busca un lugar cómodo entre las butacas
    para presenciar el tan esperado show.


    Pasan un par de constelaciones
    vestidas de eróticas conejitas repartiendo tragos.
    ¡Yo invito una ronda a todos!, grita un farol que ya bebió demasiado.
    Hay un par de guardias de seguridad,
    con caras de pocos amigos,
    parados en las esquinas esperan el momento
    de sacar a patadas a algún grillo por pasarse de listo
    e intentar tocar las tetas de las estrellas.

    Mientras la música nocturna se encarga de ambientar la fiesta,
    los champanes dentro de las botellas
    tienen erecciones febriles que pintan de violeta el telón
    y hacen saltar sus corchos sobre la mesa,
    justo cuando las odaliscas comienzan la primer función:
    La danza de los pezones sicodélicos.
    Las corbatas y las chalinas están tan celosas que se intentan colgar del techo,
    no pueden concebir que ellas no atraigan la mirada de algún hombre,
    mientras las bailarinas acaparan toda la atención.


    En un instante comienza la segunda función:
    Las clandestinas ancas de la noche.
    Todos aplauden, chiflan y gritan eufóricos,
    la noche por fin hace su aparición.
    No miento si digo que algunos se pasan un poco de exaltación
    y gritan soeces palabras que les hinchan las caras
    ―como cuando te dan una trompada.
    Las sillas corcovean dando un sinfín de círculos sobre la alfombra,
    que justo se había vestido de carmín para la ocasión
    ―luego de eso ni se pueden imaginar que zaparrastrosa quedó―,
    revoleando por doquier a un grupo de ebrios marineros
    que estaban sentados en ellas.
    Los champanes se vuelven explosivas burbujas
    que revienta al cielorraso y sus suspiros.
    Las mesas son las únicas que por un rato mantienen la compostura,
    pero no les dura mucho, ya que en el tercer acto
    la noche se desnuda hasta que el caño del centro del salón
    se derrite ruborizado.


    De golpe una cacatúa que hacía guardia en las afueras
    irrumpe en la sala y grita:
    ¡se acabó el show! El sol madrugó
    y viene a paso raudo para comenzar su labor.
    Ahora el salón de fiesta se torna un completo descontrol
    que empequeñece a la misma algarabía.
    ―¿Saben, amigos, lo qué es que haya una sola puerta
    y todos quieran salir al mismo tiempo por ella?
  4. Este deseo que me inunda no es nada gentil, ya perdió todo los modales tras sus eructos de inconformismo, la buena educación bajo los nubarrones de sus nauseabundas flatulencias, las costumbres y honradeces que enaltecen con su cielo de virtudes a un decente y recatado deseo. No es un deseo para nada honorable, se olvidó de la moral y se hundió en un piélago de demencia cuando lo abandonó el sano juicio.

    No está demás decir que tampoco se baña ni se arregla para salir a pasear fuera de mi pecho, ni siquiera se afeita, ya que anda por la vida llevando una barba de meses. La depresión se ramifica por toda su sangre como tubérculos y raíces podridas. La envidia hacia los otros deseos lo convierte en un nido de alimañas rastreras y ponzoñosas. Además habla solo y tiene ataques de neurastenia.

    Un día, el muy descarado, salió de adentro mío y ahuyentó en un santiamén un viejo romance que tenía con la farola y su sensual penumbra noctívaga. Tuvo un ataque de esos que siempre tiene, se le dio por bajarse los lienzos en un arranque de furia por tener un descontrolado coito con la pobre farola, la pobrecita no tuvo otra que salir corriendo despavorida. Ese mismo día no sé cómo me contuve para no estrangularlo.


    Recientemente lo único que se oye de él son burdas blasfemias desperdigadas como grandes campanarios de penosos lamentos:

    ―¡Ay! Cuánto dolor tengo en esta mierda de vida. Ya no dan más mis pobres y cansados huesos. Que mariquitas que son todos estos deseos que me rodean, los muy putos siempre andan pintando de tulipanes y rosas esta miseria. Si tan sólo me quedaría sano algún escuálido riñón para poder desahogar mis penas.

    Solo salen de su garganta quejas y más quejas a tal punto que cada vez que se mira al espejo ve en su rostro una mueca rezongona de un malhumor rancio que corroe sus convicciones y certezas.


    Hace mucho tiempo dejó en un recóndito y olvidado lugar la confesión, los rezos y las plegarias, la fe y hasta creería que también el corazón.


