1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

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MALCO
MANUEL LÓPEZ COSTA
©Todos los Derechos Reservados

Queda prohibida la reproducción total o parcial
de la obra por cualquier medio.
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    Cruz Salmerón

    Piedad

    No era ni amor lo que ella me tenía;
    era tal vez piedad, lástima era,
    porque mi oculta pena comprendía
    y ella se compadece de cualquiera.

    Hoy que voy recobrando mi alegría,
    animado quizás de una quimera,
    se va tornando mucho menos mía,
    como si ella ya no me quisiera.

    Yo sí he formado de mi amor un culto,
    y en tanto aquí mi juventud sepulto
    y la aureola del martirio ciño.

    ¡No me quites, Señor; mi sufrimiento,
    si es que habré de perder con mi tormento
    la conmiseración de su cariño!...

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    Luís Pastori

    CALLE SOLA
    Soneto
    Luis Pastori

    Tu calle ya no es tu calle.
    Que es una calle cualquiera,
    camino de cualquier parte.
    Manuel Machado

    La estrella se mudó de tu ventana.
    Por ello, en soledad, entre otras cosas,
    el jardín y sus fuentes memoriosas
    se asordan bajo un doble de campana.

    Junto al vagar de occiduas mariposas
    entre la hiedra, el colibrí se afana
    por ser el ruiseñor que en la mañana
    canta fugaz a las fugaces rosas.

    En la imagen, vestigio del olvido,
    el aire tiene un aire envejecido,
    de tanta lasitud y tanta calma.

    Da pena terminar el recorrido,
    pues allá, hacia el final descolorido,
    la calle está más sola que tu alma.

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    Ana Enriqueta Terán

    SONETO INTUITIVO

    Estoy en mi vivir como sabiendo
    el destino de gentes y ciudades,
    las hoscas gentes de mis soledades
    que en mi secreto ayer van padeciendo.

    Mi despojada sombra voy siguiendo
    sobre números, puertas y ebriedades
    de anaconda ceñida a las edades
    inconsoladas de algo persistiendo.

    Algo de mí que cruza, se atraviesa,
    se vuelve silla azul, tacta el aroma
    donde estuvo el color y hace la rosa.

    La rosa de mis huesos que no cesa;
    exacta, tumultuosa, prediciendo
    algo de mí que besa a quien no besa.

    Ana Enriqueta Terán

    SONETO TREINTA

    El corazón repite lo que he visto
    con los sentidos todos engallados;
    el hallazgo se arrima a los costados
    de algo extraño, numérico, imprevisto.

    Algo de selva que obedece a un cristo
    diferente, perverso, y rezagados
    de la doble visión, como rasgados
    documentos del pan donde resisto.

    Oh recia, desvelada levadura
    de ser frente a su muerte. Muerte sola
    sobre una piedra lejos. Muerte fija.

    Llegó. Soy el silencio de la ola.
    Es la muerte, la siento y su pavura
    me deja un doble seis en la cobija.
    Ana Enriqueta Terán

    SONETO CUARENTA Y SEIS

    Clama mi sangre por un turbio lino,
    por mensajes de líquenes urgentes;
    que ya no puedo andar entre las gentes
    con esta ciencia de árbol submarino.

    A menguadas estatuas di mi vino
    y oí gemir mis fémures bullentes;
    ensimismada en bocas transparentes
    nació mi soledad de torso fino.

    Ahora sin sollozo y sin mezquinas
    fronteras, ya en el aire, ya en latidos
    o en vegetales silbos rigurosos,

    acecho la aridez de las esquinas
    donde florecen los desconocidos
    en corbatas y labios misteriosos.

    Ana Enriqueta Terán

    TODO REGRESA A LA CONSTANTE PURA

    Nos señalaron barco y bastimento.
    Poca fe, poco amor, frente excesiva,
    mucho de olvido y carne fugitiva
    que busca en vano firme basamento.

    Miserable porción y algún momento
    de palabreo inútil y agresiva
    ceguera de gran bestia sensitiva
    encharcada en fugaz presentimiento.

    Impulso, lucha, sin hallar un claro
    dónde mostrarse niebla o conjetura
    de eternidad, o simplemente vida

    que haga valer su tiempo y desamparo.
    Todo regresa a la constante pura:
    un aleteo de ventana herida.

    Ana Enriqueta Terán

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    Tirso de Molina

    De como han de ser los amigos
    Jornada II, GASTÓN

    Falsa amistad, ladrón disimulado,
    que lisonjea al que robar procura;
    perro que halaga lo que el manjar dura,
    para morder después que está acabado.

    ¿Cómo es posible que hayas derribado
    con el vano interés de una hermosura
    la más firme amistad y más segura
    que Francia vio jamás y España ha dado?

    Labra en palacio en el verano el nido
    la golondrina, que parece eterno, 10
    mas huye en el invierno y busca abrigo.

    De la falsa amistad símbolo ha sido.
    Labró el verano, pero huyó el invierno
    de mis trabajos el mayor amigo.

    De El amor y la amistad

    El águila que al sol da en sacrificio
    los hijos que en sus rayos legitima,
    aquellos por bastardos desestima
    que no osan ver su luz: hasta este indicio.

    Examen hace un lúcido juicio
    de los polluelos cuya vista anima
    para mirarle, y al cobarde intima,
    en vez de amor materno precipicio.

    En la prosperidad que es sol luciente,
    no es mucho que sus rayos sean testigos
    de su nobleza, que es hermoso Febo.

    Mas yo, al águila en esto diferente,
    ¿cómo me atrevo a examinar amigos,
    si en la tiniebla, no en la luz, los pruebo?

    De El árbol de mejor fruto

    La cerviz indomable del toro ata
    con las coyundas de su yugo grave
    el labrador, y brama, porque sabe
    que su preciosa libertad maltrata.

    Al pájaro, que en plumas se dilata,
    el cazador cautiva, del suave
    acento enamorado, y llora el ave,
    aunque honren su prisión rejas de plata.

    No en los jardines la florida hierba
    medra en el modo que en el monte y prado,
    patria y solar de su morada verde.

    Dichoso, libertad, el que os conserva,
    pues es prisión el solio sublimado
    de quien por reinos, vuestro reino pierde.

    De El castigo del pensequé

    Yo os prometí mi libertad querida,
    no cautivaros más, ni daros pena;
    pero promesa en potestad ajena,
    ¿cómo puede obligar a ser cumplida?

    Quien promete no amar toda la vida,
    y en la ocasión la voluntad enfrena,
    seque el agua del mar, sume su arena,
    los vientos pare, lo infinito mida.

    Hasta ahora con noble resistencia
    las plumas corto a leves pensamientos,
    por más que la ocasión su vuelo ampare.

    Pupila soy de amor; sin su licencia
    no pueden obligarme juramentos.
    Perdonad, voluntad, si los quebrare.


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    Rosario de Acuña

    El otoño

    Templa su fuego el sol bajo el nublado;
    las nieblas rompen sus tupidos velos
    y desciende la lluvia, y arroyuelos
    de límpido cristal recoge el prado.

    Pájaro amante, insecto enamorado,
    sienten, última vez, ardientes celos;
    marchan la golondrina y sus polluelos:
    se adorna el bosque de matiz dorado.

    ¡Ya está aquí! El mar levanta sus espumas
    y acres perfumes a la tierra envía...
    ¿Quién no le ama? Entre rosadas brumas,

    coronado de mirtos y laureles,
    viene dando a las vides ambrosía,
    vertiendo frutas, regalando mieles!

    La muerte

    ¿Es dormir sin ensueños y en la hundida
    fosa quedar en eternal reposo?
    O ¿es despertar del sueño pavoroso
    que el hombre llama, en sus delirios, vida?

    La obra del alma ¿quedará perdida,
    deshecha, en el abismo tenebroso?
    O ¿tendrá su empezar esplendoroso
    cuando sintamos la postrera herida?

    ¡Qué importa lo que fuere! Si es el sueño
    sin ensueño, el no ser, dormir sin tasa...
    ¡Es posible lograr mayor ventura!

    Y si es el despertar del triste ensueño
    del vivir terrenal, que al alma abrasa...
    ¡Hay dicha más gloriosa y más segura!


    Soneto escrito para ser grabado en la tumba de mi padre

    Piedra, que serás polvo deleznable,
    pues todo al paso de los años muere,
    mi pensamiento en su amargura quiere
    fundirse en lo que guardas implacable.

    Alcanza en lo infinito y no le es dable
    darse a la muerte si el dolor le hiere,
    que el pensamiento en su amargura adquiere
    una fuerza vital imponderable.

    En los abismos de la muerte hundido
    está mi padre, luz del alma mía,
    y aún más allá del polvo y del olvido.

    Más allá de mi noche eterna y fría
    concibo su recuerdo bendecido
    y la esperanza de encontrarle un día.

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    Delmira Agustini

    Amor

    Lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;
    hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
    Era un amor desbordado de locura y de fuego,
    Rodando por la vida como en eterno riego.

    Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
    que dobla ante la noche su cabeza de fuego:
    despues rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
    sonaba sus cristales el alma de la fuente.

    Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente y triste,
    que todas las tinieblas y todo el iris viste,
    que frágil como un ídolo y eterno como un Dios

    Sobre la vida toda su majestad levanta:
    y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
    en una flor de fuego deshojada por dos...

    Añoranza

    Íbamos en la tarde que caía
    rápidamente sobre los caminos.
    Su belleza, algo exótica, ponía
    aspavientos en ojos campesinos.

    -Gozaremos el libro- me decía
    de tus epigramáticos y finos
    versos. En el crepúsculo moría
    un desfile de pájaros marinos...

    Debajo de nosotros, la espesura
    aprisionaba en forma de herradura
    la población. Y de un charco amarillo

    surgió la luna de color de argento,
    y a lo lejos, con un recogimiento
    sentimental, lloraba un caramillo...

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      Prometeo encadenado ( Décimas )

      El mundo todo está listo
      pero falta así sería
      hacer con sabiduría
      y saldar este imprevisto.
      Un ser que no sea arisco
      capaz de odiar y de amar
      de perdonar y olvidar
      que con piedad y concordia
      posea misericordia
      al juzgar y castigar.

      Un ser que a los dioses tema
      y les rinda siempre culto
      sin que nada sea oculto
      siendo grave este dilema.
      Resolviendo este problema
      toma el barro Prometeo
      y teniendo asi el deseo
      con sus lágrimas lo amasa
      y Atenea haciendo basa
      interviene dando alteo.

      Toma del néctar divino
      y descendiendo a este mundo
      Prometeo está iracundo
      inconforme no previno.
      Que el barro sin un destino
      era tierra de simpleza
      tal cual vacía cabeza
      sin dar vida a las criaturas
      eran muertas sus hechuras
      sin clara luz ni pureza

      Atenea a las criaturas
      ya estando plenas de vida
      con premura les convida
      a librarse de ataduras.
      Y dejar de ser impuras
      dando a sorber unas gotas
      que misteriosas e ignotas
      les dará alma como hombres
      y tendrán sus propios nombres
      siendo sus quietudes rotas.

      Cuenta la leyenda griega
      en sus míticos afanes
      que primeros los titanes
      iniciaron la refriega.
      Sobre Cronos se delega
      a Caelus destronarlo
      venciendolo logra echarlo
      del Olimpo se apodera
      su hijo, Zeus,de igual manera
      también pudo derrocarlo.

      Emprende Zeus la batalla
      tan feroz y tan sangrienta
      quizás sea la más cruenta
      que sobre el Olimpo estalla.
      Y hasta el Universo acalla,
      la antigua estirpe vencida
      en la derrota sumida
      no pudiendolos vencer
      pierden asi su poder
      y emprenden rápida huída.

