1. Guest, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. Poesía poesía,
    que mansamente asomas entre las cosas
    oliéndo a viento de historias.

    Mirad, allá a lo lejos surca el último beso.
    Desconoce su destino y su puerto.
    Por él..., renáce mi loco pensamiento.

    Está llegando en un barco,
    tras el azul incierto a solas navegando.
    ¿Cómo habrá sobrevivido?

    Entonces me dice, aquí me quedo,
    atesórame entre los versos
    que esperan sin edad su nacimiento.

    En ello, escucho a la guitarra de Francis Goya
    su lluvia sonora, cayendo sobre la marea
    en un aluvión de belleza.

    Estoy hablando de su mar y de su cielo
    al viento poético.
    Os lo juro por el último beso.




    LETZIAGA


  2. La vida hoy tiene ritmo
    de ondas que pasan,
    de olitas temblorosas
    que fluyen y se alcanzan.
    La vida hoy tiene el ritmo de los ríos,
    la risa de las aguas
    que entre los verdes junquerales corren,
    y entre las verdes cañas.
    Sueño florido lleva el manso viento;
    bulle la savia joven en las nuevas ramas;
    tiemblan alas y frondas,
    y la mirada sagital del águila
    no encuentra presa... Treme el campo en sueños,
    vibra el sol como un arpa.
    ! Fugitiva ilusión de ojos guerreros,
    que por las selvas pasas
    a la hora del cenit: tiemble en mi pecho
    el oro de tu aljaba!
    En tus labios florece la alegría
    de los campos en flor; tu veste alada
    aroman las primeras velloritas,
    las violetas perfuman tus sandalias.
    Yo he seguido tus pasos en el viejo bosque,
    arrebatados tras la corza rápida,
    y los ágiles músculos rosados
    de tus piernas silvestres entre verdes ramas.
    ! Pasajera ilusión de ojos guerreros
    que por las selvas pasas
    cuando la tierra reverdece y ríen
    los ríos en las cañas!
    !Tiemble en mi pecho el oro
    que llevas en tu aljaba!


    Antoñio Machado

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  3. No te vayas todavía,
    que aún hay magia entre nosotros,
    aún me miran tiernamente tus ojos...
    y mis ojos en los tuyos se recrean...

    Espera, que aún llueven pétalos rojos
    en el césped húmedo del rosedal de mi quimera.

    En las siestas quema el aire
    y se escucha el zumbar de las abejas,
    hay un dejo de mis labios en tu boca
    y sonrojan tus mejillas si provoco
    el resabio por mis manos de tu cuerpo,
    y te enervas...

    Se oyen lejos las campanas de una iglesia,
    un corro de niñas, fugazmente, nos rodea
    como broma infantil, al salir de la escuela.

    Nadean[1] los ancianos en los bancos
    de la plaza en que te digo mis poemas...

    Te retengo con palabras encantadas,
    alquímico brebaje musical
    de ilusión que las musas me preparan
    para dártelo a beber en lento adagio...
    la emoción que te deparan ¡vale la pena!

    ¡Soñemos y entonemos la canción
    que un día nos uniera!

    Recojamos los despojos del naufragio
    y llamémoslos de amor... aunque no sean.

    Demoremos el glacial de soledad
    que nos espera...

    No te vayas todavía,
    que aún es primavera.



    Raúl Daniel
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  4. Tu paso, como una sombra,
    era difícil de seguir,
    y al perderte en una esquina
    sólo quedaba en mí, como en la calle,
    un vago sentimiento de vacío.

    Tu cimbreo, tu cintura
    me estremecían
    y el jardín parecía tener más rosas
    y el verano calor,
    pues en mis labios de niño aún no había
    la palabra que define al amor.

    La edad nos separaba,
    como a dos cuerpos,
    no de tamaños distintos,
    sino de espacios diferentes.

    Y mis manos asiéndote,
    mis brazos abarcándote,
    no podían asirte,
    no podían alcanzar tu cuerpo, tu mirada.



