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  5. Llamamos a ´La Santa Biblia´, “El Libro de los Libros”. Si la hemos leído tan sólo una vez, veremos acumulada la historia de un inicio. El tiempo transcurrió… no detuvo su andar. Y, pasaron décadas, lustros, siglos y milenios, hasta que, una buena nueva, trajo hasta nos, a Jesús, El Cristo, el amado hijo de Dios.

    El antiguo testamento es la parte primera, en donde se plasmaron las venganzas con idiosincrasia innata. El odio aún destruye, y, las guerras, aún nos matan; la mentira sigue siendo enseñoreada; la historia del más fuerte sigue su rumbo y, el ”ojo por ojo”, continúa vigente, sembrando el precedente, haciendo más fuerte al fuerte y más débil al débil; la justicia, no existe y, si respira, es menos justa y más ciega.

    La historia nos muestra cómo se consolidaron los hechos asombrosos: Moisés salvó a su pueblo en cautiverio; Jesús llevó la verdad de los hechos a Adonai, el Señor, Padre Universal y Jerarca de los cielos. Moisés se descalzó ante la zarza ardiente, y escuchó la voz de un trueno que con fuerza le ordenó: “¡quita las sandalias de tus pies, que el lugar que pisas, Santo es!”.

    La tierra prometida no conoció Moisés. Sólo le fueron dadas las ”Tablas de la Ley”, en las que se plasmaban las diez reglas del Rey, que son los mandamientos -por todos conocidos- en los que no hay revés.

    Jesús a los leprosos las llagas curó; con tres días de muerto… a Lázaro resucitó; los ciegos al tocarle recuperaban la visión… son tantos sus milagros que, ¡no hay comparación! Y, lo que he dicho antes, alarmó al Sanedrín… Anás y Caifás le condenaron a morir.

    El Monte de los Olivos será siempre el testigo de los cuarenta días en que Jesús, con fe, oró, sacrificio que le ayudó a no caer en tentación, cuando Satán solicitaba su fiel adoración, poniéndole a prueba por ser Hijo de Dios.

    Con hiel y con crueldad pagó burda condena. Fue tanto su amor por nosotros que, aun en agonía, a Abbá, suplicó perdón. Obviando el dolor de la corona de espinas -que despiadadamente clavaron en su frente- solicitó la absolución de nuestros pecados -sin pensarlo dos veces- y, con voz entrecortada, desde la cruz dijo: “Padre, ¡perdónalos!, porque no saben lo que hacen”.

    Nuestra falta de amor y de fe nos sigue convirtiendo en pobres y desgraciados; en seres humanos erráticos que, como el judío errante al garete divagamos dispersados por La Tierra sin ley y sin honor.

    Han pasado dos mil veinte y dos años desde su llegada. Después de la traición que provocó su muerte, un mil ochenta y nueve veces, ha dado la vuelta el sol; mas no escarmentamos... el ego y la soberbia no nos dejan avanzar; y la vanidad y las ansias de poder, hacen que sea difícil poder reivindicar nuestro mal proceder.

    Nuestra frase favorita: “perfecto sólo Dios”. Es ¡hipócrita excusa!, ¡mentirosa apariencia!, demostremos con hechos que tenemos clemencia, tomando en cuenta lo que dijo el Señor: “no oses por favor pedirme perdón, si aún no te atreves a perdonar a tu hermano”; pero, es mucho peor no poner atención, al nuevo mandamiento que nos legó y enseñó: “ámense unos a otros, como los ama Dios”. Es menester recordar la señal de los cristianos -como reza una canción- ”es amarnos como hermanos”, pues en la vida y en la muerte… “Dios nos ama para siempre”.

    Hoy, es “viernes de dolores”, de dolores del cuerpo y del alma. Hay brasas que queman y quitan la calma porque, nada puede incinerar el karma; yo, sigo alimentando mi espiritualidad y en esta otra efeméride anual, me atrevo a concluir con el final de la tonada: “quien a sus hermanos no ama, miente a Dios si dice que ama”.

    ©Barillas Katia N.
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  6. Hoy, vengo a conjeturar analizando lo acontecido hace cuatro décadas. Este día se conmemora el 40 Aniversario de la guerra entre Argentina y Reino Unido por la disputa de las Islas Malvinas; es un problema con saldo de arrastre desde hace siglos. Haciendo una investigación al respecto, encontré datos históricos que hablan de cómo se originó todo.

