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Anécdotas de escritores famosos
Publicado por malco en el blog El blog de Malco / El solar de la palabra.. Vistas: 813
1. Nikolái Gógol tenía auténtico pánico a la remota posibilidad de ser enterrado vivo por accidente. Tanto es así que se negaba a acostarse por si lo daban por muerto y rogó a sus allegados que esperasen a que su cuerpo presentase evidentes síntomas de descomposición para cerciorarse de que no despertaría bajo tierra, voluntad que fue respetada.
2. Philip Roth frecuentaba una tienda de alimentos en la que trabajaba Julian Tepper, que acababa de publicar su primera novela, Balls. Tepper, admirador del primero, le regaló su libro y le pidió consejo. Roth fue tan sincero como contundente:
—Yo lo dejaría ahora que puedes. De verdad. Es un campo horrible. Tortura. Escribes y escribes, y entonces tienes que tirar la mayor parte porque no está a la altura. Yo te diría que lo dejases ahora. No quieres hacerte esto a ti mismo.
3. Knut Hamsun, ganador del Nobel de Literatura en 1920, viajó a París por primera vez en 1894. Su familia estaba preocupada porque el escritor noruego no dominaba el francés, algo que rápidamente sacaron a colación a su llegada:
—¿Tuviste algún problema con tu francés?
—Yo no, pero los franceses sí… —contestó Hamsun.
4. Truman Capote planificaba su obra literaria con increíble antelación. El también escritor Paul Bowles contó en su día esto sobre él:
Un día Truman nos trazó su programa literario para los siguientes veinte años. Era tan detallado que por supuesto lo tomé como una fantasía. Parecía imposible que alguien supiese con tanta anticipación lo que iba a escribir. Pues bien, todas las obras que había descrito en 1949 fueron apareciendo, una tras otra, en los años posteriores. Estaban todas en su cabeza esperando a ser incubadas.
5. Georges Simenon, creador del célebre comisario Maigret, comenzaba sus novelas leyendo una guía telefónica. Pronunciaba nombres y apellidos en alto hasta que encontraba los que mejor sonaban a la hora de dar forma a sus personajes.
6. Tennessee Williams murió de manera muy peculiar. Decidió suicidarse a los 71 años tras la muerte de su pareja, Frank Merlo. Para elló ingirió una gran cantidad de alcohol que iría seguida de la toma de barbitúricos para culminar el fatal desenlace. A la mañana siguiente fue hallado muerto, asfixiado por el pequeño tapón del bote de pastillas, que se había quedado atascado en su tráquea al abrirlo con la boca.
7. Umberto Eco, contrario a otros escritores más radicales, combina la escritura a mano con el ordenador:
Uso los dos instrumentos, pero no indistintamente sino con arreglo a un estado de ánimo o una situación. Algunos asuntos requieren la lentitud de la escritura a mano, justamente porque el papel se resiste a la velocidad del pensamiento. Otros, sobre todo los que se han reflexionado mucho, se prestan mejor a ser tecleados, porque hace falta, literalmente, arrojarlos de sí.
8. Don DeLillo, en cambio, tiene una teoría particular para explicar su preferencia por la clásica máquina de escribir, en oposición al ordenador:
Necesito el ruido de las teclas, de las teclas de la máquina de escribir manual. La materialidad de un tecleo tiene un peso, es como si usara martillos para esculpir las páginas. Es como si labrara el mármol, sólo que mis trabajos son bidimensionales: me gusta ver las palabras y las frases cuando van tomando forma. Es un hecho estético. Del ordenador no me gustan ni siquiera las letras.
