1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. No recordaba la impresión de mis ojos, el famélico color de mis tristezas haciendo grupos para ver el paupérrimo espectáculo de mi entierro. Esto era la muerte, no hay túneles oscuros con luces al final, ni escucho el rechinar de dientes, ni veo a los santos con sus túnicas largas, ni libros plagados con la lista de mis pecados (que yo sé, que son tantos que, a mí mismo, me resulta demasiado como para recordarlos minuciosamente). Tampoco escucho a nadie quejarse de mi vida…

    Aquí no hay nada, estoy solo en un espacio oscuro, no veo paredes, ni pisos donde estabilizarme, no veo tampoco nada más allá de donde se supone que deben estar mis manos, las cuales no siento. Sé que estoy muerto, porque hasta hace un rato, minutos, horas, no sabría decir en este momento el tiempo exacto, estuve en otro sitio, donde pude conocer gente, lo que popularmente conocemos como estar vivos.

    Como dije anteriormente, no siento mis manos, trato de mover lo que son mis piernas, dándome cuenta casi de inmediato, que tampoco puedo sentirlas, este trance en que me encuentro acaba conmigo de manera misteriosa. Sin manos y sin piernas, es imposible sentir mi rostro, que tampoco puedo recordar con exactitud, olvidando mi etnia, mi sexo, la agudeza de mi voz. ¡Espera!, algo apenas perceptible parece sobreponerse a la oscuridad absoluta en que estoy, trato inútilmente de articular palabra, digo inútilmente, porque al parecer también carezco de boca en este estado. Es una luz a una distancia imponente, sin embargo, logro recibirla, sin escuchar sonido, ni distinguir exactamente la forma de este ente, que se aleja a paso lento.

    Es ahora cuando puedo sentir mis piernas, sin estar seguro de que realmente las tengo, siento jalonazos que me llevan hacia abajo, hormigueos, dedos que se cruzan por ellas abrumando mi serenidad. A la luz parecen seguirla unas diez u once luces de menor tamaño, formando tres hileras a su alrededor, siendo que la última de cada hilera destella una luz azul y la primera una luz roja.

    Se han detenido, puedo ahora escuchar susurros tan leves, que parecen ecos provenientes de ninguna parte. Distingo las luces, parecen fósforos incansables, inacabables. “Eum, eum”, escucho este eco cerca, “Eum, secum”. Lo escucho tres veces, cuando una voz detrás de mí, si es que existe un delante o un detrás aquí, me dice “la muerte, es el sinónimo de la tristeza absoluta, tus fantasmas se han extinguido, lo que fuiste ya no es, no hay pasado, presente o futuro, muerto el vivo no tiene importancia recordar algo que ya no volverá”. “Eum, eum”, vuelve otra vez el eco, las luces se retiran tan despacio a como llegaron, yo vuelvo a quedar en la oscuridad, tan libre y preso como se puede estar al mismo tiempo.
  2. - Hola, buenos días, ¿cómo le va?.
    - Hola, buenos días.
    - Siéntese, tranquila.

    Es mi tercera semana, llevo años ya en esto de la psicología, pero es primera vez que estoy como psicóloga de planta en una empresa, comparto el consultorio con la médico general y la fisioterapeuta, quienes atienden días diferentes a mí. En esto he escuchado tantas locuras... La gente cree que atiendo a locos, desesperados, insufribles almas en busca de una pequeña luz en el túnel. Y saben qué, tienen razón. Tengo una pequeña libreta en donde como profesional, anoto pequeños detalles que se le pasan a algunas personas, pero que son herramientas útiles en mi labor. Estoy joven, tengo treinta y cuatro años, buen físico, fumo uno o dos cigarros al final del día, mientras me distraigo con mis notas y suelto alguna que otra carcajada recordando los casos y las caras de alivio, de quienes salen renovados después de verme, como los pecadores que salen de un confesionario creyendo que sus pecados quedan en el olvido por un "Dios absuelve tus culpas".

    Aquí atiendo particularmente a tres personas... Dos chicos y una chica... Sandra, Vinicio y Fabián. Los tres tienen el mismo perfil psicólogico, se ven como víctimas en sus relaciones amorosas, sufren el estrés de la juventud, ahondan en las personas que se aprovecharon de su inocencia, ríen compulsivamente, pero luego, desvían su mirada por las paredes y toman un segundo para volver a sincronizar sus ideas, comparten sus idas al sanitario (ritual religioso) y últimamente Vinicio y Fabián, usan el mismo calzado deportivo.

    Sandra perdió la esperanza a envejecer, morirá irremediablemente antes de cumplir los cuarenta (es su opinión), yo soló le llevo la contraria, es mi trabajo, llevarles la contraria para hacerles ver que están en un error (aunque por dentro, yo esté pensando en las facturas). Pero veamos... Sandra aparenta ser el alma liberal y sexy de la fiesta, pero tiene la costumbre de caerse de ánimo conforme avanza la charla, su estrés es agotador, tiene el tic de apretar los labios y no sostener la mirada (señal de que por dentro no se siente tan segura de sí misma, como quiere demostrar).

