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  1. Hoy leí a un grupo de poetas que se escandalizó porque un usuario del portal dijo que la crítica sirve para limpiarse el culo.
    Es que esos poetas no tuvieron la capacidad de darse cuenta en qué contexto fue expuesta esa idea, sin tener en cuenta que el tema tratado era sobre las malas críticas.
    Más allá de ese factor, también, puedo decir que me di cuenta que esos mismos poetas no sabían tampoco que el debate que se había armado no era por las diferencias que pueden haber en la crítica a ese poema, sino que era un debate en el que se discutía cómo se debe hacer la crítica en general y cual tendría que ser su función. Sin irme muy lejos del asunto puedo decir que ese debate distorsionó su foco central y entró en asuntos triviales, en enfoques de orgullo, en temas pendientes de otras actividades pasadas, etc… Simplemente se diluyó su objetivo primordial.

    Por ese mismo motivo hoy escribo este ensayo con el objetivo de discutir con ustedes la necesidad y legitimidad de la crítica literaria. Antes de entrar de lleno al asunto, me gustaría preguntarles a esos mismos poetas qué le dirían a Lamartine (historiador, político y poeta francés) con respecto a su cita: “La crítica es la fuerza del impotente”, o a María Rilke (escritor austriaco) que dijo: “Las críticas son cartas al público que ningún autor tiene que abrir ni leer”, incluso Miguel Delibes (escritor español) una vez afirmó: “Cuando a las gentes les faltan músculos en los brazos, les sobran en la lengua”, George Steiner (filosofo francés) dijo: “Al mirar hacia atrás, el crítico ve la sombra de un eunuco. ¿Quién sería crítico si pudiera ser escritor?”
    Hay centenas de frases con respecto a las malas críticas, tantas que se podría escribir un libro con ellas tranquilamente, pero como hay frases para las malas críticas también están las que saltan en su defensa y yo solamente voy a citar a una de Winston Churchill (político británico): “Las críticas no serán agradables, pero son necesarias”.
    Avalando esta cita voy a desarrollar mi ensayo.


    Necesidad y legitimidad de las críticas literarias



    Hay muchas visiones que se oponen a las críticas y que dicen que el lector inocentemente tiene que disfrutar de la obra literaria por el mismo talento natural del artista. Esas mismas ideas ven al crítico como un muro que interfiere entre la obra misma y el lector. En cierta parte tienen razón, pero en la otra mitad no la tienen, es que en la literatura como en otros temáticas hay críticos y críticos de la misma manera que hay lectores y lectores, y esos lectores pueden ser malos, tontos, torpes, ingenuos, y entre otras cosas también fanáticos. Es muy importante en la crítica la función hermenéutica, sin cabidas idealistas ni alardes de jactancias, que se explaye de forma innata mediante una lectura centrada y objetiva, con humildad y sin regaños obstinados.

    El lector del siglo XV leía a Cervantes sin ninguna ayuda por parte de la crítica hermenéutica, pero no hay dudas de que el lector actual necesita esa ayuda complementaria de la literatura si es que quiere gozar a pleno el Don Quijote de la Mancha, pero esa crítica a la que me refiero en muy pocos casos se obtiene de los críticos literarios. ¿Entonces nos debemos sumergir en el deber ciego de cerrar los ojos y aceptar todo lo que viene de los críticos malos? No es así, diría yo, hay que saber diferenciar a los críticos como también diferenciar a los lectores.

    Un buen crítico se hace leyendo, instruyéndose, equivocándose y sabiendo admitir sus errores, es que un buen crítico tiene que borrar la visión de gloria y dejar de pensar que cuando más críticas negativas de los autores analizados tenga más ranking y fama alcanzará. El crítico a diferencia del poeta y artista no nace con la devoción que les puede abrir las puertas del talento sino que se hace, y por lo tanto para hacerse un buen crítico es necesario que antes se construya un buen lector.

    El buen crítico no debería crear esa muralla que estorba entre la obra y el lector, todo lo contrario, debería crear un puente que conecte con su alcance. Si el crítico literario no puede hacer ese trabajo, en ningún momento, no es buen crítico del cual nos debemos fiar.

    ¿Cómo construir ese puente entre el lector y la obra? Eso si que no es una tarea nada fácil, pero el verdadero crítico buscará la forma de concretarlo con eficacia.

    Antonio Alatorre en su libro dice: “El crítico es un lector, pero un lector más alerta y más “total”, de sensibilidad más aguda: las cualidades de recepción del lector corriente están como extremadas y exacerbadas en el lector especial que es el crítico. Y éste, además, tiene una íntima necesidad de comunicación: debe participar a otros la impresión recibida. Recrea, en cierta forma, la obra del poeta; es una especie de creador”. El poeta es el verdadero creador de su obra y el crítico es quien nos comunica la sugerencia del carácter unificado a lo intenso de su propia experiencia leída.

    En su análisis de crítico Alatorre dice: “El creador original “poeta/autor” parte de la emoción suscitada en él por un hecho de la naturaleza, de la humanidad, de su vivencia personal, de su fantasía. El crítico parte, creadoramente, de su impresión de la obra literaria. Si todo lector refleja, como un espejo, la experiencia artística transmitida por el poema, el crítico, lector privilegiado, dotado no sólo de mayor receptividad y de mayor sagacidad literaria, sino también de la capacidad de comunicación, es un espejo mucho más fiel y sensible, de más pronta respuesta. Y, además, un espejo mucho más amplio, mucho más capaz de reflejar en toda su complejidad la esencia de la obra”.

    Con esto voy a que la crítica y su perspectiva vacía no sirve, un crítico que se fija en valores estratégicos y se guía por prejuicios aleatorios son defectos de críticas parciales que le falta su opinión de la obra analizada en general, una opinión que admita el grado emocional de la obra fuera de los tecnicismo y su carácter prosaico o en cuyo caso estético. Una crítica completa debe analizar punto por punto, resaltar lo que se podría mejorar, meterse en la piel de el autor , sentir lo que verdaderamente él escribo para su completa asimilación es fundamental, y reflejar el grado emocional y su punto expresado en cada verso o oración. La crítica enjuicia, si, pero jamás debe perder su reflexión de lo que intenta exponer el poeta/artista. Esa crítica da su veredicto de acuerdo a los estudios de autores en función de otros autores o de ideas de la época, la que descubre particularidades lingüísticas, la que explica pasajes oscuros, la que revela las influencias sufridas por el poeta, la que analiza el vocabulario, la versificación, los recursos estilísticos, las imágenes por sí solas, la que se detiene en el contenido ideológico, filosófico, ético, social, etcétera. Esa crítica es toda parcial y su grandeza no está en la acumulación de todo esto anteriormente citado, sino en una visión total con más o menos grados parciales, pero sin la acertada referencia del grado literario. En la actualidad hay mucho de esta crítica, y más sabiendo que los críticos se hacen y propagan como moscas en verano.