    Anda vestido como un pordiosero y para lo único que cambia su cotidiano recorrido, de la alcoba al baño, es para mendigar unas monedas en la boca del subte o en las puertas de un supermercado. Él sabe bien cómo dar lástima, es la labor que más practica con su rito de triviales ídolos, de suertes echadas sobre las ascuas de su negligente y bohemio vicio, con sus harapientas religiones de fetiches de quincalla y creencias que comulgan con las procesiones de su lengua de serpiente.

    Y finalmente cuando consigue que un alma se apiade de su menesterosa imagen y así le ofrezca un par de monedas, siempre y cuando esa alma no salga espantada porque él empieza a contarle de sus viajes a la luna, de su conquista de América, o de sus visiones de Napoleón Bonaparte, lo primero que se le cruza por la mente es gastarlas en un vaso de vodka o ginebra.



    Creo que, envuelto en su amargura, ya se olvidó de disfrutar de las cosas sencillas que le da la vida, la gimnástica elevación sensorial de los sentidos que trepanan hasta el plenilunio del inconsciente, los verdores tupidos y sus guirnaldas festivas de bosques y flores “siempre hacen una fiesta de ese tipo en mi casa, y yo disfruto mucho danzar con las azucenas y los nenúfares”, los índigos tintes de pureza que emanan las voces del horizonte y su infinito “esas mismas voces que siempre me dan las buenas noches y me cuentan cuentos para que me duerma”, los celestes y blanquecinos cantos de una alborada matinal “que siempre me despierta con un rico desayuno de té y tostadas recién horneadas”, los carmesíes y pasionales roces de un amor que lo empapa todo con su vestido de manantial, y lo que para mí es lo mejor de todo, las citas a ciegas con la luna y las estrellas.


    Últimamente le encontré un nuevo hábito: los estupefacientes.
    Hace unas semanas atrás lo hallé inhalando cocaína y fumando marihuana a escondidas en los aposentos de mi cerebro, fue cuando dije basta. No podía permitir que atosigué de esa vil manera a mi encéfalo y sus agnadas neuronas. Toleré muchas cosas, pero jamás toleraré eso.
    Ahora está internado en un hospital psiquiátrico un poco alejado de la ciudad.

    Soy bastante paciente y le hablé mil veces, pero él nunca escuchaba, y el caso es que ya la situación se me fue de las manos; invierto bastante tiempo en el cuidado del resto de anhelos, deseos, sueños y recuerdos que me albergan que sería demasiado para mí andar lidiando con un trastornado y desatado deseo.

    Aparte es lo mejor que le pudo haber pasado, lo digo por experiencia propia, yo estuve un tiempo internado en un antro de esos y puedo decir que la pasas mal un rato, pero sales completamente curado.
  5. Las casas tendidas en la puesta del sol,
    el viento tocando la flauta de la melancolía,
    los ojos perdidos del adiós en aquella estación
    mientras la tarde con soledad moría.

    El tren de las diez partió
    con todos los equipajes, con la piel de la aves,
    con la aurora y su perfume del crepúsculo,
    con paso lento para ver si el acaso,
    por una nimiedad, se arrepentía.

    Los abriles, en tardes como éstas,
    se visten de prolongadas nostalgias
    y recuerdan a la niña
    que una vez partió para ser mujer.
  6. Noche inquieta, figura que me inunda
    con un brillo que ciega de marea,
    espuma, sal, arena..., así pasea
    por las costas del mar azul que enfunda.

    Viajo junto a su lírica profunda
    de un celestial ensueño que moldea
    las olas con su atuendo de ralea,
    con sus brotes nocturnos que fecunda.

    Tomo su mano y subo a su navío
    para ser una nota más del canto
    que sutura de glorias el vacío.

    Degusto todo el néctar del encanto
    y me vuelvo un marino de su brío
    para olvidar el polvo y su quebranto.

    Gota a gota derrama su atributo,
    de ondinas de candencias bendecidas,
    dentro de mi bahía y sus heridas
    para curar las venas y su luto.

    En mí palpita su canoro fruto
    de poesías voraces y floridas,
    lobos de mar de jácaras garridas
    sobre la noche de inmortal minuto.

    Como barca sin brújula transito
    para internarme en su meollo brioso
    y unirme a su crepúsculo infinito.