    Vinicio, es el más joven, su noviazgo es un carrusel, sube y baja como sus lentes, los cuales acomoda una y otra vez, repite la risa compulsiva, se sonroja con facilidad y trató de mantener un perfil bajo durante un tiempo, pero finalmente le dio vida a su yo interior, lo que implicó que se diera cuenta de que sus locuras no son exclusivas de su persona (tiene buen futuro, pero debe trabajar su relación con quienes están fuera de su círculo más íntimo).

    Dos cigarros y una cerveza después, está Fabián... Ha llorado tantas veces, cada cuarto o quinto día, durante los últimos cuarenta meses de su vida, se cree menos que el resto, ninguna mujer aceptable se fijaría en él (otra vez, es su opinión, a mí no me afecta, mi trabajo es darle un comentario distinto), también repite la risa compulsiva, la inseguridad y la idea de que abusaron de su inocencia, su mayor problema es su círculo familiar, permite que manejen su forma de ser, algún día tal vez Dios (si existe) lo ilumine.

    Está también Enrique (amigo de los tres sujetos anteriores), enérgico, con carácter decidido e impulsivo, funge como motivador del grupo, pero por dentro, no asiste al psicólogo porque teme caer en crisis existencial, por eso recurre a su bebida estimulante. Una sesión semanal, me basta para saber que tengo empleo para mucho rato, el resto de mis pacientes, no son tan distintos, pero pongo a ellos tres a colación y a Enrique, porque me sorprende que siendo tan allegados entre ellos, no noten que con dos tazas de café y desahogarse uno con otro, solucionan muchos de sus propios problemas. Benditas sean aquellas personas que piensan que un psicólogo, un sacerdote o un espiritista, les ha de cambiar su vida.
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  3. - Dice mi dulcísima Dulcinea.... que si vuestra gentileza os permite otorgarle a ella el número de contacto de la doncella que amanece en vuestro noble corazón?
    - Déjame ver si entiendo…. ¿Lo que ocupas es el número de celular de Elísea?
    - Sí… pero, así como lo dices, le falta garbo al verbo.

    Desde que mi padre leía sobre nobles caballeros españoles, las conversaciones en casa se habían vuelto dialectos poco adaptados al siglo en que vivimos. Siempre le daba por mezclar términos, que estoy seguro de que ni mis abuelos llegaron a utilizar, en sus citas románticas. Le apunté en un papel el numero de Elísea, confiando en que pudiera contentarse con eso. Mi madre tenía la necesidad, así, tal cual, tenía la necesidad, de que ella le ayudara a arreglar uno de sus vestidos cuyo uso, quedaba exclusivo para matrimonios, bautizos y funerales (siendo estos últimos, los mas frecuentes de nuestra ajetreada agenda familiar).

    - Que los ciervos pasten en los serenos terrenos de vuestra magnificencia.

    Esta vez, tuve la duda de responder… así que mi respuesta se vio reducida a un “amén”, al que mi padre tuvo el descaro de sonreír, sin darse cuenta de que el garbo que le faltaba a mis verbos estaba deseando ver la cena lista en la mesa.

    Añoro las noches, en que el televisor era hermano, tío y abuelo de las reuniones familiares, en las que bastaba ver una buena serie, mientras las ollas se acumulaban amontonadas una sobre la otra en el espacio entre la pared y la alacena. Mi madre se reunía con las vecinas en un interesante club de lectura, donde Margaret, la vecina de dos casas a la izquierda, llevaba una lista detallada sobre las aventuras amorosas de los hombres del barrio, de manera que era fácil llevar sus amoríos. Faustina, era la encargada de averiguar sobre los problemas económicos de aquellos que debían hasta el alma de sus perros en el banco del pueblo y por último, pero no por eso menos importante estaba mi madre, quien se deleitaba ante la idea de ser la presidenta oficial del club, por lo que su función principal, era averiguar sobre los muchachos y muchachas que faltaban el respeto a la moral y a los mandamientos que nuestro Dios había dejado en herencia para llevarnos por el camino de la santidad.

    Terminada la reunión, y luego de los besos acostumbrados en las mejillas, y antes de que mi padre ensayara sus rutinas lingüísticas, decidí llamar a ambos a la sala, con el estómago lleno, porque hay cosas que un estómago vacío no es capaz de soportar.

