1. Guest, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

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  1. Ahora que estás iluminado
    hueles tanto, que nunca las más perfectas rosas
    supieron hasta dónde llega tu buen olor;
    como la Magdalena, tus manos olorosas
    ya tocan los fragantes pies de Nuestro Señor,
    ahora que estás iluminado.


    Ahora que estás iluminado
    es de cielo tu boca, son de gloria tus labios,
    pues gustan en la mesa del reino. Tontería
    el néctar de los dioses, el vino de los sabios
    y las viandas insulsas de la teosofía,
    ahora que estás iluminado.


    Ahora que estás iluminado
    tocas al Que nos toca divinamente. ¡Manos
    más dichosas las tuyas!, tus manos tocadoras.
    Tocas, estás tocando con tus dedos cercanos,
    a Jesús, el Espejo sin mancha de las horas,
    ahora que estás iluminado.



    Azarías Pallais


  2. Desde que era muy niño, saltaba de alegría
    cuando la fresca lluvia de los cielos caía.


    Chorros de los tejados, vuestro rumor tenía
    el divino silencio de la melancolía.


    Los niños con las manos tapaban sus oídos,
    y oyendo con asombro los profundos sonidos


    del corazón, que suena como si fuera el mar,
    sentían un deseo supremo de llorar.


    Y como por la lluvia, todo era interumpido,
    se bañaban las cosas en un color de olvido.


    Y vagaban las mentes en un ocio divino,
    muy propicio a los cuentos de Simbad el Marino.


    Las lluvias de mi tierra me enseñaron lecciones...
    con Alí Babá, pasan los cuarenta ladrones.


    Y cantaban mis sueños en la noche lluviosa:
    Lámpara de Aladino, lámpara milagrosa!


    Y al caer de la lluvia, la criada más antigua
    desgranaba sus cuentos en una forma ambigua.


    Otro de los milagros que en la lluvia yo canto
    es que, al caer sus linfas, se pone un nuevo manto


    mi ciudad, que al lavarse... yo pienso en una de esas
    austeras e impecables ciudades holandesas:


    una ciudad lavada, sin polvo, nuevecita,
    donde reza el aseo de su plegaria bendita...


    Son todos los caminos como flor de aventura
    para el dulce Quijote de la Triste Figura.


    Azarías Pallais
  3. Y fue entonces
    que con la lengua muerta y fría en la boca
    cantó la canción que le dejaron cantar
    en este mundo de jardines obscenos y de sombras
    que venían a deshora a recordarle
    cantos de su tiempo de muchacho
    en el que no podía cantar la canción que quería cantar
    la canción que le dejaron cantar
    sino a través de sus ojos azules ausentes
    de su boca ausente
    de su voz ausente.
    Entonces, desde la torre más alta de la ausencia
    su canto resonó en la opacidad de lo ocultado
    en la extensión silenciosa
    llena de oquedades movedizas como las palabras que escribo.



    Alejandra Pizarnik

  4. Emboscado en mi escritura
    cantas en mi poema.
    Rehén de tu dulce voz
    petrificada en mi memoria.
    Pájaro asido a su fuga.
    Aire tatuado por un ausente.
    Reloj que late conmigo
    para que nunca despierte.



    Alejandra Pizarnik


  5. Afuera hay sol.
    No es más que un sol
    pero los hombres lo miran
    y después cantan.

    Yo no sé del sol.
    Yo sé la melodía del ángel
    y el sermón caliente
    del último viento.
    Sé gritar hasta el alba
    cuando la muerte se posa desnuda
    en mi sombra.

    Yo lloro debajo de mi nombre.
    Yo agito pañuelos en la noche
    y barcos sedientos de realidad
    bailan conmigo.
    Yo oculto clavos
    para escarnecer a mis sueños enfermos.

    Afuera hay sol.
    Yo me visto de cenizas.



    Alejandra Pizarnik

  6. Esa mujer que ves ahí
    no tiene nada.
    Sus manos no saben de anillos
    pero anidan mariposas,
    no tiene más adorno sobre su pecho
    que dos enhiestas esmeraldas,
    ni más vestido que la cubra
    que las huellas que un amante le dejara.
    Esa mujer que ves ahí
    anda desde siempre pie descalza
    y no tiene pasaporte,
    ni cédula, ni esperanza,
    pero le sobran caminos,
    tierras profundas y lejanas,
    y aunque no tiene nombre
    los pájaros la llaman.
    Esa mujer que ves ahí
    no tiene casa...
    y para cama le basta una sonrisa,
    se asoma al mundo
    por su única ventana
    que le confirma que está viva.
    Esa mujer que ves ahí
    no tiene nada,
    más que un gran amor en la distancia
    por el que le brotan mil luceros en el vientre,
    por el que se viste de luz,
    por el que calla,
    por el que las nubes se le incendian,
    por el que las noches no se acaban.
    Esa mujer que ves ahí
    a veces ni siquiera sabe si en verdad existe
    y entonces se convierte en frágil hierba,
    o en ráfaga de viento que asustada
    corre a refugiarse en tu palabra.



