La escalera en forma de caracol subiendo hasta el segundo piso. Arriba, en la habitación, Alicia coge un cuchillo y se lastima las piernas, justo debajo de su falda, hasta pensar que ha dejado de ser virgen. Abajo su padre haciendo eternas guardias como un centinela insobornable que trunca el paso. Por la ventana no hay dragones ni príncipes ni florecidos rosales a la vista, sólo la noche y su silencio se presenta con su atuendo de costumbres medievales. Manchas en la colcha de gotas de sangre mezcladas con lágrimas son las claras evidencias de los fallidos intentos del rigor del vigía y que Alicia ha dejado de ser una niña.
Hoy las distancias se acortan, nacen en las manos, mueren en los sueños. Y mientras dormimos trazamos como astrales conspiradores nuestros planes de fuga del mundo.
A veces, simplemente, soy el poema sin recitar oculto en la memoria, una bienvenida y a su vez una cercana despedida, un reconfortante y también un frío aliento. Por supuesto soy una fecha o un calendario detenido en la estación del recuerdo, una ciudad que jamás duerme buscándote, un pañuelo cayendo en el andén cuando el tren parte, un café negro y un cigarrillo frente al vals de la lluvia, una lágrima en tu mejilla, un mechón de tu pelo, un pedazo de sonrisa, hasta soy la suave caricia que tú me das con tus manos de niña. A veces soy la musa cantora o el zorzal chillón de ese apasionado suceso que guardo como una preciada fotografía en la cómoda. A veces soy un soñador que te obsequia la luna o el ebrio trotamundos que se pierde en los jardines de tu sombra. Pero siempre o en la mayoría de los casos soy ese privado silencio de medianoche en donde cuelgas tus más íntimos sueños.
El extraño aullido de un perro con la letal herida del hambre recorriendo las esquinas revolviendo la basura desamparado deambula con pasos agigantados de urgencia dejando huellas invisibles en la memoria del asfalto con su última esperanza busca con ansias en los restos de sombras hallar aquel manjar sobre lo que queda de migajas (…) hay hambre en el cigarrillo encendido en el agónico murmullo del estómago en el húmedo sexo que dejó la mañana como todos los días hay hambre en la noticia de un diario que miente el hambre.
Abro el anotador y busco una letra al azar, tal vez, una letra perdida, eco de una resonancia infinita, una letra verde esperanza, una letra que habla en silencio, una letra que hace una parodia de la soledad a una hora de avión que vuela lejos, muy lejos de esta casa.
¿Cómo se puede ahondar en los ríos que no habitan el corazón? Es imposible soñar con la mar que jamás has visto; pero, así y todo, es muy probable que un poeta diga versos hermosos y a su vez fríos como el mármol de una lápida. ¿De qué sirve la rosa si no conocemos su causa, sin sentir la sangre que cae gota a gota de sus espinas?
Los años que vienen me dan un escalofrío en la panza y un monstruo en el corazón. Crecer es más complicado, mucho más complicado de lo que yo podría recordar.
Escribo como una manera más de hablar, y lo hago para que nunca callen los fantasmas, habitantes del vacío y el polvo. Escribo en la calma del ojo de la noche, en el sobresalto que cruza el precipicio de la muerte, eco de un infinito y angosto silencio. Escribo para saber quién soy, para ser más que el resplandor de la sombra, para que se revelen los rastros de tinta y pueda reconocerme sobre un papel garabateado. Escribo en el envés del silencio que todos callan las palabras que todos sueñan y no siempre se animan a hablar. Escribo como una manera más de hablar cuando nadie me oye “para que en la intimidad, por un instante, ella me escuche”. Escribo como una manera más de hablar un lenguaje secreto capaz de ser imborrable por el tiempo; y así hablo, hablo conmigo y también logro hablar con mis otros, hablo hasta caer en el renglón de la hoja, ese renglón desnudo que únicamente se detiene frente a los ojos, anhelando que en algún momento la noche me conceda alguna respuesta.
Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura,que esta horrible infección, ¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza, tú, mi ángel y mi pasión! Charles Baudelaire (Una carroña/ Las flores del mal) Un día llegaste sin que me entere, sin golpear la puerta, sin presentar una distinguida formalidad, sin exageradas muecas ni señales extrañas, sin ideas alocadas, sin generar alboroto. Un día llegaste de lo forma más insignificante, más diminuta. Llegaste sin que te pueda ver, me diste una molestia y ni siquiera insististe en quedarte. Es que simplemente fuiste eso, una basurita en el ojo. Pudiste haber sido otra cosa: un amor profundo, un dolor en el pecho, una noche de ensueños, un fantasma del recuerdo, un nombre de esos de los que viven por siempre, una alondra y su revoloteo, la caricia de la flor; pero no, fuiste una basurita en el ojo.
