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MALCO
MANUEL LÓPEZ COSTA
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  1. En el aula la maestra pregunta:
    A ver niños,que piensan ustedes que es una muerte tranquila?
    La de mi abuelito-- Responde Pepito.
    Y como murió tu abuelito?
    Se quedó dormido.
    Ay, pobrecito, muy bien.
    Y que piensan ustedes, como seria una muerte horrible?
    La de los amigos de mi abuelito--Nuevamente Pepito.
    Y como murieron ?
    Ellos iban en el mismo coche,cuando mi abuelito se quedó dormido.

    MALCO
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  6. Julio Flórez
    (1867/05/22 - 1923/02/07)

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    Julio Flórez Roa

    Poeta colombiano



    Nació el 22 de mayo de 1867 en Chiquinquirá.

    Fue el séptimo de los diez hijos del médico liberal Policarpo María Flórez, presidente del Estado Soberano de Boyacá en 1871, y de Dolores Roa de Flórez, perteneciente al partido conservador colombiano. Cursó estudios en el colegio del Rosario de Bogotá.

    Conoció las corrientes literarias de la época: el romanticismo de Gustavo Adolfo Bécquer y de Víctor Hugo, quien fue su modelo. Creó la 'Gruta Simbólica', tertulia literaria de Bogotá de 1900. En 1883 publicó su primer libro de poesía, Horas, cuyo título le sugirió José Asunción Silva. Entre sus obras destacan: Cardos y Lirios (1905), Manojo de Zarzas (1906); Cesta de Lotus (1906); Fronda Lírica (1908), Gotas de ajenjo (1910).

    Deja el país en 1904 tras la ascensión del dictador Rafael Reyes Prieto al poder. Vivió en México, Cuba y España. A su regreso a Colombia, Julio Flórez se instala en Usacurí (Atlántico), donde falleció el 7 de febrero de 1923.


    Obras

    Huyeron las golondrinas
    Horas
    Cardos y lírios
    Gotas de ajenjo
    Cesta de lotos
    Manojo de Zarzas
    Haz de espinas
    Flecha roja
    De pie los muertos
    Fronda lírica
    Oro y ébano

    RETO
    Si porque a tus plantas ruedo
    como un ilota rendido,
    y una mirada te pido
    con temor, casi con miedo;
    si porque ante ti me quedo
    extático de emoción,
    piensas que mi corazón
    se va en mi pecho a romper
    y que por siempre he de ser
    esclavo de mi pasión;
    ¡te equivocas, te equivocas!,
    fresco y fragante capullo,
    yo quebrantaré tu orgullo
    como el minero las rocas.
    Si a la lucha me provocas,
    dispuesto estoy a luchar;
    tú eres espuma, yo mar
    que en sus cóleras confía;
    me haces llorar; pero un día
    yo también te haré llorar.

    Y entonces, cuando rendida
    ofrezcas toda tu vida
    perdón pidiendo a mis pies,
    como mi cólera es
    infinita en sus excesos,
    ¿sabes tú lo que haré en esos
    momentos de indignación?
    ¡Arrancarte el corazón
    para comérmelo a besos!
    IDILIO ETERNO

    Ruge el mar, y se encrespa y se agiganta;
    la luna, ave de luz, prepara el vuelo
    y en el momento en que la faz levanta,
    da un beso al mar, y se remonta al cielo.

    Y aquel monstruo indomable, que respira
    tempestades, y sube y baja y crece,
    al sentir aquel ósculo, suspira...
    ¡y en su cárcel de rocas... se estremece!

    Hace siglos de siglos, que, de lejos,
    tiemblan de amor en noches estivales;
    ella le da sus límpidos reflejos,
    él le ofrece sus perlas y corales.

    Con orgullo se expresan sus amores
    estos viejos amantes afligidos:
    ella le dice "¡te amo!" en sus fulgores,
    y él prorrumpe "¡te adoro!" en sus rugidos.

    Ella lo duerme con su lumbre pura,
    y el mar la arrulla con su eterno grito
    y le cuenta su afán y su amargura
    con una voz que truena en lo infinito.

    Ella, pálida y triste, lo oye y sube,
    le habla de amor en su celeste idioma,
    y, velando la faz tras de la nube,
    le oculta el duelo que a su frente asoma.

    Comprende que su amor es imposible,
    que el mar la copia en su convulso seno,
    y se contempla en el cristal movible
    del monstruo azul, donde retumba el trueno.

    Y, al descender tras de la sierra fría,
    le grita el mar: "¡En tu fulgor me abraso!
    ¡no desciendas tan pronto, estrella mía!
    ¡estrella de mi amor, detén el paso!

    ¡Un instante mitiga mi amargura,
    ya que en tu lumbre sideral me bañas!
    ¡no te alejes!... ¿no ves tu imagen pura,
    brillar en el azul de mis entrañas?"

    Y ella exclama, en su loco desvarío:
    "¡Por doquiera la muerte me circunda!
    ¡Detenerme no puedo monstruo mío!
    ¡Compadece a tu pobre moribunda!

    Mi último beso de pasión te envío;
    ¡mi postrer lampo a tu semblante junto!..."
    y en las hondas tinieblas del vacío,
    hecha cadáver, se desploma al punto.

    Entonces, el mar, de un polo al otro polo,
    al encrespar sus olas plañideras,
    inmenso, triste, desvalido y solo,
    cubre con sus sollozos las riberas.

    Y al contemplar los luminosos rastros
    del alba luna en el obscuro velo,
    tiemblan, de envidia y de dolor, los astros
    en la profunda soledad del cielo.

    ¡Todo calla!... el mar duerme, y no importuna
    con sus gritos salvajes de reproche;
    y sueña que se besa con la luna
    ¡en el tálamo negro de la noche!.

    FLORES NEGRAS
    Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
    y en el fondo de esta alma que ya no alegras,
    entre polvos de ensueños y de ilusiones
    yacen entumecidas mis flores negras.

    Ellas son el recuerdo de aquellas horas
    en que presa en mis brazos te adormecías,
    mientras yo suspiraba por las auroras
    de tus ojos, auroras que no eran mías.

    Ellas son mis dolores, capullos hechos;
    los intensos dolores que en mis entrañas
    sepultan sus raíces, cual los helechos
    en las húmedas grietas de las montañas.

    Ellas son tus desdenes y tus reproches
    ocultos en esta alma que ya no alegras;
    son, por eso, tan negras como las noches
    de los gélidos polos, mis flores negras.

    Guarda, pues, este triste, débil manojo,
    que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
    guárdalo, nada temas, es un despojo
    del jardín de mis hondas melancolías.


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