    Homero Aridjis
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  5. Tú has escondido la luz en alguna parte
    y me niegas el retorno,
    sé que esta oscuridad no es cierta
    porque antes de mis manos volaban las luciérnagas,
    y yo te buscaba
    y tú eras tú
    y éramos unos ojos
    en un mismo lecho
    y nadie de nosotros pensaba en el eclipse,
    pero nos hicimos fríos y conocidos
    y la noche se hizo inaccesible
    para bajarla juntos.
    Tú has escondido la luz en alguna parte,
    la has plantado en otros ojos,
    porque desde que ya no existes
    nada de lo que está junto a mí amanece.



    Homero Aridjis
  6. Déjame entrar a tu íntimo alfabeto
    para saber lo tuyo por su nombre
    y a través de tus letras
    hablar de lo que permanece
    y también de auroras y de nieblas.
    Déjame entrar para aprenderte
    y girar en tu órbita de voces
    hablándote de lo que me acontece
    describiéndote a ti.
    Quiero dar testimonio a los hombres
    de tus enes y tus zetas
    desnudarte ante ellos como una niña
    para que todos se expresen con acento puro.



    Homero Aridjis


  7. Tu nombre repetido por las calles
    Tu boca
    Tu paso que no es nocturno ni de aurora
    Tu voz
    Sólo tu ser creciendo en las esquinas
    Tu tiempo... tus alianzas
    Ahora sentada en espiral
    Después el humo.



    Homero Aridjis

  8. Cae la lluvia sobre junio
    El espíritu de la mujer que ama
    corre en tu cuerpo...
    se desnuda en las calles

    La vida en los rincones
    sostiene el equilibrio del mundo
    con un algo de Dios que asciende de las ruinas

    Los hijos del hombre hacen su universo
    sobre un barco de papel que se destroza
    pero la alegría no está precisamente allí
    sino en la proyección de otro universo

    Nada debe detenerse
    volverá septiembre y después abril
    y los amigos que no acudieron esta primavera
    estarán con nosotros en un invierno previsible

    Amo este tiempo
    donde los perros son sagrados
    y los insectos titubean en los vidrios

    Te amo a ti por efímera por susceptible al frío

    La ciudad se ilumina para nuevas proezas


    Homero Aridjis

  9. Abril es ella quien habla por tus labios
    como un joven sonido desnudo por el aire

    En la noche ha volado con tu vuelo más alto
    con risa de muchacha
    como el fuego nocturno de los frutos del viento
    donde vibran los pájaros

    Manzana del amor
    su voz bajo la lluvia es un pescado rojo

    Embarcada en sus cuencos con los ojos absortos
    es la virgen gaviota que ha bebido del mar
    en el agua su sol mariposa de luz



    Homero Aridjis



  10. Cuando hable con el silencio
    cuando sólo tenga una cadena
    de domingos grises para darte

    cuando sólo tenga un lecho vacío
    para compartir contigo un deseo
    que no se satisface ya con los cuerpos de este mundo

    cuando ya no me basten las palabras del castellano
    para decirte lo que estoy mirando

    cuando esté mudo de voz de ojos y de movimiento

    cuando haya arrojado lejos de mí
    el miedo a morir de cualquier muerte

    cuando ya no tenga tiempo para ser yo
    ni ganas de ser aquel que nunca he sido

    cuando sólo tenga la eternidad para ofrecerte
    una eternidad de voces y de olvido

    una eternidad en la que ya no podré verte
    ni tocarte ni encelarte ni matarte

    cuando a mí mismo ya no me responda
    y no tenga día ni cuerpo

    entonces seré tuyo
    entonces te amaré para siempre.