    Un crítico que pueda ofrecer esta visión amplia tan necesaria para el autor y su puente/ conector con el lector es tan difícil de encontrar como un fósil de un dinosaurio. Ese crítico debe tener la noción del tiempo y no sumergirla en ásperos mares de tecnicismos antiguos, eso cumple un fundamental rol en la literatura “ el tiempo” y su grado de vanguardia, ya que la literatura es un arte y como tal está en constante evolución y progreso. No es lo mismo leer una obra del siglo XV que una obra del siglo XX con su desarrollado concepto de modernismo. Y esto que digo no sólo afecta a los críticos sino que también a los escritores y más cuando recién se inician en el largo camino de las letras.

    Por ahí, muchas veces, leo: un poeta tiene que estar leyendo constantemente buenas obras para crecer y así él ofrecer buena literatura, y estoy de acuerdo, ¿pero dónde se encuentran esas buenas obras?, me explico mejor, ¿dónde hallar obras bien trabajadas?, ya que no hay obras malas y buenas, sino más trabajadas o menos trabajadas. Obviamente recaemos en las grandes obras maestras y reconocidas de poetas famosos, pero nos olvidamos que esos poetas escribieron en otro tiempo, que por eso no dejen de ser buenas, no lo niego, pero realmente no es el efecto que buscamos de lo innovador y nuevo. Ese bache entre tiempo y espacio tiene la literatura y siempre el escritor debe lidiar con ello, al igual que el crítico por lo cual tiene que ser más abierto con su carácter de rigidez, tener una percepción más flexible ante el impacto del arte y su olor a nuevo. La intolerancia en el crítico no es permitirle, ya que un crítico intolerante es cerrado y obtuso, y con esto voy a poner ejemplos en claro.

    Hoy en día nadie criticaría las obras de Benedetti, pero en su tiempo fue tratado de muchas cosas en relación a lo que él escribía, como chabacano, rutinario, sencillo, de versos simples…
    ¿Y por qué una obra literaria no puede tener eso? Si nos basamos en una concepción del tiempo vemos que en muchos casos el esteticismo ya no está de moda. Muchos críticos se basaban en visiones parciales de lo que es un poema o no lo es, sin pensar en el enfoque modernista y sin que desarrollen el total de su poesía y el grado filosófico e existencial de cada verso. Hoy nos damos cuenta que las obras de Benedetti tienen alto renombre, y que esos críticos en todo caso eran obtusos ante la evolución artística.

    Gracias al modernismo hoy podemos, si se nos place, escribir un poema de cinco hojas y sin la necesidad de ubicar una sola rima, o incluso si queremos mezclar rimas. Gracias al enfoque experimental de la vanguardia artística podemos escribir saltándonos espacios o incluso garabateando el margen de la hoja, rompiendo con las reglas de la rígida gramática e incluyo la reflexión de la sintaxis. ¿Es que hoy escribimos libres y antes nos atábamos a regímenes morales y esteticistas? Puedo decir que no sé cuánto de verdad y de mentira hay en esta incógnita, pero que cada vez se libera más la musa de nuestra hoja eso es un claro reflejo del presente.

    Ahora voy a dejarles una visión muy importante que refleja en su libro Antonio Alatorre: “La crítica de los autores del pasado es, en muchos sentidos, más fácil que la de los contemporáneos. Tenemos en ella una perspectiva adecuada y discernimos con bastante claridad el grano de la paja y lo literario de lo aliterario. Matos Fragoso, en sus tiempos, pudo ser preferido a Lope de Vega; pero no en los nuestros. Así también, sabemos que Virgilio vale, desde el punto de vista literario, infinitamente más que Cicerón; que un poema de Hólderlin vale estéticamente más que toda la obra de Fichte, por grande que sea la importancia filosófica de Fichte, y un solo soneto de Sor Juana más que todo cuanto escribió Sigüenza y Góngora.Pero hasta la crítica de los autores del pasado raras veces es total. No hay crítica que, en un momento dado, haga plena justicia a
    todas las dimensiones, a todas las intuiciones creativas de un autor o una obra. Un crítico de los méritos de Menéndez Pelayo menospreció los grandes poemas de Góngora y alabó en cambio a muchas modestas medianías de fines del siglo XIX.
    El crítico ideal es, en efecto, una entelequia. El crítico real es un hombre de su época, y participa necesariamente de los ideales estéticos, sociales, filosóficos de su tiempo: de las infinitas dimensiones de la obra literaria toma sobre todo aquellas que concuerdan con el espíritu de su siglo. Así, pues, para un hombre de nuestros días la litada no es, no puede ser, lo que fue para la
    Antigüedad, lo que fue para el Renacimiento, para el siglo de Boileau, para los tiempos de Goethe o para fines del siglo XIX: cada época ha visto en ella, válidamente, aspectos distintos. Los cambios de apreciación pueden observarse a veces en un mismo crítico: Dámaso Alonso, después de sus estudios entusiastas y reveladores sobre Góngora, declara ahora: “De 1927 a 1948 mucho ha variado nuestro concepto del arte. Lope y Quevedo, sin duda, son hoy los poetas del siglo XVII que están más cerca de nuestro corazón”.
    "Estas consideraciones tienen que llevarnos a pensar en las limitaciones de la crítica literaria: la crítica no es una ciencia exacta y fría. Sin embargo, no por esas limitaciones debe renunciar la crítica a su misión. Y creo que la misión más urgente de la crítica, aquí y ahora,
    en la literatura contemporáneo, es justamente discriminar lo valioso de lo menos valioso, precisar lo que es poesía y lo que es chapucería”.

  2. ¿Qué hay después de esa felicidad de gran cartel luminoso
    y con letras mayúsculas?
    ¿Qué hay después de la humedad de tu cuerpo,
    ese breve instante de roces perfectos?
    ¿Qué hay en el corto trecho en que se distancian los labios,
    en el que se pierden
    junto con los pequeños segundos
    del desamparado tiempo?
    ¿Qué hay en esos finos hilos de palabras calladas,
    de pensamientos dudando de la credibilidad de los actos?

    Siempre me pregunto: ¿qué hay en todo eso?
    ¿Qué hay después de que tu mano
    deja de apoyarse sobre la mía?
    ¿Qué hay cuando el amor se vuelve
    una pesada y brumosa cortina
    que pinta de gris
    todo argumento
    incluyendo sus tapias de pretextos,
    sus plumones de gorriones
    con los matutinos cantos de los abrazos cándidos?