    Las Islas fueron descubiertas en medio de la expedición de Magallanes en el año 1520. A partir de ese momento fueron registradas en la cartografía europea con diversos nombres y quedaron dentro de los espacios bajo control efectivo de las autoridades españolas.

    En el curso del siglo XVII, las Islas Malvinas fueron avistadas por navegantes de otras naciones que se aventuraban en los dominios españoles a riesgo de la reacción y las protestas de España.

    La Paz de Utrecht, firmada en 1713, aseguró -en ese entonces- la integridad de las posesiones de España en América del Sur y confirmó su exclusividad de navegación en el Atlántico Sur.

    Inglaterra aceptó dichas cláusulas. No obstante, hacia mediados de ese siglo, las Islas Malvinas comenzaron a ser objeto del interés de Gran Bretaña y Francia, que aspiraban contar con un establecimiento estratégicamente ubicado frente al estrecho de Magallanes.

    La noticia fue publicada en medios de los Estados Unidos de América y del Reino Unido, sin que recibiera comentario oficial alguno en esos países. Era el puntapié para la guerra de Malvinas. Gran Bretaña tampoco manifestó pretensión alguna a las Islas Malvinas en el proceso de reconocimiento del Estado argentino, que culminó con la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación de 1825.

    Ahora veamos ¿qué fue lo que pasó el 2 de abril de 1982? En esta fecha dio inicio el conflicto armado entre Argentina y Reino Unido, ya que la dictadura cívico-militar del General Leopoldo Fortunato Galtieri, el Almirante Jorge Isaac Anaya y el Brigadier Basilio Lami Dozo decidieron recuperar el territorio en mención e inició el desembarco de tropas argentinas en las Islas Malvinas (tomadas por Inglaterra en el año 1833). El conflicto armado concluyó el 14 de junio de 1982 con la rendición de la Argentina y provocó la muerte de 649 soldados argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños.

    Es increíble que a nadie le importe que niños inocentes paguen con desunión familiar; con desplazamiento, hambre, pauperismo y hasta pérdida de vidas. Los “führer” de actualidad, con tal de mantenerse entronados, mangoneando, avasallando y sometiendo a antojo a otro igual, les da lo mismo quién vive o quién muere. Y las madres se tragan el llanto al perder un hijo que fue a pelear una batalla que no era suya -dizque por defender la patria-; los huérfanos se refugian en el recuerdo difuso de las imágenes creadas de progenitores que no conocieron; el dolor, se esconde en lo profundo del ser y muchos se cuestionan ¿dónde está Dios? Otros, se arman su propia película y matan y destruyen en su nombre; siempre habrá un chivo expiatorio en quien descargar tanta “mea culpa” y ellos, los señorones politiqueros, oligarcas, aristócratas, dictadores, esbirros, caudillos, etc., siguen poniéndonos la bota en el pescuezo, llenando sus bolsillos, disponiendo a diestra y siniestra de nuestros descendientes a quienes convierten inescrupulosamente en “héroes y mártires” y nos dicen que “son de los muertos que nunca mueren” y nosotros seguimos dejando que nos manoseen el “coco” y a todo decimos mecánica y sumisamente, como hipnotizados por esa bola de mal vivientes: “bien, gracias” en vez de decir “¡basta!”.

    Dicen que tendemos a avanzar en la medida que se nos permite y el hombre -uno más astuto que otro, porque hay quienes nacen para mandar y quienes sin querer se ven obligados a obedecer- ha tratado de mantener cuotas de poder que le ayuden a seguir pisoteando la dignidad de sus semejantes.

    Los descendientes del mono son una máquina que destruye los pocos valores que aún algunos pocos guardamos como principios morales y sociales adquiridos en el seno familiar. El egoísmo, la envidia y la maldad hacen que brote el germen putrefacto y miserable que marca las diferencias entre integridad y corrupción y la huella indeleble queda tallada al paso. Como seres vivos, en vez de evolucionar en pro del bien común, involucionamos en pro de nuestra propia destrucción.