9. Charles Dickens es la excepción a la regla que dice que los escritores necesitan soledad para concentrarse. Esto fue lo que su cuñado Burntt contó sobre él en una ocasión:
Una tarde en Doughty Street, la señora Dickens, mi esposa y yo estábamos charlando de lo divino y lo humano al amor de la lumbre, cuando de repente apareció Dickens. “¿Cómo, vosotros aquí?”, exclamó. “Estupendo, ahora mismo me traigo el trabajo”. Poco después reapareció con el manuscrito de Oliver Twist; luego sin dejar de hablar se sentó a una mesita, nos rogó que siguiéramos con nuestra charla y reanudó la escritura, muy deprisa. De vez en cuando intervenía él también en nuestras bromas, pero sin dejar de mover la pluma. Luego volvía a sus papeles, con la lengua apretada entre los labios y las cejas trepidantes, atrapado en medio de los personajes que estaba describiendo…
10. John Wilmot, poeta y libertino inglés del siglo XVII, era conocido por menospreciar la labor y la dificultad de inculcar los mejores valores a la descendencia. Más tarde reconocería en público lo siguiente:
Antes de casarme tenía seis teorías sobre cómo educar a los niños. Ahora tengo seis hijos y ninguna teoría.
La gente no escucha
Algunas crónicas cuentan que Oscar Wilde estaba convencido de que, en un gran número de ocasiones, la gente no escuchaba cuando se les hablaba, por lo que para demostrarlo explicaba a sus conocidos la anécdota sobre el día que tuvo que asistir a una importante fiesta a la que llegó tarde.
Para justificar su tardanza ante la anfitriona, Wilde puso como excusa que se había demorado debido a que ‘había tenido que enterrar a una tía suya a la que acababa de matar’.
La dama sin inmutarse contestó al escritor irlandés:
«No se preocupe usted. Lo importante es que haya venido»
Rectificar es de sabios
Bien conocida era la animadversión que sentía Ramón María del Valle-Inclán hacia el polifacético José de Echegaray, contra el que soltaba, cada vez que podía, más de un improperio en público.
Cierto día, en una de esas acaloradas discusiones que el escritor mantenía con asiduidad en las tertulias a las que asistía, perdió la paciencia con uno de los contertulios al ver que éste defendía con fervor las obras escritas por el Premio Nobel.
Ni corto ni perezoso, el dramaturgo gallego espetó al hombre un sonado «¡pedazo de bruto!» a lo que el ofendido espetó :
«¡Retire usted esas palabras!»
Valle-Inclán quedó pensativo, se acarició su larga barba y dijo con toda la tranquilidad del mundo:
«De acuerdo, retiro solamente lo de “pedazo”»
El médico ni de lejos
Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière sentía autentica aversión hacia los médicos, por lo que trataba de no pisar ni una consulta, pero en cierta ocasión cayó enfermo, teniendo una fiebre muy alta, por lo que su esposa, ni corta ni perezosa, hizo llamar a un galeno para que visitase en casa a su marido.
Cuando el doctor se presentó en el domicilio, Molière llamó a su esposa y le dijo:
«Querida, no dejéis que entre; decidle que estoy enfermo y que ya iré yo a visitarle cuando mejoré»
Ganarse la vida como uno puede
En 1906, tras ser elegido Armando Palacio Valdés nuevo miembro de la Real Academia Española, apareció en todos los diarios del país la noticia del nombramiento junto a su retrato.
Sin darle mayor importancia de la que tenía, el académico entró en su cafetería habitual con la intención de tomar su desayuno. El camarero que sirvió su mesa se plantó frente al novelista y le preguntó.
«¿Es usted el que ha salido en los papeles de hoy?»
A lo que el escritor respondió afirmativamente.
«¿Y escribe novelas de esas?»
A lo que volvió a dar como respuesta un sí.
«Bueno, pues no se apure, que cada uno se gana la vida como puede»
Contando cornudos
El escritor Narciso Sáenz Diez Serra (más conocido como Narciso Serra) paseaba en cierta ocasión con un amigo cuando le preguntó:
«¿Cuántos cornudos te parece que viven en esta calle sin contarte a ti?»
El acompañante indignado contestó:
«¡Cómo sin contarme a mí! Esto es un insulto…»
A lo que el dramaturgo reformuló la pregunta:
«Bueno, no te enfades. Vamos, contándote a ti, ¿cuántos te parece que hay?»
A lesmo le gusta esto.
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