    ¿Qué hay en esas cosas que separan
    la vitalidad de la vida,
    incluso en las derivas en las que naufragan
    los marinos de mi credo?

    Sé que hay grandes baches de soledad,
    inmensos destierros como la mar sin sirenas,
    sin barcas, ni olas del silencio,
    sólo con la efervescencia de la sal sobre la arena.

    ¿Pero además de eso
    qué hay en las fronteras
    que se vuelven lejanas sombras
    de lagrimales curtidos por el llanto,
    en la botella olvidada que guarda a los versos
    no recitados?

    Hay soledades
    que hacen delirar hasta al más sensato de los locos
    en un mundo donde los cuerdos
    sólo fueron leyendas viejas.

    ¿Pero qué hay después de esas soledades
    que cohabitan con las cicatrices que dejaron
    las largas e infinitas,
    pero bien guardadas miradas?

    Será que hay algo más después de todo eso,
    y en lo íntimo de tus sentimientos
    esperas el reencuentro,
    como el Big Bang y su implosión
    para luego comenzar un nuevo ciclo
    de los roces, las humedades, los abrazos
    sobre los cuerpos.
  3. Hoy perdí una fortuna
    y no hablo de una fortuna material
    sino espiritual


    fueron bienes gananciales
    de un célebre y lejano ayer
    tan oscuro al apartarme como un piélago
    que asfixia mi cordura de ser


    inmensos caudales
    de alones que durmieron
    como eternas jaulas para mis aves


    beldades que se volvieron
    Venus petrificadas
    ojos de lumbreras exánimes


    índigos anímicos
    que ya son yugos que me arrastran
    a la noche y su despeñadero


    halos morales
    que traicionaron mi propia memoria
    de lápidas de sangre


    y absorto sobre las cenizas
    dentro de mi silencio íntimo
    contemplo las ruinas
    el polvo disperso
    por la vieja garganta de los años
    mis estadías en avernos ignorados
    por mis propios ángeles sin futuro
    ni pasado


    sé que escribo
    usando la pluma del escozor
    la tinta
    que amalgama el dilema del duelo
    pero cómo no hacerlo
    cuando (...)


    hoy perdí una fortuna
    y no hablo de una fortuna material
    sino primordial
  4. A Aníbal Carmelo Troilo “Pichuco”.

    Esta triste el bandoneón de la vida
    que con su compás de pasodoble
    toca la bohemia melodía
    de pródigos señores y mendigos,
    de cuerdos y locos,
    de honestos y bandidos.

    Todos formamos el mismo acorde
    que ensancha y comprime
    las solapas del traje del destino.
    Algunos más y otros menos,
    pero todos somos notas musicales
    en la confesión del mundo y su delirio.

    Troilo sentado en un banquito
    de la nube más alta,
    del altillo de los desaparecidos,
    cierra los ojos y toca,
    para San Pedro,
    los tangos que nos roban suspiros.

    A pesar del duelo de los arrepentidos
    hijos de un cielo
    de cambalaches y desatinos,
    Pichuco compone y canta
    para que olvidemos los sueños perdidos.

    Para que olvidemos
    que el mundo gira y gira,
    y fue y será una porquería,
    y a pesar de lo que hagamos
    acabáremos en el estuche del olvido.
  5. ¿Este afecto sonámbulo a quién se lo ofrezco?
    Estás caricias libres de alas,
    estos sueños de nervios
    convulsos y febriles
    que se acumulan en los músculos del tiempo.

    Tanto arroz para la luna sin la boda
    y dentro de la noche y su melodrama,
    finalmente, aparece una llamada,
    tu llamada que me colma de ansiedad,
    de puertas que se abren
    para la prosperidad de la nada.

    Estas goteras de blanca muerte
    que tocan su serenata de noche decantada,
    de silencio fino que teje
    la telaraña
    para las velas, el vino
    y la medianoche del brindis por el alba.

    Así caigo como un pez ciego
    en tu profundo trasmallo,
    siempre con la carne cocinada
    por el champagne caliente,
    por la parodia de unos besos
    que se mezclan con el tizne de un burdel
    de usurero encuentro.

    Hice un pacto con tu antifaz de hierro,
    con las espuelas envenenadas
    de tus colmillos sedientos,
    y fui más invidente que mis propios ojos
    de murciélagos sin vuelo,
    más sordo que mis propios oídos
    aferrados a tu llamada.
  6. A María Del Carmen Pineda


    Hoy me desperté por las trasnochadas luces que al apagarse me dejan la medianoche de un silencio.

    Es que, realmente, se puede sentir la nimiedad de ser una mosca atrapada en la telaraña de las noches sin luna.

    En esos momentos, oír la noche y su aullido de tejados, de persianas que filtran grandes goteras de soledades inmensas, de pasos de oscuridad que atropellan el trajín de los amanecidos días es una triste verdad del vacío que me acompleja.

    Son horas nocturnas en donde los enseres de la alcoba padecen sonámbulos los síntomas del ayer y sus vivencias, y yo con ojos trepidantes y alborotados observo en mi rincón como el furioso galope de las sombras asola con sus ciclópeos desiertos.

    ¿Cuál será la pena de los grillos? Esos que ni canta sobre el lecho de mi veraniego insomnio.
    ¿Es tan terrible esa asfixia enlutada que mata hasta los transeúntes y sus voces sordinas de la cueva de los días? ¿Y dónde se esconde la alborada o incluso los astros que cerraron sus lumbreras en esos momentos?

    Son preguntas que no les encuentro respuestas, y, una y otra vez, con un ciclo negro y mudo las trasnochadas luces me despiertan para luego dejarme aferrado a mi rincón, casi convulso por el árido aliento de la medianoche y su vasto silencio.

    En esos momentos, sólo puedo oír las propias gargantas de las mortajas del espanto, las mil y una noches de mis léxicos suicidas, y, para intentar reconfortarme, pienso en las caricias y arrullos, bastante alejados de mi existencia, cuando dormía sobre tu pecho.
  7. Vienen por mí,
    llegan de atrás,
    se aferran a la llaga lacerada.

    Vienen por mí,
    están buscando algo olvidado
    que dejaron en mi pecho,
    tal vez el pedazo de un latido,
    el tumulto del aglomerado cóctel
    de conscientes e inconscientes hechos
    con sus principios, causas y efectos
    reflejándose en las retinas de mi espejo
    por todos los años cenicientos.

