1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. Blancos, indelebles,
    tonos claros de un cristal
    que filtra la luz y también la sombra.

    Muecas pulcras
    de la gracia de Dios.

    Libres vuelos que planea
    en el envés del silencio,
    en el profundo argumento de la noche.

    Letras expectantes,
    ansiosas, febriles
    por los músculos de la lapicera
    en su tinta.

    Impoluta necesidad que se plasma
    y se bifurca
    desde la joven raíz de la memoria
    hasta la longeva historia con su punto aparte
    y concluyente.

    Inmortal hoja de papel
    que predica el espejo
    de la garganta del zorzal.

    ¿Será que los poemas son la receta perfecta
    capaz de crear vida del escombro y las cenizas?

    Pues, voluntad de sobra poseen, sólo queda
    que los ojos del lector
    encuentren su pródiga ruta.
  2. Pasan rápido las estaciones
    los días descolgándose del calendario


    pasa rápido el céfiro con su atavío etéreo
    de eterna zakura
    la mueca perfecta de la mañana
    la sonrisa del alba
    el cielo nevado y también las grullas y
    los últimos campanarios


    pasa rápido la historia
    recorriendo con su tren exprés
    el polvo y las sombras
    el árbol viejo
    desde la rasgada raíz
    hasta sus frágiles ramas desnudas


    ese mismo árbol que una tarde
    murió de pie
    y dejó caer todas sus hojas
    con los nombres
    en silencios gravados


    pasa y pasan rápido


    pero a diferencia del argumento
    y su manto de indiferencia que pasa
    casi volando


    esas hojas con los nombres en silencios grabados
    allí
    en la estación de la muerte
    desde aquel tiempo
    se quedaron.
  3. Cuando hacemos silencio
    ante la última bocanada de oxígeno
    que nos puede ofrecer un ahogado

    la aberrante colisión del naufragio


    los lejanos suspiros de islas
    varadas
    en la diplomática muerte azul
    del mar


    silencio de frente a la nada
    y el saturado todo


    silencio de las cenizas nuevamente prendidas
    para ser otra vez incendiadas


    silencio de la eufonía del viento
    levantando el polvo de la arena
    sobre los nombres/ la historia y
    las lápidas


    silencio de la tela de araña
    tejida
    como una trampa letal


    silencio del brindis
    de copas
    quebradas


    silencio demudado ante el canto
    de un jilguero


    las caderas estrechas

    las mejillas ruborizadas

    la inocencia sin vestidura
    dejada
    en la alcoba de la mujer


    la sombra desnuda del cuerpo y el alma
    del instinto animal


    la pesada cruz añejada
    y la crucifixión del palo santo


    cuando hacemos silencio
    cuando deberíamos vocear
    sin insubstanciales nomenclaturas
    ni encogimientos


    sin preludios de letargo
    ni censuras


    no nos damos cuenta
    que nuestro congénito silencio
    berrea
    como un niño temeroso en la profunda tormenta
    de la noche.
  4. Tierra donde los hombres
    nombrando a Dios
    quitan la vida de otros hombres

    tierra donde los hombres
    nombrando a Dios
    cavan sus propias sepulturas

    tierra donde los hombres
    nombrando a Dios
    levantan murallas/ exilian
    denigran y conquistan

    tierra donde siempre es de noche
    y los hombres
    nombrando a Dios
    se preguntan
    por el alba de los días

    tierra donde los hombres
    nombrando a Dios
    preguntan por el consuelo
    de sus vidas.
  5. En aquel otoño
    tu recuerdo galante y enamorado
    no cayó
    con las últimas hojas del viejo olmo

    ni en las horas del té de tilo
    de las largas tardes


    es que tampoco se acercó
    como ardidas cenizas
    apunto de encender el fuego de tu nombre


    en aquel otoño
    la sombra de tu antigua lejanía
    entumeció hasta la nieve del contiguo invierno


    y los acaecimientos de la carne
    sudaron la helada brisa
    del postremo beso
    silente
    del ángel.
  6. Իմտատիկը (A mi abuela)​



    En la noche extensa
    todo lo que queda es el rito de una tenue vela
    con sus pausas
    por el resuello del silencio.