    Pegado a su regazo bondadoso
    me sumerjo en su añil y oscuro mito
    para partir del mundo malicioso.
  7. Quiero morir en el reposo
    sagrado de los ángeles
    y renacer en la mar de tu boca
    y sus costas de besos

    amarrado a tu vientre
    con el compás de un paso lento
    sembrar mis deseos
    en lo íntimo de un sueño

    con roces de glorias
    ondeando al viento
    quiero colonizar tu pecho
    y con mis manos de alfarero
    esculpirte desde adentro

    cruzar el infinito
    junto a tu braceo tierno
    de alas de gaviotas
    y ceremoniales campanas
    de mil bautismos del cuerpo

    quiero respirar las rosas
    de tu piel de pradera
    y desnudar tus abriles en mi alcoba
    para olvidar mis años de arena

    quiero que tú mi bella quimera
    desembarques en la dársena
    de mis náufragos sin puerto
    para rescatarlos del yermo del silencio
  8. Cualquier hombre puede controlar su futuro
    siempre y cuando se aferre a su presente…




    Este acontecimiento todavía no está sucediendo, este trágico emblema que me cubre con su manto aún no sucede. Es un quizás muy posible, un acaso que revela las fotografías en blanco y negro, que encoje la memoria para guardarla en el ropero junto con sus delirios de flores de cementerio.

    Esto todavía no está sucediendo, aunque siento el dolor latente en un recóndito paraje de mi pecho, no hay motivo todavía para despertar a mis muertos.
    ¿Pero entonces por qué tengo estos vaticinios noctívagos de escaldadas lunas que se queman con la hoguera de una infinita congoja? ¡Ay! ¿Dolor lacerante, por qué tanto tormento si aún no ocurrieron los hechos funestos?

    Sé que va a pasar, estoy completamente seguro de eso, pero todavía no está sucediendo.
    Todavía no se secaron las nubes de mi firmamento, y no se suicidaron las estrellas en la vera de mi lecho. Todavía la nostalgia no pintó de distintos tipos de amarguras las paredes esta casa vieja, no puso tumbas abiertas con lápidas sin nombre para todos mis sentimientos, no detuvo los relojes de la vida y su cosecha para preservar el paisaje tétrico de la despedida del universo.

    Tendría que gozar los frutos existentes en cámara lenta, sujetarme fuertemente de los sueños y no dejarlos escapar, y no vivir con estos augurios de mutilados fantasmas, lo sé. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo seguir con paso firme por un puente que se desbarranca por el tiempo?

    Este ensayo es un muy posible hecho, es una constante de posibilidades concretas de una lejanía que desde ahora comienza a arderme en cada falange de mis dramaturgos dedos.
    Lo escribo con un dejo de duda, posible lenitivo para una herida abierta, dentro de un inmenso mar de fugaces certezas.

    Sé que es el preludio de un cambio desfavorable, el cual arrasará hasta con las cenizas y las arenas de mis días y desvelos. También sé que debería hacer algo para evitar el desenlace adverso que se avecina raudamente, y defender con uñas y dientes las puertas de mis quimeras y sus oasis, abriles, inocencias, incluso fiebres y convulsiones del meollo y su entelequia. Lo sé, pero estoy derrumbado para alzarme en aliento y gritar por las matutinas glorias del ínfimo presente, por las escazas y borroneadas muecas de una azul suerte desperdigada como el polvo en las ciénagas de mis cielos.

    Tal vez, me asustó la ideas de lo trágico, tal vez me até a estas cadenas que se hunden con los pilares de los hados y sus vertidas contingencias, tal vez me aferré tanto al huracán de una fatalidad que ahora no tengo más fuerzas para sostener las atalayas que vigilan el horizonte de luciérnagas que hasta hoy me alumbraban en las eternas oscuridades que comienzan. Es muy posible que me haya dedicado tanto a pensar en cuanto pesar sentiría cuando todo esto sucedería que ahora perdí mi oportunidad de salvaguardar mis soles y cometas.

    Ahora puedo decir que esto realmente está sucediendo, que es actual, ya no es un supuesto, que son los hechos del presente y no de un cercano futuro gris que todavía no desembarcó en mi puerto.

    Sólo puedo cerrar los ojos y dejar que la noche embista a mis ya vacías y apáticas savias de subsistencia con sus ansias de furiosas tormentas.

    (...)


    Si tan sólo no me hubiese dedicado a pronosticar un futuro… No sé, pero muy posiblemente hoy hubiese tenido fuerzas para romper estas sombras con forma de trasmallo que me arrastra y me sujeta.
    A liliana leoni le gusta esto.
  9. ¡Ay!, mi pródiga niña, ¿es que no sabes
    que viéndote me postro ante tu velo
    de inocencia que duerme junto al cielo,
    de alas para el imperio de mis aves?