    Vienen por algo más que la luz
    dentro de las sombras,
    los rostros maternos del ayer desfigurado
    vagando en los baldíos del cuerpo,
    las melodías del insomnio de un silencio
    y sus canosas canciones de cuna...

    Escalan por las cadenas
    que sujetan los azares
    y el albedrío de las estrellas.
    Sus metas son llegar al sonrojado sueño
    del antiguo orfanato de cabriolas
    y retozos, de las alas del pudor.

    Vienen con sus tenazas frías,
    sus arpones envenenados,
    sus manos de espinas y púas
    a extirpar ese dejo de álbum
    y su colección de figuritas,
    esos trozos de pelota de trapo,
    esos soldaditos de plomo,
    las vueltas con afán por sacar la sortija
    del carrusel de mi tiempo oxidado.

    Vienen para llevarse el arte de los abriles,
    sus mágicas caricias de muñecos de felpa,
    las sonrisas blancas de inocencias,
    y dejarme el testaferro de una realidad crecida,
    pero con un inmenso espacio de orfandad
    varado en las plazas de mi destierro.
  8. Hoy permito que el inconsciente escriba algunas líneas restringidas por el estereotipado credo, algunas campanadas que quieren escapar de las cúpulas y las catedrales, de los más cercanos Vaticanos que me habitan y me rigen con su complejo Papal. Que se enuncie con voz firme y sin regodeos el hartazgo de las campanas al oír siempre a las trashumantes nubes con sus oraciones que exclaman tener las únicas condiciones y certezas, la absoluta verdad de un recuadro en donde ya respirar se torna un gran pecado capital.

    Por eso mismo hoy libero a los aullidos de mis dejos de nihilidad para que se vuelvan grandes visiones ácratas, visiones de un desierto en donde todos normalmente ven un oasis, visiones un poco alocadas y descarriadas, con un trazo de rústica aspereza que no sabe de sintaxis, gramáticas y complicadas morfologías que endurecen con normas rígidas a la lengua del albedrío y su impúdica voluntad; pero eso es lo que menos me importa. Es más me gusta que se rebelen y muestren su burda subversión, ¡qué mejor día para hacerlo que este recatado y plomizo domingo!

    Hoy quiero que griten todas sus furias, vivencias, inmoralidades y verdes aromas “tan verdes al punto de hacerse obscenos”.
    Así tal vez puedan borrar ese apático rostro de domingo y su apestoso olor de indigesta que apolilla hasta el clóset en el que duerme mi musa enferma.


    Es que mi musa se enferma por los domingos, respira ese miasma que le engendra tumores de realidad melodramática y ahí es cuando toma la pluma y por más que lo intenta jamás puede desarrollar a las quimeras y sus obras que en los demás días fluyen con naturalidad.

    Aunque no lo crean siempre quiso fugarse de los domingos y su argamasa de biografías y cenizas como celajes que asfixian y aplastan con todas las toneladas de los pasados y vetustos cielos.

    No lo soporta, ella misma una vez me dijo que no quiere saber más nada con el traje de la rutina dominguera, incluso prefiere usar el traje de la fajina de toda la semana, pero jamás volver a usar el saco sacro del domingo al mediodía y ni hablar del traje de la ofrenda de la tarde de misa, ese lienzo que transita por todos los velorios de la prosapia del vicio, ocio, placer, prostituta dicha…

    Es que este nefasto domingo siempre la importuna con sus huéspedes
    que son fantasmas y espectros de una moralidad que solo sabe lanzar cumplidos “sientan el culo en el living de mi casa y esperan que ella este complacida de escuchar sus idiotas hazañas, sus baratas reprimendas de una vida mecánica y prosaica que aburre hasta los más miserables bosquejos del mismo limbo”.


    ¡Mi querido limbo! Es bien sabido que todo soñador tiene su mundo interior, un mundo de maravillosa y única creación que para muchos puede ser un infierno, pero para otros es más que el cielo. Pues el mío y el de mi musa es el limbo.

    En nuestro caso el limbo es un mundo de diademas y aguaceros, un lugar que crea tropeles de demonios con utopías de ángeles, y borra la perorata de los sermones de la roída sangre por la túnica de la orgullosa eucarística.

    Por lo dicho puedo decir que durante la semana la segunda morada de mi musa es el limbo, pero cuando llega el domingo esa morada se derrumba para volverse un podrido cielo.

    Esta musa mía detesta los domingos y sus empalagosos cielos, el sabor a rosas empapadas en mieles rancias, su pitonisa palabra de una mortaja puritana que considera que vivir es sinónimo de herejía, sus soflamas de virgen santa que se asusta despavorida porque a algunos de mis preceptos se le escapó un eructo incontenible de algarabía frente a sus bochornosos fanatismos.

    Es que a veces es bueno ser una causa furtiva, y en especial cuando este día podría haber sido cualquier otro, pero no lo es, y es domingo.

    El domingo es el día de todos los santos redentores y a la vez sentenciadores, el día de los jueces que decretan a textos como estos ser quemados en la hoguera por hechicería.
    A Aisha Baranowska le gusta esto.
  9. No hay un método para ser poeta, pues la poesía no es una ciencia exacta ni una materia que se pueda estudiar en una academia. Es cierto que hay una gran cantidad de herramientas que emplea el poeta para crear su arte y esas técnicas se pueden estudiar, pero el uso de esas metodologías no aseguran que la poesía nazca siempre.

    Para ser poeta no alcanza con rimar palabras y utilizar bellas metáforas; como digo siempre: la poesía no sirve si no duele.

    El poeta debe sentir el dolor constante de la poesía para ser iluminado con la varita de la hechicera musa y así tener la dicha del arte poética. Quien no lleva esa espina lacerando constantemente las heridas producto de su andar, vivencias, recuerdos…, es muy difícil que pueda crear poemas.

    El poeta para conseguir ese grado astral y merecer la poesía debe arrastras pesadas cruces por el resto de su vida. Una de esas cruces se puede decir que es la cruz social. Todo artista en cierto momento de su vida, de algún modo, siempre es excluido por la sociedad. La sociedad se rige por sistemas morales, racionales y sumisiones espirituales, y el poeta como cualquier artista siempre se encarga de romper con esas normas de la mano de su vanguardia y su toque de rebeldía, por ende la sociedad simplemente se encarga de marginarlo. Se puede decir que el poeta es un ser un poco extravagante para los hábitos sociales, y todo lo que le resulta un poco raro para la sociedad es relegado de su contexto.