Que oscuro sortilegio trae la noche con sus pesadas alas de ángel. Me repliego en mi esquina a ver como la hoja trémula, nerviosa de tinta narra estos vacíos de estrellas con la fuerza de un clavo sellando el ataúd. Una vez más me presto al réquiem de las sombras solamente para intentar resistir la evocación de la rosa, aun muriendo.
Hay momentos en que sentimos tanta bronca acumulada, tanta negra ira que nuestra tinta derrochada en el papel no escenifica el verde fresno, los mirasoles, sino simplemente los marchita. La hoja en blanco se vuelve el centro de nuestros navajazos; y el poema deja enterrado en un sepulcro de puntos suspensivos al vecino mientras lanza cada verso al mundo como un cardumen de insaciables pirañas. En esos momentos, estamos cabeza a cabeza con el mismo Dios, y sentimos lo mismo que él sintió cuando nos creó: miedo al ver la obra terminada.
En cada pliegue de nuestros viejos caminos, de esos senderos recorridos miles de veces se esconde el polvo de las traiciones, las cenizas chamuscadas de algunos sueños, ansias, temores, cláusulas y tabúes; también la furia de la tormenta que agita las hojas cayéndose de los pergaminos de la memoria. En cada pliegue de nuestros viejos caminos, de esos senderos recorridos miles de veces quedan las hojas desparramadas para que los otros, que vienen detrás de nosotros, las encuentren y las lean.
“contigo, pan y cebolla, pero que no falten las cervezas y también las putas” Se puede decir que no soy un hombre machista; pero, en cierta forma, a ella siempre la tuve dentro de un puño, hasta que llegó el día que me miró fijo y me dijo: —Eres un insensible, un simple charlatán, un pedazo de mierda y estoy cansada, harta de tu haraganería, de tus modales apestosos, de que tus ojos se desvíen al primer culo que se menea. —Y continuó—: Me voy a la casa de mi madre. No me busques ni me llames. Es que no siempre podemos tener un as bajo la manga o a veces nos quedamos sin apostar, aún teniendo una fija, antes que el croupier diga: ¡No va más! Su repentino exabrupto me tomó por sorpresa aunque era cantado que la relación se mantenía por el simple hecho del aguante y la costumbre. Fue así como ella un día partió y yo, simplemente, la miré con una mirada relajada, prácticamente lánguida desde la mecedora mientras sostenía mi cerveza. Se subió al taxi y partió y creo que fue en ese instante cuando ella se dio cuenta que la libertad no es compatible con la alianza de casados, que la libertad tiene mucho de egolatría, de soledad y de poder decir: no tengo porque aguantar más los pedos hediondos que se echa el otro, aunque ese otro sea el primer amor; —algo que yo tuve siempre bien claro— y que el amor, —bueno— el amor es algo de lo que se puede hablar luego, muy luego, cuando tengamos tiempo de sobra para aburrirnos dentro de la tumba.
De golpe desperté con un dolor de cabeza insoportable y unas presurosas ganas de vomitar todo en el inodoro. Camino al baño me encontré con la escena, para mí, más impensada: un par de botellas de whisky volcadas sobre la mesa, los cigarrillos “esos que huelen sumamente raros” consumidos en el cenicero. Un sendero de lencería femenina que conducía hasta el cuarto. En la habitación, recostada sobre la cama, una infartante morocha completamente desnuda. No recordaba su nombre ni quién era o de qué bar pudimos haber salido juntos. Ni siquiera podía recordar si había decidido salir esa noche. Lo único que podía tener bien claro era que una mujer así ni la hora me daría a menos que salga con una billetera forrada en gita, y estar forrado en gita no es justamente lo mío. Solamente pensé en dos posibles opciones: el mundo se volvió loco o el descuartizador de Milwaukee preparó todo este espectáculo.
La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión persistente. Albert Einstein A veces el futuro desea ser el aquí y el ahora el aroma del presente de las flores el ejido frondoso del sutil roce de la mujer actual en la soledad del aposento la brisa silvestre la caricia perfecta del alba filtrándose por la persiana en el ahora a veces el futuro/ harto de esperar desea el día a día y no soporta más las ganas de ser la inagotable gota de esperanza ya consumida en los sueños logrados es que a veces el futuro se muere de ansias de insoportables ansias y envidia el aquí y el ahora de todos de cualquiera hasta del más intrascendente ser pequeño o grande niño o viejo cuyo nacimiento cuya sentencia o muerte habla más mucho más que mil palabras que escondemos en el silencio a veces el futuro también envidia el minuto cristalino inalterable del pretérito ese que especialmente duerme su sueño azul en el cofre imperturbable del recuerdo en una enigmática burbuja jamás corrompida por el tiempo.