Poesía poesía, que mansamente asomas entre las cosas oliéndo a viento de historias. Mirad, allá a lo lejos surca el último beso. Desconoce su destino y su puerto. Por él..., renáce mi loco pensamiento. Está llegando en un barco, tras el azul incierto a solas navegando. ¿Cómo habrá sobrevivido? Entonces me dice, aquí me quedo, atesórame entre los versos que esperan sin edad su nacimiento. En ello, escucho a la guitarra de Francis Goya su lluvia sonora, cayendo sobre la marea en un aluvión de belleza. Estoy hablando de su mar y de su cielo al viento poético. Os lo juro por el último beso. LETZIAGA
La vida hoy tiene ritmo de ondas que pasan, de olitas temblorosas que fluyen y se alcanzan. La vida hoy tiene el ritmo de los ríos, la risa de las aguas que entre los verdes junquerales corren, y entre las verdes cañas. Sueño florido lleva el manso viento; bulle la savia joven en las nuevas ramas; tiemblan alas y frondas, y la mirada sagital del águila no encuentra presa... Treme el campo en sueños, vibra el sol como un arpa. ! Fugitiva ilusión de ojos guerreros, que por las selvas pasas a la hora del cenit: tiemble en mi pecho el oro de tu aljaba! En tus labios florece la alegría de los campos en flor; tu veste alada aroman las primeras velloritas, las violetas perfuman tus sandalias. Yo he seguido tus pasos en el viejo bosque, arrebatados tras la corza rápida, y los ágiles músculos rosados de tus piernas silvestres entre verdes ramas. ! Pasajera ilusión de ojos guerreros que por las selvas pasas cuando la tierra reverdece y ríen los ríos en las cañas! !Tiemble en mi pecho el oro que llevas en tu aljaba! Antoñio Machado
No te vayas todavía, que aún hay magia entre nosotros, aún me miran tiernamente tus ojos... y mis ojos en los tuyos se recrean... Espera, que aún llueven pétalos rojos en el césped húmedo del rosedal de mi quimera. En las siestas quema el aire y se escucha el zumbar de las abejas, hay un dejo de mis labios en tu boca y sonrojan tus mejillas si provoco el resabio por mis manos de tu cuerpo, y te enervas... Se oyen lejos las campanas de una iglesia, un corro de niñas, fugazmente, nos rodea como broma infantil, al salir de la escuela. Nadean[1] los ancianos en los bancos de la plaza en que te digo mis poemas... Te retengo con palabras encantadas, alquímico brebaje musical de ilusión que las musas me preparan para dártelo a beber en lento adagio... la emoción que te deparan ¡vale la pena! ¡Soñemos y entonemos la canción que un día nos uniera! Recojamos los despojos del naufragio y llamémoslos de amor... aunque no sean. Demoremos el glacial de soledad que nos espera... No te vayas todavía, que aún es primavera. Raúl Daniel
Tu paso, como una sombra, era difícil de seguir, y al perderte en una esquina sólo quedaba en mí, como en la calle, un vago sentimiento de vacío. Tu cimbreo, tu cintura me estremecían y el jardín parecía tener más rosas y el verano calor, pues en mis labios de niño aún no había la palabra que define al amor. La edad nos separaba, como a dos cuerpos, no de tamaños distintos, sino de espacios diferentes. Y mis manos asiéndote, mis brazos abarcándote, no podían asirte, no podían alcanzar tu cuerpo, tu mirada. Homero Aridjis
Tú has escondido la luz en alguna parte y me niegas el retorno, sé que esta oscuridad no es cierta porque antes de mis manos volaban las luciérnagas, y yo te buscaba y tú eras tú y éramos unos ojos en un mismo lecho y nadie de nosotros pensaba en el eclipse, pero nos hicimos fríos y conocidos y la noche se hizo inaccesible para bajarla juntos. Tú has escondido la luz en alguna parte, la has plantado en otros ojos, porque desde que ya no existes nada de lo que está junto a mí amanece. Homero Aridjis
Déjame entrar a tu íntimo alfabeto para saber lo tuyo por su nombre y a través de tus letras hablar de lo que permanece y también de auroras y de nieblas. Déjame entrar para aprenderte y girar en tu órbita de voces hablándote de lo que me acontece describiéndote a ti. Quiero dar testimonio a los hombres de tus enes y tus zetas desnudarte ante ellos como una niña para que todos se expresen con acento puro. Homero Aridjis