    Otra cruz es la de la soledad y la nostalgia, el poeta siempre esta triste y esa tristeza le permite una grado máximo de inspiración que culmina con el arte poética. Ya una vez dijo el gran Jean Cocteau: Convertirse en santo no es la menor metamorfosis de los poetas. También se puede hallar un libro de J. G. Cobo Borda titulado “todos los poetas son santos”. Para conseguir la santificación los santos deben pasar por el martirio, la abstinencia , la estigmatización … y los poetas no están exentos de esas cruces para luego poder tener sus revelaciones.


    El que elije introducirse en los mares de la poesía y así promulgar su arte debe tener en cuenta que su primer aliado en la creación será el dolor, y su mente profesará la libertad, pero será esclava de la misma esteticidad artística, ya que la poesía le requerirá todo el tiempo de intimidad que una persona puede tener y no le ofrecerá nada cambio salvo la satisfacción de ver la obra terminada. Frente a esta medida el sentido común se deja de lado, y el artista nace por segunda vez con su completa devoción. Por esto muchas veces se oye que se dice que el poeta no se hace sino que nace, es que ya antes de que el artista conozca lo que es la poesía él tiene conciencia de ella. Con esto voy a que la vocación que se necesita para ser poeta ya estaba corriendo por sus venas antes que él lo sepa.

    Una persona que se entrega por completo a la poesía tiene que ser más creyente que un religioso y su religión, que un sacerdote y su dios… El célebre T. S. ELIOT ya dijo:La emoción del arte es impersonal, y el poeta no puede alcanzar esta impersonalidad sin darse por entero a la tarea que realiza.La poesía requiere eso, una entrega completa de la humildad del ser sin recibir incentivos monetarios como en cuyo casos escritores profesionales reciben al comercializan sus obras escribiendo novelas para un alto porcentaje del estatus social. A diferencia de estos, el poeta no recibe nada a cambio salvo la enorme satisfacción de poder tener un lector al alcance de su mano, y la posibilidad de que sus obras triunfen después de muerto.


    La poesía hay que merecerla y el que la crea jamás se puede autodefinir como poeta, el tan codiciado rotulo de “poeta” únicamente se lo dan los lectores al autor y el mismo transcurso del tiempo. El artista mientras tanto debe vivir y construir su propio infierno buscando siempre ser fiel a su propia arte. Jamás la poesía va a servir al poeta, todo lo contrario, el poeta debe ser su fiel cordero que se sacrifica incondicionalmente. Por esto se puede decir que, por más que haya un grupo de un público selecto que lo considere poeta, jamás el artista puede andar vociferando su maestría más aún teniendo en cuenta que el grado de maestría que la poesía implica es inalcanzable. Acordemos que por más que los artistas se ofrezcan por completo, son personas de carne y hueso, y la musa de la creación es una deidad a la cual ellos no la pueden honrar como se lo merece sin antes no ofrendar hasta su última gota de sangre. Suena un poco cruel, es verdad, pero hay cientos de grandes poetas que vivieron tras la sombra del reconocimiento y del arte hasta que murieron. Sólo cuando se liberaron del cuerpo y su carga material recién fueron leídos.


    Pensemos lo que dijo J. Jaramillo Escobar (poeta, escritor y crítico colombiano): “Aunque existen poetas escritores, el escritor y el poeta son dos seres distintos. Un escritor es una mula.Por eso puede ponerse a determinada hora frente a una hoja de papel, como una mula con su forraje. Peroel poeta es un ángel. No indico si bueno o malo. El problema de las categorías es otro asunto.

    Cuando ejerzo de escritor soy mula, con todas las consecuencias, puesto que el escritor escribe por encargo, por compromiso, por negocio, etc. Es como si un demonio me agarrara y me dijera: tienes que hacer esto. (Investigar, analizar, concluir, redactar). Sólo con el tiempo libre brotan las alas del poeta –en verso o en prosa– en la contemplación y el éxtasis. Pero son alas tenues y se rompen al contacto de la más mínima carga. Le pones una carga al poeta: lo aplastas. La mula del escritor resiste. Por lo tanto es mejor ser escritor. Pero es más bella la poesía”.



    Voy a meterme en otra cita, en este caso de FÉLIX DE ATHAYDE: El mundo se derrumba sobre la cabeza del poeta. Yo lo le agregaría que lo aplasta con la pesada carga, y los pilares mismos de la poesía resultan insostenibles para el cuerpo y la mente del poeta, por lo ya dicho el poeta postrado cede a un vuelco brusco de la prosa mecánica, fría que se dedica solamente al narrado estructural como tarea y ejercicio, esta también la prosa poética o incluso la prosa que cuenta algo de forma poética, con instrumentos de convicción lírica, pero eso es otra cosa. Esa prosa muchas veces es un escape o mejor dicho una evolución que ejecuta el artista para librarse un poco de tal carga o incluso la expresarla en un modo de visión distinta, pero siempre manteniéndose fiel a su vocación de orador. Acordémonos que el poeta que sólo concibe la poesía en verso se opone al progreso de su aura de inspiración, y esa inspiración se puede expresar de cientos de modos diferentes. Voy a recordar un grafiti que una vez leí en un muro de un baldío refiriéndose a la rima IV de Bécquer : Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía.


    Es necesario ratificar que el poeta muchas veces puede perder esa vocación, quebrar como un frágil vidrio la inspiración, perderse en la misma búsqueda de la religión que profesa, borrar de sus líneas la mueca de expresión, de percepción, de libertad… y ahí es cuando se desvanece la dignidad del poeta. No se ve a dignidad por una convicción moral, ya que el arte muchas veces puede ser amoral, ni tampoco como un lapsus de un reflejo social, se refiere a un concepto de dignidad individual más correspondiente al orden espiritual. Al decir que el artista/poeta pierde la dignidad es cuando se mete en las costumbres del narrado y su individualismo comercial y egoísta. Otra forma de perderla es cuando el poeta pierde el gusto de la percepción artística y el gozo de comunicarla al lector.

    Los pasos básicos para no sofocar la inspiración citando a J. JARAMILLO ESCOBAR son:No asustar a la familia escribiendo versos, ya que el verso es lo que produce el susto. No hay que decir que se es poeta, porque nadie lo cree, pero a cualquiera le creen que puede ser escritor. Lo que indica el alto puesto que conserva la poesía.