      Zeus se aclama victorioso
      del Olimpo dios supremo
      y darle un castigo extremo
      al Titán que rencoroso.
      Sintiéndose receloso
      a los dioses roba el fuego
      causando brutal reniego
      Prometeo es castigado
      y asi estar encadenado
      treinta siglos es su priego.

      No se escapan los mortales
      del Olimpo su castigo
      no rinden culto prosigo
      creyendo sean iguales.
      A los dioses celestiales
      dejando los sacrificios
      sus poderes son ficticios
      les ha llegado su hora
      enviada viene Pandora
      a castigar sus desquicios.

      Mas Prometeo es salvado
      Hercules bien lo libera
      y mata la arpía artera
      que el vientre le ha desgarrado.
      Prometeo liberado
      con Zeus han hecho las paces
      son buenos tiempos feraces
      el fuego los purifica
      el hombre los dignifica
      con sacrificios veraces.

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      Malco
      ©Todos los Derechos reservados.
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      Prometeo encadenado ( Décimas )

      El mundo todo está listo
      pero falta así sería
      hacer con sabiduría
      y saldar este imprevisto.
      Un ser que no sea arisco
      capaz de odiar y de amar
      de perdonar y olvidar
      que con piedad y concordia
      posea misericordia
      al juzgar y castigar.

      Un ser que a los dioses tema
      y les rinda siempre culto
      sin que nada sea oculto
      siendo grave este dilema.
      Resolviendo este problema
      toma el barro Prometeo
      y teniendo asi el deseo
      con sus lágrimas lo amasa
      y Atenea haciendo basa
      interviene dando alteo.

      Toma del néctar divino
      y descendiendo a este mundo
      Prometeo está iracundo
      inconforme no previno.
      Que el barro sin un destino
      era tierra de simpleza
      tal cual vacía cabeza
      sin dar vida a las criaturas
      eran muertas sus hechuras
      sin clara luz ni pureza

      Atenea a las criaturas
      ya estando plenas de vida
      con premura les convida
      a librarse de ataduras.
      Y dejar de ser impuras
      dando a sorber unas gotas
      que misteriosas e ignotas
      les dará alma como hombres
      y tendrán sus propios nombres
      siendo sus quietudes rotas.

      Cuenta la leyenda griega
      en sus míticos afanes
      que primeros los titanes
      iniciaron la refriega.
      Sobre Cronos se delega
      a Caelus destronarlo
      venciendolo logra echarlo
      del Olimpo se apodera
      su hijo, Zeus,de igual manera
      también pudo derrocarlo.

      Emprende Zeus la batalla
      tan feroz y tan sangrienta
      quizás sea la más cruenta
      que sobre el Olimpo estalla.
      Y hasta el Universo acalla,
      la antigua estirpe vencida
      en la derrota sumida
      no pudiendolos vencer
      pierden asi su poder
      y emprenden rápida huída.

      Zeus se aclama victorioso
      del Olimpo dios supremo
      y darle un castigo extremo
      al Titán que rencoroso.
      Sintiéndose receloso
      a los dioses roba el fuego
      causando brutal reniego
      Prometeo es castigado
      y asi estar encadenado
      treinta siglos es su priego.

      No se escapan los mortales
      del Olimpo su castigo
      no rinden culto prosigo
      creyendo sean iguales.
      A los dioses celestiales
      dejando los sacrificios
      sus poderes son ficticios
      les ha llegado su hora
      enviada viene Pandora
      a castigar sus desquicios.

      Mas Prometeo es salvado
      Hercules bien lo libera
      y mata la arpía artera
      que el vientre le ha desgarrado.
      Prometeo liberado
      con Zeus han hecho las paces
      son buenos tiempos feraces
      el fuego los purifica
      el hombre los dignifica
      con sacrificios veraces.

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  3. Sonetos raros y curiosos de Lope a Julio Cortázar


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    La ingeniosidad versificadora ha sido siempre una inclinación de poetas y aficionados a las musas. Conocido de todos es el famoso soneto de Lope de Vega, que dio lugar a secuelas de «sonetos sonetiles»[1] o sonetos del soneto, donde se describe el modo de construir este tipo de poema en el mismo poema —o metapoema o metasoneto—, y de los que recogió cumplidos ejemplos el erudito Francisco Rodríguez Marín, a quien tanto deben las letras españolas (desde su magistral edición delQuijote): ahí va el texto lopiano, de la comedia La niña de plata:

    Un soneto me manda hacer Violante,
    que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
    catorce versos dicen que es soneto,
    burla burlando van los tres delante.
    Yo pensé que no hallara consonante
    y estoy a la mitad de otro cuarteto,
    mas si me veo en el primer terceto,
    no hay cosa en los cuartetos que me espante.
    Por el primer terceto voy entrando,
    y parece que entré con pie derecho
    pues fin con este verso le voy dando.
    Ya estoy en el segundo y aun sospecho
    que voy los trece versos acabando:
    contad si son catorce y está hecho.


    No puedo recoger en estas notas aleatorias todos los ejemplos engendrados por semejante ocurrencia. Baste ofrecer algunos a la curiosidad del hipotético interesado, como el soneto del argentino Alberto Vacarezza (1888-1959)[2], quien arrancando del verso primero de Lope, construye «Un sainete en un soneto» (Cantos de la vida y de la tierra, 1944):

    Un soneto me manda hacer Castillo

    y yo, para zafarme de tal brete,

    en lugar de un soneto haré un sainete,

    que para mí es trabajo más sencillo.
    La escena representa un conventillo.

    Personajes: un grébano amarrete,

    un gallego que en todo se entromete,

    dos guapos, una paica y un vivillo.
    Se levanta el telón. Una disputa
    
se entabla entre el gallego y el goruta,

    de la que saca el vivo su completo.
    El guapo que pretende a la garaba
    
se arremanga al final, viene la biaba
    
y aquí acaba el sainete y el soneto.

    En Colombia hay dignos representantes del gremio, comentados por Vicente Pérez Silva, de cuyo artículo «Sonetos sonetiles en Colombia»[3], extraigo los ejemplos siguientes, como el de Ricardo Carrasquilla, que inventa las diluciones o extractos del soneto lopiano, con sucesivas versiones diluidas, como esta en octosílabos:

    Soneto pide Violante:
    nunca me vi en tal aprieto;
    son los versos del soneto
    catorce, y van tres adelante.
    No pensé hallar consonante,
    tengo uno y medio cuarteto.
    Si llego al primer terceto
    no habrá cosa que me espante.
    Al primer terceto entrando
    voy, tal vez con el pie derecho,
    pues que ya fin le voy dando.
    Llegué al segundo, y sospecho
    que ya lo estoy acabando:
    contad catorce, está hecho.

    Más dilución: ahora hexasilábica:

    Soneto, Violante,
    me pides? Qué aprieto!
    Ya van del soneto
    tres versos delante.
    Hallé consonante,
    hay medio cuarteto;
    si llego al terceto
    no habrá quien me espante.
    Al terceto entrando
    voy con pie derecho,
    pues fin le voy dando.
    Amiga, sospecho,
    que estoy acabando.
    Caramba!, está hecho.


    Por diluciones sucesivas puede llegarse al monosilabismo sonetil, cosa que llevó a cabo otro poeta colombiano, Víctor Sánchez Montenegro:

    Qué!
    So ............... No
    ne- .:.............. lo
    to? ................ ves?
    Yo
    me ................. Ya
    me-. ............... es
    to. ................. tá.

    Otra versión reducida debida al mismo vate es el soneto (?) de seis palabras y 17 letras que debe leerse fonéticamente y que se titula —ya que el poema es corto sea el título largo— Historia de un águila caudal que en su soberbia jupiterina quiso conquistar el sol, y con toda la fuerza de sus remos de acero surcó el espacio y llegó a tanta altura que los rayos del astro quemaron sus alas. Entonces, el ave orgullosa cayó a tierra, pagando en esa forma su atrevimiento, como ejemplo para todos los audaces que sin mérito alguno pretenden conquistar un imposible:

    K-
    b-............... C
    c-................k
    a!............... e!
    A
    le ................ Oh!
    t- ................ K
    a!................ yó!

    (Es decir: Cabecea, aletea, ce [ceceo] cae, oh, cayó)

    Otro tipo de ingeniosidades abundan en los géneros jocosos del Siglo de Oro. Quevedo explora las rimas ridículas y efectos fonéticos grotescos:

    Con testa gacha toda charla escucho;
    dejo la chanza y sigo mi provecho;
    para vivir, escóndome y acecho,
    y visto de paloma lo avechucho.
    Para tener, doy poco y pido mucho;
    si tengo pleito, arrímome al cohecho;
    ni sorbo angosto ni me calzo estrecho,
    y cátame que soy hombre machucho.
    Niego el antaño, píntome el mostacho;
    pago a Silvia el pecado, no el capricho;
    prometo y niego, y cátame muchacho.
    Vivo pajizo, no visito nicho;
    en lo que ahorro está mi buen despacho,
    y cátame dichoso, hecho y dicho.

    En la comedia burlesca los personajes se complacen en disparatar en verso: así, en la comediaAmor, ingenio y mujer, de Suárez de Deza, Aquel y Hola protagonizan un dueto sonetil, que integra comentarios metalingüísticos sobre la ingeniosidad
    del recurso:

    Dice Aquel:

    Desde el día en que vite y que mirete,
    ciego quedé por ti a nativitate,
    y mi vida quedó tan de remate
    que poco le faltó para cohete.
    Del Argel de tus ojos soy Hamete
    y de sus bellas niñas soy orate;
    por ti estoy hecho todo ya un tomate,
    para que tú me comas por sainete.
    Quiéreme pues, pues eres tan discreta,
    y para mí no seas tan ingrata,
    pues me tienes a cabe de paleta.
    Que si me quieres, yo, sin patarata,
    de amor te escribiré por la estafeta
    en ete siempre, en ate, en eta, en ata.

    Y Hola replica:

    Yo, Aquel mío, te quiero y tan quierote,
    que te estoy adorando de hito en hito,
    y cuando miro el dulce garabito
    de tus ojuelos, toda me hago achiote.
    Por ti me pienso hacer un almodrote,
    para obligar con él a tu apetito,
    tuyo es de cara, en fin, este palmito,
    conque ya está mi amor de bote en bote.
    Solo tú mi consorte has de ser, bruto,
    y yo tuya he de ser, sin más disputa,
    porque lo que yo digo lo ejecuto.
    Págame pues, que yo del que tributa
    amor, te escribiré por darte fruto,
    también en ote, en ito, en uto, en uta.


    Viniendo más cerca de nuestra época, valga para cerrar los casos este Zipper Sonet de Cortázar, recordado por Javier Mardel[4], que no tiene más secreto que desligar los versos de modo que se puedan leer en los dos sentidos, de arriba abajo o viceversa, cosa de la que se reirían los artífices que en el Siglo de Oro practicaban el arte del poema que se podía leer en millones de formas diferentes:


    De arriba abajo o bien de abajo arriba
    este camino lleva hacia sí mismo
    simulacro de cima ante el abismo
    árbol que se levanta o se derriba
    quien en la alterna imagen lo conciba
    será el poeta de este paroxismo
    en un amanecer de cataclismo
    náufrago que a la arena al fin arriba
    vanamente eludiendo su reflejo
    antagonista de la simetría
    para llegar hasta el dorado gajo
    visionario amarrándose a un espejo
    obstinado hacedor de la poesía
    de abajo arriba o bien de arriba abajo.