    Homero Aridjis
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  11. Sé que piensas en mí
    porque los ojos se te van para adentro
    y tienes detenida en los labios
    una sonrisa que sangra largamente
    Pero estás lejos
    y lo que piensas
    no puede penetrarme
    yo te grito Ven
    abre mi soledad en dos
    y mueve en ella el canto
    haz girar este mundo detenido
    Yo te digo Ven
    déjame nacer sobre la tierra.



    Homero Aridjis
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  12. I

    La abuela abría las puertas de la mañana;
    entraba el sol por el balcón cerrado
    y un rayo se pegaba a sus gafas solares.
    El día andaba ya por los corredores
    abrillantando las plumas del pájaro ciego,
    jugando un rato con los peces anhelantes
    en un marecito engañoso,
    y con el caracol de filos negros
    en su playa de cristal.
    La claridad giraba por los cuartos vacíos
    y se escondía entre las cortinas.
    De las gafas de la Abuela brotaba el día
    y bajo mi cama se enroscaban los vientos.
    Cerraba los ojos y regresaba al sueño.
    Las sábanas me daban una noche que sólo existía ahí
    y que se prolongaba por unas horas,
    mientras la mañana maduraba
    y se caía a pedazos en las calles de color naranja
    y en el cielo azul y tonto de los trabajos para vivir.


    II

    Un polvo limpísimo, casi más fino que el aire de esta mañana
    se levantó cuando abrimos la tumba de la Abuela.
    La caja se deshizo, y el cráneo que tenía aún su blanca trenza
    cayó con tanta gracia, que la tierra se negó a entrar en él.
    ¡Quién dijera!; tú que tanto temías morirte sola
    has pasado diez años en la tumba hablando con tus ángeles,
    percibiendo las voces de tantas insolentes primaveras.
    “La muerte es grande” dices, y la vida se concentra en tu trenza.
    No hemos perdido nada. La mañana sigue entrando a la casa;
    Entrando sin cesar.
    Si nada cesa tú nunca cesarás.
    La muerte grande te besó en las mejillas
    y nosotros lloramos y reímos.
    Estamos contigo.
    Tu memoria no se detuvo nunca.


    III

    Ciudad que entre mis sueños cobijada
    eres siempre mejor de lo que eres.
    La luz de tu cercana madrugada
    asesina la noche que prefieres.

    Yo sueño que mi vida retirada
    apacienta las tardes en tu orilla.
    Te vi en mi juventud desmelenada,
    ahora me fundo con tu propia arcilla.

    Soñé, Ciudad, y el sueño inauguraba
    mi voluntad de ser sin desconcierto.
    En la noche tu luna levantaba

    la esperanza de ser sin movimiento.
    La tolvanera que me diera el viento
    en mi vida tu calma disipada.


    IV

    El vendaval
    que tiene a Extremadura
    cogida por el cuello,
    trajo sueños de un tiempo acongojado.
    ¿En qué caverna fraguóse el material
    de estos delirios
    que a todos lastimaron?
    ¿Qué presencia sin rostro
    dispersó por los cuartos
    sus airados lebreles?
    La aurora entró.
    Nosotros, mudos,
    vencidos por el ángel más terrible,
    sentimos su mirada.
    ¿Es la tormenta la feroz autora
    de estos sueños rugientes?
    ¿O, tal vez, sólo es cómplice del ángel?
    Vendrá la paz.
    Sobre Plasencia
    el viento sembrará sueños mejores.
    Los de ayer fueron hijos de la lluvia,
    de esta larga tormenta
    que el aire rompe
    y que a la tierra enturbia.