    - Dinos, hijo de mi aclamado romance. ¿En qué podemos servir tu madre y yo a elevar vuestra atención?
    - Hijo, pero apúrate, porque tengo un chisme que ni en los barrios finos se han dado cuenta…

    Con la serenidad que me caracterizaba a mis hermosos dieciocho años, los vi a ambos y les dije el motivo de nuestra encantadora reunión:

    - Padre, madre… simplemente quiero decirles que Elísea cuenta con cuatro meses de embarazo, yo me largo mañana de la casa, dejo mis estudios, nos vamos del pueblo y espero que, a ti, padre, te sirvan de muchísimo los nobles caballeros a los que vuestra excelencia dedica su honroso tiempo y a ti madre, que el chisme que tienes en la punta de la lengua sea mejor que el que van a contar tus amigas cuando se den cuenta de que tu hijo se fue de casa con su novia embarazada.

    Mi padre soltó su libro, cambió su elocuente verbo por palabras que mi madre consideraba blasfemas hasta ese momento y mi madre… mi madre hizo un drama que, en su dichoso club de lectura, fue negado hasta que todo el pueblo lo supo y el hijo del lector de novelas y de la chismosa, se hizo un nombre en el mundillo de las lenguas locales.

    FIN.
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  4. Lo prometí. Había dado el paso. Estaba desinstalada desde hacía tres días, en realidad ya la había desinstalado antes. ¡Tinder!... ¡Tres días!, volví a abrirla, no podía estar sin ella. Así había conocido varios prospectos, el policía que quería encadenarme a la cama en su hora libre, el cuarentón que era súper lindo (me trataba con respeto), los hombres cuyos miembros había conocido en video llamada (si mi madre supiera).

    Ahora estaba en medio de dos hombres, un chico nueve años menor que quería ser mi colágeno, terminar de crecer conmigo, con un vocabulario muy nutrido para mi gusto, pero con una pinta de bocado de Adán, que Eva habría comido de esa manzana. Mi segunda opción, un hombre de mi misma edad, que quería probar el fruto prohibido de la infidelidad, usándome de excusa (así son los hombres).

    Mi mayor dilema es que por mucho que mensajeo, no logro llegar a la cama con ninguno, mi temor me lo impide. Contrario a la religión y principios, decidí actuar. Estuve con el chico menor, sí, por una vez quise ser la fantasía de la profesora, enseñarle, que él pudiera decir que estuvo con una mujer que lo educó sexualmente, mostrarle que a una mujer no se le trata igual que a una muchacha de su edad. Le encantó.

    Lo hicimos un par de veces hasta que supe que la lección estaba aprendida de su parte. Hoy me veo con el chico de mi edad, mi madre dice que el estómago no puede recibir sólo comidas rápidas, a veces también se puede comer fino.

    FIN
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  5. El alma estaba intranquila, debía haber transcurrido mucho tiempo desde ese entonces. La casa no era la misma, recuerdo que las paredes eran de un color más claro, además de que tenían un elegante tapizado en la parte inferior. ¡Las ventanas! .... ¡eran redondas! .... las de la casa que yo recordaba eran totalmente cuadradas, mi abuelo siempre decía que las ventanas redondas provocaban que los espíritus quedaran vagando en ellas, en tanto, en las cuadradas, podían escapar por alguno de sus ángulos.

    El piso tampoco parecía familiar, el que yo recordaba estaba formados por cuadros de cerámica, azul con blanco, esta vez, los cuadrados eran rojos con amarillo, tampoco parecían estar las gradas que daban al patio posterior, ni la casita de Átomo, nuestro perro. Sin embargo, seguía teniendo la sensación de estar en el mismo lugar, en la misma casa, las habitaciones eran iguales y estaban distribuidas de la misma manera, aunque había detalles diferentes. La cocina, por ejemplo, la recordaba con una cocina de leña, un fogón, decía mi abuela “porque los demonios odian los fogones, les recuerda al Infierno”.

    En casa de la abuela, los espíritus debían sentirse incomodos, todo estaba acomodado de manera que ellos se sintieran así. “Si dejas ese espejo viendo hacia tu cama, los espíritus malos pueden robar tu alma durante las noches, por eso lo pongo de cara a la puerta”, me dijo una vez que le dije que el espejo era para verme yo, no para ver a Átomo durmiendo la siesta en el comedor.

    Entonces, volvió a suceder ese entonces. El olor de la olla de carne, las verduras hirviendo, la torta de arroz para el café de la tarde. Mi abuelo recogiendo las hojas secas en el patio posterior, mientras mi abuela le gritaba que el almuerzo estaba listo, el vecino hablando sobre la situación económica con su esposa, en tanto ella, fingía prestarle atención mientras lavaba la ropa. Ese era el entonces, yo con ocho años, me acerqué a la cocina, le di la espalda, un sobresalto sucedió… Átomo vino corriendo detrás de algo, tropezó conmigo, no pude sostenerme, ese pastor alemán poseía mucha fuerza, no pude sostenerme, mi cabeza fue directo hacia el fogón, el golpe hizo que la olla con las verduras se volteara, yo caí en el piso, golpeando el duro piso con la parte posterior de mi cabeza, con el caldo y las verduras sobre mí. Estuve inconsciente, o al menos eso creí. Lo correcto, es que no supe lo que sucedió después. Ahora sé que morí, y que estoy en casa, en mi casa, en la casa de mi abuela, pero ahora, ahora veo la versión de los espíritus, a los que mis abuelos querían evitar.



