1. Guest, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
    ¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
    Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
    corazón asombrado de la música astral,

    ¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
    y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
    ¿Te han herido buscando la soñada Florida,
    la fuente de la eterna juventud, capitán?

    Que en esta lengua madre la clara historia quede;
    corazones de todas las Españas, llorad.
    Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
    esta nueva nos vino atravesando el mar.

    Pongamos, españoles, en un severo mármol,
    su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
    Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,
    nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.


    Antonio Machado
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  2. El hada más hermosa ha sonreído
    al ver la lumbre de una estrella pálida,
    que en hilo suave, blanco y silencioso
    se enrosca al huso de su rubia hermana.

    Y vuelve a sonreír porque en su rueca
    el hilo de los campos se enmaraña.
    Tras la tenue cortina de la alcoba
    está el jardín envuelto en luz dorada.

    La cuna, casi en sombra. El niño duerme.
    Dos hadas laboriosas lo acompañan,
    hilando de los sueños los sutiles
    copos en ruecas de marfil y plata.



    Antonio Machado
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  3. Abril florecía
    frente a mi ventana.
    Entre los jazmines
    y las rosas blancas
    de un balcón florido,
    vi las dos hermanas.
    La menor cosía,
    la mayor hilaba ...
    Entre los jazmines
    y las rosas blancas,
    la más pequeñita,
    risueña y rosada
    ?su aguja en el aire?,
    miró a mi ventana.

    La mayor seguía
    silenciosa y pálida,
    el huso en su rueca
    que el lino enroscaba.
    Abril florecía
    frente a mi ventana.

    Una clara tarde
    la mayor lloraba,
    entre los jazmines
    y las rosas blancas,
    y ante el blanco lino
    que en su rueca hilaba.
    ?¿Qué tienes ?le dije?
    silenciosa pálida?
    Señaló el vestido
    que empezó la hermana.
    En la negra túnica
    la aguja brillaba;
    sobre el velo blanco,
    el dedal de plata.
    Señaló a la tarde
    de abril que soñaba,
    mientras que se oía
    tañer de campanas.
    Y en la clara tarde
    me enseñó sus lágrimas...
    Abril florecía
    frente a mi ventana.

    Fue otro abril alegre
    y otra tarde plácida.
    El balcón florido
    solitario estaba...
    Ni la pequeñita
    risueña y rosada,
    ni la hermana triste,
    silenciosa y pálida,
    ni la negra túnica,
    ni la toca blanca...
    Tan sólo en el huso
    el lino giraba
    por mano invisible,
    y en la oscura sala
    la luna del limpio
    espejo brillaba...
    Entre los jazmines
    y las rosas blancas
    del balcón florido,
    me miré en la clara
    luna del espejo
    que lejos soñaba...
    Abril florecía
    frente a mi ventana.



    Antonio Machado
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  4. En trenes poseídos de una pasión errante
    por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
    y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
    recorro la nación del trabajo y la nieve.

    De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
    sale una voz profunda de máquinas y manos,
    que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
    y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.

    Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
    Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
    De cada aliento sale la ardiente bocanada
    de tantos corazones unidos por parejas.

    Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
    has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
    y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
    como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.

    De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
    con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
    de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
    una masa de férreo volumen has forjado.

    Has forjado una especie de mineral sencillo,
    que observa la conducta del metal más valioso,
    perfecciona el motor, y señala el martillo,
    la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

    Polvo para los zares, los reales bandidos:
    Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
    Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
    hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.

    Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
    quemados por la sangre de los trabajadores.
    Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
    y cantan rodeados de fábricas y flores.

    Y los ancianos lentos que llevan una huella
    de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
    por desplumar alegres su alta barba de estrella
    ante el fulgor que remoza su ocaso.

    Las chozas se convierten en casas de granito.
    El corazón se queda desnudo entre verdades.
    Y como una visión real de lo inaudito,
    brotan sobre la nada bandadas de ciudades.

