1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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Allá donde no mueren los silencios
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  1. En el ocaso del día, donde los sueños se deslizan,
    un rayo de sol, cansado de su viaje,
    se asoma por la esquina de un cielo de terciopelo,
    dejando caer su último suspiro en una mariposa de cristal.

    Flota en el aire, entre risas de nubes desbordadas,
    susurra secretos de un tiempo que no existe,
    mientras las sombras danzan, desenfrenadas,
    como si cada paso fuese un eco en la penumbra.

    El rayo se mezcla con la risa de un niño perdido,
    que juega a atrapar estrellas con manos de papel,
    y en el reflejo de su mirada,
    las memorias florecen como lirios en un estanque olvidado.

    Las flores se abren, doradas y delirantes,
    bailando al compás de un viento que canta,
    y al caer la noche, el rayo se funde
    con el murmullo de los fantasmas que recorren el bosque.

    En la distancia, un reloj de arena llora,
    su grano final se convierte en un suspiro,
    y el rayo, ahora prisionero de la penumbra,
    se desliza suavemente hacia el abrazo de la luna.

    Pero antes de partir, deja su estela,
    un rastro de luz que envuelve recuerdos,
    y entre susurros de estrellas y ecos de ríos,
    deja un legado en el corazón de la tierra.

    Hay un último destello, un chispazo de eternidad,
    mientras la oscuridad danza y el día se retira,
    en el instante preciso en que el sol se despide,
    un rayo se convierte en un poema,
    un susurro que perdura en el alma del mundo,
    un brillo eterno en la memoria de aquellos que miran.

    Rosa Reeder
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  2. En un rincón polvoriento del tiempo,
    un reloj se detuvo, mirando al horizonte,
    sus manecillas, dos mariposas cansadas,
    reposaban en un suspiro de espera.

    Las horas se deslizan como sombras danzantes,
    mientras el aire huele a recuerdos perdidos,
    y un pez amarillo navega por caminos de aire,
    murmurando secretos a un sol distraído.

    Los árboles conversan con las nubes,
    y el viento dibuja sonrisas en la corteza,
    mientras las flores arrancan sus raíces,
    buscando historias escondidas en el barro.

    Cada tic del corazón es un eco lejano,
    un susurro de historias que nunca fueron,
    pues el reloj, en su jaula de cristal,
    olvidó la prisa, fue un ladrón de instantes.

    Un pájaro de plumas de arcoíris,
    juega a ser el guardián de los sueños,
    y le canta al reloj que perdió su camino,
    mientras estrellas dormidas se asoman al abismo.

    Así, en un rincón del tiempo olvidado,
    el reloj se aferra a su silencio eterno,
    y en su calma, invita a los viajeros
    a perderse en la magia del instante soñado.

    La vida se despliega en un lienzo inacabado,
    donde cada segundo puede ser un milagro,
    y en la quietud, se escucha un latido:
    El milagro de existir más allá del tiempo.


    Rosa Maria Reeder
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  3. En un cielo azul, brillaba un día,
    una nube blanca, sin melancolía,
    con formas de oveja, suave y ridícula,
    creía que el sol era su única brújula.

    "¡Miren qué linda, flota en el aire!
    No necesito lluvia, el sol me hace un baile",
    decía a las aves que pasaban cantando,
    y el viento, burlón, la iba acariciando.

    Las flores en tierra, sedientas de canto,
    miraban su traje, repleto de encanto.
    "¿Por qué no nos mojas, nube amiga?
    Nuestra sed crece, y la vida se mitiga."

    Pero la nube, con risa sincera,
    respondió sin pensar en la primavera:
    "¡Soy bella, soy blanca, no puedo llover!
    Si lloviera hoy, yo dejaría de ser."

    Los días pasaron, la tierra clamaba,
    -y la nube en su ego todavía volaba-
    pero un día llegó el viento soplando,
    y la núbe en su ego, misma se iba ahondando.

    “Te has de dar cuenta, oh nube soñadora,
    que el agua es tu muestra de amor y de aurora.
    Si no te decides a abrazar tu misión,
    el sol brillará, pero sin corazón.”

    La nube, al fin, entendió su destino,
    se llenó de coraje, siendo más genuino.
    De su pecho surgió un suave suspiro,
    y comenzó a llorar, dejando el deliro.

    Las gotas danzaron, cayeron a tierra,
    las flores sonrieron, verdor en la sierra.
    Y así la nube, con lágrimas de amor,
    descubrió que ser útil es ser un buen actor.


    Rosa Maria Reeder
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  4. Brotan las flores,
    susurros de colores,
    renace el sol.




    Rosa Maria Reeder
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  5. En un jardín de estrellas,
    donde florecen los abrazos,
    los sueños son mariposas,
    que vuelan sin sobrepasos.