    En todas las épocas hemos visto cómo el más fuerte se traga al más débil. Lo vemos -inclusive- en el reino animal, aunque, valga la salvedad, el “modus operandi” de los animales es instintivo y no racional; sin embargo, el hombre, como bien lo clasificara el poeta costarricense Jorge Debravo, al ser “un animal con palabras”, actúa en pro de la retroalimentación de su ego sin preocuparse del bienestar de quienes conviven y comparten su entorno. El “homo sapiens” se ha caracterizado por mantenerse en la cumbre de la jerarquía, así sea pisoteando a quien le dio vida; lo vemos claramente en la rivalidad suscitada al inicio de los tiempos entre Caín y Abel; Caín, es el primogénito de Adán y Eva y se dedica a la agricultura, mientras que Abel, es pastor. Ambos hermanos hacen sendos sacrificios a Dios. Abel le ofrece un primogénito de su rebaño y grasa, y Caín los frutos de la tierra. Dios mira con agrado al sacrificio de Abel y no al de Caín y allí se suscitaron los sentimientos crueles de un hermano en contra del otro que bien sabemos que terminó en tragedia, pues, Caín asesinó a Abel. O bien, el caso de José, hijo de Jacob y Raquel. Hago un paréntesis para recordar que Jacob fue renombrado por Dios con el nombre de Israel y hasta hoy le conocemos como “padre de los israelitas”. José, despertó la envidia de sus medios hermanos al ser el hijo favorito y el más amado por Jacob y fue vendido por ellos como esclavo a Potifar, capitán de la guardia del faraón de Egipto.

    Es así que, desde entonces, hemos venido de tumbo en tumbo y de tambo en tambo. No hemos aprendido a confraternizar. La tolerancia entre nosotros como tribu, es cero. El arte de ignorar lo poco importante, no existe; nos tomamos a pecho los comentarios malintencionados y comenzamos a vivir vidas ajenas dejando de lado la propia. Como dijo el poeta nicaragüense Rubén Darío en una de las tantas partes de su po-cuento “Los Motivos del Lobo”: ´… En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste. Mas el alma simple de la bestia es pura´.

    Aquello fue al inicio de los tiempos y también, se dio en el famoso siglo “decimonono” (como solían llamar en su exquisito léxico los clásicos poetas del movimiento marti-dariano al siglo XIX) con las guerras suscitadas de: 1. La Banda Oriental, Brasil y Argentina; 2. La Guerra de la Triple Alianza y 3. La Guerra del Pacífico. Y en el siglo XX tenemos: la “Gran Guerra” como se llamó a la I Guerra Mundial (que duró del 28 de julio de 1914 al 11 de noviembre de 1918) y, la II Guerra Mundial (que se dio del 1 de septiembre de 1939 al 2 de septiembre de 1945) o sea, la diferencia de tiempo entre la I y la II Guerras Mundiales fue de tan sólo cuatro lustros y un año más.

    77 años después del término de la II Guerra Mundial, iniciando la tercera década del siglo XXI, estamos a la puerta de la III Guerra Mundial con la invasión de Rusia a Ucrania y se especula que esta vez será el conflicto armado más cruento que jamás haya soñado vivir la humanidad; ya se habla de misiles supersónicos y armas nucleares de largo alcance, ¡uf!, en fin, los guerreristas están midiendo fuerzas y nosotros estamos en el medio, así, como “conejillo de indias” en un laboratorio. Todos están empecinados en dominar al mundo a como sea... les valió, no importa el precio a pagar. En otras y simples palabras, la vida no vale nada.