Tu nombre repetido por las calles Tu boca Tu paso que no es nocturno ni de aurora Tu voz Sólo tu ser creciendo en las esquinas Tu tiempo... tus alianzas Ahora sentada en espiral Después el humo. Homero Aridjis
Cae la lluvia sobre junio El espíritu de la mujer que ama corre en tu cuerpo... se desnuda en las calles La vida en los rincones sostiene el equilibrio del mundo con un algo de Dios que asciende de las ruinas Los hijos del hombre hacen su universo sobre un barco de papel que se destroza pero la alegría no está precisamente allí sino en la proyección de otro universo Nada debe detenerse volverá septiembre y después abril y los amigos que no acudieron esta primavera estarán con nosotros en un invierno previsible Amo este tiempo donde los perros son sagrados y los insectos titubean en los vidrios Te amo a ti por efímera por susceptible al frío La ciudad se ilumina para nuevas proezas Homero Aridjis
Abril es ella quien habla por tus labios como un joven sonido desnudo por el aire En la noche ha volado con tu vuelo más alto con risa de muchacha como el fuego nocturno de los frutos del viento donde vibran los pájaros Manzana del amor su voz bajo la lluvia es un pescado rojo Embarcada en sus cuencos con los ojos absortos es la virgen gaviota que ha bebido del mar en el agua su sol mariposa de luz Homero Aridjis
Cuando hable con el silencio cuando sólo tenga una cadena de domingos grises para darte cuando sólo tenga un lecho vacío para compartir contigo un deseo que no se satisface ya con los cuerpos de este mundo cuando ya no me basten las palabras del castellano para decirte lo que estoy mirando cuando esté mudo de voz de ojos y de movimiento cuando haya arrojado lejos de mí el miedo a morir de cualquier muerte cuando ya no tenga tiempo para ser yo ni ganas de ser aquel que nunca he sido cuando sólo tenga la eternidad para ofrecerte una eternidad de voces y de olvido una eternidad en la que ya no podré verte ni tocarte ni encelarte ni matarte cuando a mí mismo ya no me responda y no tenga día ni cuerpo entonces seré tuyo entonces te amaré para siempre. Homero Aridjis
Sé que piensas en mí porque los ojos se te van para adentro y tienes detenida en los labios una sonrisa que sangra largamente Pero estás lejos y lo que piensas no puede penetrarme yo te grito Ven abre mi soledad en dos y mueve en ella el canto haz girar este mundo detenido Yo te digo Ven déjame nacer sobre la tierra. Homero Aridjis
I La abuela abría las puertas de la mañana; entraba el sol por el balcón cerrado y un rayo se pegaba a sus gafas solares. El día andaba ya por los corredores abrillantando las plumas del pájaro ciego, jugando un rato con los peces anhelantes en un marecito engañoso, y con el caracol de filos negros en su playa de cristal. La claridad giraba por los cuartos vacíos y se escondía entre las cortinas. De las gafas de la Abuela brotaba el día y bajo mi cama se enroscaban los vientos. Cerraba los ojos y regresaba al sueño. Las sábanas me daban una noche que sólo existía ahí y que se prolongaba por unas horas, mientras la mañana maduraba y se caía a pedazos en las calles de color naranja y en el cielo azul y tonto de los trabajos para vivir. II Un polvo limpísimo, casi más fino que el aire de esta mañana se levantó cuando abrimos la tumba de la Abuela. La caja se deshizo, y el cráneo que tenía aún su blanca trenza cayó con tanta gracia, que la tierra se negó a entrar en él. ¡Quién dijera!; tú que tanto temías morirte sola has pasado diez años en la tumba hablando con tus ángeles, percibiendo las voces de tantas insolentes primaveras. La muerte es grande dices, y la vida se concentra en tu trenza. No hemos perdido nada. La mañana sigue entrando a la casa; Entrando sin cesar. Si nada cesa tú nunca cesarás. La muerte grande te besó en las mejillas y nosotros lloramos y reímos. Estamos contigo. Tu memoria no se detuvo nunca. III Ciudad que entre mis sueños cobijada eres siempre mejor de lo que eres. La luz de tu cercana madrugada asesina la noche que prefieres. Yo sueño que mi vida retirada apacienta las tardes en tu orilla. Te vi en mi juventud desmelenada, ahora me fundo con tu propia arcilla. Soñé, Ciudad, y el sueño inauguraba