    Notas:


    El poeta no pide benevolencia, sino atención. FEDERICO GARCÍA LORCA


    No se tolera la mediocridad en los poetas. D. ANDRÉS BELLO


    Es preciso no estar en sus cabales para que un hombre aspire a ser poeta. RICARDO PALMA


    Es muy difícil ser poeta. Es mejor ser farmacéutico. FEDERICO GARCÍA LORCA


    Si el poeta no es un fugitivo de algo, ¿cómo podría ser poeta? Si un fugitivo no se refugia en la poesía, tarde o temprano le darán alcance. FERNANDO GONZÁLEZ


    ¿Estoy condenado a producir asco? ¿Soy poeta? VIRGINIA WOOLF


    El papel del poeta es humilde. El poeta está a las órdenes de la noche. JEAN COCTEAU


    Cocteau dice que el poema detesta al poeta. ALFONSO REYES (Arma Virumque)


    Los poetas son chivos expiatorios. VIRGINIA WOOLF


    El poeta cree. ¿Qué cree? Todo. JEAN COCTEAU


    La poesía es como el almendro: sus flores son perfumadas y sus frutos amargos. ALOYSIUS BERTRAND (Gaspar de la Noche)


    Todo gran poeta tiene su mundo aparte. FEDERICO GARCÍA LORCA


    La sociedad perdona con frecuencia al criminal, pero no perdona nunca al soñador. OSCAR WILDE


    El Mariscal sabía que un poeta, o un profeta, podían ser peligrosos como un ejército. Y había resuelto que el poeta muriera. Era su único tributo a la poesía, y era sincero. G. K. CHESTERTON


    El verdadero poeta lucha contra la poesía y hace largos esfuerzos por librarse de ella antes de rendirse. J. JARAMILLO ESCOBAR


    Reservar el término de poeta sólo para el que escribe versos es empequeñecer la poesía. J. JARAMILLO ESCOBAR
    A Brise y Carrizo Pacheco les gusta esto.
  10. Rozando la piel de las sombras
    la penumbra de un silencio octogenario
    que hoy con audacia canta
    junto a las lunas que llueven arroz
    y los astros vestidos como padrinos
    de cien mil bodas

    al compás cimbreante de las siluetas
    y sus inmensas profundidades
    infinitas como las nubes y el cielo
    como el frondoso brote del pimpollo
    que germina en tu pecho

    bailemos este último vals de medianoche
    y brindemos por el fugaz encuentro
    de las alas con sus ángeles

    muy dentro de la noche
    marquemos los sutiles pasos
    que son endiabladas centellas de caricias hurtadas

    respiremos la melodía
    de las rosas furtivas
    y sus púrpuras heridas sanadas por los labios

    bailemos esta última noche
    pero con la inmortalidad
    de los milenios y sus eclipses
    que nacen en tus ojos
    los cuales desvarían a las auras y los cosmos

    seamos clandestinos amantes del reencuentro
    y desatemos nuestra briosa danza
    de estrellas y alboradas
    (reflejos del espejo de las mañanas)
    sin lágrimas ni sal ni arena
    ni costas ni mares de un naufragio
    sólo con el sabor del merengue
    de un albor de madrugada

    así bailemos olvidando el tiempo
    y sus cuchillos
    y sus fosas extensas
    como la cabellera de Ofelia

    enlacemos nuestros cuerpos
    mientras el piano toca
    el último vals
    que encarcela al corazón
    dentro de la celda de las horas detenidas
  11. Descuido todos mis sueños chamuscados por las colillas de un cenicero, siempre esperando que en la impertinencia de la noche queden teñidos por las sombras de los roces encarnados por una bocanada de humo.

    Suelo dejar caer mi alma hasta la puerta de entrada y su tapete con un cartel luminoso que da la bienvenida a las palomas del fugaz encuentro. Dichosas palomas que nunca llegan y siempre se pierden en los campanarios de mi catedral excomulgada por los santos devotos que promulgan mis vicios.

    Así las penumbras siempre se disfrazan de carmín y ofrecen sucesivas rondas de tragos que decantan como vasos sin fondo.

    Mi embriaguez es tan grande que nunca me doy cuenta que el alcohol tiene gusto rancio, gusto a huesos de un jardín de alados deseos, gusto a resaca de la luna octogenaria con alquitranadas gamas que toman un áspero color a taberna añeja.

    Lo mío es una diana de terquedad que se quiere esconder bajo las faldas de las rameras de un burdel barato radicado en mis ánimos dormidos.


    Postrado, cojo de sentidos, con la voz pálida que se hunde en el Martini y la mosqueta marchita amanezco junto a las ratas que anidan en el desván de mi mente. Así siempre comienzo mis días aferrado a una realidad de musgos y sótanos que pretenden ser rosales y altillos, pero mi obstinación es tan grande que sigo intentando pintar de celestes brumas que se vuelven grisáceas y fingidas anestesias los cielorrasos de lo que una vez fue mi cielo.


    Tal vez sea la soga de la costumbre lo que me ata a las cenizas de un albor consumido, los francos besos femíneos perdidos tras mi espejo, los perfumes de dama de noche bailando el último vals de madrugada, los rasguños y mordidas de las ardientes feromonas que transitan salvajemente sobre las sábanas y la almohada.

    En verdad no sé, es que me pierdo muchas veces dentro de una garganta seca que por más que beba jamás puede siquiera humedecer sus costas de arena.

    Así mi corroído corazón se tiende sobre la mesada del bar más próximo para que el cantinero lo corte en pedazos y lo sirva junto a un cóctel hecho con el licor de una adusta soledad.
  12. Hoy intento que mis inquilinos no quepan en estas líneas; siempre escribo con ellos y, en muchos casos, también para ellos, pero hoy no.

    Hoy escribo para mí, para mi indulgente yo que lo he perdido entre tantos espectros y espejos de lo que era y de lo que soy. Sé que es culpa de todas mis viciadas personalidades que me hacen un aglomerado de placeres y dolencias, pero no quiero saber más nada de ellas, por lo menos por hoy, y escribo para mi yo extraviado.

    Quién sabe, tal vez lea este ensayo y se apiade de mi mente, tal vez vuelva a verlo una vez más antes de volver a los recintos alucinógenos de mi delirio.

    Lo busqué en mi jardín de huesos prohibidos con sus paridas anatomías de rosales de cenizas, en las faldas de mi cielo con sus ideas como puntos suspensivos, en los vagones del tranvía de mi tiempo viajando hasta las costas ninfómanas de mi bajo sexo. Es que lo busqué con las casas empolvadas y viejas de mis escasos momentos de lucidez, siempre escondiéndome ante las celosas y perturbadas personalidades que me habitan.

    Lo busqué, pero jamás lo encontré. Posiblemente se haya fugado una noche en que el plenilunio raptó a mis sueños, no lo sé. Una noche en que la luna sin dudarlo pescó con su trasmallo a todas mis estrellas.

