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Amor palpable

Publicado por Luis Prieto en el blog El blog de Luis Prieto. Vistas: 838

Yo no tengo derecho a quejarme por esta vida que me ha tocado vivir y ver que todo cuanto quise se va desvaneciendo ante mis ojos, ni siquiera del aire que se llevó mi último suspiro de amor para dejarme a la deriva en las turbias aguas de esta urbe como el barco que busca donde encallar.
El sol estaba en el cenit, de la linea que junta mar y cielo llegaba una brisa ondulada y suave acariciando una y otra vez este corazón cansado y lleno de envidia por el sosiego que encuentra a su paso y que necesita y que no llega y se resigna a contemplar de año en año desde la roca de la orilla, remar a un mundo sin sueño hacia una distancia sin fondo, hacia donde no encuentre carne viva que pueda verle, a donde la luna y el sol no sean sepultados por las casas y sus besos de oro y plata llenen de melancolía para darse más cuenta de los encantos de las cosas.
Aquella quietud, era expresada por la dulce melodía de las olas que dejaban sus notas de plata en la fina arena bajo un azul desierto de sábanas vacilantes, donde el graznido de la gaviota vuela quebrando el silencio y el ser humano sin sombras angustiantes ni voces crueles, sin sirenas fatídicas de enfermos ni devastación ni pobreza, se siente solo bajo el cielo.
Bajo una inmensa ráfaga de fuego, un grupo de unas diez personas vestidas con ropa de baño se acercaban a la orilla cuidadosamente siendo cogidas de la mano por otras de paso firme mientras lanzaban al aire su algarabía. Aquellos ojos míos ocultos tras las gafas de sol, se estremecían conforme mi mente exclamaba ¡joder Dios mío, cómo es posible...! Lo que hasta entonces era placentero, se tornó en un sollozo interno acompañado por una pena insoportable, un vuelco en el corazón y el aliento arrinconado, todo era una imagen dolorosamente triste, una decena de parálisis cerebrales desataban su alegría al poner por primera vez su huella en la caliente arena de la playa pero reacios a seguir avanzando, temerosos de que aquel mar en calma les cogiera de los pies para alejarles de la orilla mas las palabras que salían de los labios de aquellos sanitarios, ponían en su cerebro la calma deseada, palabras que nosotros conocemos pero que sólo ellos saben transmitir, aquello no se podía definir como paciencia, sino amor en los altares, amor, amor palpable sobre unas manos inocentes, dependientes para siempre que nunca harán daño.
Aquellas palabras daban su fruto y sus gemidos y reacios pasos, pronto se volvieron en gritos de júbilo y gestos expresivos al sentir el beso fresco de las olas sobre sus trémulas piernas y el agua salpicada por los sanitarios sobre sus vientres y espaldas.
Mi alegría vino de lo inédito de mi emoción, esa exaltación llegó porque nunca antes vi disfrutar ni sentir la vida de aquella manera, ni yo mismo sentia la vida hasta ese preciso instante y me mentiría a mi mismo si me dijera que la estaba disfrutando.
No, yo no tengo derecho a quejarme por esta vida que me ha tocado vivir. He visto que la pena llega por caminos insospechados dejando un gran vacío y donde había alegrías, son huecos donde a penas entra el aire y las miradas caminan tropezandose con la realidad.
La luna de la tarde se perfilaba redonda y aquellos ojos míos tras los cristales oscuros, con la mirada en la arena y el pensamiento en la orilla, se marchaban ocultando una emoción inefable y reciente en la vida haciéndome dichoso del llanto de mis ojos.

Luis


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