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  1. ¿Qué le haría soñar?,
    si después de decirle
    que en mis sueños...
    usted siempre esta
    ¿compartiremos nuestros sueños? ...
    ¿me daría esa oportunidad ?
    la última palabra... usted dirá..
  2. Nada... es una forma de decir que lo nuestro es eterno ...porque sabiendo que lo nuestro ya se dio... nadie sabrá cuando empezó... si nunca dijimos que lo nuestro es y será siempre...una historia de amor.
  3. Romance de un poema…versos que dejan huella. Ahora he vuelto a sentir el amor renacer. Nostalgias que añoro: amor y un hermoso cariño. Ayeres perdidos que no cambian con el tiempo. Única como la luna perpetuada en el cielo. Tú iluminabas mis noches más bellas. Hoy eres… mi más hermoso recuerdo.
  4. Amor verdadero.


    Gibran era un joven como muchos otros, con mucho por vivir. Por hora lo que le importaba era concluir sus estudios universitarios. No vivía con sus padres en temporada de clases, vivía con sus abuelos a las afueras de la ciudad, rodeado de árboles frutales así como también a los que se les utilizaba para aprovechar la madera para muebles y otros enceres domésticos. Cuando podía y quería estar solo, se internaba en el campo arbolado en busca de algún fruto para comer, a escuchar el canto de los pájaros o a estar por horas trepado en un árbol de naranjas disfrutando de su sabor sin que nadie lo molestara. Era su manera de ausentarse del mundo.

    Se levantaba muy temprano, preparaba sus libros, sus cuadernos, la tarea del día anterior, pues vivía como poco más de un kilometro del centro de la cuidad para tomar el autobús que lo llevaría a la capital del estado, pues ahí estudiaba. La parada de autobús era un punto de reunión de las personas para ir a trabajar o los estudiantes con estudios de nivel superior, ya que en la cabecera municipal el nivel máximo de estudios era el bachillerato.

    El abordaje era de estar atento para buscar un lugar e ir cómodamente sentado, aparte si era necesario, dormitarse unos minutos y así reponerse de la mala noche estudiando o alguna tarea pendiente. Encontrase con algún amigo, o alguien ocasional con quien conversar. El autobús antes de llegar a su destino, pasaba por otra ciudad, cerca de donde él vivía, ahí transbordaban otras personas para continuar el viaje a la capital. Suerte si le tocaba que alguna chica se sentara con él para hacer más ameno el viaje. Coincidía en ocasiones con una chica, solo que no le había

    tocado ir juntos en el mismo asiento. Habían cruzado una que otra mirada, ambos guardaban para si sus sentimientos, sin cruzar palabras, solo ese gesto inducido por la satisfacción de saberse correspondido, suspendidos en aquellas miradas donde un arcoíris de colores era el puente entre sus bocas. Se veía como sus pupilas se dilataban ante la imagen de ella guardada en su cristalino. Podía imaginársela soñando despierto, de la mano por el parque en aquellas calles nostálgicas. Pero solo era una fantasía. Sucedió una mañana, un día, sentado solo, la vio subir y pensó que era la oportunidad que estaba esperando. Ella se sentó junto a él. Fue un flechazo fulminante, sus corazones empezaron a latir más rápido. El comenzó a preguntarle cual era su nombre y el motivo de su viaje, le respondió que su nombre era Anneth. Ella en esos tiempos tenía que hacer algunos trámites para sus prácticas profesionales. Le pidió si la podía acompañar a lo que ella con gusto acepto, a él no le importaba perder ese día de clases con tal de andar con ella, pues las clases las podía recuperar el día siguiente. Anduvieron todo el día, él le pidió que fuera su novia, a lo que ella con gusto aceptó. Se notaba que ambos se querían.