    Referencia:

    [1] Sonetos sonetiles ajenos y propios ensartados en el hilo pelliquero de su clara prosilla castellana, Madrid, Bermejo, 1941.
    [2] Tomo los datos y el texto de Fernando Sorrentino, Tres descendientes argentinos de Lope y Violante, en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero24/violante.html. Sorrentino anota que grébano y goruta (= tarugo al vesre) son términos despectivos parea apuntar al italiano; paica y garaba ‘muchacha’. También que el Castillo mencionado es el dramaturgo José González Castillo (1885-1937).
    [3] Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Edición 142, Octubre de 2001.
    [4] http://javiermardel.blogspot.de/2011/04/enigmas-y-peculiaridades-del-soneto.html


    Publicado 9th October 2013 por Ignacio Arellano Ayuso
    Etiquetas: bromas literarias Cortázar experimentos poéticos ingenio Lope de Vega metapoesía poesía burlescasonetos sonetiles

    1. El Jardín de los Clásicos


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  4. [​IMG]

    Ver adjunto 46252
    Federico García Lorca

    "Ni yo ni ningún poeta, sabemos lo que es poesía".

    Sonetos del amor oscuro


    Soneto gongorino

    Este pichón del Turia que te mando,
    de dulces ojos y de blanca pluma,
    sobre laurel de Grecia vierte y suma
    llama lenta de amor do estoy parando.

    Su cándida virtud, su cuello blando,
    en limo doble de caliente espuma,
    con un temblor de escarcha, perla y bruma
    la ausencia de tu boca está marcando.

    Pasa la mano sobre tu blancura
    y verás qué nevada melodía
    esparce en copos sobre tu hermosura.

    Así mi corazón de noche y día,
    preso en la cárcel del amor oscura,
    llora, sin verte, su melancolía.

    Llagas de amor

    Esta luz, este fuego que devora.
    Este paisaje gris que me rodea.
    Este dolor por una sola idea.
    Esta angustia de cielo, mundo y hora.

    Este llanto de sangre que decora
    lira sin pulso ya, lúbrica tea.
    Este peso del mar que me golpea.
    Este alacrán que por mi pecho mora.

    Son guirnalda de amor, cama de herido,
    donde sin sueño, sueño tu presencia
    entre las ruinas de mi pecho hundido.

    Y aunque busco la cumbre de prudencia
    me da tu corazón valle tendido
    con cicuta y pasión de amarga ciencia.

    Soneto de la guirnalda de las rosas

    ¡Esa guirnalda! ¡Pronto! ¡Que me muero!
    ¡Teje deprisa! ¡Cantal ¡Gime! ¡Canta!
    Que la sombra me enturbia la garganta
    y otra vez viene y mil la luz de enero.

    Entre lo que me quieres y te quiero,
    aire de estrellas y temblor de planta
    espesura de anémonas levanta
    con oscuro gemir un año entero.

    Goza el fresco paisaje de mi herida,
    quiebra juncos y arroyos delicados,
    bebe en muslo de miel sangre vertida.

    Pronto ¡prontol! Que unidos, enlazados,
    boca rota de amor y alma mordida,
    el tiempo nos encuentre destrozados.

    El poeta dice la verdad

    Quiero llorar mi pena y te lo digo
    para que tú me quieras y me llores
    en un anochecer de ruiseñores
    con un puñal, con besos y contigo.

    Quiero matar al único testigo
    para el asesinato de mis flores
    y convertir mi llanto y mis sudores
    en eterno montón de duro trigo.

    Que no se acabe nunca la madeja
    del te quiero me quieres, siempre ardida
    con decrépito sol y luna vieja.

    Que lo que no me des y no te pida
    será para la muerte, que no deja
    ni sombra por la carne estremecida.

    El poeta pide a su amor
    que le escriba


    Amor de mis entrañas, viva muerte,
    en vano espero tu palabra escrita
    y pienso, con la flor que se marchita,
    que si vivo sin mí quiero perderte.

    El aire es inmortal, la piedra inerte
    ni conoce la sombra ni la evita.
    Corazón interior no necesita
    la miel helada que la luna vierte.

    Pero yo te sufrí, rasgué mis venas,
    tigre y paloma, sobre tu cintura
    en duelo de mordiscos y azucenas.

    Llena, pues, de palabras mi locura
    o déjame vivir en mi serena noche
    del alma para siempre oscura.

    Ay voz secreta del amor oscuro

    ¡Ay voz secreta del amor oscuro!
    ¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
    ¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
    ¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

    ¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
    montaña celestial de angustia erguida!
    ¡ay perro en corazón, voz perseguida!
    ¡silencio sin confín, lirio maduro!

    Huye de mí, caliente voz de hielo,
    no me quieras perder en la maleza
    donde sin fruto gimen carne y cielo.

    Deja el duro marfil de mi cabeza,
    apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
    ¡que soy amor, que soy naturaleza!


    Noche del amor insomne

    Noche arriba los dos con luna llena,
    yo me puse a llorar y tú reías.
    Tu desdén era un dios, las quejas mías
    momentos y palomas en cadena

    Noche abajo los dos. Cristal de pena,
    llorabas tú por hondas lejanías.
    Mi dolor era un grupo de agonías
    sobre tu débil corazón de arena.

    La aurora nos unió sobre la cama,
    las bocas puestas sobre el chorro helado
    de una sangre sin fin que se derrama.

    Y el sol entró por el balcón cerrado
    y el coral de la vida abrió su rama
    sobre mi corazón amortajado.

    El poeta pregunta a su
    amor por la ciudad
    encantada de Cuenca


    ¿Te gustó la ciudad que gota a gota
    labró el agua en el centro de los pinos?
    ¿Viste sueños y rostros y caminos
    y muros de dolor que el aire azota?

    ¿Viste la grieta azul de luna rota
    que el Júcar moja de cristal y trinos?
    ¿Han besado tus dedos los espinos
    que coronan de amor piedra remota?

    Te acordaste de mí cuando subías
    al silencio que sufre la serpiente,
    prisionera de grillos y de umbrías?

    ¿No viste por el aire transparente
    una dalia de penas y alegrías
    que te mandó mi corazón caliente?

    El poeta habla por teléfono con el amor

    Tu voz regó la duna de mi pecho
    en la dulce cabina de madera.
    Por el sur de mis pies fue primavera
    y al norte de mi frente flor de helecho.

    Pino de luz por el espacio estrecho
    cantó sin alborada y sementera
    y mi llanto prendió por vez primera
    coronas de esperanza por el techo.

    Dulce y lejana voz por mí vertida.
    Dulce y lejana voz por mí gustada.
    Lejana y dulce voz amortecida.

    Lejana como oscura corza herida.
    Dulce como un sollozo en la nevada.
    ¡Lejana y dulce en tuétano metida!

    El amor duerme en el pecho del poeta

    Tú nunca entenderás lo que te quiero
    porque duermes en mí y estás dormido.
    Yo te oculto llorando, perseguido
    por una voz de penetrante acero.

    Norma que agita igual carne y lucero
    traspasa ya mi pecho dolorido
    y las turbias palabras han mordido
    las alas de tu espíritu severo.

    Grupo de gente salta en los jardines
    esperando tu cuerpo y mi agonía
    en caballos de luz y verdes crines.

    Pero sigue durmiendo, vida mía.
    Oye mi sangre rota en los violines.
    ¡Mira que nos acechan todavía!

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    Julio Cortázar

    El bis reversible

    De arriba abajo o bien de abajo arriba
    este camino lleva hacia sí mismo
    simulacro de cima ante el abismo
    árbol que se levanta o se derriba

    quien en la alterna imagen lo conciba
    será el poeta de este paroxismo
    en un amanecer de cataclismo
    náufrago que a la arena al fin arriba

    vanamente eludiendo su reflejo
    antagonista de la simetría
    para llegar hasta el dorado gajo

    visionario amarrándose a un espejo
    obstinado hacedor de la poesía
    de abajo arriba o bien de arriba abajo.


    * El autor de Rayuela y 62 modelo para armar vuelve a proponer que fragmentemos y rearmemos el texto, esta vez simplemente invirtiendo el orden en que leemos los versos. Dejando de lado la pequeña mácula de usar la misma palabra como rima (versos 1 y 8), el soneto es formalmente impecable.


    Igual, al leer la primera línea uno se imagina por un instante que leído de abajo a arriba también sería un soneto, pero en este caso no es así, la estructura de rimas no sirve. Le surge entonces a uno la pregunta ¿es posible construir un soneto con una rima tal que de abajo hacia arriba también sea un soneto? Yo tuve que hacerme un diagrama para darme cuenta:



    Como la rima de los tercetos es muchísimo más libre, acá la puse como X, y en el segundo renglón usé letras distintas, C y D para representar otro par de rimas. Estas dos estructuras coinciden en los versos 7 y 8, por lo que para que todo funcione bien B debe ser igual a C y A igual a D. El resultado final es un soneto con la siguiente estructura:

    El último pequeño detalle, que está bien logrado en éste de Cortázar, es que leído de abajo a arriba también tenga algún sentido. Puntos extra si el sentido cambia cuando se cambia de dirección de lectura.

    Tres sonetos eróticos

    Su mono azul le ciñe la cintura,
    le amanzana las nalgas y los senos,
    la vuelve un muchachito y le da plenos
    poderes de liviana arquitectura

    Al viento va la cabellera oscura,
    es toda fruta y es toda venenos;
    el remar de sus muslos epicenos
    inventa una fugaz piscicultura.

    Amazona de mono azul, el arte
    la fija en este rito paralelo,
    cambiante estela a salvo de mudanza;

    viejo poeta, mírala mirarte
    con ojos que constelan otro cielo
    donde no tiene puerto tu esperanza.

    ***

    Una carta de amor

    Todo lo que de vos quisiera
    es tan poco en el fondo
    porque en el fondo es todo,


    como un perro que pasa, una colina,
    esas cosas de nada, cotidianas,
    espiga y cabellera y dos terrones,
    el olor de tu cuerpo,
    lo que decís de cualquier cosa,
    conmigo o contra mía,


    todo eso es tan poco,
    yo lo quiero de vos porque te quiero.


    Que mires más allá de mí,
    que me ames con violenta prescindencia
    del mañana, que el grito
    de tu entrega se estrelle
    en la cara de un jefe de oficina,


    y que el placer que juntos inventamos
    sea otro signo de la libertad.


    ***

    Liquidación de saldos

    Me siento morir en ti, atravesado de espacios
    que crecen, que me comen igual que mariposas
    hambrientas.

    Cierro los ojos y estoy tendido en tu memoria,
    apenas vivo,
    con los abiertos labios donde remonta el río del
    olvido.

    Y tú, con delicadas pinzas de paciencia me
    arrancas los dientes, las pestañas, me desnudas
    el trébol de la voz, la sombra del deseo,
    vas abriendo en mi nombre ventanas al espacio
    y agujeros azules en mi pecho
    por donde los veranos huyen lamentándose.

    Transparente, aguzado, entretejido de aire
    floto en la duermevela, y todavía
    digo tu nombre y despierto acongojado.

    Pero te esfuerzas y me olvidas,
    yo soy apenas la burbuja
    que te refleja, que destruirás
    con sólo un parpadeo.

    Julio Cortázar

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    Octavio Paz


    Sonetos
    I
    Inmóvil en la luz, pero danzante,
    tu movimiento a la quietud se cría
    en la cima del vértigo se alía
    deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

    Luz que no se derrama, ya diamante,
    detenido esplendor del mediodía,
    sol que no se consume ni se enfría
    de cenizas y fuego equidistante.

