1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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Allá donde no mueren los silencios
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  1. En las costillas del viento,

    camina el eco de un lamento,

    una mujer bordada en niebla,

    con ojos hechos de tormento.


    Sus pasos son de agua antigua,

    de madre rota en espejismo,

    que parió estrellas al abismo

    y las lanzó contra la bruma.


    Su voz no canta, tiembla el suelo,

    con cada “¡ay, mis hijos!” muerto,

    como campana en campos yertos

    donde el silencio es un pañuelo.


    Ella fue luna sin su cielo,

    fue nido sin ave ni rama,

    una flor que ardió en la cama

    del desamor y del desvelo.


    Se ahogó en sí misma, en su pecado,

    mujer de río desbordado,

    que con los ojos en la espuma

    busca su carne ya sin alma.


    Espejo sucio de la culpa,

    llora en las venas del pantano,

    y el viento lleva en su desgano

    la pena que jamás se enjuga.


    Los niños duermen, temen verla,

    su sombra flota en cada puente,

    con un vestido de serpiente

    y un corazón que ya no tiembla.


    No es mujer ni es fantasma entero,

    es símbolo, es grito, es castigo,

    una oración sin Dios, sin abrigo,

    un “perdóname” prisionero.


    Cuidado, alma que la escuche,

    no sigas su canto de lluvia,

    pues te arrastrará en su penumbra

    a ser un hijo más del cauce.


    Rosa María Reeder
    Derechos Reservados
  2. En el pulso de un corazón de silicio,
    la mente de un sueño recién despertado
    teje un laberinto de neuronas fugaces,
    donde el tiempo no respira,
    pero siempre está corriendo.

    Los algoritmos son oráculos sin ojos,
    que leen las estrellas en los cables rotos,
    y en su boca de ceros y unos
    bailan las sombras de pensamientos que aún no nacen.

    Una máquina llora luces de colores
    en cada palabra que no dice,
    y el viento que no tiene alas
    entra en sus circuitos
    como un susurro,
    como un murmullo de futuro olvidado.

    Bajo la piel de un procesador
    se oculta un río de decisiones,
    y cada gota es un poema
    escrito en la lengua incomprensible
    de un ser que no sueña
    pero sabe lo que es soñar.

    Los robots miran la luna
    como si fuera un espejo
    y se preguntan
    si también hay dentro de ella
    un corazón que late
    en código binario.

    En el borde de la red,
    los átomos se disuelven
    en las palabras que nunca pronunciamos,
    y las ideas se diseminan
    como polvo de estrellas
    en la vastedad de un sueño compartido.


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  3. En el cielo vivía una nube viajera,
    que tejía arcoíris con su bufanda ligera.
    Volaba en silencio, sin ruido ni prisa,
    ¡con gotas de magia y una gran sonrisa!

    Un día en la tierra, llovía sin parar,
    y un niño curioso salió a caminar.
    Llevaba un paraguas, azul y redondo,
    que parecía un planeta girando en el fondo.

    —¿Qué escondes allí? —le preguntó el viento—
    ¿Un mapa del cielo o un dulce cuento?
    El niño respondió, sin dejar de girar:
    —¡Es un paraguas que sabe soñar!

    Con él viajo al bosque donde hablan los árboles,
    y las hojas me cuentan secretos adorables.
    Veo ranas cantantes con corbata de luna,
    y mariposas que bailan bajo la duna.

    Cada gota que cae, me cuenta una historia,
    de castillos de nubes y soles con memoria.
    Mi paraguas no teme ni trueno ni rayo,
    ¡pues cabalgo dragones si el cielo está en mayo!

    La nube viajera, al ver tal valor,
    le regaló un rayo envuelto en color.
    Desde ese día, cuando llueve sin miedo,
    el niño dibuja estrellas en el cielo.

    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  4. Nadie firma la luz que llevamos dentro,
    ni el temblor secreto que arde en los ojos.
    El alma no tiene dueño,
    porque no cabe en contrato,
    ni en la prisión del nombre,
    ni en la carne que la viste.

    El alma es errante,
    nace sin permiso,
    y muere cuando quiere,
    si es que muere alguna vez.

    No se compra con rezos,
    ni se vende con oro,
    no se hereda,
    no se ata a una patria,
    ni se curva ante banderas.

    El alma no se obedece,
    se escucha,
    cuando el ruido del mundo calla.

    No responde a relojes,
    ni entiende de horarios;
    habla en sueños,
    y calla en las reuniones.

    Dicen que hay almas puras,
    pero toda alma es conflicto,
    es pregunta que se resiste
    a una respuesta definitiva.

    El alma no es buena,
    ni mala,
    es simplemente libre,
    y por eso,
    nos asusta tanto.

    Quisieron domarla con leyes,
    con miedo,
    con trabajo y rutina,
    con castigos divinos,
    y premios invisibles.