    FIN
  6. Entonces lo miré, dormía plácidamente, se veía calmado. Yo estaba recostada junto a él, con mi pijama negra, que tantas veces había lucido para mi esposo.

    - Sabes Teo, tuvimos que hacer esto hace mucho, en serio - le pasé mi mano derecha por el cabello - creo que en cierto modo, esto mejora nuestra relación.

    Nunca lo había visto dormir de esa manera, realmente descansaba. La noche estaba hermosa, yo comenzaba a sudar por el trabajo acumulado. Ahí, con las estrellas como testigos, estaba contenta, sí, estaba feliz. Teo ya no era el lobo que me había hecho enfurecer por sus líos de falda, por tantas veces que frente a mis ojos le había coqueteado a alguna mujerzuela... la cajera del supermercado, la chica de la panadería, la estúpida que tenía su propia tienda de antigüedades en el centro.

    - Estaba pensando, que tal vez mañana podría comprarme algo lindo - le di un beso, sin que me lo correspondiera -, vi un vestido hermosísimo donde Yesenia. ¿Te acuerdas de ella?... la mujer con la que reíste hace dieciséis días en el mercado.

    Entonces empezó... sentí una gota caer en mi rostro, las nubes oscureciendo. Me levanté, retomé mi trabajo, faltaba poco. La lluvia iba acelerando, quitaba el agua de mi rostro. Estaba listo. Tomé a Teo por los brazos y tan fuerte como pude, lo jalé y lo introduje en la fosa que acababa de cavar. Luego volví a tomar la pala y a sellar la fosa con tierra. Parecía dormido, el veneno había sido suficiente. Bajo tierra nunca volvería a serme infiel.

    FIN
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  7. - No, ya sabes que a mí sólo me gustan los de ojos bonitos.

    Estábamos abrazados, recostados en el zacate, de paseo en una casa en medio de la montaña, era la primera vez que salíamos. Volvió a mirarme y soltó una risa, allí mismo la besé, la besé por primera vez y besarla era saborear el propio Edén. Cerré los ojos al besarla. Probé su labial, sentí su aliento pasar a mi boca, ella también había cerrado los ojos.

    - ¡Uff!.. - me dijo- ¡Los hombres!.

    La abracé, se quedó enredada entre mis brazos, tenía los ojos hermosos, a mí también sólo me gustaban las de los ojos bonitos.

    Miré alrededor, la naturaleza, me levanté casi sin soltar su mano, frente a nosotros se miraban unos hermosos girasoles, tomé uno y se lo llevé, volvió a reír, y esta vez fue ella quien me besó.

    Me contó de sus amores, de los sueños que la atormentaban cuando se despertaba, yo la escuchaba, le acariciaba el cabello mientras ella hablaba, tenía los ojos hermosos.

    Estaba a punto de caer la tarde y el atardecer era para ella.

    FIN
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  8. Muchos milagros sucedieron luego de la crucifixión de aquél nazareno. Recuerdo a Azud, la nuera de Filómenes, quien yacía acostada desde hacía quince lunas, agobiada por las llagas de su piel, que supuraban pus, y que no la dejaban levantar de su cama, el mal le llegó con tan sólo diecinueve años, una tarde cuando se sintió con ardor en las piernas y en su espalda, mientras iba al pozo por un poco de agua. Sucedió que la noche de aquél día, mientras lloraba por la muerte de aquél profeta, dejó caer dos lágrimas en sus brazos y al contacto de sus lágrimas, fueron cerradas sus llagas y encontró la sanación, descubriendo que la enfermedad nunca volvería a tocarla. O el milagro de Agra, la mujer que había vivido durante muchos años con los demonios de la ira y la soberbia, despreciando a aquellos que no eran mejores que ella.

    Pero que, luego, se encargó de proveer de alimento y escondite a los creyentes de ese hombre, quienes eran perseguidos por judíos y romanos, por igual. Muchos milagros sucedieron que no fueron escritos. Se escribieron aquellos, que se consideraron suficientes para expandir las doctrinas del hombre, a quienes sus seguidores, llaman el Hijo de Dios.

    FIN
  9. Entonces, en ese instante, observando con mis ojos el cielo y doblando las rodillas, recordé mi artritis… recordé mis traumas, mis derrotas, las caídas que me habían dado motivo para levantarme en alguna ocasión. Ese hueso no era mío, yo no era perro para ese castigo. Mis verbos más frecuentes habían cambiado de pretérito perfecto a futuro indefinido, aquí, en este momento, yo era Dios. Mi presencia era omnipotente, estaba en el epíteto de mi propia epopeya, haciendo eco a todos esos fantasmas cuyas presencias anteriores se quedaban durmiendo en mi habitación cuando enfriaba el vidriero de la ventana, cuando entraba una ráfaga de aire a medianoche, cuando sonaban los trastos viejos cayendo en el piso de la cocina.