    Espada, llama, incendio cincelado,
    que ni mi sed aviva ni la mata,
    absorta luz, lucero ensimismado:

    tu cuerpo de sí mismo se desata
    y cae y se dispersa tu blancura
    y vuelves a ser agua y tierra oscura.

    II
    El mar, el mar y tú, plural espejo,
    el mar de torso perezoso y lento
    nadando por el mar, del mar sediento:
    el mar que muere y nace en un reflejo.

    El mar y tú, su mar, el mar espejo:
    roca que escala el mar con paso lento,
    pilar de sal que abate el mar sediento,
    sed y vaivén y apenas un reflejo.

    De la suma de instantes en que creces,
    del círculo de imágenes del año,
    retengo un mes de espumas y de peces,

    y bajo cielos líquidos de estaño
    tu cuerpo que en la luz abre bahías
    al oscuro oleaje de los días.

    III
    Del verdecido júbilo del cielo
    luces recobras que la luna pierde
    porque la luz de sí misma recuerde
    relámpagos y otoños en tu pelo.

    El viento bebe viento en su revuelo,
    mueve las hojas y su lluvia verde
    moja tus hombros, tus espaldas muerde
    y te desnuda y quema y vuelve hielo.

    Dos barcos de velamen desplegado
    tus dos pechos. Tu espalda es un torrente.
    Tu vientre es un jardín petrificado.

    Es otoño en tu nuca: sol y bruma.
    Bajo del verde cielo adolescente.
    tu cuerpo da su enamorada suma.


    [​IMG]

    Ver adjunto 46254


    El soneto de rigor

    Las rosas están insoportables en el florero
    JAIME SABINES


    Tal vez haya un rigor para encontrarte
    el corazón de rosa rigurosa
    ya que hablando en rigor no es poca cosa
    que tu rigor de rosa no te harte.

    Rosa que estás aquí o en cualquier parte
    con tu rigor de pétalos, qué sosa
    es tu fórmula intacta, tan hermosa
    que ya es de rigor desprestigiarte.

    Así que abandonándote en tus ramos
    o dejándote al borde del camino
    aplicarte el rigor es lo mejor.

    Y el rigor no permite que te hagamos
    liras ni odas cual floreros, sino
    apenas el soneto de rigor.

    Soneto del abandono

    A veces si me siento abandonado
    me encuentro y desencuentro en el vacío
    y allí la soledad es como un río
    que me alcanza residuos del pasado

    el abandono vive su pecado
    que es de los otros y también es mío
    tirita el alma porque tiene frío
    y ya no se refugia en lo sagrado

    algo ocurre de pronto en el presente
    por fin abre su cofre la palabra
    y el enigma se vuelve transparente

    sin pensarlo dos veces me apasiono
    la pasión pasa a ser mi abracadabra
    y entonces no me importa el abandono.

    Mario Benedetti

    (Testigo de uno mismo, Visor Libros, Madrid 2009)



    Soneto de la que se fué

    Yo quisiera mirarte conocerte
    como te conocí cuando vivías
    y me mirabas con miradas mías
    y yo gozaba de mi buena suerte


    pero el pasado en nada te convierte
    y te quita inflexible de mis días
    sólo mi ensueño enciende sus bujías
    para que resucites de tu muerte

    ya no me entiendo con mis soledades
    ni con la soledad de los que quiero
    una a una desfilan las edades

    y quedan mis preguntas sin respuestas
    a esta altura es muy poco lo que espero
    pero prosigo con tu muerte a cuestas

    Mario Benedetti


    SONETO DE LO POSIBLE

    Puede ser que una vez, en un desvelo,
    descubramos que el mundo es una fiesta,
    y encontremos al fin…
    esa respuesta que desde siempre
    nos esconde el cielo.
    Puede ser que una noche, en algún vuelo,
    ganemos sin querer alguna apuesta…
    y advirtamos que un alma está dispuesta
    a servirnos de paz y de consuelo.
    Puede ser que el transcurso de los años
    nos vaya proponiendo otra corriente
    dejándonos con suerte y sin extraños,
    y aunque en la piel nos queden cicatrices…
    desde el viejo pasado hasta el presente,
    puede ser que logremos ser felices.


    Puede ser que en algún momento, de algún día……
    regresemos a viejas calles salpicadas de lluvia y viento,
    a viejos bancos enmohecidos a base de besos,
    y a oscuros portales que guardan caricias prohibidas en su tiempo.

    Puede ser que en algún momento,
    recordemos que lo que fuimos lo continuamos siendo,
    y que eso, precisamente…
    es la fuerza que late muy adentro,
    y la pequeña brasa que aviva un sentimiento.

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    José Asunción Silva

    Soneto

    Tiene instantes de horribles amarguras
    la sed de idolatrar que al hombre agita,
    del Supremo Señor la faz bendita
    ya no sonríe del cielo en las alturas.

    ¡Qué poco logras, Fe, cuando aseguras
    término a su ansiedad que es infinita
    y otra vida después, do resucita
    y halla en un mundo mejor, horas más puras!

    Sin columna de luz, que en el desierto
    guíe su paso a punto conocido
    continúa el crüel peregrinaje,

    para encontrar en el futuro incierto
    las soledades hondas del olvido
    tras las fatigas del penoso viaje.

    A Adriana


    Mientras que acaso piensa tu tristeza
    en la patria distante y sientes frío
    al mirar donde estás, y el desvarío
    de la fiebre conmueve tu cabeza,

    yo soñando en tu amor y en tu belleza,
    amor jamás por mi desgracia mío
    de la profundidad de mi alma, envío
    a la pena un saludo de terneza.

    Si cuando va mi pensamiento errante
    a buscarte en parejas de otro mundo
    con la nostalgia se encontrara a solas

    sobre las aguas de la mar gigante
    entre el cielo purísimo y profundo
    y el vaivén infinito de las olas.

    A un pesimista


    Hay demasiada sombra en tus visiones,
    algo tiene de plácido la vida;
    no todo en la existencia es una herida
    donde brote la sangre a borbotones.


    La lucha tiene sombra; y las pasiones
    agonizantes, la ternura huida,
    todo lo amado que al pasar se olvida
    es fuente de angustiosas decepciones.

    Pero, ¿por qué dudar, si aún ofrecen,

    en el remoto porvenir oscuro,
    calmas hondas y vividos cariños

    la ternura profunda, el beso puro
    y manos de mujer, que amantes mecen
    las cunas sonrosadas de los niños?


    Taller moderno

    Por el aire del cuarto, saturado
    de un olor de vejeces peregrino,
    del crepúsculo el rayo vespertino,
    va a desteñir los muebles de brocado.

    El piano está del caballete al lado
    y de un busto del Dante el perfil fino,
    del arabesco azul de un jarrón chino,
    medio oculta el dibujo complicado.

    Junto al rojizo orín de una armadura,
    hay un viejo retablo, donde inquieta,
    brilla la luz del marco en la moldura,

    y parecen clamar por un poeta
    que improvise del cuarto la pintura
    las manchas de color de la paleta.

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    Rubén Darío

    De invierno

    En invernales horas, mirad a Carolina.
    Medio apelotonada, descansa en el sillón,
    Envuelta con su abrigo de marta cibelina
    Y no lejos del fuego que brilla en el salón.

    El fino angora blanco junto a ella se reclina,
    Rozando con su hocico la falda de Alençón,
    No lejos de las jarras de porcelana china
    Que medio oculta un biombo de seda del Japón.

    Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
    Entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
    Voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

    Como una rosa roja que fuera flor de lis.
    Abre los ojos, mírame, con su mirar risueño,
    Y en tanto cae la nieve del cielo de París.


    Un soneto a Cervantes

    Horas de pesadumbre y de tristeza
    paso en mi soledad. Pero Cervantes
    es buen amigo. Endulza mis instantes
    ásperos, y reposa mi cabeza.

    Él es la vida y la naturaleza,
    regala un yelmo de oros y diamantes
    a mis sueños errantes.
    Es para mí: suspira, ríe y reza.

    Cristiano y amoroso y caballero
    parla como un arroyo cristalino.
    ¡Así le admiro y quiero,

    viendo cómo el destino
    hace que regocije al mundo entero
    la tristeza inmortal de ser divino!

    Venus



    • En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
      En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
      En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,
      como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

      A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
      que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,
      o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
      triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

      "¡Oh, reina rubia! -díjele, mi alma quiere dejar su crisálida
      y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;
      y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

      y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".
      El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
      Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

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    Nicolás Guillén

    Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?
    ¿Por qué noche decir, si es mediodía?
    Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría?
    si digo vida yo, ¿por qué tú muerte?

    Ay, ¿por qué este tenerte sin tenerte?
    Este llanto ¿por qué, no la alegría?
    ¿Por qué de mi camino te desvía
    quién me vence tal vez sin ser más fuerte?

    Silencio. Nadie a mi dolor responde.
    Tus labios callan y tu voz se esconde.
    ¿A quien decir lo que mi pecho siente?

    A ti, François Villón, poeta triste,
    lejana sombra que también supiste
    lo que es morir de sed junto a la fuente.


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    Juan Ramón Jiménez

    Al soneto con mi alma


    Como en el ala el infinito vuelo,
    cual en la flor está la esencia errante,
    lo mismo que en la llama el caminante
    fulgor, y en el azul el solo cielo;

    como en la melodía está el consuelo,
    y el frescor en el chorro, penetrante,
    y la riqueza noble en el diamante,
    así en mi carne está el total anhelo.

    En ti, soneto, forma, esta ansia pura
    copia, como en un agua remansada,

    todas sus inmortales maravillas.

    La claridad sin fin de su hermosura

    es, cual cielo de fuente, ilimitada
    en la limitación de tus orillas.

    Sonetos
    . I
    A tu abandono opongo la elevada
    torre de mi divino pensamiento.
    Subido a ella, el corazón sangriento

    verá la mar, por él empurpurada.

    Fabricaré en mi sombra la alborada,
    mi lira guardaré del vano viento,
    buscaré en mis entrañas mi sustento...
    Mas, ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?

    -¡Nada, s¡, nada, nada...! -O que cayera
    mi corazón al agua, y de este modo
    fuese el mundo un castillo hueco y frío...

    Que tú eres tú, la humana primavera,
    la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!
    ...¡y soy yo sólo el pensamiento mío!


    II

    Estaba echado yo en la tierra, enfrente
    del infinito campo de Castilla,
    que el otoño envolvía en la amarilla
    dulzura de su claro sol poniente.

    Lento, el arado, paralelamente,
    abría el haza oscura, y la sencilla
    mano abierta dejaba la semilla
    en su entraña partida honradamente.

    Pensé arrancarme el corazón y echarlo,
    pleno de su sentir alto y profundo,
    al ancho surco del terruño tierno;

    a ver si con romperlo y con sembrarlo
    la primavera le mostraba al mundo
    el árbol puro del amor eterno.


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  5. [​IMG]
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    Garcilaso de la Vega

    SONETO I

    Cuando me paro a contemplar mi estado
    y a ver los pasos por dó me ha traído,

    hallo, según por do anduve perdido,
    que a mayor mal pudiera haber llegado;

    mas cuando del camino estoy olvidado,
    a tanto mal no sé por dó he venido:
    sé que me acabo, y mas he yo sentido
    ver acabar conmigo mi cuidado.

    Yo acabaré, que me entregué sin arte
    a quien sabrá perderme y acabarme,
    si quisiere, y aun sabrá querello:

    que pues mi voluntad puede matarme,
    la suya, que no es tanto de mi parte,
    pudiendo, ¿qué hará sino hacello?