    No dejemos de lado el hecho de que la humanidad ha sido zangoloteada desde hace casi 36 meses por una pandemia atroz a la que los científicos bautizaron como COVID19. No hemos terminado de salir de este problema de salubridad, cuando Damocles amenaza con soltar su filosa espada sobre nuestras cabezas y la mortandad y extinción de la especie humana continúa su inevitable andar; seguimos viendo las polvaredas levantadas por los cascos de las patas de los caballos de los cuatro jinetes del Apocalipsis que cabalgan pacientemente; vemos al caballero de la conquista en su corcel blanco; visualizamos -deseando que no se acerque- al equino rojo, montado por el caballero de la guerra; y el rocín negro, montado por el caballero del hambre; y el jamelgo color amarillo bayo… pálido como un fantasma de cuerpo acéfalo, montado por Azrael, el “deva” caballero de la muerte. Y retomo el po-cuento dariano de “Los Motivos del Lobo” cuando el santo de Asís increpa a la bestia: ´… ¿por qué has vuelto al mal? ¡Contesta! ¡Te escucho!´. Como en sorda lucha, habló el animal, la boca espumosa y el ojo fatal: “hermano Francisco, no te acerques mucho... yo estaba tranquilo allá en el convento; al pueblo salía, y si algo me daban estaba contento y manso comía. Mas empecé a ver que en todas las casas estaban la envidia, la saña, la ira, y en todos los rostros ardían las brasas de odio, de lujuria, de infamia y mentira. Hermanos a hermanos hacían la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, hembra y macho eran como perro y perra, y un buen día todos me dieron de palos. Me vieron humilde, lamía las manos y los pies. Seguía tus sagradas leyes, todas las criaturas eran mis hermanos: los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos. Y así, me apalearon y me echaron fuera. Y su risa fue como un agua hirviente, y entre mis entrañas revivió la fiera, y me sentí lobo malo de repente; mas siempre mejor que esa mala gente. y recomencé a luchar aquí, a me defender y a me alimentar. Como el oso hace, como el jabalí, que para vivir tienen que matar…”.

    Y este día, sábado 2 de abril del año 2022, es la efeméride de la invasión de Reino Unido a las Islas Malvinas. Elevo mi oración en el silencio de la alcoba por todos los caídos en esa guerra dispareja; por sus madres, por sus viudas, por sus descendientes que aún los recuerdan con el alma herida y el corazón hecho un nudo marinero ante la desgracia que les hizo ese día vivir el despótico destino. Por esa guerra y por todas las guerras desiguales que nos faltan presenciar… y, también, elevo mi plegaria al Creador por el alma de mi abuela materna que hoy estaría cumpliendo cien años si viviera y concluyo como lo hizo san Francisco de Asís en el po-cuento de Darío: “Padre nuestro que estás en los cielos…”.


    ©Katia N. Barillas
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  9. 33 AÑOS
    (A mi único hijo en su cumpleaños)


    Treinta y tres años han pasado ya. En este otro aniversario, he revivido esos nueve meses que poblaste mi vientre. Rememoré aquel viernes santo… era el último día de marzo.

    El reloj de la sala de operaciones marcaba las dos y treinta de la tarde. El médico que atendió el parto me dijo: ¡Felicidades, señora! ¡Mató la gallina! ¡Es madre de un varoncito! Pero, no llora -le dije preocupada-. Y, el respondió: “no se preocupe, está dormido, pero, ya verá que tiene excelentes pulmones”. Te dio un par de nalgadas y diste el grito. Fue entonces que respiré tranquila.

    La enfermera te puso en mi regazo. Como una loca revisé tu frágil y pequeño cuerpo. Estabas sanito y completo. Fueron pocos instantes antes de que te llevaran a limpiar. En ese corto lapso, me encargué de analizar tu comportamiento (para ambos de allí en adelante, serían nuevas experiencias). Como si escucharas mis pensamientos, llevaste tu manita a la boca; entreabriste tus ojos negros… sentí que me miraste. Pasé mi mano con cuidado por tu cabeza y me regocijé en tu gorra de pelo ensortijado en un tono de alquitrán o de azabache. Luego, la dama de blanco te sacó y te preparó para llevarte a la pieza que compartimos por dos días en el centro asistencial.

    ¡Qué sensación extraña! ¡Jamás me hube sentido así! Las pupilas de la nada se anegaban de agua. Aquella rara emoción me había embriagado el alma y, con un nudo hecho en la garganta, agradecí al cielo el hecho de haberme bendecido con tu llegada.

    Doce hojas, tiene cada ciclo. Hoy, estás dando otra vuelta al sol. El verano está en su apogeo este marzo del año 2022. El canto de los pájaros se lleva los sonidos de mi voz. El silbido del oleaje (que escucho desde el caparazón de un caracol marino) arrastra mis pensamientos. La fuerza etérea e imaginaria con que viaja el cavilar, te entrega: mi eterna bendición en la distancia; un beso imaginario que desde mi boca vuela hasta posarse en tu frente y este amor materno que nunca fenece y que para ti guarda celoso mi longevo corazón.

    ¡Feliz cumpleaños, chiquito!

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