mi voluntad de ser sin desconcierto. En la noche tu luna levantaba la esperanza de ser sin movimiento. La tolvanera que me diera el viento en mi vida tu calma disipada. IV El vendaval que tiene a Extremadura cogida por el cuello, trajo sueños de un tiempo acongojado. ¿En qué caverna fraguóse el material de estos delirios que a todos lastimaron? ¿Qué presencia sin rostro dispersó por los cuartos sus airados lebreles? La aurora entró. Nosotros, mudos, vencidos por el ángel más terrible, sentimos su mirada. ¿Es la tormenta la feroz autora de estos sueños rugientes? ¿O, tal vez, sólo es cómplice del ángel? Vendrá la paz. Sobre Plasencia el viento sembrará sueños mejores. Los de ayer fueron hijos de la lluvia, de esta larga tormenta que el aire rompe y que a la tierra enturbia. Hugo Gutiérrez Vega
Era un jardín sonriente; era una tranquila fuente de cristal; era, a su borde asomada, una rosa inmaculada de un rosal Era un viejo jardinero que cuidaba con esmero del vergel, y era la rosa un tesoro de más quilates que el oro para él. A la orilla de la fuente un caballero pasó, y la rosa dulcemente de su tallo separó. Y al notar el jardinero que faltaba en el rosal, cantaba así, plañidero, receloso de su mal: -Rosa la más delicada que por mi amor cultivaba nunca fué; rosa la más encendida la más fragante y pulida que cuidé; blanca estrella que del cielo, curiosa de ver el suelo, resbaló; a la que una mariposa de mancharla temerosa no llegó ¿Quién te quiere?¿Quién te llama por tu bien o por tu mal? ¿Quién te llevó de la rama, que no estás en tu rosal? ¿Tú no sabes que es grosero el mundo?¿Qué es traicionero el amor? ¿Qué no se aprecia en la vida la pura miel escondida en la flor? ¿Bajo que cielo caíste? ¿a quién tu tesoro diste virginal? ¿En que manos te deshojas? ¿Qué aliento quema tus hojas infernal? ¿Quién te cuida con esmero como el viejo jardinero te cuidó? ¿Quién por ti sola suspira? ¿Quién te quiere?¿Quién te mira como yo? ¿Quién te miente que te ama con fe y con ternura igual? ¿Quién te llevó de la rama, que no estás en tu rosal? ¿Por qué te fuiste tan pura de otra vida a la ventura o al dolor? ¿Qué faltaba a tu recreo? ¿Qué a tu inocente deseo, soñador? En la fuente limpia y clara, espejo que te copiara ¿no te di? Los pájaros escondidos, ¿no cantaban en sus nido para ti? Cuando era el aire de fuego, ¿no refresqué con mi riego tu calor? ¿No te dio mi trato amigo en las heladas abrigo protector? Quién para sí te reclama, ¿te hará bien o te hará mal? ¿Quién te llevó de la rama, que no estás en tu rosal? Así un día y otro día enrte espinas y entre flores, el jardinero plañía, imaginando dolores, desde aquel en que a la fuente un caballero llegó y la rosa dulcemente de su tallo separó... Hermanos Quintero
Me acosté sin cenar, y aquella noche soñé que te comía el corazón. Supongo que sería por el hambre. Mientras yo devoraba aquella fruta, que era dulce y amarga al mismo tiempo, tú me besabas con los labios fríos, más fríos y más pálidos que nunca. Supongo que sería por la muerte. Amalia Bautista
Desnuda, mi funesta amante de piel vencida y casta como deshabitada, sacudes sobre el lecho voces y ternuras contrarias a mis manos, y un crepúsculo escucho entre tu cuerpo cuando al caer en ti agonizo en un nacer marchito, sin el duelo comparable al temor de tu agonía. Contigo transparento la caída de un alud o huracán de rosas: suspiros de manzanas en tumulto diciéndome que el hombre está vencido, confuso en amarguras y vacías miradas. En ti respondo al mundo, y en tu cuerpo respiro ese sabor de los sepulcros; una noche no más, y tu mirada persiste, implora y vence entre mis ojos, decidida a una lucha prolongada donde el recuerdo se convierte en esa área languidez del pensamiento, como materia de tus ojos mismos. Lloras a veces arrojando fúnebres aguas de perfume ciego, como si desprendida de una antigua idea vinieras hasta mí, tan clara como un ángel dormido en el espacio, a dejar evidencia, luz y vida; y en tus lágrimas miro surgir tu suave piel como si en ellas prolongaras o hicieras más probable tu existencia, derramando el aroma de tu sueño sobre esta soledad de tu desnudo. Alí Chumacero