    SONETO II

    En fin, a vuestras manos he venido,
    do sé que he de morir tan apretado,
    que aun aliviar con quejas mi cuidado,
    como remedio, me es ya defendido;

    mi vida no sé en qué se ha sostenido,
    si no es en haber sido yo guardado
    para que sólo en mí fuese probado
    cuanto corta una espada en un rendido.

    Mis lágrimas han sido derramadas
    donde la sequedad y la aspereza
    dieron mal fruto dellas y mi suerte:

    ¡basten las que por vos tengo lloradas;
    no os venguéis más de mí con mi flaqueza;
    allá os vengad, señora, con mi muerte!


    SONETO XII

    Si para refrenar este deseo
    loco, imposible, vano, temeroso,
    y guarecer de un mal tan peligroso,
    que es darme a entender yo lo que no creo.

    No me aprovecha verme cual me veo,
    o muy aventurado o muy medroso,
    en tanta confusión que nunca oso
    fiar el mal de mí que lo poseo,

    ¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
    de aquél que con las alas derretidas
    cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

    y la del que su fuego y su locura
    llora entre aquellas plantas conocidas
    apenas en el agua resfríado?

    SONETO XV

    Si quejas y lamentos pueden tanto,
    que enfrenaron el curso de los ríos,
    y en los diversos montes y sombríos
    los árboles movieron con su canto;

    si convertieron a escuchar su llanto
    los fieros tigres, y peñascos fríos;
    si, en fin, con menos casos que los míos
    bajaron a los reinos del espanto,

    ¿por qué no ablandará mi trabajosa
    vida, en miseria y lágrimas pasada,
    un corazón conmigo endurecido?

    Con más piedad debría ser escuchada
    la voz del que se llora por perdido
    que la del que perdió y llora otra cosa.

    SONETO XXX

    Sospechas, que en mi triste fantasía
    puestas, hacéis la guerra a mi sentido,
    volviendo y revolviendo el afligido
    pecho, con dura mano noche y día;

    ya se acabó la resistencia mía
    y la fuerza del alma; ya rendido
    vencer de vos me dejo, arrepentido
    de haberos contrastado en tal porfía.

    Llevadme a aquel lugar tan espantable,
    que, por no ver mi muerte allí esculpida,
    cerrados hasta aquí tuve los ojos.

    Las armas pongo ya, que concedida
    no es tan larga defensa al miserable;
    colgad en vuestro carro mis despojos.

    Garcilaso de la Vega.

    *****************************************************************************

    Francisco de la Torre

    SONETO XXV

    Con toda la cabeza de Medusa
    tiranamente trata mi firmeza;
    muéstrame su rigor, y su belleza,
    por quien de mil tramas armas usa.

    Miro de transformados la confusa
    pesadumbre que infaman su dureza;
    quiero escusar mi mal, y la pereza
    del encanto crüel mi intento escusa.

    Quedo de mármol simulacro eterno
    a su templo terrible consagrado,
    como los que atrevidamente vieron;

    y hecho despojo del tirano tierno,
    no escusando poder tiranizado,
    me ofende como a aquellos que ofendieron.

    SIGO SILENCIO

    Sigo, silencio, tu estrellado manto,
    de transparentes lumbres guarnecido,
    enemiga del sol esclarecido,
    ave noturna de agorero canto.

    El falso mago Amor, con el encanto
    de palabras quebradas por olvido,
    convirtió mi razón y mi sentido,
    mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.

    Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
    la ocasión principal de mi tormento,
    por quien fui venturoso y desdichado,

    oye tú solo mi dolor, que al triste
    a quien persigue cielo violento
    no le está bien que sepa su cuidado.

    Francisco de la Torre


    ************************************************************************************
    Pablo Neruda


    Soneto III

    Áspero amor, violeta coronada de espinas,

    matorral entre tantas pasiones erizado,
    lanza de los dolores, corola de la cólera,
    por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?

    Por qué precipitaste tu fuego doloroso,
    de pronto, entre las hojas frías de mi camino?
    Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?
    Qué flor, qué piedra, qué humo mostraron mi morada?

    Lo cierto es que tembló la noche pavorosa,
    el alba llenó todas las copas con su vino
    y el sol estableció su presencia celeste,

    mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua
    hasta que lacerándome con espadas y espinas
    abrió en mi corazón un camino quemante.

    Soneto V

    No te toque la noche ni el aire ni la aurora,
    sólo la tierra, la virtud de los racimos,
    las manzanas que crecen oyendo el agua pura,
    el barro y las resinas de tu país fragante.
    Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos
    hasta tus pies creados para mí en la Frontera
    eres la greda oscura que conozco:
    en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.
    Tal vez tú no sabías, araucana,
    que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
    mi corazón quedó recordando tu boca
    y fui como un herido por las calles
    hasta que comprendí que había encontrado,
    amor, mi territorio de besos y volcanes.

    Soneto VIII

    Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna,
    de día con arcilla, con trabajo, con fuego,
    y aprisionada tienes la agilidad del aire,
    si no fuera porque eres una semana de ámbar,
    si no fuera porque eres el momento amarillo
    en que el otoño sube por las enredaderas
    y eres aún el pan que la luna fragante
    elabora paseando su harina por el cielo,
    oh, bienamada, yo no te amaría!
    En tu abrazo yo abrazo lo que existe,
    la arena, el tiempo, el árbol de la lluvia,
    y todo vive para que yo viva:
    sin ir tan lejos puedo verlo todo:
    veo en tu vida todo lo viviente.


    Soneto IX

    Al golpe de la ola contra la piedra indócil
    la claridad estalla y establece su rosa
    y el círculo del mar se reduce a un racimo,
    a una sola gota de sal azul que cae.
    Oh radiante magnolia desatada en la espuma,
    magnética viajera cuya muerte florece
    y eternamente vuelve a ser y a no ser nada:
    sal rota, deslumbrante movimiento marino.
    Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio,
    mientras destruye el mar sus constantes estatuas
    y derrumba sus torres de arrebato y blancura,
    porque en la trama de estos tejidos invisibles
    del agua desbocada, de la incesante arena,
    sostenemos la única y acosada ternura.


    Soneto X


    Suave es la bella como si música y madera,
    ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,
    hubieran erigido la fugitiva estatua.
    Hacia la ola dirige su contraria frescura.
    El mar moja bruñidos pies copiados
    a la forma recién trabajada en la arena
    y es ahora su fuego femenino de rosa
    una sola burbuja que el sol y el mar combaten.
    Ay, que nada te toque sino la sal del frío!
    Que ni el amor destruya la primavera intacta.
    Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,
    deja que tus caderas impongan en el agua
    una medida nueva de cisne o de nenúfar
    y navegue tu estatua por el cristal eterno.


    Soneto XI

    Suave es la bella como si música y madera,
    ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,
    hubieran erigido la fugitiva estatua.
    Hacia la ola dirige su contraria frescura.
    El mar moja bruñidos pies copiados
    a la forma recién trabajada en la arena
    y es ahora su fuego femenino de rosa
    una sola burbuja que el sol y el mar combaten.
    Ay, que nada te toque sino la sal del frío!
    Que ni el amor destruya la primavera intacta.
    Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,
    deja que tus caderas impongan en el agua
    una medida nueva de cisne o de nenúfar
    y navegue tu estatua por el cristal eterno.



    Soneto XXII

    Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
    sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
    en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
    eras sólo el aroma de los cereales que amo.
    Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
    en Angol, a la luz de la luna de Junio,
    o eras tú la cintura de aquella guitarra
    que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.
    Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
    En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
    Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
    mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
    frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
    Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.


    Soneto XXIII

    Fue luz el fuego y pan la luna rencorosa,
    el jazmín duplicó su estrellado secreto,
    y del terrible amor las suaves manos puras
    dieron paz a mis ojos y sol a mis sentidos.
    Oh amor, cómo de pronto, de las desgarraduras
    hiciste el edificio de la dulce firmeza,
    derrotaste las uñas malignas y celosas
    y hoy frente al mundo somos como una sola vida.
    Así fue, así es y así será hasta cuando,
    salvaje y dulce amor, bienamada Matilde,
    el tiempo nos señale la flor final del día.
    Sin ti, sin mí, sin luz ya no seremos:
    entonces más allá del la tierra y la sombra
    el resplandor de nuestro amor seguirá vivo.


    Soneto XXIV

    Amor, amor, las nubes a la torre del cielo
    subieron como triunfantes lavanderas,
    y todo ardió en azul, todo fue estrella:
    el mar, la nave, el día se desterraron juntos.
    Ven a ver los cerezos del agua constelada
    y la clave redonda del rápido universo,
    ven a tocar el fuego del azul instantáneo,
    ven antes de que sus pétalos se consuman.
    No hay aquí sino luz, cantidades, racimos,
    espacio abierto por las virtudes del viento
    hasta entregar los últimos secretos de la espuma.
    Y entre tantos azules celestes, sumergidos,
    se pierden nuestros ojos adivinando apenas
    los poderes del aire, las llaves submarinas.

    Soneto XXV

    Antes de amarte, amor, nada era mío:
    vacilé por las calles y las cosas:
    nada contaba ni tenía nombre:
    el mundo era del aire que esperaba.
    Yo conocí salones cenicientos,
    túneles habitados por la luna,
    hangares crueles que se despedían,
    preguntas que insistían en la arena.
    Todo estaba vacío, muerto y mudo,
    caído, abandonado y decaído,
    todo era inalienablemente ajeno,
    todo era de los otros y de nadie,
    hasta que tu belleza y tu pobreza
    llenaron el otoño de regalos.


    Soneto XXVI

    Ni el color de las dunas terribles en Iquique,
    ni el estuario del Río Dulce de Guatemala,
    cambiaron tu perfil conquistado en el trigo,
    tu estilo de uva grande, tu boca de guitarra.
    Oh corazón, oh mía desde todo el silencio,
    desde las cumbres donde reinó la enredadera
    hasta las desoladas planicies del platino,
    en toda patria pura te repitió la tierra.
    Pero ni huraña mano de montes minerales,
    ni nieve tibetana, ni piedra de Polonia,
    nada alteró tu forma de cereal viajero,
    como si greda o trigo, guitarras o racimos
    de Chillán defendieran en ti su territorio
    imponiendo el mandato de la luna silvestre.


    Soneto XXVII

    Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
    lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
    tienes líneas de luna, caminos de manzana,
    desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
    Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
    tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
    desnuda eres enorme y amarilla
    como el verano en una iglesia de oro.
    Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,
    curva, sutil, rosada hasta que nace el día
    y te metes en el subterráneo del mundo
    como en un largo túnel de trajes y trabajos:
    tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
    y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

    Soneto XXVIII

    Amor, de grano a grano, de planeta a planeta,
    la red del viento con sus países sombríos,
    la guerra con sus zapatos de sangre,
    o bien el día y la noche de la espiga.
    Por donde fuimos, islas o puentes o banderas,
    violines del fugaz otoño acribillado,
    repitió la alegría los labios de la copa,
    el dolor nos detuvo con su lección de llanto.
    En todas las repúblicas desarrollaba el viento
    su pabellón impune, su glacial cabellera
    y luego regresaba la flor a sus trabajos.
    Pero en nosotros nunca se calcinó el otoño.
    Y en nuestra patria inmóvil germinaba y crecía
    el amor con los derechos del rocío.