    - ¡Maldito! - el grito iba con fuerza, tanta como yo sentía en los pulmones. – ¡Maldito!

    El viejo Jeremías estaba riendo, mostrando con su sonrisa, los cinco espacios vacíos, donde debían estar sus dientes delanteros.

    - Escucha Jacobo, esto debe terminar ahora – me dijo escupiendo el suelo, mientras levantaba la pala – esta batalla que tenemos, estos malentendidos, somos hombres.
    - No puedo, no puedo quedarme sin hacer nada.
    - Sabes Jacobo, a diferencia de los hombres, los animales tienen el discernimiento de saber cuando las cosas son demasiadas para ellos – yo trataba de enderezarme – por eso están aquí desde antes que nosotros, por eso van a seguir cuando la humanidad perezca.

    Pude enderezarme finalmente, cansado, con la frente sangrando, los acontecimientos me habían traído aquí. Volví a ver a mi derecha, ahí estaba Jessica, mi esposa, en el suelo, con la cabeza inclinada a la derecha, con un palazo que le cruzaba el cuello. Jeremías la había matado, había tratado de violarla, cuando por fin pude llegar, la tenía desnuda de la cintura hacia arriba, no pudo consumar el acto, yo me abalancé sobre él, pero me dio un golpe con la pala que estaba a su lado, luego, frente a mis ojos, la mató.

    - Me caías bien Jacobo, me caías bien.

    Tomó la pala y la alzó contra mí, rodé por el piso, volvió a atacarme, esta vez estaba yo de pie, su pierna izquierda se resbaló y pude golpearlo en la cara, le di cuatro golpes seguidos, sin dejarlo reaccionar, soltó la pala y pude tomarla…

    Vestí a Jessica, la enterré, le di santa sepultura, con el pueblo buscando al asesino de mi esposa, nunca lo encontraron, corrió el rumor de que había escapado, la policía estuvo buscándolo por un tiempo. Nadie había notado que los perros callejeros se habían alimentado de restos de carne las últimas semanas.
  10. Acusaba a Elena. La acusaba de no ser capaz de decirle a Leo que ella estaba enamorada de él desde el primer día que ella puso un pie en la oficina. Había tenido su oportunidad, una vez, los dos hablando solos en el pasillo, con los dos bandos tensos, pero en vez de decírselo, en vez de robarle el beso que le habíamos sugerido en el clan, en vez de eso, lo había echado a perder diciéndole que la tensión entre ellos era absurda, que ella no pretendía nada con él, ahí lo había mandado directo a los brazos de otra a la que él no amaba, era obvio... ella seguía evitándolo en el trabajo, sonrojándose, tenía mis motivos de acusarla.

    El resultado era el esperado, Leo ya no la trataba con la amabilidad de antes, ella había pasado de trato VIP a ser otra compañera de trabajo, aunque aún se le podían notar a él, los retazos de sus sentimientos, hay cosas que no se pueden ocultar a la vista de un buen conocedor, de un sabueso fino de observación.

    - ¡Como usted con Isela! - me dijo Elena.
    - Lo mío es diferente, Elena. Y usted lo sabe.
    - Claro, porque cuando soy yo, ahí sí, pero como es con usted.
    - No, no es porque es conmigo – le dije cambiando un poco de tono- pero, es que, es que usted no quiere ver las señales que le dan.
    - Solo ustedes ven esas señales, yo no veo nada.

    Las señales que yo le señalaba a Elena, eran las mismas que iban dirigidas en mi caso, solamente que es difícil ver las cosas cuando son para nosotros, esa tendencia humana a ver las cosas de los demás antes que las propias, otra vez estaba enfrascándome en una pelea interna, entre mis decisiones y los consejos que daba a Elena, consejos que yo seguía sin aplicar para mí misma.

    Y no.... no era eso..., pero lo mío con Isela tenía tintes de utopía, Isela tenía pareja y yo, en cambio, era una estúpida, una imbécil de esas que fantasean con cosas que te deprimen, lo mío era ilógico, con Isela a lo que podía llegar, era a tener sexo, sólo eso. Yo vengo de una relación de años, de esas cosas lindas de la vida, yo no sirvo para ratos, soy una mujer que necesita razones para estar ahí, apapachos, necesitaba una mujer igual, una mujer que razone conmigo, que sea pareja. Con Isela era sólo pasarla bien, sin conexión emocional y para mi desgracia, padezco de ese cáncer al que llaman ilusión, soy de esas personas infelices que no son capaces de separar entre el amor y el sexo, ¡cómo envidio a los que pueden hacer eso! Pero en mi caso, esa terquedad de querer asumir que el amor y el sexo son hermanos que deben andar de la mano, me limita a muchas cosas, a fantasías, a encuentros, supongo que cada quien tiene su manera de vivir, asumiendo consecuencias buenas o malas a través de este viaje que empieza cuando somos concebidos.