    Aída Elena Párraga

  7. Te amaré desde las ruinas de mi mente,
    Entre los escombros de mi vida.
    Seguiré tus pasos entre los vertederos
    Y las heridas.
    Llevaré contigo el lastre
    De los amores muertos,
    El fardo, viejo y pesado
    De las ilusiones rotas.
    Compartiré contigo el óxido
    Que atrapa las alegrías.
    Olvidaré los sonoros derribos
    Y las oscuras y silenciosas
    Huidas.
    Te seguiré,
    Más allá del retorno,
    Más allá del final.



    Ángela Ibáñez
  8. Si no es a la risa que dejaste
    colgada en el respaldo de la cama?
    Cómo voy a sobrevivir estas distancias,
    Si no es amarrada a tu palabra?
    Quién me va a inventar zoológicos en la luna
    cuando me esconda atrás de un beso?
    ¿Dónde voy a enterrar mis lugares comunes?
    Dónde a desvestirme los deseos,
    dónde a jugar con mis “no puedos”?
    Dónde, amor, encontrará esta playa
    barco, naufrago y puerto?



    Aída Elena Párraga

  9. Estoy a punto de caer
    en el pozo avellana
    de tus ojos...
    Me aferro a mis razones,
    a las pocas raíces que la vida
    me ha ido creciendo en el alma...
    Pero me empujan las estrellas
    que te brillan en el fondo
    y, como otra Margarita traviesa,
    me inclino desde el borde de tus labios
    tratando de atraparlas.
    Entonces me resbalo,
    me resbalo,
    me resbalo,
    caigo sin voluntad en tu deseo...
    Aquí no hay elefantes
    ni dos ni cuatrocientos,
    aquí
    las plumas de tus manos,
    aquí
    mi piel vistiéndose de versos.



    Aída Elena Párraga
  10. Como se quedan las estrellas
    prendidas en la nada.
    Quédate
    como se queda el olor
    de la hierba
    sobre la piel de los que aman.
    Quédate
    como se queda la luz
    del sol
    en mis pupilas.
    Quédate
    como me quedo yo
    cuando te marchas



    Aída Elena Párraga

  11. Es la tabla de mi único
    mandamiento,
    la arena en que se hunden
    mis manos saladas de deseo,
    la tierra que espera
    mis arados
    y que le llueve a mi semilla.
    El calendario de amor
    en el que marco mis orgasmos,
    la cartilla
    en que aprendí a leerte,
    mi único recuerdo en las mañanas,
    mi más firme asidero del presente.


    Aída Elena Párraga
  12. Yo conocí el secreto del fuego
    mucho antes que el primer
    bosque se incendiara.
    Antes aún de aquella hoguera,
    antes de la llama.
    Como todos los hallazgos
    fue accidente,
    tropezar con la chispa en tu palabra,
    y después, ¿qué remedio?:
    encenderme
    con el roce casual de tu mirada.



    Aída Elena Párraga

  13. Dónde están mis ganas de decir tu cuerpo
    De hablar de tus olores… de tus fuegos
    Dónde la necesidad de decirte amor: "te quiero"
    Te quiero amor tan dentro.
    Donde el contarte que me siento
    hogar
    Volcán,
    ausol,
    fuego de invierno
    Con solo imaginar tus labios besándome los dedos
    Mal digo imaginar…
    si tantas beses…
    Si tantas beses me has besado hasta el silencio.
    Y callada está la aurora:
    callada…
    callada amor está sintiendo….


    Aída Elena Párraga
  14. I


    Tú tienes, para mí, todo lo bello
    que cielo, tierra y corazón abarcan;
    la atracción estelar ¡de esas estrellas
    que atraen como tus lágrimas!;


    II


    La sinfonía sacra de los seres,
    los vientos, los bosques y las aguas,
    en el lenguaje mudo de tus ojos
    que, mirándome, hablan;


    III


    Los atrevidos rasgos de las cumbres
    que la celeste inmensidad asaltan,
    en las gentiles curvas de tu seno…
    ¡oh, colina sagrada!


    IV


    Y el desdeñoso arrastre de las olas
    sobre los verdes juncos y las algas,
    en el raudo vagar de tu memoria
    por mi vida de paria.


    V


    Yo tengo, para ti, todo lo noble
    que cielo, tierra y corazón abarcan;
    el calor de los soles, ¡de los soles
    que, como yo, te aman!;


    VI


    El gemido profundo de las ondas
    que mueren a tus pies sobre la playa,
    en el tapiz purpúreo de mi espíritu
    abatido a tus plantas;


    VII


    La castidad celeste de los besos
    de tu madre bendita, en la mañana,
    en la caricia augusta con que tierna
    te circunda mi alma.


    VIII


    ¡Tu tienes, para mí todo lo bello;
    yo tengo para ti, todo lo que ama;
    tú, para mí, la luz que resplandece,
    yo, para ti, sus llamas!


    Almafuerte

  15. ( Poema infantil)



    El lagarto está llorando.
    La lagarta está llorando.

    El lagarto y la lagarta
    con delantalitos blancos.

    Han perdido sin querer
    su anillo de desposados.

    ¡Ay, su anillito de plomo,
    ay, su anillito plomado!

    Un cielo grande y sin gente
    monta en su globo a los pájaros.

    El sol, capitán redondo,
    lleva un chaleco de raso.

    ¡Miradlos qué viejos son!
    ¡Qué viejos son los lagartos!

    ¡Ay cómo lloran y lloran,
    ¡ay!, ¡ ay!, cómo están llorando!



    Federico garcía lorca