    Soneto XXIX

    Vienes de la pobreza de las casas del Sur,
    de las regiones duras con frío y terremoto
    que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte
    nos dieron la lección de la vida en la greda.
    Eres un caballito de greda negra, un beso
    de barro oscuro, amor, amapola de greda,
    paloma del crepúsculo que voló en los caminos,
    alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia.
    Muchacha, has conservado tu corazón de pobre,
    tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,
    tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.
    Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma:
    en su cielo tu madre sigue lavando ropa
    con mi madre. Por eso te escogí, compañera.


    Soneto XXX

    Tienes del archipiélago las hebras del alerce,
    la carne trabajada por los siglos del tiempo,
    venas que conocieron el mar de las maderas,
    sangre verde caída del cielo a la memoria.
    Nadie recogerá mi corazón perdido
    entre tantas raíces, en la amarga frescura
    del sol multiplicado por la furia del agua,
    allí vive la sombra que no viaja conmigo.
    Por eso tú saliste del Sur como una isla
    poblada y coronada por plumas y maderas
    y yo sentí el aroma de los bosques errantes,
    hallé la miel oscura que conocí en la selva,
    y toqué en tus caderas los pétalos sombríos
    que nacieron conmigo y construyeron mi alma.

    Soneto XXXI

    Con laureles del Sur y orégano de Lota
    te corono, pequeña monarca de mis huesos,
    y no puede faltarte esa corona
    que elabora la tierra con bálsamo y follaje.
    Eres, como el que te ama, de las provincias verdes:
    de allá trajimos barro que nos corre en la sangre,
    en la ciudad andamos, como tantos, perdidos,
    temerosos de que cierren el mercado.
    Bienamada, tu sombra tiene olor a ciruela,
    tus ojos escondieron en el Sur sus raíces,
    tu corazón es una paloma de alcancía,
    tu cuerpo es liso como las piedras en el agua,
    tus besos son racimos con rocío,
    y yo a tu lado vivo con la tierra.


    Soneto XXXII

    La casa en la mañana con la verdad revuelta
    de sábanas y plumas, el origen del día
    sin dirección, errante como una pobre barca,
    entre los horizontes del orden y del sueño.
    Las cosas quieren arrastrar vestigios,
    adherencias sin rumbo, herencias frías,
    los papeles esconden vocales arrugadas
    y en la botella el vino quiere seguir su ayer.
    Ordenadora, pasas vibrando como abeja
    tocando las regiones perdidas por la sombra,
    conquistando la luz con tu blanca energía.
    Y se construye entonces la claridad de nuevo:
    obedecen las cosas al viento de la vida
    y el orden establece su pan y su paloma.


    Soneto XXXIII

    Amor, ahora nos vamos a la casa
    donde la enredadera sube por las escalas:
    antes que llegues tú llegó a tu dormitorio
    el verano desnudo con pies de madreselva.
    Nuestros besos errantes recorrieron el mundo:
    Armenia, espesa gota de miel desenterrada,
    Ceylán, paloma verde, y el Yang Tsé separando
    con antigua paciencia los días de las noches.
    Y ahora, bienamada, por el mar crepitante
    volvemos como dos aves ciegas al muro,
    al nido de la lejana primavera,
    porque el amor no puede volar sin detenerse:
    al muro o a las piedras del mar van nuestras vidas,
    a nuestro territorio regresaron los besos.

    ********************************************************************************

    Antonio Machado

    SONETOS

    I

    Tuvo mi corazón, encrucijada

    de cien caminos, todos pasajeros,
    un gentío sin cita ni posada,
    como en andén ruidoso de viajeros.

    Hizo a los cuatro vientos su jornada,
    disperso el corazón por cien senderos
    de llana tierra o piedra aborrascada,
    y a la suerte, en el mar, de cien veleros,

    Hoy, enjambre que torna a su colmena
    cuando el bando de cuervos enronquece
    en busca de su peña denegrida,

    vuelve mi corazón a su faena,
    con néctares del campo que florece
    v el luto de la tarde desabrida.

    II
    Verás la maravilla del camino,
    camino de soñada Compostela
    —¡oh monte lila y flavo!—, peregrino,
    en un llano, entre chopos de candela.

    Otoño con dos ríos ha dorado
    el cerco del gigante centinela
    de piedra y luz, prodigio torreado
    que en el azul sin mancha se modela.

    Verás en la llanura una jauría
    de agudos galgos y un señor de caza,
    cabalgando a lejana serranía,

    vano fantasma de una vieja raza.
    Debes entrar cuando en la tarde fría
    brille un balcón de la desierta plaza.

    III
    ¿Empañé tu memoria? ¡Cuántas veces!
    La vida baja como un ancho río,
    y cuando lleva al mar alto navío
    va con cieno verdoso y turbias heces

    Y más si hubo tormenta en sus orillas,
    y él arrastra el botín de la tormenta,
    si en su cielo la nube cenicienta
    se incendió de centellas amarillas.

    Pero aunque fluya hacia la mar ignota,
    es la vida también agua de fuente
    que de claro venero, gota a gota,

    o ruidoso penacho de torrente,
    bajo el azul, sobre la piedra brota.
    Y allí suena tu nombre ¡eternamente!

    IV
    Esta luz de Sevilla... Es el palacio
    donde nací, con su rumor de fuente.
    Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
    la breve mosca, y el bigote lacio—.

    Mi padre, aun joven. Lee, escribe, hojea
    sus libros y medita. Se levanta;
    va hacia la puerta del jardín. Pasea.
    A veces habla solo, a veces canta.

    Sus grandes ojos de mirar inquieto
    ahora vagar parecen, sin objeto
    donde puedan posar, en el vacío.

    Ya escapan de su ayer a su mañana;
    ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
    piadosamente mi cabeza cana.

    V
    Huye del triste amor, amor pacato,
    sin peligro, sin venda ni aventura,
    que espera del amor prenda segura,
    porque en amor locura es lo sensato.

    Ese que el pecho esquiva al niño ciego
    y blasfemó del fuego de la vida,
    de una brasa pensada, y no encendida,
    quiere ceniza que le guarde el fuego.

    Y ceniza hallará, no de su llama,
    cuando descubra el torpe desvarío
    que pedía, sin flor, fruto en la rama.

    Con negra llave el aposento frío
    de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
    y turbio espejo y corazón vacío!

    ***************************************************************************











  6. [​IMG]
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    Garcilaso de la Vega

    SONETO I

    Cuando me paro a contemplar mi estado
    y a ver los pasos por dó me ha traído,

    hallo, según por do anduve perdido,
    que a mayor mal pudiera haber llegado;

    mas cuando del camino estoy olvidado,
    a tanto mal no sé por dó he venido:
    sé que me acabo, y mas he yo sentido
    ver acabar conmigo mi cuidado.

    Yo acabaré, que me entregué sin arte
    a quien sabrá perderme y acabarme,
    si quisiere, y aun sabrá querello:

    que pues mi voluntad puede matarme,
    la suya, que no es tanto de mi parte,
    pudiendo, ¿qué hará sino hacello?


    SONETO II

    En fin, a vuestras manos he venido,
    do sé que he de morir tan apretado,
    que aun aliviar con quejas mi cuidado,
    como remedio, me es ya defendido;

    mi vida no sé en qué se ha sostenido,
    si no es en haber sido yo guardado
    para que sólo en mí fuese probado
    cuanto corta una espada en un rendido.

    Mis lágrimas han sido derramadas
    donde la sequedad y la aspereza
    dieron mal fruto dellas y mi suerte:

    ¡basten las que por vos tengo lloradas;
    no os venguéis más de mí con mi flaqueza;
    allá os vengad, señora, con mi muerte!


    SONETO XII

    Si para refrenar este deseo
    loco, imposible, vano, temeroso,
    y guarecer de un mal tan peligroso,
    que es darme a entender yo lo que no creo.

    No me aprovecha verme cual me veo,
    o muy aventurado o muy medroso,
    en tanta confusión que nunca oso
    fiar el mal de mí que lo poseo,

    ¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
    de aquél que con las alas derretidas
    cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

    y la del que su fuego y su locura
    llora entre aquellas plantas conocidas
    apenas en el agua resfríado?

    SONETO XV

    Si quejas y lamentos pueden tanto,
    que enfrenaron el curso de los ríos,
    y en los diversos montes y sombríos
    los árboles movieron con su canto;

    si convertieron a escuchar su llanto
    los fieros tigres, y peñascos fríos;
    si, en fin, con menos casos que los míos
    bajaron a los reinos del espanto,

    ¿por qué no ablandará mi trabajosa
    vida, en miseria y lágrimas pasada,
    un corazón conmigo endurecido?

    Con más piedad debría ser escuchada
    la voz del que se llora por perdido
    que la del que perdió y llora otra cosa.

    SONETO XXX

    Sospechas, que en mi triste fantasía
    puestas, hacéis la guerra a mi sentido,
    volviendo y revolviendo el afligido
    pecho, con dura mano noche y día;

    ya se acabó la resistencia mía
    y la fuerza del alma; ya rendido
    vencer de vos me dejo, arrepentido
    de haberos contrastado en tal porfía.

    Llevadme a aquel lugar tan espantable,
    que, por no ver mi muerte allí esculpida,
    cerrados hasta aquí tuve los ojos.

    Las armas pongo ya, que concedida
    no es tan larga defensa al miserable;
    colgad en vuestro carro mis despojos.

    Garcilaso de la Vega.

    *****************************************************************************

    Francisco de la Torre

    SONETO XXV

    Con toda la cabeza de Medusa
    tiranamente trata mi firmeza;
    muéstrame su rigor, y su belleza,
    por quien de mil tramas armas usa.

    Miro de transformados la confusa
    pesadumbre que infaman su dureza;
    quiero escusar mi mal, y la pereza
    del encanto crüel mi intento escusa.

    Quedo de mármol simulacro eterno
    a su templo terrible consagrado,
    como los que atrevidamente vieron;

    y hecho despojo del tirano tierno,
    no escusando poder tiranizado,
    me ofende como a aquellos que ofendieron.

    SIGO SILENCIO

    Sigo, silencio, tu estrellado manto,
    de transparentes lumbres guarnecido,
    enemiga del sol esclarecido,
    ave noturna de agorero canto.

    El falso mago Amor, con el encanto
    de palabras quebradas por olvido,
    convirtió mi razón y mi sentido,
    mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.

    Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
    la ocasión principal de mi tormento,
    por quien fui venturoso y desdichado,

    oye tú solo mi dolor, que al triste
    a quien persigue cielo violento
    no le está bien que sepa su cuidado.

    Francisco de la Torre


    ************************************************************************************
    Pablo Neruda


    Soneto III

    Áspero amor, violeta coronada de espinas,

    matorral entre tantas pasiones erizado,
    lanza de los dolores, corola de la cólera,
    por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?

    Por qué precipitaste tu fuego doloroso,
    de pronto, entre las hojas frías de mi camino?
    Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?
    Qué flor, qué piedra, qué humo mostraron mi morada?

    Lo cierto es que tembló la noche pavorosa,
    el alba llenó todas las copas con su vino
    y el sol estableció su presencia celeste,

    mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua
    hasta que lacerándome con espadas y espinas
    abrió en mi corazón un camino quemante.

    Soneto V

    No te toque la noche ni el aire ni la aurora,
    sólo la tierra, la virtud de los racimos,
    las manzanas que crecen oyendo el agua pura,
    el barro y las resinas de tu país fragante.
    Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos
    hasta tus pies creados para mí en la Frontera
    eres la greda oscura que conozco:
    en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.
    Tal vez tú no sabías, araucana,
    que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
    mi corazón quedó recordando tu boca
    y fui como un herido por las calles
    hasta que comprendí que había encontrado,
    amor, mi territorio de besos y volcanes.