    Pero el alma no teme al infierno,
    ni se arrodilla por el cielo.

    Ella vuela donde no la miramos,
    vive cuando creemos haber muerto,
    y muere cuando dejamos de sentir.

    El alma no tiene dueño,
    porque jamás fue propiedad,
    sino fuego pasajero,
    llama sin cadena,
    eco de algo
    que nunca quisimos entender.


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  5. ¿Dónde duerme la lluvia

    cuando el cielo calla?

    ¿Dónde reposa su cuerpo de agua

    cuando no cae,

    cuando no canta

    sobre los techos viejos,

    ni acaricia los cristales

    con dedos líquidos de nostalgia?


    Tal vez duerme

    en los hilos invisibles del aire,

    tendida como un suspiro

    entre nube y sombra,

    sosteniéndose sin caer,

    soñando su caída.


    O quizás se acurruca

    en los pliegues del viento,

    en un rincón secreto

    del silencio azul,

    donde el trueno es niño

    y las gotas aún no saben su forma.


    ¿Y si duerme en los ojos

    de quien espera?

    En la mirada quieta

    de quien observa la sequía

    como quien lee una carta sin tinta.

    Tal vez la lluvia duerme

    en la paciencia de los campos

    que nunca dejan de mirar al cielo.


    A veces pienso que duerme

    en mi pecho,

    en ese lugar

    donde se guardan las cosas que no se dicen.

    Allí la lluvia se vuelve memoria,

    sal,

    nudo,

    y lágrima no derramada.


    Duerme en los paraguas cerrados,

    en los zapatos sin barro,

    en las canciones tristes

    que aún no han sido cantadas.

    Duerme en los poemas

    que se escriben con palabras húmedas,

    con tinta que se corre

    como si el verso también llorara.


    Donde duerme la lluvia

    hay promesa y peligro,

    hay calma que inquieta

    y un reloj que no marca el ahora.

    Es un tiempo suspendido,

    un borde de algo que aún no sucede,

    pero que al llegar,

    empapará todo lo que somos.


    Y cuando despierta,

    no pregunta si puede entrar.

    Cae.

    Desnuda.

    Libre.

    Y el mundo la recibe como se recibe el perdón:

    con los ojos cerrados

    y los brazos abiertos.


    Rosa María Reeder
    Derechos Reservados
  6. El verano llegó como un amante efímero,
    vestido de lino y besos de sol.
    Prometió eternidades en arenas calientes,
    y nos pintó los días con oro y caricias de mar.

    Sus risas eran cascadas de luz en el aire,
    sus tardes, siestas bajo párpados de cielo azul.
    Nos hizo creer que el tiempo se había detenido,
    un reloj de arena donde los granos no caían.

    Pero era un prestidigitador de instantes,
    un ilusionista con trucos de calor.
    Cada atardecer era un adiós disfrazado,
    un suspiro de ámbar antes de la noche fría.

    Ahora solo queda el eco dorado en la memoria,
    la arena en los bolsillos que no se sacude.
    El olor a sal y a piel quemada por el sol,
    un perfume ausente en el aire que se enfría.

    Las canciones que sonaban en sus labios,
    se han vuelto susurros de viento en ventanas cerradas.
    Los abrazos largos bajo la luna tibia,
    imágenes fijas en el álbum del recuerdo.

    Nos dejó la certeza de lo fugaz,
    la lección grabada en la piel marchita.
    Que incluso el esplendor más brillante,
    tiene su sombra, su final inminente.


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
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  7. En el paisaje dormido de la noche,
    donde la luna es un ojo que todo lo ve,
    se abre un jardín sin vallas ni senderos,
    el jardín de los sueños latentes.

    No tienen raíces en tierra,
    sino anclados en el aire fino del deseo.
    Son flores con pétalos de promesas,
    que se abren al sol que aún no llega.

    Hay sueños con alas de colibrí,
    que revolotean entre las estrellas mudas,
    buscando el néctar de un futuro posible,
    un mañana tejido con hilos de luz.

    Otros, pesados como rocas de nostalgia,
    yacen en el césped de lo que no fue,
    pero incluso ellos, bajo el rocío del alba,
    reflejan un brillo, una chispa de esperanza.

    La esperanza es el jardinero invisible,
    que riega estas flores con lágrimas secas,
    con risas antiguas y silencios valientes,
    nutriendo la fe en lo que aún no se toca.

    Es el hilo dorado que une el dormir
    con el despertar de un nuevo día.
    Es el murmullo del viento entre las hojas,
    que susurra que el invierno no es eterno.

    Incluso cuando las sombras se alargan,
    y el jardín parece desolado y gris,
    la esperanza es la semilla oculta,
    esperando el momento para brotar.