    La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
    como un arma afilada por los rinocerontes.
    La metalurgia suena dichosa de garganta,
    y vibran los martillos de pie sobre los montes.

    Con las inagotables vacas de oro yacente
    que ordeñan los mineros de los montes Urales,
    Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
    para los hombres llenos de impulsos fraternales.

    Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
    legiones malparidas por una torpe entraña,
    los girasoles rusos, como ciegos planetas,
    hacen girar su rostro de rayos hacia España.

    Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
    protegiendo a los niños que anhela la trilita
    de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
    y que del vientre mismo de la madre los quita.

    Dormitorios de niños españoles: zarpazos
    de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
    a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
    la vida que destruyen manchados de inocencia.

    Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
    sangrienta de repente y erizada de astillas.
    ¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
    sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!

    Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
    Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
    mientras contempla inmóvil el agua constructiva
    que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.

    Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
    fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
    Y sólo se verá tractores y manzanas,
    panes y juventud sobre la tierra.



    Miguel Hernández

  5. Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
    y en traje de cañón, las parameras
    donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
    y llueve sal, y esparce calaveras.

    Verdura de las eras,
    ¿qué tiempo prevalece la alegría?
    El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
    y hace brotar la sombra más sombría.

    El dolor y su manto
    vienen una vez más a nuestro encuentro.
    Y una vez más al callejón del llanto
    lluviosamente entro.

    Siempre me veo dentro
    de esta sombra de acíbar revocada,
    amasado con ojos y bordones,
    que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
    y un rabioso collar de corazones.

    Llorar dentro de un pozo,
    en la misma raíz desconsolada
    del agua, del sollozo,
    del corazón quisiera:
    donde nadie me viera la voz ni la mirada,
    ni restos de mis lágrimas me viera.

    Entro despacio, se me cae la frente
    despacio, el corazón se me desgarra
    despacio, y despaciosa y negramente
    vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

    Entre todos los muertos de elegía,
    sin olvidar el eco de ninguno,
    por haber resonado más en el alma mía,
    la mano de mi llanto escoge uno.

    Federico García
    hasta ayer se llamó: polvo se llama.
    Ayer tuvo un espacio bajo el día
    que hoy el hoyo le da bajo la grama.

    ¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
    Tu agitada alegría,
    que agitaba columnas y alfileres,
    de tus dientes arrancas y sacudes,
    y ya te pones triste, y sólo quieres
    ya el paraíso de los ataúdes.

    Vestido de esqueleto,
    durmiéndote de plomo,
    de indiferencia armado y de respeto,
    te veo entre tus cejas si me asomo.

    Se ha llevado tu vida de palomo,
    que ceñía de espuma
    y de arrullos el cielo y las ventanas,
    como un raudal de pluma
    el viento que se lleva las semanas.

    Primo de las manzanas,
    no podrá con tu savia la carcoma,
    no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
    y para dar salud fiera a su poma
    elegirá tus huesos el manzano.

    Cegado el manantial de tu saliva,
    hijo de la paloma,
    nieto del ruiseñor y de la oliva:
    serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
    esposo siempre de la siempreviva,
    estiércol padre de la madreselva.

    ¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
    pero qué injustamente arrebatada!
    No sabe andar despacio, y acuchilla
    cuando menos se espera su turbia cuchillada.

    Tú, el más firme edificio, destruido,
    tú, el gavilán más alto, desplomado,
    tú, el más grande rugido,
    callado, y más callado, y más callado.

    Caiga tu alegre sangre de granado,
    como un derrumbamiento de martillos feroces,
    sobre quien te detuvo mortalmente.
    Salivazos y hoces
    caigan sobre la mancha de su frente.

    Muere un poeta y la creación se siente
    herida y moribunda en las entrañas.
    Un cósmico temblor de escalofríos
    mueve temiblemente las montañas,
    un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

    Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
    veo un bosque de ojos nunca enjutos,
    avenidas de lágrimas y mantos:
    y en torbellino de hojas y de vientos,
    lutos tras otros lutos y otros lutos,
    llantos tras otros llantos y otros llantos.