    Soneto VIII

    Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna,
    de día con arcilla, con trabajo, con fuego,
    y aprisionada tienes la agilidad del aire,
    si no fuera porque eres una semana de ámbar,
    si no fuera porque eres el momento amarillo
    en que el otoño sube por las enredaderas
    y eres aún el pan que la luna fragante
    elabora paseando su harina por el cielo,
    oh, bienamada, yo no te amaría!
    En tu abrazo yo abrazo lo que existe,
    la arena, el tiempo, el árbol de la lluvia,
    y todo vive para que yo viva:
    sin ir tan lejos puedo verlo todo:
    veo en tu vida todo lo viviente.


    Soneto IX

    Al golpe de la ola contra la piedra indócil
    la claridad estalla y establece su rosa
    y el círculo del mar se reduce a un racimo,
    a una sola gota de sal azul que cae.
    Oh radiante magnolia desatada en la espuma,
    magnética viajera cuya muerte florece
    y eternamente vuelve a ser y a no ser nada:
    sal rota, deslumbrante movimiento marino.
    Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio,
    mientras destruye el mar sus constantes estatuas
    y derrumba sus torres de arrebato y blancura,
    porque en la trama de estos tejidos invisibles
    del agua desbocada, de la incesante arena,
    sostenemos la única y acosada ternura.


    Soneto X


    Suave es la bella como si música y madera,
    ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,
    hubieran erigido la fugitiva estatua.
    Hacia la ola dirige su contraria frescura.
    El mar moja bruñidos pies copiados
    a la forma recién trabajada en la arena
    y es ahora su fuego femenino de rosa
    una sola burbuja que el sol y el mar combaten.
    Ay, que nada te toque sino la sal del frío!
    Que ni el amor destruya la primavera intacta.
    Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,
    deja que tus caderas impongan en el agua
    una medida nueva de cisne o de nenúfar
    y navegue tu estatua por el cristal eterno.


    Soneto XI

    Suave es la bella como si música y madera,
    ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,
    hubieran erigido la fugitiva estatua.
    Hacia la ola dirige su contraria frescura.
    El mar moja bruñidos pies copiados
    a la forma recién trabajada en la arena
    y es ahora su fuego femenino de rosa
    una sola burbuja que el sol y el mar combaten.
    Ay, que nada te toque sino la sal del frío!
    Que ni el amor destruya la primavera intacta.
    Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,
    deja que tus caderas impongan en el agua
    una medida nueva de cisne o de nenúfar
    y navegue tu estatua por el cristal eterno.



    Soneto XXII

    Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
    sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
    en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
    eras sólo el aroma de los cereales que amo.
    Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
    en Angol, a la luz de la luna de Junio,
    o eras tú la cintura de aquella guitarra
    que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.
    Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
    En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
    Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
    mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
    frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
    Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.


    Soneto XXIII

    Fue luz el fuego y pan la luna rencorosa,
    el jazmín duplicó su estrellado secreto,
    y del terrible amor las suaves manos puras
    dieron paz a mis ojos y sol a mis sentidos.
    Oh amor, cómo de pronto, de las desgarraduras
    hiciste el edificio de la dulce firmeza,
    derrotaste las uñas malignas y celosas
    y hoy frente al mundo somos como una sola vida.
    Así fue, así es y así será hasta cuando,
    salvaje y dulce amor, bienamada Matilde,
    el tiempo nos señale la flor final del día.
    Sin ti, sin mí, sin luz ya no seremos:
    entonces más allá del la tierra y la sombra
    el resplandor de nuestro amor seguirá vivo.


    Soneto XXIV

    Amor, amor, las nubes a la torre del cielo
    subieron como triunfantes lavanderas,
    y todo ardió en azul, todo fue estrella:
    el mar, la nave, el día se desterraron juntos.
    Ven a ver los cerezos del agua constelada
    y la clave redonda del rápido universo,
    ven a tocar el fuego del azul instantáneo,
    ven antes de que sus pétalos se consuman.
    No hay aquí sino luz, cantidades, racimos,
    espacio abierto por las virtudes del viento
    hasta entregar los últimos secretos de la espuma.
    Y entre tantos azules celestes, sumergidos,
    se pierden nuestros ojos adivinando apenas
    los poderes del aire, las llaves submarinas.

    Soneto XXV

    Antes de amarte, amor, nada era mío:
    vacilé por las calles y las cosas:
    nada contaba ni tenía nombre:
    el mundo era del aire que esperaba.
    Yo conocí salones cenicientos,
    túneles habitados por la luna,
    hangares crueles que se despedían,
    preguntas que insistían en la arena.
    Todo estaba vacío, muerto y mudo,
    caído, abandonado y decaído,
    todo era inalienablemente ajeno,
    todo era de los otros y de nadie,
    hasta que tu belleza y tu pobreza
    llenaron el otoño de regalos.


    Soneto XXVI

    Ni el color de las dunas terribles en Iquique,
    ni el estuario del Río Dulce de Guatemala,
    cambiaron tu perfil conquistado en el trigo,
    tu estilo de uva grande, tu boca de guitarra.
    Oh corazón, oh mía desde todo el silencio,
    desde las cumbres donde reinó la enredadera
    hasta las desoladas planicies del platino,
    en toda patria pura te repitió la tierra.
    Pero ni huraña mano de montes minerales,
    ni nieve tibetana, ni piedra de Polonia,
    nada alteró tu forma de cereal viajero,
    como si greda o trigo, guitarras o racimos
    de Chillán defendieran en ti su territorio
    imponiendo el mandato de la luna silvestre.


    Soneto XXVII

    Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
    lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
    tienes líneas de luna, caminos de manzana,
    desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
    Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
    tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
    desnuda eres enorme y amarilla
    como el verano en una iglesia de oro.
    Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,
    curva, sutil, rosada hasta que nace el día
    y te metes en el subterráneo del mundo
    como en un largo túnel de trajes y trabajos:
    tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
    y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

    Soneto XXVIII

    Amor, de grano a grano, de planeta a planeta,
    la red del viento con sus países sombríos,
    la guerra con sus zapatos de sangre,
    o bien el día y la noche de la espiga.
    Por donde fuimos, islas o puentes o banderas,
    violines del fugaz otoño acribillado,
    repitió la alegría los labios de la copa,
    el dolor nos detuvo con su lección de llanto.
    En todas las repúblicas desarrollaba el viento
    su pabellón impune, su glacial cabellera
    y luego regresaba la flor a sus trabajos.
    Pero en nosotros nunca se calcinó el otoño.
    Y en nuestra patria inmóvil germinaba y crecía
    el amor con los derechos del rocío.


    Soneto XXIX

    Vienes de la pobreza de las casas del Sur,
    de las regiones duras con frío y terremoto
    que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte
    nos dieron la lección de la vida en la greda.
    Eres un caballito de greda negra, un beso
    de barro oscuro, amor, amapola de greda,
    paloma del crepúsculo que voló en los caminos,
    alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia.
    Muchacha, has conservado tu corazón de pobre,
    tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,
    tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.
    Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma:
    en su cielo tu madre sigue lavando ropa
    con mi madre. Por eso te escogí, compañera.


    Soneto XXX

    Tienes del archipiélago las hebras del alerce,
    la carne trabajada por los siglos del tiempo,
    venas que conocieron el mar de las maderas,
    sangre verde caída del cielo a la memoria.
    Nadie recogerá mi corazón perdido
    entre tantas raíces, en la amarga frescura
    del sol multiplicado por la furia del agua,
    allí vive la sombra que no viaja conmigo.
    Por eso tú saliste del Sur como una isla
    poblada y coronada por plumas y maderas
    y yo sentí el aroma de los bosques errantes,
    hallé la miel oscura que conocí en la selva,
    y toqué en tus caderas los pétalos sombríos
    que nacieron conmigo y construyeron mi alma.

    Soneto XXXI

    Con laureles del Sur y orégano de Lota
    te corono, pequeña monarca de mis huesos,
    y no puede faltarte esa corona
    que elabora la tierra con bálsamo y follaje.
    Eres, como el que te ama, de las provincias verdes:
    de allá trajimos barro que nos corre en la sangre,
    en la ciudad andamos, como tantos, perdidos,
    temerosos de que cierren el mercado.
    Bienamada, tu sombra tiene olor a ciruela,
    tus ojos escondieron en el Sur sus raíces,
    tu corazón es una paloma de alcancía,
    tu cuerpo es liso como las piedras en el agua,
    tus besos son racimos con rocío,
    y yo a tu lado vivo con la tierra.


    Soneto XXXII

    La casa en la mañana con la verdad revuelta
    de sábanas y plumas, el origen del día
    sin dirección, errante como una pobre barca,
    entre los horizontes del orden y del sueño.
    Las cosas quieren arrastrar vestigios,
    adherencias sin rumbo, herencias frías,
    los papeles esconden vocales arrugadas
    y en la botella el vino quiere seguir su ayer.
    Ordenadora, pasas vibrando como abeja
    tocando las regiones perdidas por la sombra,
    conquistando la luz con tu blanca energía.
    Y se construye entonces la claridad de nuevo:
    obedecen las cosas al viento de la vida
    y el orden establece su pan y su paloma.


    Soneto XXXIII

    Amor, ahora nos vamos a la casa
    donde la enredadera sube por las escalas:
    antes que llegues tú llegó a tu dormitorio
    el verano desnudo con pies de madreselva.
    Nuestros besos errantes recorrieron el mundo:
    Armenia, espesa gota de miel desenterrada,
    Ceylán, paloma verde, y el Yang Tsé separando
    con antigua paciencia los días de las noches.
    Y ahora, bienamada, por el mar crepitante
    volvemos como dos aves ciegas al muro,
    al nido de la lejana primavera,
    porque el amor no puede volar sin detenerse:
    al muro o a las piedras del mar van nuestras vidas,
    a nuestro territorio regresaron los besos.

    ********************************************************************************

    Antonio Machado

    SONETOS

    I

    Tuvo mi corazón, encrucijada

    de cien caminos, todos pasajeros,
    un gentío sin cita ni posada,
    como en andén ruidoso de viajeros.

    Hizo a los cuatro vientos su jornada,
    disperso el corazón por cien senderos
    de llana tierra o piedra aborrascada,
    y a la suerte, en el mar, de cien veleros,

    Hoy, enjambre que torna a su colmena
    cuando el bando de cuervos enronquece
    en busca de su peña denegrida,

    vuelve mi corazón a su faena,
    con néctares del campo que florece
    v el luto de la tarde desabrida.

    II
    Verás la maravilla del camino,
    camino de soñada Compostela
    —¡oh monte lila y flavo!—, peregrino,
    en un llano, entre chopos de candela.

    Otoño con dos ríos ha dorado
    el cerco del gigante centinela
    de piedra y luz, prodigio torreado
    que en el azul sin mancha se modela.

    Verás en la llanura una jauría
    de agudos galgos y un señor de caza,
    cabalgando a lejana serranía,

    vano fantasma de una vieja raza.
    Debes entrar cuando en la tarde fría
    brille un balcón de la desierta plaza.

    III
    ¿Empañé tu memoria? ¡Cuántas veces!
    La vida baja como un ancho río,
    y cuando lleva al mar alto navío
    va con cieno verdoso y turbias heces

    Y más si hubo tormenta en sus orillas,
    y él arrastra el botín de la tormenta,
    si en su cielo la nube cenicienta
    se incendió de centellas amarillas.

    Pero aunque fluya hacia la mar ignota,
    es la vida también agua de fuente
    que de claro venero, gota a gota,

    o ruidoso penacho de torrente,
    bajo el azul, sobre la piedra brota.
    Y allí suena tu nombre ¡eternamente!