    Sucumbió el amor ante sus pies, ante tanto silencio guardado, no se podía negar que de ellos destellaban las llamas del amor, eran uno para el otro. Él sabía dónde encontrarla, en ocasiones la visitaba en su casa. Entraba paz y tranquilidad en ella, en su familia, pues tenían todo lo necesario para ser felices. Nunca hubo algo que la disgustara, porque no hubo ningún motivo, alguna discusión que los distanciara, ella era amorosa y tierna. Se besaban, se tomaban de la mano, platicaban, todo era felicidad en ellos. Nadie hubiera imaginado su separación… pero se dio. Su visita era menos frecuente, ya no la iba a buscar donde sabía que ella prestaba sus servicios. No hubo un adiós, ni comprendió porqué. Ella posiblemente haya llorado en silencio, nunca lo supo.


    Ha buscado respuestas para llenar esa vacío de no saber el motivo de su distanciamiento, de por qué se alejo sabiendo que en ella estaba todo el cariño y la comprensión que le hacía falta, y la única respuesta que obtiene en no saber el significado de la palabra amor, de los pequeños detalles, de esos momentos en que no se necesitan palabras para mostrar los sentimientos, en el que tomados de las manos se dicen muchas cosas, en la que expresarle el deseo de verla era también amor, de contarle su historia del día por muy monótona fría, tenía algo que solo saben encontrar quienes están tocados por ese halo invisible que tiene el poder del amor.

    Después de tanto tiempo vino el recuerdo que termino con el olvido. Ella y él se encontraron en una de esas vicisitudes fortuitas que da la vida. Sorprendidos tal vez por el azar del destino, pero contentos de recordar lo juntos vivido. Ambos tomaron lo mejor de esa experiencia amorosa para decirse lo que en un momento callaron, porque no se dio la oportunidad de aclarar ese pasado. Tomaron lo mejor, lo que a su corta edad les llenó de felicidad, porque una parte de la vida se alimenta de recuerdos.

    El tiempo y la distancia nunca borran esos momentos de plenitud acompañando con tintes de inocencia por ser el amor primero, esos días donde es cumplido el deseo que se pide al primer lucero aparecido en el cielo. El destino los separó y cada uno tomó su camino. Ella con emoción le contaba a sus hijas ese noviazgo que iluminó su vida. Más adelante encontró al hombre el que a la postre sería con el que viviría el resto de su vida. Él se guardaba para sí lo que fue el verdadero amor.


    Geber Humberto Pérez Ulín.
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  5. Crónicas de espera.


    Aquí estoy solo, esperando y nadie de quien espero llega. Pasan las horas, las nubes, los transeúntes y yo placido bajo la sombra de un guayacán y de las alas de una torcaza acicalándose las plumas, no sé si las obtuvo de la tienda de avío de enfrente para tatuarse en ellas el nombre del que no tiene nombre y la dejó plantada, o enramada porque sus patas bien puestas en la rama. Solo está el chef matutino en su auto movil de tres patas, de piernas ligeras y manos ágiles, el de las esquinas que nutre y satisface el hambre o la sed de los acosados por el retorcimiento o sin remordimiento para comer lo prohibido sin que nadie se entere.Los recipientes con olor a cacao, el pozol la bebida de los dioses y los pozoleros con sus bigotes de espuma.
    La güera con su destinte de fantasía entretenida con su entretenido aparato electrónico que acerca o aleja, los une o los separa si bien les va, a los que están cerca o lejos. La plática senil entre colegas de los cincuentas, las bolsas de mano en las manos de quien no quiere llegar tarde con el mandado procurando llevarlo todo para no regresar. La terciada masticando palabras en lugar de chicles, la sombra del paraguas que hace suyo el sol antes y después del medio día. El de negro que de luto no lleva la cruz sino los palitos chinos. El que en la espalda lleva el 8 pero no del chavo del ocho sino después del siete y antes de las nueve.El de sonrisa feliz y sus dientes de marfil con su característico tic nervioso que pone más nervioso a los que están cerca mirándolo fijo o de reojo. A las muchachas de los setentas confortadas con la compañía de uno de los sesentas con prontas canas y tintes recurrentes. Y aquí espero…y pasan las gentes, y nadie llega.