    Las risas son melodías,
    que el viento va coleccionando,
    cada niño es una flor,
    en colores resplandeciendo.

    Los corazones son faros,
    que iluminan la oscuridad,
    con la magia de la infancia,
    cantan en libertad.

    Las manos son semillas,
    se siembran en cada abrazo,
    cultivando la esperanza,
    de un mundo más lazo.

    Juntos crean un arcoíris,
    con los colores del amor,
    pintando al cielo sonrisas,
    en un eterno fervor.


    Rosa Maria Reeder
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  6. En un jardín escondido,
    donde cantan las flores,
    los sueños van de paseo,
    bailando en mil colores.

    Mariposas como barcos,
    surcan mares de sol,
    sus alas son de magia,
    su risa, un suave rol.

    Un caracol viajero,
    con su casa a cuestas,
    decidió ser explorador,
    en las hojas, sin siestas.

    “¡Mira!”, grita el girasol,
    “que la vida es un regalo,
    cada día es una historia,
    cada instante, un resalo.”

    Las hormigas en su ruta,
    hacen fila con fervor,
    llevan granos de esperanza,
    su trabajo es puro amor.

    Pero el viento travieso,
    con su risa juguetona,
    desordena el ambiente,
    vuelve locas las personas.

    Y el jardín en su caos,
    parece un carnaval,
    pero cada pequeña historia,
    es un verso natural.

    Así, los árboles cuentan,
    con sus troncos sabiduría,
    que en cada aventura,
    hay magia en la armonía.


    Rosa Maria Reeder
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  7. En un charquito escondido,
    vivía Rana Jacaranda,
    soñaba ser tan brillante
    como la estrella más alta.

    Miraba al cielo de noche
    con ojitos de esmeralda,
    “¡Yo quiero ser como el lucero,
    que brilla y nunca se apaga!”

    Saltaba muy alto y fuerte,
    creía alcanzar la luna,
    pero caía en el agua
    chapoteando sin fortuna.

    Un grillo sabio la vio
    y le dijo con ternura:
    “Brillar no es solo del cielo,
    ¡también en el alma dura!”

    Entonces Rana entendió
    que aunque no era chispeante,
    tenía un canto muy dulce
    y un corazón vibrante.

    Cantó junto a los juncales,
    iluminó su ribera,
    y pronto el bosque completo
    la llamó su luciérnaga nueva.


    Rosa Maria Reeder
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  8. Había un dragón en un valle lejano,
    con alas doradas, pero el cielo le era insano.
    El dragón soñaba con surcar el azul,
    y ver el mundo desde lo más alto, como el sol al final del tul.

    Sus alas eran grandes, pero algo las frenaba,
    un peso invisible que su corazón cargaba.
    Aunque soplaba fuego con gran valentía,
    sentía que algo dentro lo hacía llorar de melancolía.

    —¿Por qué no puedo volar? —se preguntaba en la noche,
    si mis alas son grandes, ¿por qué no toco el broche
    del cielo estrellado, tan lleno de misterio?
    ¿Por qué, si soy fuerte, no puedo alcanzar el hemisferio?

    Un sabio búho, que en el árbol dormía,
    escuchó su llanto y al fin le decía:
    —Las alas no solo sirven para volar,
    sino también para aprender a soñar.

    El dragón pensó y decidió descansar,
    dejando que sus sueños pudieran volar.
    Una noche despejada, con el cielo claro y azul,
    se lanzó al viento, dejando el miedo, al fin, en el tul.

    Y voló, y voló, con gracia y sin temor,
    descubriendo que al final, el vuelo es un ardor
    que nace del alma, del coraje interior,
    y que lo imposible se alcanza con amor.


    Rosa Maria Reeder
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  9. Gotas susurran,
    bailan sobre hojas verdes,
    canta la tierra.




    Rosa Maria Reeder
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  10. Brisa y latidos,
    dos almas entrelazan
    luz infinita.





    Rosa Maria Reeder
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  11. Las nubes tejieron un manto gris,
    el cielo lloraba sin fin, sin fin.
    Las gotas danzaban sobre la tierra,
    y el viento cantaba con voz de tormenta.

    El mundo se volvió un gran océano,
    sin montes, sin prados, sin nidos tempranos.
    Pero un barco de madera y amor,
    flotaba en las aguas como un girasol.

    Leones con melenas de oro brillaban,
    jirafas soñaban con torres lejanas.
    Las aves pintaban con plumas de sol,
    el cielo escondido tras un nubarrón.

    Elefantes eran montañas que andaban,
    ratones, estrellas que en rincones brillaban.
    Dos a dos, la vida esperó,
    hasta que un milagro el viento anunció.

    Una paloma, como copo de nieve,
    voló sobre el mundo, cantó y se fue.
    Regresó con un ramo en su pico sereno,
    susurrando al arca: "¡Ya vuelve el terreno!"