    Hugo Gutiérrez Vega



  13. Era un jardín sonriente;
    era una tranquila fuente
    de cristal;
    era, a su borde asomada,
    una rosa inmaculada
    de un rosal
    Era un viejo jardinero
    que cuidaba con esmero
    del vergel,
    y era la rosa un tesoro
    de más quilates que el oro
    para él.
    A la orilla de la fuente
    un caballero pasó,
    y la rosa dulcemente
    de su tallo separó.
    Y al notar el jardinero
    que faltaba en el rosal,
    cantaba así, plañidero,
    receloso de su mal:

    -Rosa la más delicada
    que por mi amor cultivaba
    nunca fué;
    rosa la más encendida
    la más fragante y pulida
    que cuidé;
    blanca estrella que del cielo,
    curiosa de ver el suelo,
    resbaló;
    a la que una mariposa
    de mancharla temerosa
    no llegó
    ¿Quién te quiere?¿Quién te llama
    por tu bien o por tu mal?
    ¿Quién te llevó de la rama,
    que no estás en tu rosal?
    ¿Tú no sabes que es grosero
    el mundo?¿Qué es traicionero
    el amor?
    ¿Qué no se aprecia en la vida
    la pura miel escondida
    en la flor?
    ¿Bajo que cielo caíste?
    ¿a quién tu tesoro diste
    virginal?
    ¿En que manos te deshojas?
    ¿Qué aliento quema tus hojas
    infernal?
    ¿Quién te cuida con esmero
    como el viejo jardinero
    te cuidó?
    ¿Quién por ti sola suspira?
    ¿Quién te quiere?¿Quién te mira
    como yo?
    ¿Quién te miente que te ama
    con fe y con ternura igual?
    ¿Quién te llevó de la rama,
    que no estás en tu rosal?
    ¿Por qué te fuiste tan pura
    de otra vida a la ventura
    o al dolor?
    ¿Qué faltaba a tu recreo?
    ¿Qué a tu inocente deseo,
    soñador?
    En la fuente limpia y clara,
    espejo que te copiara
    ¿no te di?
    Los pájaros escondidos,
    ¿no cantaban en sus nido
    para ti?
    Cuando era el aire de fuego,
    ¿no refresqué con mi riego
    tu calor?
    ¿No te dio mi trato amigo
    en las heladas abrigo
    protector?
    Quién para sí te reclama,
    ¿te hará bien o te hará mal?
    ¿Quién te llevó de la rama,
    que no estás en tu rosal?

    Así un día y otro día
    enrte espinas y entre flores,
    el jardinero plañía,
    imaginando dolores,
    desde aquel en que a la fuente
    un caballero llegó
    y la rosa dulcemente
    de su tallo separó...



    Hermanos Quintero


  14. Me acosté sin cenar, y aquella noche
    soñé que te comía el corazón.
    Supongo que sería por el hambre.
    Mientras yo devoraba aquella fruta,
    que era dulce y amarga al mismo tiempo,
    tú me besabas con los labios fríos,
    más fríos y más pálidos que nunca.
    Supongo que sería por la muerte.



    Amalia Bautista





  15. Desnuda, mi funesta amante
    de piel vencida y casta como deshabitada,
    sacudes sobre el lecho voces
    y ternuras contrarias a mis manos,
    y un crepúsculo escucho entre tu cuerpo
    cuando al caer en ti agonizo
    en un nacer marchito, sin el duelo
    comparable al temor de tu agonía.

    Contigo transparento la caída
    de un alud o huracán de rosas:
    suspiros de manzanas en tumulto
    diciéndome que el hombre está vencido,
    confuso en amarguras y vacías miradas.
    En ti respondo al mundo, y en tu cuerpo
    respiro ese sabor de los sepulcros;
    una noche no más, y tu mirada
    persiste, implora y vence entre mis ojos,
    decidida a una lucha prolongada
    donde el recuerdo se convierte
    en esa área languidez del pensamiento,
    como materia de tus ojos mismos.

    Lloras a veces arrojando
    fúnebres aguas de perfume ciego,
    como si desprendida de una antigua idea
    vinieras hasta mí, tan clara
    como un ángel dormido en el espacio,
    a dejar evidencia, luz y vida;
    y en tus lágrimas miro surgir tu suave piel
    como si en ellas prolongaras
    o hicieras más probable tu existencia,
    derramando el aroma de tu sueño
    sobre esta soledad de tu desnudo.


    Alí Chumacero
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