    ¡Pendejadas!, así las llamaba Eugenio, cuando del trabajo a la casa, viajando juntos en el carro, salían a la luz nuestras vidas personales, mis emociones, mis negaciones, mi rabia porque me daba cuenta que era capaz de observar la tensión que yo estaba viviendo, la que vivía Elena, el tipo era un mudo en la oficina, pero miraba, analizaba y lo que era peor, sacaba conclusiones correctas, me parecía estar escuchando a mi padre, dando consejos sobre la vida, yo era una chiquilla comparada con ellos.

    ¡Pendejadas! Y lo admito lo sé, lo sé porque en este momento, estoy con Isela en la habitación de un hotel, en la fiesta de año nuevo de la empresa, con varios que están abanicándose entre cervezas, cócteles... otros que están noqueados entre los colchones, estamos divididos por habitaciones, en parejas (como las concentraciones de los equipos de fútbol), sesenta personas y estoy con Isela, con su blusa blanca a la cadera, con su traje de baño color turquesa, de dos piezas, con su cabello lacio, con sus ojos color miel a punto de endulzarme, mi pareja de cuarto es Dionisio y él es uno de los noqueados. Estamos "a dos milímetros escasos de tu boca" (como la canción), casi puedo saborearle el sudor, puedo oler su boca, ver entre el escote, podríamos besarnos y mirar en el panorama si llegamos a más, a ver si resisto quitarle la blusa, acariciarla, que me pase su lengua por la mía.

    En estos momentos desearía no tener principios. Pero en medio de todo, doy un paso atrás, mientras me flaquean las piernas, mientras acomodo mis lentes y la dejo pasar. Momentos como estos son los que aparecen una vez en la vida, de esos que ni a putas se repiten.

    Acusaba a Elena. La acusaba de no animarse con Leo, ella en posición de ataque, me acusa a mí, de no haber llegado al home run con Isela. Dionisio nos acusa a ambas, pero ambas lo acusamos de las gravedades de sus pensamientos que no lo van a dejar llegar a viejo. ¡Par de pendejas!, nos gritó Eugenio en el carro, cuando abrimos nuestras añoranzas a su opinión. Como si ocupáramos que nos lo recordaran.
  11. Vaya pregunta la de este hombre, ¡por supuesto que estoy muerto!, hace dos horas que se me paró el corazón, debe haber conseguido el título en un basurero.

    De este lado la muerte no se ve tan mal excepto por un par de personas que observo, no se me hubiera ocurrido que vinieran a mi vela, hace años no nos dirigimos la palabra y están llorando como si yo fuera todo en su vida. Acá no veo ningún túnel con una luz al final, frente a mí sólo tengo un escritorio, una hoja y un lápiz.

    La hoja dice "Formulario de Renuncia" pero ¿qué es esto?, dice que renuncio a renacer, que renuncio a desear vivir de nuevo, renuncio a declarar como mío algún bien, renuncio a aparecer más de dos veces al año en el sueño de algún ser conocido... ojo... conocido... no querido. Renuncio, renuncio, renuncio... "hey... ahí afuera... ya vi que te llevaste ese reloj... mañana te asusto", es chistoso, no recuerdo cómo morí, simplemente pasé de dentro a afuera, ¿enterrarme en la tarde? y ¿para qué esperar tanto?, a esas horas ya estaré demasiado tieso, por mí pueden enterrarme de mañana, es mejor, total, el que quiera ir que vaya, ¿quién es esta mujer?, ah la maquillista, si estuviera vivo la invitaría a un trago.

    Veamos... empecemos a llenar este formulario, datos personales... ¿perspectiva que tiene de la muerte? a estas horas no tengo ninguna, ¿lista de enfermedades?... mira vos... ni sabía que padecía de eso, ¿acepta que su pareja rehaga la vida sin usted?.. ¡obvio! ¡acá soy soltero!... bla bla bla... esto sí... "de acuerdo a sus acciones permanecerá diez años en el purgatorio, tiempo luego del cual podrá seleccionar su destino"... ¿queda a mi elección?, ¿acepta que en caso de que reciba muchas oraciones, las mismas puedan distribuirse a muertos menos recordados? ... sí, ¿declara bajo fe de palabra que está de acuerdo con lo estipulado?... ¿tengo remedio?.

    "Bienvenido al estatus final, sírvase seleccionar un platillo y bebida en tanto ingresamos sus datos y verificamos su condición de difunto"... ¡linda voz tiene esta mujer!... parece divertido este sitio y pensar que hay quien no quiere morirse, "aceptado, favor tomar su vestimenta", gracias, con este recibimiento se lucieron.
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  12. Tienes razón, no debí decirlo... pero, bueno... a veces, una quiere hacerse la fuerte. No me mires así, lo reconozco, no vivo en el país de las maravillas, ¿contento?. Sabes, hay ocasiones en las que me siento frustrada, sí, esa es la palabra. Podría acompañar esa palabra con muchas otras: defraudada, agotada, confusa.

