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Calvario sin sed-.

Publicado por BEN. en el blog Vástagos-.. Vistas: 246

Sueñen los niños hipócritas

con carnets deficientes de inteligencia,

y se adviertan los náufragos en sus distancias

equivalentes, que tú soñarás

con lo que dios te niega.

Busca en la palabra la tentación profanadora

del aire, embalsama con tu licor de protesta,

la décima parte de una lira ajusticiada en invierno.

Que yo pronunciaré mis lisonjas adquiridas,

las vetustas madres que abolieron todo un sistema.

Sueñen y descansen los hijos terroríficos del hambre,

que tú soñarás con lo que dios te negó en aquellos instantes.

Musicalidad trivial, empecinamiento oscuro, sueño

de reyes vírgenes, en destartalado templo; tu ignorancia

supina maltrata el diccionario y cumple su enemistad.

Palabra de niño hipócrita, de niño serpiente, que se acuesta

a través de la tarde sin la leche materna.

La noche funde el calor sobre tu cuerpo,

en ese momento tu miserable aspecto, exhorta el triunfo

visceral

de la nada en su aposento, ya te lo dijeron, qué

futuro; mas ibas, por aquel entonces, y emulabas rosas sangrantes.



II-.



Empalizadas rotas por el murmullo de la tarde

contrarias costas debilitadas a su sumo sacerdote

reinas de un día acostándose en su matriarcal cenote

habitaban un mundo irreal de día de noche

contenedoras de un depósito cósmico vital

sueñan todavía los hijos del solsticio, primavera

puesta en pie por ladrillos y usureros,

mas te gusta la caricia intermitente de la nada,

su fusil ametrallando puertas evanescentes,

la consagración rebelde de una extinción invalidada,

el sueño que acometen en detrimento cobardes y furcias

de soslayo,

la persiana bajada y el control automático de las emociones,

ese fingimiento y ficción de los números cuando se saltan

los muros de las bibliotecas, asaltando el cielo, con prevención

incurable.

Vuelve a tu puto reino, de escobas y ardientes tizones,

rey de simétrica inseguridad, cómo duermen tus dientes

de tiburón o rosácea carne entre ellos.

Comandas el hálito calcáreo de la saliva impertinente

accediendo del dolor su pestilente caos rojizo

y esas marismas de absorción lenta y patética,

donde se depositan los vellos púbicos de una marea

indigente: mira, tu alma acariciada por susurros y no

por palabras insaciables, actos tras la avenida.

Cristo tiene discípulos, rojos membretes, apneas

y un millón de juguetes para niños hipócritas

que apenas saben mentir de verdad. Tu rosa saciada

castiga los dientes en su territorio invernal, la lasciva

carta emitida por los octogenarios apenas si recibió

respuesta o contestación, el colmo de lo expresado por

hilos de tiniebla. De las noches y playas, de lo lógico

e inexacto, de lo tembloroso como confitura, y el sexo

orinando sobre longevos sillones de cuero embrutecido.

No alcanzan tus monedas, oh Judas tadeo, para admitir

el saldo beneficioso, la contrariedad de tu talento ignorante

de recibos y fraudes; es entonces que el dolor tiene nombre

nombre de lagarto tullido omitiendo el suplicio del sol cenital,

y en los labios, en las avenidas, todavía se calientan

las bujías impenetrables.

©
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