    No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
    volcán de arrope, trueno de panales,
    poeta entretejido, dulce, amargo,
    que al calor de los besos
    sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
    largo amor, muerte larga, fuego largo.

    Por hacer a tu muerte compañía,
    vienen poblando todos los rincones
    del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
    relámpagos de azules vibraciones.
    Crótalos granizados a montones,
    batallones de flautas, panderos y gitanos,
    ráfagas de abejorros y violines,
    tormentas de guitarras y pianos,
    irrupciones de trompas y clarines.

    Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

    Silencioso, desierto, polvoriento
    en la muerte desierta,
    parece que tu lengua, que tu aliento,
    los ha cerrado el golpe de una puerta.

    Como si paseara con tu sombra,
    paseo con la mía
    por una tierra que el silencio alfombra,
    que el ciprés apetece más sombría.

    Rodea mi garganta tu agonía
    como un hierro de horca
    y pruebo una bebida funeraria.
    Tú sabes, Federico García Lorca,
    que soy de los que gozan una muerte diaria.


    Miguel Hernández



  6. Riéndose, burlándose con claridad del día,
    se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
    No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
    más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.

    Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
    al centro de la esfera de todo lo que existe.
    Quise llevar la risa como lo más hermoso.
    He muerto sonriendo serenamente triste.

    Niño dos veces niño: tres veces venidero.
    Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre.
    Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero
    salir donde la luz su gran tristeza encuentre.

    Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
    Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre.
    En una sensitiva sombra de transparencia,
    en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.

    Vientre: carne central de todo lo existente.
    Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.
    Noche final en cuya profundidad se siente
    la voz de las raíces y el soplo de la altura.

    Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
    Mi cuerpo en una densa constelación gravita.
    El universo agolpa su errante resonancia
    allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.

    Mirar, y ver en torno la soledad, el monte,
    el mar, por la ventana de un corazón entero
    que ayer se acongojaba de no ser horizonte
    abierto a un mundo menos mudable y pasajero.

    Acumular la piedra y el niño para nada:
    para vivir sin alas y oscuramente un día.
    Pirámide de sal temible y limitada,
    sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.

    Mas, algo me ha empujado desesperadamente.
    Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado.
    Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
    vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.



    Miguel Hernández


  7. La cebolla es escarcha
    cerrada y pobre:
    escarcha de tus días
    y de mis noches.
    Hambre y cebolla:
    hielo negro y escarcha
    grande y redonda.

    En la cuna del hambre
    mi niño estaba.
    Con sangre de cebolla
    se amamantaba.
    Pero tu sangre,
    escarchada de azúcar,
    cebolla y hambre.

    Una mujer morena,
    resuelta en luna,
    se derrama hilo a hilo
    sobre la cuna.
    Ríete, niño,
    que te tragas la luna
    cuando es preciso.

    Alondra de mi casa,
    ríete mucho.
    Es tu risa en los ojos
    la luz del mundo.
    Ríete tanto
    que en el alma al oírte,
    bata el espacio.

    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.

    Es tu risa la espada
    más victoriosa.
    Vencedor de las flores
    y las alondras.
    Rival del sol.
    Porvenir de mis huesos
    y de mi amor.

    La carne aleteante,
    súbito el párpado,
    el vivir como nunca
    coloreado.
    ¡Cuánto jilguero
    se remonta, aletea,
    desde tu cuerpo!

    Desperté de ser niño.
    Nunca despiertes.
    Triste llevo la boca.
    Ríete siempre.
    Siempre en la cuna,
    defendiendo la risa
    pluma por pluma.

    Ser de vuelo tan alto,
    tan extendido,
    que tu carne parece
    cielo cernido.
    ¡Si yo pudiera
    remontarme al origen
    de tu carrera!

    Al octavo mes ríes
    con cinco azahares.
    Con cinco diminutas
    ferocidades.
    Con cinco dientes
    como cinco jazmines
    adolescentes.