    Las blancas calas
    como frías vírgenes del alma de Dios
    y una lápida
    que una y otra vez
    enciende las letras de tu nombre
    de entre las cenizas
    de la mente y su resurrección.
  7. El interior de la oreja de un anciano que jamás se baña.
    Los dientes amarillentos y careados por la nicotina. En realidad, los dedos
    o cualquier parte del cuerpo amarillento por la nicotina es una imagen sórdida.
    Un ojo en compota.
    Las lágrimas de una mujer golpeada
    detrás de una escena que deja una botella de whisky vacía
    y un vaso volcado sobre la mesa.
    Un revolver sobre la mesa al que aún le sale humo de su caño
    y un charco de sangre en el suelo.
    El cielo cayéndose a pedazos.
    Los alambres de púas en la cima de una alambrada
    que divide el exterior del interior de un campo de concentración.
    Un maletín sospechoso dejado por un musulmán
    en un concurrido lugar público.
    Las lápidas sin nombre. Las fosas abiertas.
    Ciertas hojas de la historia escritas por los prejuicios de los hombres.
    La cámara de gas. La silla eléctrica. La inyección letal.
    La sala quirúrgica de una clínica
    en la que se llevan a cabo los abortos clandestinos.
    Las mordazas y los grilletes, más aún si estos están oxidados.
    La camisa de fuerza que inmoviliza a una persona
    sobre la camilla de un hospital psiquiátrico.
    Un sacerdote que absuelve a un grupo de reos (asesinos y violadores)
    de todos sus pecados.
    Un bebé llorando dentro de un contenedor de basura.
    Los harapos de un mendigo cualquiera. La gente que pasa con indiferencia
    sin siquiera voltear la mirada o ofrecer una moneda
    a dicho mendigo.
    El mundo andando patas para arriba.
    Definitivamente una imagen sórdida
    es el mundo perdiendo lo poco que le queda de cordura.
    Los seres humanos que jamás aprenden,
    y vuelven una y otra vez
    a cometer las mismas necias e imperdonables estupideces,
    son también una imagen sórdida.
  8. En mi esquina
    de luna enjuagada por las lágrimas grises de la conciencia
    veo la vida pasar.
    Mis pupilas se detienen en la noche.
    Parpadean los segundos, las distancias,
    las ansias, los sueños.
    Parpadean prendiendo luces y oscuridades,
    nombrando y callando mis alias y nombres
    como nuevas fotografías
    que al revelarse se amarillentan.

    Así pasa un tren exprés
    sobre miles de estaciones
    abandonadas
    en las que nunca hubo tiempo para detenerse.

    Pasa fugaz
    como una estrella que perdió su oportunidad
    de conceder un deseo
    o incluso de apagarse en el mar.

    En mi esquina
    yo soy un expectante más de mi multitud de saturaciones y vacíos,
    un fantasma frente al espejo,
    una simple colilla arrojada al cenicero
    que una vez se encendió, hizo humo
    y consumió con vigor horas de insomnios,
    latidos y recuerdos,
    pero hoy ya ni es capaz de satisfacer los vicios
    de un pulmón enfermo.
  9. Yezning corta tres hojas de laurel y un ramito de cilantro de su jardín.

    Un niño de apenas cinco años
    vio como un grupo de soldados otomanos mataron a su familia
    y quemaron su casa.

    Yezning pica las cebollas, un pimiento
    y los dientes de ajo.

    Un grupo de soldados turcos
    abrieron con sus bayonetas el vientre de una joven embarazada
    para saber si su hijo era varón o mujer
    y así saldar sus habituales apuestas.

    Yezning agrega las hojas de laurel, el ramito de cilantro,
    la cebolla, el pimiento y el ajo en una olla para empezar
    a cocinar a fuego lento la salsa.

    Se entregó por radiodifusión el mensaje
    de que por cada armenio muerto se abrirían las puertas del cielo.
    Así, también, los lugareños
    empezaron a ser parte de la inescrupulosa caza.

    Yezning corta unos trozos de cordero y se los agrega a la olla.

    En el ferrocarril de Anatolia
    cientos de armenios deportados murieron de asfixia.
    Otro grupo de armenios murieron intentando cruzar a pie
    las ardientes arenas del desierto de Der Zor.

    Yezning toma un par de tomates y los pica para terminar la salsa.

    Aurora Mardiganian
    atestigua sobre el genocidio
    relatando cómo un grupo de 16 mujeres fueron golpeadas, violadas
    y por último empaladas por el ejercito otomano.