    IV
    Esta luz de Sevilla... Es el palacio
    donde nací, con su rumor de fuente.
    Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
    la breve mosca, y el bigote lacio—.

    Mi padre, aun joven. Lee, escribe, hojea
    sus libros y medita. Se levanta;
    va hacia la puerta del jardín. Pasea.
    A veces habla solo, a veces canta.

    Sus grandes ojos de mirar inquieto
    ahora vagar parecen, sin objeto
    donde puedan posar, en el vacío.

    Ya escapan de su ayer a su mañana;
    ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
    piadosamente mi cabeza cana.

    V
    Huye del triste amor, amor pacato,
    sin peligro, sin venda ni aventura,
    que espera del amor prenda segura,
    porque en amor locura es lo sensato.

    Ese que el pecho esquiva al niño ciego
    y blasfemó del fuego de la vida,
    de una brasa pensada, y no encendida,
    quiere ceniza que le guarde el fuego.

    Y ceniza hallará, no de su llama,
    cuando descubra el torpe desvarío
    que pedía, sin flor, fruto en la rama.

    Con negra llave el aposento frío
    de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
    y turbio espejo y corazón vacío!

    ***************************************************************************











  7. [​IMG]

    Al sueño

    Imagen espantosa de la muerte,
    sueño cruel, no turbes más mi pecho,
    mostrándome cortado el nudo estrecho,
    consuelo solo de mi adversa suerte.

    Busca de algún tirano el muro fuerte,
    de jaspe las paredes, de oro el techo,
    o el rico avaro en el angosto lecho
    haz que temblando con sudor despierte.

    El uno vea popular tumulto
    romper con furia las herradas puertas,
    o al sobornado siervo el hierro oculto;

    el otro, sus riquezas descubiertas
    con llave falsa o con violento insulto:
    y déjale al Amor sus glorias ciertas.

    Lupercio Leonardo de Argensola


    Al Amor

    Si quiere Amor que siga sus antojos
    y a sus hierros de nuevo rinda el cuello;
    que por ídolo adore un rostro bello
    y que vistan su templo mis despojos,

    la flaca luz renueve de mis ojos,
    restituya a mi frente su cabello,
    a mis labios la rosa y primer vello,
    que ya pendiente y yerto es dos manojos.

    Y entonces, como sierpe renovada,
    a la puerta de Filis inclemente
    resistiré a la lluvia y a los vientos.

    Mas si no ha de volver la edad pasada
    y todo con la edad es diferente,
    ¿por qué no lo han de ser mis pensamientos?

    Lupercio Leonardo de Argensola

    *******************************************************************

    Soneto

    Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
    que ese blanco y carmín de doña Elvira
    no tiene de ella más, si bien se mira,
    que el haberle costado su dinero.

    Pero también que confeséis yo quiero
    que es tanta la beldad de su mentira,
    que en vano a competir con ella aspira
    belleza igual en rostro verdadero.

    ¿Qué, pues, que yo mucho perdido ande
    por un engaño tal, ya que sabemos
    que nos engaña igual Naturaleza?

    Porque ese cielo azul que todos vemos
    ni es cielo ni es azul; ¿y es menos grande,
    por no ser realidad, tanta belleza?

    Bartolomé Leonardo de Argensola o quizás Lupercio

    ****************************************************************

    Rodrigo

    Cesa en la octava noche el ronco estruendo
    de la sangrienta militar porfía;
    el campo godo destrozado ardía
    con llama que descubre estrago horrendo.

    Rodrigo en tanto, su peligro viendo,
    por ignorada senda se desvía
    y, muerto Orelio, entre la sombra fría
    herido y débil se acelera huyendo.

    En vano el Lete con raudal undoso
    el paso estorba al príncipe, a quien ciega
    de cadena o suplicio el justo espanto.

    Surca las aguas, cede al poderoso
    ímpetu, expira el infeliz y entrega
    el cuerpo al fondo, a la corriente el manto.

    Leandro Fernández de Moratín.

    *******************************************************************

    Aplauso a Dorisa

    Bendita sea la hora, el año, el día
    y la ocasión y el venturoso instante
    en que rendí mi corazón amante
    a aquellos ojos donde Febo ardía.

    Bendito el esperar y la porfía
    y el alto empeño de mi fe constante
    y las saetas y arco fulminante
    con que abrasó Cupido el alma mía.

    Bendita la aflicción que he tolerado
    en las cadenas de mi dulce dueño
    y los suspiros, llantos y esquiveces,

    los versos que a su gloria he consagrado
    y han de vencer del duro tiempo el ceño,
    y ella bendita innumerables veces.

    Nicolás Fernández de Moratín. (Es imitación del Petrarca, Canz., 67)

    Atrevimiento amoroso

    Amor, tú que me diste los osados
    intentos y la mano dirigiste
    y en el cándido seno la pusiste
    de Dorisa, en parajes no tocados;

    si miras tantos rayos, fulminados
    de sus divinos ojos contra un triste,
    dame el alivio, pues el daño hiciste
    o acaben ya mi vida y mis cuidados.

    Apiádese mi bien; dile que muero
    del intenso dolor que me atormenta;
    que si es tímido amor, no es verdadero;

    que no es la audacia en el cariño afrenta
    ni merece castigo tan severo
    un infeliz, que ser dichoso intenta.

    Nicolás Fernández de Moratín.

    ***************************************************************


    AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

    Cerrar podrá mis ojos la postrera
    sombra, que me llevare el blanco día,
    y podrá desatar esta alma mía
    hora, a su afán ansioso linsojera;

    mas no de esotra parte en la ribera
    dejará la memoria en donde ardía;
    nadar sabe mi llama la agua fría,
    y perder el respeto a ley severa;

    Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
    venas que humor a tanto fuego han dado,
    médulas que han gloriosamente ardido,

    su cuerpo dejarán, no su cuidado;
    serán ceniza, mas tendrán sentido.
    Polvo serán, mas polvo enamorado.

    D.Francisco de Quevedo.

    DEFINIENDO EL AMOR

    Es hielo abrasador, es fuego helado,
    es herida, que duele y no se siente,
    es un soñado bien, un mal presente,
    es un breve descanso muy cansado.

    Es un descuido, que nos da cuidado,
    un cobarde, con nombre de valiente,
    un andar solitario entre la gente,
    un amar solamente ser amado.

    Es una libertad encarcelada,
    que dura hasta el postrero paroxismo,
    enfermedad que crece si es curada.

    Éste es el niño Amor, éste es tu abismo:
    mirad cuál amistad tendrá con nada,
    el que en todo es contrario de sí mismo.

    D. Francisco de Quevedo.


    ¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
    ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
    ¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
    pues con callado pie todo lo igualas!

    Feroz de tierra el débil muro escalas,
    en quien lozana juventud se fía;
    mas ya mi corazón del postrer día
    atiende el vuelo, sin mirar las alas.

    ¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
    ¡Que no puedo querer vivir mañana,
    sin la pensión de procurar mi muerte!

    Cualquier instante de la vida humana
    es nueva ejecución, con que me advierte
    cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

    D. Francisco de Quevedo.

    A UNA DAMA QUE APAGÓ UNA BUJÍA,
    Y LA VOLVIÓ A ENCENDER EN EL HUMO SOPLANDO

    La lumbre, que murió de convencida
    con la luz de tus ojos, y apagada,
    por si en el humo se mostró enlutada,
    exequias de tu llama ennegrecida.

    Bien pudo blasonar su corta vida,
    que la venció beldad tan alentada,
    que con el firmamento en estacada
    rubrica en cada rayo una herida.

    Tú, que la diste muerte, ya piadosa
    de tu rigor, con ademán travieso
    la restituyes vida más hermosa.

    Resucitóla un soplo tuyo impreso
    en humo, que en tu boca es milagrosa,
    aura que nace con facción de beso.

    D. Francisco de Quevedo.

    **************************************************************************


    LOPE DE VEGA

    Un soneto me manda hacer Violante

    Un soneto me manda hacer Violante,
    que en mi vida me he visto en tal aprieto;
    catorce versos dicen que es soneto:
    burla burlando van los tres delante.

    Yo pensé que no hallara consonante
    y estoy a la mitad de otro cuarteto;
    mas si me veo en el primer terceto
    no hay cosa en los cuartetos que me espante.

    Por el primer terceto voy entrando
    y parece que entré con pie derecho,
    pues fin con este verso le voy dando.

    Ya estoy en el segundo, y aún sospecho
    que voy los trece versos acabando;
    contad si son catorce, y está hecho.

    Ya no quiero más bien que sólo amaros

    Ya no quiero más bien que sólo amaros
    ni más vida, Lucinda, que ofreceros
    la que me dais, cuando merezco veros,
    ni ver más luz que vuestros ojos claros.

    Para vivir me basta desearos,
    para ser venturoso conoceros,
    para admirar el mundo engrandeceros
    y para ser Eróstrato abrasaros.

    La pluma y lengua respondiendo a coros
    quieren al cielo espléndido subiros
    donde están los espíritus más puros.

    Que entre tales riquezas y tesoros
    mis lágrimas, mis versos, mis suspiros
    de olvido y tiempo vivirán seguros.

    Pastor que con tus silbos amorosos

    Pastor que con tus silbos amorosos
    me despertaste del profundo sueño;
    Tú, que hiciste cayado de ese leño
    en que tiendes los brazos poderosos,

    vuelve los ojos a mi fe piadosos,
    pues te confieso por mi amor y dueño
    y la palabra de seguirte empeño
    tus dulces silbos y tus pies hermosos.

    Oye, pastor, pues por amores mueres,
    no te espante el rigor de mis pecados,
    pues tan amigo de rendidos eres.

    Espera, pues, y escucha mis cuidados;
    ¿pero cómo te digo que me esperes,
    si estás, para esperar, los pies clavados?

    Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?

    -Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?
    -Llamad desde la posta, Garcilaso.
    -¿Quién es? -Dos caballeros del Parnaso.
    -No hay donde nocturnar palestra armada.

    -No entiendo lo que dice la criada.
    Madona, ¿qué decís? -Que afecten paso,
    que obstenta limbos el mentido ocaso
    y el sol depingen la porción rosada.

    -¿Estás en ti, mujer? -Negóse al tino
    el ambulante huésped. -¡Que en tan poco
    tiempo tal lengua entre cristianos haya!

    Boscán, perdido habemos el camino;
    preguntad por Castilla, que estoy loco
    o no habemos salido de Vizcaya.

    Pasé la mar cuando creyó mi engaño

    Pasé la mar cuando creyó mi engaño
    que en él mi antiguo fuego se templara;
    mudé mi natural porque mudara
    naturaleza el uso, y curso el daño.

    En otro cielo, en otro reino extraño,
    mis trabajos se vieron en mi cara,
    hallando, aunque otra edad tanta pasara,
    incierto el bien y cierto el desengaño:

    el mismo amor me abrasa y atormenta
    y de razón y libertad me priva.
    ¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?

    ¿Que no escriba, decís, o que no viva?
    Haced vos con mi amor que yo no sienta
    que yo haré con mi pluma que no escriba.

    ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

    ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
    ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
    que a mi puerta, cubierto de rocío,
    pasas las noches del invierno escuras?

    ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras
    pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
    si de mi ingratitud el yelo frío
    secó las llagas de tus plantas puras!

    Cuántas veces el ángel me decía:
    ¡Alma, asómate agora a la ventana,
    verás con cuánto amor llamar porfía!

    ¡y cuántas, hermosura soberana:
    Mañana le abriremos -respondía-
    para lo mismo responder mañana!

    Lope de Vega




















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