    Frontera de los besos
    serán mañana,
    cuando en la dentadura
    sientas un arma.
    Sientas un fuego
    correr dientes abajo
    buscando el centro.

    Vuela niño en la doble
    luna del pecho.
    Él, triste de cebolla.
    Tú, satisfecho.
    No te derrumbes.
    No sepas lo que pasa
    ni lo que ocurre.



    Miguel Hernández

  8. Vientos del pueblo me llevan,
    vientos del pueblo me arrastran,
    me esparcen el corazón
    y me aventan la garganta.

    Los bueyes doblan la frente,
    impotentemente mansa,
    delante de los castigos:
    los leones la levantan
    y al mismo tiempo castigan
    con su clamorosa zarpa.

    No soy un de pueblo de bueyes,
    que soy de un pueblo que embargan
    yacimientos de leones,
    desfiladeros de águilas
    y cordilleras de toros
    con el orgullo en el asta.
    Nunca medraron los bueyes
    en los páramos de España.

    ¿Quién habló de echar un yugo
    sobre el cuello de esta raza?
    ¿Quién ha puesto al huracán
    jamás ni yugos ni trabas,
    ni quién al rayo detuvo
    prisionero en una jaula?

    Asturianos de braveza,
    vascos de piedra blindada,
    valencianos de alegría
    y castellanos de alma,
    labrados como la tierra
    y airosos como las alas;
    andaluces de relámpagos,
    nacidos entre guitarras
    y forjados en los yunques
    torrenciales de las lágrimas;
    extremeños de centeno,
    gallegos de lluvia y calma,
    catalanes de firmeza,
    aragoneses de casta,
    murcianos de dinamita
    frutalmente propagada,
    leoneses, navarros, dueños
    del hambre, el sudor y el hacha,
    reyes de la minería,
    señores de la labranza,
    hombres que entre las raíces,
    como raíces gallardas,
    vais de la vida a la muerte,
    vais de la nada a la nada:
    yugos os quieren poner
    gentes de la hierba mala,
    yugos que habéis de dejar
    rotos sobre sus espaldas.

    Crepúsculo de los bueyes
    está despuntando el alba.

    Los bueyes mueren vestidos
    de humildad y olor de cuadra;
    las águilas, los leones
    y los toros de arrogancia,
    y detrás de ellos, el cielo
    ni se enturbia ni se acaba.
    La agonía de los bueyes
    tiene pequeña la cara,
    la del animal varón
    toda la creación agranda.

    Si me muero, que me muera
    con la cabeza muy alta.
    Muerto y veinte veces muerto,
    la boca contra la grama,
    tendré apretados los dientes
    y decidida la barba.

    Cantando espero a la muerte,
    que hay ruiseñores que cantan
    encima de los fusiles
    y en medio de las batallas.



    Miguel Hernández
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  9. ¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
    ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
    poner bellezas en mi entendimiento
    y no mi entendimiento en las bellezas?

    Yo no estimo tesoros ni riquezas,
    y así, siempre me causa más contento
    poner riquezas en mi entendimiento
    que no mi entendimiento en las riquezas.

    Y no estimo hermosura que vencida
    es despojo civil de las edades
    ni riqueza me agrada fementida,

    teniendo por mejor en mis verdades
    consumir vanidades de la vida
    que consumir la vida en vanidades.

    Sor Juana Inés de la Cruz
  10. Cuando mi error y tu vileza veo,
    contemplo, Silvio, de mi amor errado,
    cuán grave es la malicia del pecado,
    cuán violenta la fuerza de un deseo.

    A mi misma memoria apenas creo
    que pudiese caber en mi cuidado
    la última línea de lo despreciado,
    el término final de un mal empleo.

    Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
    viendo mi infame amor poder negarlo;
    mas luego la razón justa me advierte

    que sólo me remedia en publicarlo;
    porque del gran delito de quererte
    sólo es bastante pena confesarlo.