    Navego por tus noches con las naves
    de mis nautas celados por tu vuelo,
    efímero deseo de este anhelo
    que abre mis utopías con tus llaves.


    Frente a tu potestad que me desvela
    me abriga el querubín de tu figura
    como un sol que me irradia con su estela.


    En la alcoba se eleva con altura
    la luz de una plegaria que revela
    al halo y su caricia de ternura.
  10. Todos tomados de las manos cantan villancicos,
    pero nadie oye las canciones.

    Todos se abrazan y se desean felices fiestas,
    pero, tras la ficticia complacencia,
    nadie lo siente en el corazón.

    Todos se visten de hipócritas postales navideñas,
    de arbolitos con ostentosos adornos luminosos,
    de festejos y brindis de un supuesto amor y paz.

    Todos iluminan la penumbra con pirotecnias
    resplandecientes de un mejor año que va a entra,
    de un año nuevo y su estadística en aumento
    con los índices de hambruna, miseria,
    asesinato, ultraje, infinidad de pestes…

    Y la noche quieta, en su contorno, sólo observa
    las sosas noticias que promulgan una indolente armonía,
    ¿pero dónde se halla ese pacto fraternal
    dentro de tus entrañas de serpientes?

    Medio millón de muertos
    y vamos por un medio o un millón más.
    Comienza otra guerra en Medio Oriente
    con papá Washington D.C. encabezando
    el tropel de ojivas nucleares hacia otro holocausto.

    Otro dictador que mancha de sangre la democracia
    asume el poder en algún pequeño país de Europa.
    Por otro lado, en África, el Ébola arrasa
    hasta con los propios huesos de la desnutrición.

    Mientras algunos piensan en el obsequio lujoso
    que le van a regalar,
    otros sufren la realidad de no tener un litro de leche
    o un pan duro para darles a sus hijos.

    He oído que en Texas se acaba de implementar
    de nuevo la pena de muerte,
    y una mujer deja a sus dos hijos huérfanos
    para cumplir la condena de la cámara de gas.

    Basta ya de hipocresía, egoísmo, vanidad...
    Basta de fría indiferencia
    ante los harapos del mendigo
    y su tarro sin monedas por el que festejar.

    Es momento de sacarse el antifaz
    para mirar los ojos del prójimo con humildad.
    Es momento de dar sin pedir nada a cambio.
    Así aportemos nuestro grano de arena
    que por más pequeño que sea
    los hermanos del mundo lo aprecian.

    Hagámoslo, sin tanta dubitación,
    por María y su dolor,
    por Jesús y su cruz,
    y después de eso...
    abriendo el pecho
    deseemos una feliz navidad.
  11. Otra vez soñé con mariposas
    de un rezo de copos blancos,
    añiles y rojos,
    de sueños que esmaltan la savia vertida
    dentro de la cuenca de las arboledas
    con abriles que retozan.

    Como pétalos de rosas
    esparcidas sobre la algarabía de los prados,
    como cientos de cantos
    que se columpian en la garganta de las aves
    para jugar con el albedrío de las hojas.

    Otra vez soñé con mariposas
    igual que estrellas fugaces
    que iluminan la nocherniega afonía
    de mis voces
    y les dan palabras a sus vidas
    encerradas en el clóset.

    Y esas mariposas se volvieron un río
    que arrastró todos mis vendavales,
    que humedeció la salina arena
    de esta sed de oasis de penas,
    que secó con su pañuelo
    las lágrimas de los ángeles
    y sus cuchillas filosas.

    Otra vez soñé con mariposas
    que ahuyentaban el aullido de mil sombras,
    de mil abrojos que dilapidan
    mis ojos truncados
    entre las tinieblas y sus roces,
    de mil ringleras y campanadas
    lacerando mi aliento
    con las ascuas y sus cenizas
    de un quemazón
    con sabor a lápida del tiempo
    y a mi sepultado corazón en su fosa.