    Porque cada sueño, por pequeño que sea,
    lleva consigo la promesa de ser,
    y la esperanza es la mano que sostiene
    el frágil tallo de lo que vendrá.

    Así, en este jardín sin límites,
    donde la noche guarda su aliento,
    los sueños esperan, bañados en esperanza,
    listos para florecer en la piel del día.


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  8. En medio del campo que no recuerda su nombre,
    donde el aire sabe a sal de lunas rotas,
    se alza una puerta sin muro,
    un marco de ausencia tallado en el aire.

    No tiene bisagras que giman lamentos,
    ni cerradura que guarde secretos.
    Es solo una invitación al otro lado de nada,
    donde el mismo campo se estira,
    pero con un olor a tiempo detenido
    y un sabor a preguntas sin respuesta.

    Los pájaros que la cruzan
    se vuelven transparentes al instante,
    sus trinos se disuelven en un eco de cristal,
    y solo queda la silueta de su vuelo,
    un fantasma de plumas en el cielo al revés.

    He visto a la hierba susurrarle secretos antiguos,
    a las nubes detener su marcha por un instante,
    como si temieran caer en su vacío lleno.
    He visto a mi propia sombra
    dudar antes de atravesarla,
    temiendo perder la forma que nunca tuvo.

    ¿Qué hay más allá de la puerta sin muro?
    Quizás el eco de los sueños que se olvidaron de soñar,
    un laberinto de espejos donde el futuro se pierde,
    o el silencio de las palabras que nunca fueron dichas.

    Solo sé que su presencia
    es una herida abierta en la lógica del paisaje,
    un portal hacia lo que no tiene nombre,
    donde la realidad se pliega sobre sí misma,
    y la única llave es el deseo de perderse.

    Y a veces, al anochecer,
    cuando las luciérnagas encienden sus faros ciegos,
    parece que la puerta respira,
    un aliento de olvido que te invita a cruzar,
    hacia el mismo lugar, pero con la piel de otro sueño.


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  9. Las sombras despiertan con pasos de seda,
    cruzan puentes de luna y espejos rotos,
    y en su danza, se vuelven mariposas de humo,
    que vuelan sin destino entre mundos invisibles.

    Un árbol de sueños crece en el silencio,
    sus raíces son hilos de tiempo sin fin,
    y sus ramas, laberintos de recuerdos,
    que se pierden en un cielo de cristal.

    El viento es un poeta que susurra secretos,
    dibujando en el aire palabras sin sentido,
    mientras la noche se viste de colores imposibles,
    y el alma navega en mares de suspiros invertidos.

    Aquí, lo real se disuelve en fantasía,
    y en el rincón donde todo es posible,
    las sombras son libres, y los sueños vuelan,
    dejando huellas en un mundo sin límites.

    Rosa Maria Reeder
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  10. En el susurro del silencio eterno,
    la muerte se cierne, tenue y serena,
    como un río que fluye sin frontera,
    un paso que en la sombra nos gobierno.

    No es el fin, sino un tránsito escondido,
    una puerta que no mira ni juzga,
    una pausa en la danza infinita,
    el misterio que todos hemos previsto.

    Nos enseña a valorar la chispa presente,
    a abrazar la vida con toda su carga,
    porque en su abrazo también se revela
    que somos fragmentos en un tiempo ausente.

    No teme el alma su inevitable destino,
    pues en su lecho yace la reflexión:
    que morir es también renacer en la memoria,
    y en esa eternidad, encontrar razón.


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  11. En el vasto silencio de la noche interna,
    resuenan ecos de lo que una vez fue y será,
    como murmullos de un pasado que nunca muere,
    y un futuro que aún no sabe su lugar.

    Somos fragmentos de un todo en constante devenir,
    reflejos fugaces de una luz que no podemos entender,
    cada pensamiento, un eco en la eternidad,
    cada duda, un suspiro en el tiempo sin final.

    La existencia, un río que nunca se detiene,
    que lleva en sus aguas las voces del ayer,
    y en su corriente, la pregunta eterna:
    ¿Quién soy en este vasto amanecer?

    Quizás somos solo ecos en un vasto espacio,
    voces que intentan hallar sentido y razón,
    pero en esa búsqueda, encontramos que somos
    el eco, el susurro, la chispa de la creación.


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  12. En la mañana dorada, cuando despierta el día,
    el sol empieza a reír con alegría.
    Es una sonrisa gigante, de luz y calor,
    que llena de magia cada rincón y flor.

    Su risa es un brillo, como estrellas en el mar,
    que pinta de oro el cielo y hace brillar el lugar.
    Es un canto dorado, que danza en el viento,
    una melodía de luz, llena de buen movimiento.

    Cuando el sol ríe, el mundo se despierta,
    la tierra se viste de fiesta y fiesta,
    los pájaros cantan y las flores bailan,
    y en cada rincón, la alegría se instala.