    Sor Juana Inés de la Cruz


  11. Por las calles, ¿quién aquél?
    ¡El tonto de Rafael!
    Tonto llovido del cielo,
    del limbo, sin un ochavo.
    Mal pollito colipavo,
    sin plumas, digo, sin pelo.
    ¡Pío-pic!, pica, y al vuelo
    todos le pican a él.
    ¿Quién aquél?
    ¡El tonto de Rafael!
    Tan campante, sin carrera,
    no imperial, sí tomatero,
    grillo tomatero, pero
    sin tomate en la grillera.
    Canario de la fresquera,
    no de alcoba o mirabel.
    ¿Quién aquél?
    ¡El tonto de Rafael!
    Tontaina tonto del higo,
    rodando por las esquinas
    bolas, bolindres, pamplinas
    y pimientos que no digo.
    Mas nunca falta un amigo
    que le mendigue un clavel.
    ¿Quién aquél?
    ¡El tonto de Rafael!
    Patos con gafas, en fila,
    lo raptarán tontamente
    en la berlina inconsciente
    de San Jinojito el lila.
    ¿Qué runrún, qué retahíla
    sube el cretino eco fiel?
    ¡Oh, oh, pero si es aquél
    el tonto de Rafael!



    Rafael Alberti

  12. Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero
    y el humo de los barcos aun era humo de habanero.
    Mulata vuelta bajera.
    Cádiz se adormecía entre fandangos y habaneras
    y un lorito al piano quería hacer de tenor.
    Dime dónde está la flor que el hombre tanto venera.
    Mi tío Antonio volvía con su aire de insurrecto.
    La Cabaña y el Príncipe sonaban por los patios del Puerto.
    (Ya no brilla la Perla azul del mar de las Antillas.
    Ya se apagó, se nos ha muerto).
    Me encontré con la bella Trinidad.
    Cuba se había perdido y ahora era verdad.
    Era verdad, no era mentira.
    Un cañonero huido llegó cantándolo en guajiras.
    La Habana ya se perdió. Tuvo la culpa el
    dinero...
    Calló, cayó el cañonero.
    Pero después, pero ¡ah! después...
    fue cuando al SÍ lo hicieron YES.


    Rafael Alberti
  13. Se equivocó la paloma,
    se equivocaba.
    Por ir al norte fue al sur,
    creyó que el trigo era el agua.
    Creyó que el mar era el cielo
    que la noche la mañana.
    Que las estrellas rocío,
    que la calor la nevada.
    Que tu falda era tu blusa,
    que tu corazón su casa.
    (Ella se durmió en la orilla,
    tú en la cumbre de una rama.)



    Rafael Alberti

  14. Ya toda me entregué y di,
    y de tal suerte he trocado,
    que mi Amado es para mí
    y yo soy para mi Amado.

    Cuando el dulce Cazador
    me tiró y dejó herida,
    en los brazos del amor
    mi alma quedó rendida;
    y, cobrando nueva vida,
    de tal manera he trocado,
    que mi Amado es para mí
    y yo soy para mi Amado.

    Hirióme con una flecha
    enherbolada de amor,
    y mi alma quedó hecha
    una con su Criador;
    Ya yo no quiero otro amor,
    pues a mi Dios me he entregado,
    y mi Amado es para mí
    y yo soy para mi Amado.


    Santa Teresa de Ávila

  15. Camina bella, como la noche
    De climas despejados y de cielos estrellados,
    Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
    Resplandece en su aspecto y en sus ojos,
    Enriquecida así por esa tierna luz
    Que el cielo niega al vulgar día.

    Una sombra de más, un rayo de menos,
    Hubieran mermado la gracia inefable
    Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,
    O ilumina suavemente su rostro,
    Donde dulces pensamientos expresan
    Cuán pura, cuán adorable es su morada.

    Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
    Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
    Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan
    Y hablan de días vividos con felicidad.
    Una mente en paz con todo,
    ¡Un corazón con inocente amor!


    Lord Byron