    Yezning toma otra olla y en ella le agrega agua,
    un poco de sal y una gran dosis de lágrimas.
  10. Todavía conservo el viejo suéter de lana de cachemir,
    algo rasgado, decolorado,
    con agujeros e incluso sin que ya me entre.
    Ese mismo suéter que pasó de generación en generación
    y una tarde de junio
    me lo obsequió mi abuela.
    Ese mismo suéter que a toda nuestra familia
    la vida nos ha salvado
    frente a los temibles e implacables fríos.

    Lo más lamentable es que nunca nosotros pudimos
    corresponder el favor y hacer lo mismo
    enfrentando las balas y las esquirlas de las explosiones
    para salvar las vidas de todas esas personas
    que lo tejieron.
  11. Aún los escucho gritando
    desde las profundas y turbias aguas del Río de la Plata
    como ecos de otro Titanic,
    uno más que la historia de la Argentina
    ha sepultado detrás de sus páginas.
  12. La pequeña Julia juega en su cuarto;
    para ella la infancia siempre será un verde lino,
    trocitos de precisos níqueles, floridas azucenas, espigas doradas
    guardadas en el ropero.
    También alguna blanca golondrina dejando sus aterciopeladas huellas
    en las nubes, en el cielorraso de su habitación,
    en el mediano sol que cae sobre la tarde.
    Y jamás olvidar a los barquitos de papel
    con sus velas en alto, navegando en el mar abierto,
    persiguiendo quimeras.

    La pequeña Julia juega en su cuarto;
    y detrás de la ventana
    pasa la vida presurosa con las maletas recién hechas
    para tomar el último tren que parte hacia la transición de los años.

    La pequeña Julia juega, brinca, corre, vuela y sueña en su cuarto;
    y detrás de la ventana
    pasa la vida
    tan velozmente que se vuelve muerte
    dejándole solamente, a modo de despedida, una carta
    para que esta pequeña niña
    al despertar la lea
    y se vuelva de golpe una mujer.
  13. La noche llega con sus jóvenes razones
    para golpear las paredes de este viejo y rutinario tiempo.
    El rastro de pesadumbre deja un semblante de polvo
    en el horizonte,
    un manso recuerdo de sangre estival
    que hiberna en las cavernas de lo que pudo ser,
    de lo que jamás será.

    Los sueños decantan con sus cansados pies
    en las arenas de la vejez
    como trasatlánticos encallados
    en la profunda mar de una arritmia de adormecimiento
    y las golondrinas se pierden en sus antiguos vuelos grisáceos
    de lejanos horizontes.

    Así, en su rincón de fotografías y postales
    marchitas de jardines de rosas,
    el viejo corazón
    estalla en un latido mudo de ausencia.

    Fatigoso, agotado, consumido
    por tanta mascarada de temores y prudencias,
    hoy decide escribir sobre el murmullo de aquella
    alba prematura, las cenizas de aquella promesa,
    la innegable caricia
    que le ofrece aquel adolescente fantasma
    oculto en el silencio de su muerte.
  14. Frente a los vivos lilas y carmines,
    tonos libres de un cuadro de febrero,
    se encienden las cenizas de aquel tiempo
    en que los ruiseñores anidaron
    dentro del corazón.

    Los pájaros de piedra cobran vida,
    abren sus alas, vuelan con su canto,
    comparten a la abeja con la flor
    y a las errantes nubes del verano.

    Elevando la vista al franco cielo,
    el viejo corazón amanecido
    deja por un instante los temores
    y los largos exilios.

    Así emprende su vuelo de pasiones,
    como si fuera un niño alborozado
    montado en los alones de Cupido.

    El viejo corazón,
    con ansias de muchacho,
    sueña con encontrar su nombre junto
    al de ella cincelado sobre un árbol.
  15. Nosotros los excluidos, los del pasillo del éxodo,
    los que llenamos las tumbas del olvido,
    los que anduvimos en la noche
    de puntillas, con pasos de cristal,
    cuidadosos por no hacer el menor ruido.


    Nosotros,
    los que fuimos carroña de las bestias
    en el comedor.

    Nosotros aprendimos a prescindir de las palabras
    incluso de los tonos claroscuros de los sueños,
    del cielo y sus errantes nubes de abriles,
    de los nombres, de las lágrimas agrias y dulces,
    de las máscaras de la alegría,
    de los agudos latidos…


    Aprendimos a ser silencios anónimos,
    fantasmas y despojos, rostros invisibles en el tiempo;
    pero así y todo
    nos volvimos runas descifrables de la sangre
    del dolor, el temor y la muerte.