    Otra vez soñé con ellas,
    y aunque sólo fue un instante
    alcanzó para revivir a mis marchitas glorias
    antes que se vuelvan nuevamente
    rutinarias pesadillas de larvas de escoria.
  12. A la memoria de Norah Lange
    La tarde se va
    como tantas veces
    pero esta vez
    con las valijas repletas de sueños


    la tarde se va
    junto al lejano sol
    y las aves enmudecen
    ante la voz de piedra de una canción


    triste canción
    de tardes partiendo
    de funestos recuerdos
    sobre el puente de la memoria y el corazón


    la tarde se va
    y las lágrimas vivas
    aúllan desde adentro
    de las noches y sus horizontes de silencios

    la tarde se va
    como tantas veces
    pero esta vez
    con la certeza de jamás volver al cielo


    y si por esas cosas
    cambia de opinión
    y decide volver

    ella sabe y yo sé
    que será en el luto
    de un crepúsculo empolvado grisáceo y sin deseos
    A liliana leoni le gusta esto.
  13. Hoy le escribo a la memoria de los muertos,
    a las alcobas como tumbas abiertas
    de las cuales se escapan esos fantasmas
    del rostro del deseo,
    a las sábanas y los lechos
    de esas octogenarias noches
    con rocíos y sudores proscriptos,
    a la casa y sus latidos empolvados
    como opacas y monocromáticas fotografías.

    Esos gloriosos muertos
    que dejaron grietas de pasos efímeros
    con cenizas de brillos y rubores
    filtrándose por las rendijas de las persianas,
    lumbreras y altillos
    por las albas vespertinas.

    Hoy les escribo a esos muertos
    que transitan por mis días
    como sombras de óleos derramados
    por los viejos suspiros y jadeos.

    Es que esos muertos jamás van al garete
    sobre el cauce del olvido,
    siempre están presentes
    en la piel de la lluvia
    y su ceremonia de melancolía,
    en la flauta triste del viento,
    en el cofre que encierra tantos silencios
    bien guardados por las mortajas del tiempo,
    y cuando el ángelus deja su nido
    para traerme al insomnio
    y su embriagante licor añejo,
    yo alzo las copas y brindo con ellos
    por el reencuentro y su marchita despedida.

    Hay momentos de vacío,
    de espacios como puntos suspensivos
    que tejen las telarañas de mis espejos
    para ser descifradas por ellos,
    los muertos que se visten de recuerdos
    con mímicas de ojos entreabiertos
    espiando los pasajes del ayer y sus sucesos,
    revelando las briznas borroneadas de afables caricias
    que se lían a las caracolas del oleaje
    de los perdidos besos.

    ¡Ay! Esos perdidos besos de médanos salvajes
    en las playas donde reposan mis lunas y estrellas,
    de pleamares y plenilunios encendidos
    como una hoguera que consumió
    hasta los esteparios límites
    de este solitario presente.

    No niego que esos muertos
    un par de veces me dejan una estepa de dudas,
    de incógnitas inescrutables
    para el clóset y los cajones
    de mis íntimos sentimientos,
    para todas las cartas jamás leídas
    por mi corazón ciego,
    para el éxodo de todas mis islas
    náufragas en un mar sin faro ni puerto.

    Pero ellos son los únicos
    que me dejan un oasis que pinta
    este anuario baldío y desierto,
    sólo ellos tienen la fuerza de mil ángeles
    reconstruyendo la catedral de mi cielo,
    ellos, siempre que vengan vestidos
    de broches de sueños
    aferrados al traje del recuerdo.
  14. Cae la tarde con el mirlo en llanto
    y su toga grisácea de tristeza;
    muy lentamente muere la pureza
    junto al olivo de la cruz del santo.


    También se postra ese vital encanto,
    que cura al mundo con su voz que reza,
    ante los pies de Roma y su rudeza
    que siembra la miseria del quebranto.

    Se aterra el cielo al ver tremendo espanto,
    el odio de sus hijos que es certeza
    como el denso tormento de ese manto.


    Pero igual nos perdona con nobleza
    por la humildad surgida de su canto,
    visión de una hermandad con entereza.
  15. El viento muere en mi herida.
    La noche mendiga mi sangre.
    Alejandra Pizarnik


    Y hubo un aliento de tótems,
    de voces de ídolos que exhuman mis muertes,
    de musgo vestido de miedo
    que usa el traje de mi nombre,
    que mete sierpes en las venas
    y arena en la sangre,
    que siembra huesos en el tiempo.

    Un aliento ceniciento
    que desvela las filosas cuchillas de los astros
    y sus velas,
    los insomnios de la luna
    en la cuna de mis sueños,
    la nocherniega danza de mis letras.

    Un aliento de corazones de piedra,
    de labios de una infancia que se aventó
    al abismo de las melodías desfloradas
    y sus mustias nanas de los decesos.

    Así se vertió el llanto de los ecos de mil silencios,
    esos sudarios de nadas,
    de vacíos de un roce,
    de baldíos náufragos de la misma ausencia
    que hoy dejan sus alientos
    para embriagar a todos mis muertos


    “mil nautas que navegan por las fosas
    de las sombras desde antes de sus nacimientos”.