    Pero pensándolo un poco: ¡cómo no se va a fugar!, si a esta hora, entre las diez y las doce de la noche, mi cabeza se vuelve un ring de boxeo en donde todas mis personalidades luchan doce rounds con mis ánimos, sin árbitros ni normas, esperando por el primer nocaut que toque la lona.


    Volviendo al ensayo destinado para mi yo extraviado, a mi París sin su torre Eiffel, pero con el hollín cubriendo todos los rascacielos, ventanales y hasta incluso las nubes de su grisáceo firmamento, a mi trago árido de ginebra, sin digerirse en el hígado de un Gibraltar cualquiera, y con su Enebro embriagado en un paladar que jamás lo saborea. Volviendo a mis huertos que cosechan memorias rancias y en muchos casos hostiles hasta para el mismo alquitrán que destilan mis agallas y osadías consumidas por la monótona nicotina de los burdeles noctívagos de mis soledades en vela. Principalmente volviendo a mis muertes que se ramifican, echan raíces y se hacen inmensos matorrales, que incluso tienen más vidas que cualquier seno que he palpado o vagina que mi lengua ha catado, más vidas que todos los amores Ofelicos de todos mis fantasmagóricos pasados.

    Volviendo a estas oraciones que son para mí mismo, y no son dedicadas para ninguna de esas ciudades que niegan la existencia de los sueños del ocaso, y tratan a cualquiera de loco si ve que todos los ángeles tienen cola, dos cuernos y un tridente, y lo exilian a las profundidades de un baldío de retinas dilatadas por tanto llorar, de ojos quemados en la hoguera por ver tanta flagelación de la misma obscenidad, un baldío que le suministra su narcótico tristón y musgoso volviéndolo un helecho macizo con forma de lápida, en la cual tranquilamente tallan su alias de N/N porque ni siquiera saben su nombre, y ponen: acá descansa un fulano de marchita mente, pero ponen mal porque en vez de descansar deberían poner que agoniza.


    Bueno, algún lector se habrá dado cuenta que ese fulano fui yo, en muchos casos, y admito que siempre fui seducido por la parte de ser fulano, de ser un N/N de nacido y de muerto, de esa manera nadie se fijaba si mi embrión entraba en el óvulo de mi prima o si hacia una marcha con pancartas pidiendo que las putas no cobren y que lo hagan realmente por el arte. Nadie me señalaba con el dedo, nadie sabía quién era, sólo sabían que era el conjunto de un todo y a la vez de la absoluta nada, un andrajoso tristón de un manicomio ambulante, y en lo posible no se me acercaban para que no pueda contaminar también sus vidas.

    Pero eso de ser un tristón, de lluvia alocada y decadente de astros y mártires es el legado histórico y cronológico que llevo a todas partes como libreta de anotaciones en el bolsillo, un diario íntimo que todos los días esculpo con el sudor de la tinta, muchas veces en ellas aparecen mis inquilinos, mis personalidades y hasta algún ánimo de esos que fueron noqueados dentro del ring de mi cabeza, pero siempre hay un minúsculo rasgo que grita buscando la presencia de mi yo interior.

    Me pregunto si algún día lo hallaré nuevamente, si es que, todavía, no lo encerraron en el Borda por loco.
  13. Ella es​
    la niña de la torre más alta
    de una fábula olvidada
    ella es​
    la que perdió los anhelos de ser alguien
    las fantasías de príncipes y hadas
    el tiempo y su cofre de imágenes doradas
    ella es​
    la que anda vestida de cenizas
    oculta tras la cortina negra de la noche
    y su seno de esmerilada soledad
    ella es​
    la Cenicienta sin madrina
    que nunca fue al baile
    la Bella Durmiente que jamás despertó
    la Blancanieves que mordió
    la manzana que la durmió
    por toda la eternidad
    ella es
    la que nunca se cansó de esperarlo
    a él
    / su galán caballero
    / su preciado sueño​
    que llegó para encontrarla
    pero partió sin ella​


    ella es​
    la que anda de luto
    porque su corazón se murió de amor
    y nadie nunca lo quiso amar
    A libelula le gusta esto.
  14. Ver que el infinito se encoje o que el horizonte cae al borde del mundo no es una visión muy confortable que digamos. Ver que hasta tu sombra se aleja en un súbito momento y que tus sueños empacaron las maletas para partir en el tren de las diez hacia un inhóspito e incierto lugar, sólo puede significar una cosa: soledad y más consternación rodeando tu refugio de helechos.

    Cuando los besos y las caricias de un amor se te deshacen entre los dedos y los soldados, pequeños ejércitos de sentimientos, no responden como antes a tus órdenes y mandatos, sólo marchan con rostros apáticos, guiados por un flautista con su lúgubre melodía que los hechiza, para luego lanzarse de un precipicio, no es para nada alentador y ni siquiera es una innovadora manera de suicidarse, ya que fue sacada de un popular cuento.

    Así mismo no te queda otra que acorazarte dentro de otro cuerpo, otra entidad que respira albas y primaveras, pero muchas veces no es tan fácil encontrar ese otro cuerpo, y si lo encuentras que él te admita como un huésped ya es toda una proeza.

    Migrar hacia otras costas de arenas cálidas y de tórridos soles es una hazaña que muchos deberíamos anhelar en ciertos momentos; ¿para qué quedarnos hundiéndonos con el barco? Es verdad, nosotros somos capitanes de nuestro cuerpo, de nuestras emociones y deseos, de nuestra sangre hirviendo hasta secarse como un río en el desierto, pero yo creo que es un tonto el que dijo que el capitán debe hundirse con su barco. Por eso mismo digo que es un deporte sano el de migrar de un cuerpo hacia otro, pero como dije antes: es todo un tema encontrar ese agradable organismo que no te expulse como un ajeno desecho y que te acepte como si fueras su familia misma.

    Por esto que les digo podrían tranquilamente pensar que estoy loco, pero créanme que se puede y se debe, en esos fatídicos momentos, mudarse a otro cuerpo. Esta idea que tengo en la mente, y que todavía no pude concretar, también la tuvieron otros antes que yo naciera. El mismo Oliverio Girondo una vez dijo: A unos les gusta el alpinismo, a otros les entretiene el dominó; a mí me encanta la transmigración.

    Aunque él se refería particularmente a mudarse por un rato y no por tiempo completo, parece que el envase de Girondo no estaba tan deteriorado como el mío, entonces podía volver cuando quería a su morada originaria. Bueno, amigos, mi caso no es el mismo, mi cuerpo ya dijo basta, hace agua por todos lados y se está hundiendo con todo lo que queda de él en un abismo sombrío; los que se pudieron ir como sueños, deseos, emociones, anhelos…, ya partieron, sólo quedó mi corazón y algunos afectos tendiendo de un hilo, antes que se corte ese hilo, debo hallar un cómodo lugar para estar.