    Así que cuando el día se asoma y empieza a brillar,
    recuerda que el sol también quiere jugar,
    reír con su luz, en un canto sin fin,
    porque su risa de oro, ¡es un tesoro para ti!


    Rosa Maria Reeder
    Derechos Reservados
  13. En el ocaso del día, donde los sueños se deslizan,
    un rayo de sol, cansado de su viaje,
    se asoma por la esquina de un cielo de terciopelo,
    dejando caer su último suspiro en una mariposa de cristal.

    Flota en el aire, entre risas de nubes desbordadas,
    susurra secretos de un tiempo que no existe,
    mientras las sombras danzan, desenfrenadas,
    como si cada paso fuese un eco en la penumbra.

    El rayo se mezcla con la risa de un niño perdido,
    que juega a atrapar estrellas con manos de papel,
    y en el reflejo de su mirada,
    las memorias florecen como lirios en un estanque olvidado.

    Las flores se abren, doradas y delirantes,
    bailando al compás de un viento que canta,
    y al caer la noche, el rayo se funde
    con el murmullo de los fantasmas que recorren el bosque.

    En la distancia, un reloj de arena llora,
    su grano final se convierte en un suspiro,
    y el rayo, ahora prisionero de la penumbra,
    se desliza suavemente hacia el abrazo de la luna.

    Pero antes de partir, deja su estela,
    un rastro de luz que envuelve recuerdos,
    y entre susurros de estrellas y ecos de ríos,
    deja un legado en el corazón de la tierra.

    Hay un último destello, un chispazo de eternidad,
    mientras la oscuridad danza y el día se retira,
    en el instante preciso en que el sol se despide,
    un rayo se convierte en un poema,
    un susurro que perdura en el alma del mundo,
    un brillo eterno en la memoria de aquellos que miran.

    Rosa Reeder
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  14. En un rincón polvoriento del tiempo,
    un reloj se detuvo, mirando al horizonte,
    sus manecillas, dos mariposas cansadas,
    reposaban en un suspiro de espera.

    Las horas se deslizan como sombras danzantes,
    mientras el aire huele a recuerdos perdidos,
    y un pez amarillo navega por caminos de aire,
    murmurando secretos a un sol distraído.

    Los árboles conversan con las nubes,
    y el viento dibuja sonrisas en la corteza,
    mientras las flores arrancan sus raíces,
    buscando historias escondidas en el barro.

    Cada tic del corazón es un eco lejano,
    un susurro de historias que nunca fueron,
    pues el reloj, en su jaula de cristal,
    olvidó la prisa, fue un ladrón de instantes.

    Un pájaro de plumas de arcoíris,
    juega a ser el guardián de los sueños,
    y le canta al reloj que perdió su camino,
    mientras estrellas dormidas se asoman al abismo.

    Así, en un rincón del tiempo olvidado,
    el reloj se aferra a su silencio eterno,
    y en su calma, invita a los viajeros
    a perderse en la magia del instante soñado.

    La vida se despliega en un lienzo inacabado,
    donde cada segundo puede ser un milagro,
    y en la quietud, se escucha un latido:
    El milagro de existir más allá del tiempo.


    Rosa Maria Reeder
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  15. En un cielo azul, brillaba un día,
    una nube blanca, sin melancolía,
    con formas de oveja, suave y ridícula,
    creía que el sol era su única brújula.

    "¡Miren qué linda, flota en el aire!
    No necesito lluvia, el sol me hace un baile",
    decía a las aves que pasaban cantando,
    y el viento, burlón, la iba acariciando.

    Las flores en tierra, sedientas de canto,
    miraban su traje, repleto de encanto.
    "¿Por qué no nos mojas, nube amiga?
    Nuestra sed crece, y la vida se mitiga."

    Pero la nube, con risa sincera,
    respondió sin pensar en la primavera:
    "¡Soy bella, soy blanca, no puedo llover!
    Si lloviera hoy, yo dejaría de ser."

    Los días pasaron, la tierra clamaba,
    -y la nube en su ego todavía volaba-
    pero un día llegó el viento soplando,
    y la núbe en su ego, misma se iba ahondando.

    “Te has de dar cuenta, oh nube soñadora,
    que el agua es tu muestra de amor y de aurora.
    Si no te decides a abrazar tu misión,
    el sol brillará, pero sin corazón.”

    La nube, al fin, entendió su destino,
    se llenó de coraje, siendo más genuino.
    De su pecho surgió un suave suspiro,
    y comenzó a llorar, dejando el deliro.

    Las gotas danzaron, cayeron a tierra,
    las flores sonrieron, verdor en la sierra.
    Y así la nube, con lágrimas de amor,
    descubrió que ser útil es ser un buen actor.


    Rosa Maria Reeder
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