    El sol, como un rey en su trono dorado,
    secó con su rayo lo que estaba mojado.
    Y en lo alto del cielo, un lazo de luz,
    pintó mil colores: ¡el pacto y la cruz!

    Desde entonces, cuando llueve y despeja,
    un arco en el cielo la historia refleja:
    que aún en la lluvia más fuerte y oscura,
    la esperanza florece con gran hermosura.


    Rosa Maria Reeder
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  12. Con un pincel hecho de estrellas,
    Dios dibujó la creación,
    pintó la tierra, el cielo y mares,
    y el sol brillante como un limón.

    Brotaron árboles como abrazos,
    los ríos cantan al despertar,
    el viento danza con las montañas,
    y el sol les da un beso al pasar.

    Las nubes son ovejas blancas,
    que flotan suaves sobre el azul,
    las aves cantan dulces historias,
    como si hablaran con la luz.

    Dios hizo el mundo con mil colores,
    y en cada cosa dejó su amor,
    puso en los cielos un arco iris,
    como un gran beso de su corazón.

    Y entre sus obras más queridas,
    con gran ternura nos creó a ti,
    para que amemos, ríamos juntos,
    y en su jardín seamos ¡feliz!


    Rosa Maria Reeder
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  13. Hubo un tiempo en que el viento era nuestro,
    corríamos libres, sin miedo al reloj,
    las tardes cabían en un solo sueño,
    el mundo era un mapa sin sombra y sin voz.

    Éramos hojas danzando en la brisa,
    olas que juegan sin miedo a la orilla,
    risas que el eco llevó por la vida,
    sin preguntar si un final llegaría.

    Pero la arena, callada y paciente,
    se fue desgranando en el viejo reloj,
    y aquel horizonte de soles dorados
    se pierde en la niebla de un tiempo que huyó.

    Ahora la vida nos viste de otoños,
    hojas que saben que un día caerán,
    pero en el alma florece el recuerdo,
    como un jardín que no muere jamás.

    Porque la juventud no es solo un instante,
    ni un río que huye sin regresar,
    vive en las sombras de todo lo amado,
    y nunca muere si sabe esperar.


    Rosa Maria Reeder
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  14. El sol despierta como un rey dorado,
    pinta los campos con fuego y fulgor,
    las olas cantan su himno salado,
    bailan los días en su resplandor.


    Los niños corren como brisas sueltas,
    las aves surcan el cielo sin fin,
    el trigo crece con manos abiertas,
    se alza el verano: un vasto jardín.


    Mas todo río se vuelve corriente,
    toda cigarra callará su voz,
    las hojas verdes, tan dulces, tan fuertes,
    se harán susurros de ocaso y adiós.


    Porque el verano es un sueño efímero,
    fuego en la arena, un reflejo azul,
    como las horas que, libres, transitan
    y al fin se pierden tras un crepúsculo.


    Así es la vida, que en días ardientes
    corre y no sabe que al fin se irá,
    como el verano que ríe en la brisa
    y luego muere sin regresar.


    Pero en su huella, dejada en la arena,
    quedan memorias de sol y de mar,
    y aunque las sombras cubran la tierra,
    su luz en el alma siempre estará.




    Rosa Maria Reeder
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  15. Junto al pozo del desierto,
    cuando el sol ardía en llamas,
    llegó una mujer sedienta
    con su cántaro y su alma.

    Caminaba con sus sombras,
    con su historia derramada,
    buscando en el agua fría
    lo que el alma no saciaba.

    Pero allí, sentado a solas,
    bajo el árbol del encuentro,
    estaba un Hombre distinto,
    como río en el desierto.

    —Dame agua— dijo el Maestro,
    con mirada que abrasaba.
    —¿Por qué tú, si eres judío,
    me hablas cuando otros callan?

    Jesús sonrió sereno
    y en sus labios vino el alba:
    —Si supieras quién te pide,
    tú le pedirías el agua.

    No del pozo que se agota,
    ni de cántaros que fallan,
    sino el agua que es eterna,
    que no se seca ni acaba.

    —Señor, dame de esa fuente,
    no más sed en mis entrañas.
    No más pozos que se quiebran,
    ni caminos sin esperanza.

    —Ve, y llama a quien tú amas.
    —No hay marido en mi morada.
    —Bien lo dices, porque en cinco
    has buscado amor… y falta.

    La mujer, maravillada,
    vio en sus ojos luz y calma:
    Un profeta, un manantial,
    un Mesías que llamaba.

    Corrió al pueblo, como un río
    que desborda su esperanza,
    y gritó: "¡Vengan y vean,

    Él conoce nuestras almas!"

    Y así, en tierras polvorientas,
    donde el mundo todo acaba,
    brotó un pozo de agua viva
    que al sediento nunca falta.



    Rosa Maria Reeder
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