    Tengo estabilidad, cosa que a mis treinta y un años, es un bálsamo, pero lo que se dice felicidad, ese es otro cuento, porque es tan difícil ser feliz, soy creyente, cristiana, pero confieso que me parece que Dios toma vacaciones, justo cuando yo necesito la oficina abierta. Con mi esposo trato de aparentar tanto como es posible, gimo las veces que él quiera, lo beso y le respiro "te amo", pero ese respiro es muy caro para mi salud mental.

    Mi futuro lo vislumbro sola, con mis chicos, sin pareja, por lo menos sin ningún hombre de los que conozco, todos buscan lo mismo y no todos lo merecen, me cuesta conciliar el sueño, abuso de mi celular, del Facebook, del ocio. Vuelvo a disculparme, no estoy en el país de las maravillas. Volveremos a vernos, cuando sea feliz, cuando supere estos traumas que me hacen compañía, volveremos a vernos.
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  13. Siempre lo supe. Lo mío no podía ser sencillo. Y obvio... tú ibas por el cuchillo, yo decidí ir por las pastillas, pero me habían traicionado. Oliver sabía que la desgraciada enfermera venía y aún así no dijo nada. Dejó que entrara, Clarice sonreía mientras me empezaba a intoxicar, pero no funcionó.

    Lograron salvarme... así llaman a esto, "salvarme", ¿de qué? ¿de morir?, todos lloran aterrados mientras les mencionan la muerte, yo no, hace mucho entendí que morir era liberarse, por eso lloran los que te entierran, por envidia. Han pasado siete años... siete desde aquello... endurecieron las medidas, mi comida viene sin cucharas, ni tenedores, somos las paredes y yo... Clarice me abandonó cuando le dije que su amo había hecho bien en disfrutarla, se fue, junto con Oliver, el chico entendió que no existen amigos, esa palabra es una abominación.

    Pero anoche, todo cambió anoche. En esa sala sucia, donde me meten a duchas de agua fría, a medianoche... ahí llegaron Clarice y Oliver, mis dos sabuesos, Clarice me tocó y susurró groserías a mi oído, era su forma de volver, Oliver me señaló el suelo, había un clavo, era lo único que necesitaba, lo puse en mi boca..

    En mi habitación esperé cambio de turno, yo no podía morir así, éramos los tres malditos sabuesos, con el clavo abrí la puerta, me moví sigiloso con el clavo en la mano hacia el primer guarda, se lo clavé seis veces en el cuello, lo repetí con el segundo, pero ocupé clavarle siete veces, sin ruido, estoy fuera, veo el sol, Clarice ya no ve las sogas y Oliver, Oliver corre en el jardín.

    Pensé en colocar el clavo en mi pecho y golpearme contra la pared, hasta clavarlo en mi corazón, pero no hubiera liberado a Clarice o a Oliver, los bastardos habrían ganado y nosotros nunca hubiésemos conocido la libertad.

    Para Clarice, Oliver y P.

    Fin.
  14. Tenía que matarlo, no había más, tenía que hacerlo, era necesario para poder avanzar, esta relación ya era demasiado tóxica. Sí era la palabra, era tóxica, esta palabra de origen griego, usada por Aristóteles definía la relación: tóxica.

    Hay personas que nos envenenan el alma, no importa que nos jodan el corazón, es un músculo y con seguridad puede curarse si se trata a tiempo, pero el alma.... el psique, el soplo vital no se cura, es una mariposa que se transforma en declives.

    Mi desabrimiento, mis jaquecas, mi infortunio, todo era derivado del mito urbano de que conocemos a las personas por algún motivo. Nuestro motivo había sido por la cruel burla de la naturaleza humana, por ese insípido talante que nos conduce a hechos que no sabemos cómo suceden.

    Habíamos surgido juntos después de dos psicólogos, un intento de suicidio, de la homeopatía y de un expediente clínico en el Hospital Psiquiátrico. Habíamos hecho una vida juntos, con altos y bajos (más bajos que altos), habíamos retado a la vida, al destino (si es que existe), al tiempo y al mismísimo Dios. Pero tocaba separarnos, por las malas, porque por las buenas no había funcionado. La mezcla llevaba seis cápsulas de antibióticos, cuatro analgésicos, cinco ansiolíticos, siete antipiréticos y tres antiinflamatorios. Los efectos comenzaban, era necesario, la relación era tóxica, esta vez no iba a fallar, yo ya no podía vivir conmigo, yo ya no me soportaba, si no me mataba yo, nadie iba a hacerlo.