    Girondo lo describió como si fuera fácil, pero él no hablaba de cuerpos humanos, trasmigraba a todos los enseres de un ambiente, desde una nube hasta un minúsculo abejorro y la miel de su colmena. Por mi lado, siempre busqué cuerpos humanos y todavía no encuentro alguien que me alquile su cuerpo.

    Miento si digo que no tuve ofertas, hace un par de semanas atrás un árbol andaba buscando inquilinos, yo le dije sin mucho pensarlo que no me interesaba, sólo pensar en el hecho de sentir lo que siente un árbol me daba escalofríos, le cortan las ramas, le tallan la corteza para dibujar corazones, y otras estúpidas iniciales que al mismo Cupido lo avergonzaría, como por ejemplo: J y C juntos por siempre, TKM (como si ni siquiera supieran escribir con los acrónimos correctos), también está el riesgo de que te talen.
    Por todo eso le dije: no, gracias, paso.

    En la misma semana tuve otra oferta del mar; a éste no le di un no rotundo, lo pensé un poco más. Admito que me seducía la idea de ser enorme como el mar, ¿cuántos poetas habrán querido, aunque sea por un día, ser como la fuente de su inacabable inspiración?, pero inmediatamente me acordé de todo ese petróleo derramado, de esa flagelación que sufre día a día por toda esa contaminación esparcida, y como si eso fuera poco, dudaba en que me acostumbre a ser el mar con todas esas responsabilidades hacia todos los seres marinos que alberga por toda mi vida. Por lo cual también rechacé esa oferta.

    Sé, amigos, lo que están pensando: ¡qué exigente es este fulano! Y tienen razón, era bastante exigente para buscar hospedaje, es que estaba pensado en que tendría que ser perfecto ya que sería de por vida. Pero, bueno, con mis condiciones críticas ya perdí las exigencias, y como diría el viejo dicho: cualquier tren me viene bien.

    Busco desesperadamente un cuerpo, humano o no, animal o vegetal, de este mundo o de otro, que me hospede y me trate como un integrante o incluso un utensilio más de su vida. Se habrán dado cuenta, con estas últimas oraciones, que las pretensiones ya las tiré por la borda, y si plasmo y hago pública mi locura es porque en verdad ya estoy desesperado.
    Sólo pretendo, con algo de fe que me queda, que alguien lea este anuncio para apiadarse de mi pobre y extenuado hálito con un dejo de aliento, con harapos de carne y hueso, y así me ofrezca una humilde morada en su cuerpo.

  15. Hay momentos en que las palabras se vuelven un bache del silencio, una fina y delgada línea de la soledad y sus puntos suspensivos.

    Es que muchas veces no podemos emitir palabra alguna en los concluyentes y fatídicos sucesos de la vida, no es que no queramos expresar lo que nos ocurre frente al desatino y su aliento, es que por más que intentemos gritar todos los vocablos habidos, ellos no quieren aparecer, se hacen un nudo con la lengua, se quedan atravesados en la garganta, y no pueden pasar la barrera de la faringe para bramar con libertad nuestro dolor.

    No hay un lenguaje capaz de afrontar los finales, la partida, sin retorno, del amor, la tropical estación de bienestar alejándose con presteza en su tranvía de éxodo, y nosotros, ante la impotencia de nuestra expresión, quedamos atónitos y pálidos por el shock del destino y su efecto. Si es que le podemos echar la culpa al destino por ese mal sabor de boca y esa herida en el corazón que nos brota. ¿Será el destino el culpable o serán nuestras pasadas acciones y errores que dictaminan el crucial juicio de ese triste momento? ¡Qué importa eso!, sea uno o otras, están todos relacionados entre sí.

    Yo siempre fui un defensor de las palabras y su lenguaje, pero en esos instantes de mala suerte, por así definir al adverso suceso, son tan inservibles, inútiles en todo su conjunto y magnificencia, y nos dejan tan solos y abatidos, tan derrumbados en los pasadizos de la agonía, sin que ellas sean capases de mover un músculo para tirarnos una soga y sacarnos de ahí.

    ¿De qué nos sirven las palabras en esos intervalos de lacerante desprecio hacia nuestro corazón?

    No niego que las palabras son poderosas, incluso más fuertes que la espada o una escopeta, y muchas veces nos ayudan para comunicar nuestras emociones, tan vitales para que otro ser se entere de nuestro querer, ¿pero por qué ellas no aparecen cuando en verdad más las necesitamos?, ¿por qué no pueden o no quieren rescatarnos de esos penosos segundos y nos dejan en ausencia?

    No tengo una concreta respuesta, sólo se me ocurre que no lo hacen por simple pereza, tal vez por lo egoístas que son, ya que tienen que ejercer un trabajo mayor para expresar las emociones lastimadas por los hechos, y prefieren dejarnos solos con nuestra pena antes que esforzarse lo suficiente. O es eso, o es que, por más poderosas que son, no tienen la fuerza suficiente para afrontar ese terrible instante de dolor.

    A veces alguna palabra se rebela ante el resto de vocablos, como si la subversiva expresión quisiera vociferar nuestros hundimientos irrevocables, y así logramos tartamudear algo que parecería una palabra, pero que rápidamente se pierde en el intento de la expresión o el resto no lo permite y la amordaza, ya que si una logra salir de nuestra garganta, el resto también debería expresar nuestras emociones.

    Por todo esto digo que las palabras son traidoras. ¿O a ustedes nunca les pasó sentir una ausencia de vocablos salvadores, como una religión a la que siempre acudieron y ese día los defraudó?

    A mí me pasó y me pasa actualmente.

    Cuando mi amada se marchó…, fue muy clara conmigo, dijo: lo nuestro no va más. Los dos, bien, sabíamos que lo nuestro por mucho tiempo no podría resultar.

    Yo quise decirle que no lo sabía hasta el momento, que la amaba, que estaba construyendo una nueva vida, que no se vaya, que si tal vez intentábamos de otra forma podría funcionar; pero no dije nada. Todas las oraciones estaban en mi mente queriendo estallar, pero las palabras no aparecieron.

    Palabras traidoras que no dejaron expresar mis emociones, y que, tal vez, si una sola hubiese protestado, si alguna simple vocal unida a una consonante, o una simple onomatopeya hubiese hecho cosquillas en mi lengua, un insignificante “¡AY!” hubiese escapado de mis labios… No lo sé, tal vez la historia hubiese cambiado. No lo sé en verdad, pero hubiese podido expresar y desahogar mis sentimientos.