    FIN
  15. Le llevaba la cuenta de las veces que me había mentido, las veces que no sabia dónde iba a parar el dinero, las veces que íbamos en barcos distintos.

    - Zeidy, mi amor - decía otra vez, ¡otra vez! - es increíble lo que pasa en el mundo - yo me hacía la desentendida.

    A los hombres hay que creerles la séptima parte de lo que dicen y ni confiar en un juramento, ni siquiera por su madre, los hombres son capaces de declararse huérfanos si con eso consiguen una enagua ligera de pasos.

    Damián y yo llevamos meses de discusiones, por cualquier cosa, casi siempre por culpa mía, por paranoia, por estar en mis días, por estúpida.... en fin... por tantos epítetos que ya no me caben en la cabeza. Pero esto de ser mujer, no sé, creo que de princesas y brujas todas tenemos un poco.

    - ¡Carajo!... ¡por Dios Zeidy!... - cerré la llave del fregadero, sequé mis manos y volví a verlo. Estaba con las orejas rojas, por su expresión supe que otra vez era culpa mía. - esta cena está fría-.

    Se levantó con el teléfono en la mano, a mi parecer era lógico que la cena se enfriara, llevaba quince minutos en la mesa y no se había despegado de su celular. Caminó hacia la puerta, la abrió y al cerrarla se despidió... o algo parecido, yo sabía dónde iba. Hace un mes le descubrí varios mensajes en su WhatsApp, dos fotos explícitas, una de unos pechos talla 36B (a mi parecer) y la otra de su miembro masculino.

    Ahí terminaban mis opciones, mis cuatro años de vivir juntos, con Angélica durmiendo, a sus once meses no se da cuenta de nada, lo que seguía iba a hacerlo por ella, más que por mí.

    Ayer es pasado. He visto muchas películas, muchos dramas y comedias románticas, he llorado tantas veces como me ha sido posible, he estado sola durante mucho tiempo, mi vida es una escalera, el amor me llevó del Cielo al Infierno, escala directa.

    - No entiendo cómo sigues con Damián, lo de él son las mujerzuelas, nunca va a cambiar. - Sara tenía razón, yo esperaba algo que nunca iba a suceder, las personas no cambian, acomodan sus estados de acuerdo a la ocasión, se sirvió otra taza de café.
    - Por eso hago esto Sara, al fin voy entendiendo.
    - Es mejor tarde que nunca, la verdad ya aguantaste demasiado.

    No he olvidado mi promesa, la que le hice a Angélica el día que nació, no quiero ser solamente su madre, quiero ser su heroína, quiero que me vea como un ejemplo a seguir, yo puedo encargarme de ella. Sí, sé que estoy mal, a veces siento que asesino a la abogada que soy profesionalmente, pero en mi casa, frente a Damián soy una gata mansa, las leyes en esta casa no las pongo yo.

    Ningún sábado es como hoy, la cena fría de anoche no se vuelve a repetir. Estoy en la sala, escucho donde parquea el vehículo, seguro no esperaba ver sus cosas en la acera. Tengo que respirar, un poco más. Me levanto por un vaso con agua y justo cuando camino tres pasos, Damián rebota la puerta contra la pared.

    - ¿Me perdí de algo? - pregunta eufórico mientras lanza las llaves del carro a mis pies.
    - Damián... esto...esto no func..
    - No, tranquila, hace más cerrando esa boca, ya le fue a llorar a esa amiga suya, ¿qué es?, ¿le falta un hombre?.... ay no... pobrecita la abogada va a llorar.
    - Ya no puedo - Sara se había llevado a Angélica, ya sé por experiencia que sus humores me van a afectar.

    Dio la vuelta al sillón, se sentó y lanzó un florero al piso, luego se agarró la cabeza y me miró.

    - ¿Y?, puede hablar, para que no diga que esta casa es una dictadura.

    Pensé en sentarme, en tomar las cosas de manera tranquila, en hablar como seres civilizados, pero con él eso es misión imposible, nunca toleraba que lo trataran como igual, él era omnipotente.

    - Se va - sí, se lo dije a secas-.
    - Qué bueno, la señora al fin toma decisiones.
    - Es en serio, me quedo con Angélica.

    Se levantó del sillón, se acercó a la ventana y abrió la cortina.

    - Está empezando a anochecer, noche de sábado - estaba de pie, tranquilo, sin levantar la voz - ¿ya lo pensó bien?.
    - Sí, no quiero esto más.

    Dio media vuelta, me eché un poco atrás al verlo acercarse, entonces abrió la puerta, no dijo nada, me señaló el camino, sus maletas en la acera, la cerró de golpe y di dos más hacia atrás.

    Recuerdo haber recibido dos golpes a puño cerrado, sin tiempo a reaccionar y poco después tenerlo encima clavando en mi pecho el cuchillo de la cocina. Mis últimos pensamientos van para Angélica, para que sepa que la amo y que nunca quise dejarla así.

    FIN