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Compromiso matrimonial

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 68

Hoy es un buen día para un funeral, tal vez no el mío. Pero te imaginas, que estés leyendo esto y al mismo tiempo, yo esté entregando mi último aliento de vida, ¡no sería épico!

- Ayer me lo propuso – le dije con toda la alegría que podía caber en mi corazón.
- ¡Felicidades!, estoy segura de que Julián y tú serán muy felices, cuéntame los detalles.
- Deja y te los cuento después, si te parece, podemos cenar juntas.

Micaela y yo, éramos mejores amigas desde nuestros años en la primaria, la felicidad de una era inmediatamente la felicidad de la otra y lo mismo ocurría con las tristezas. Creo que, si hubiésemos sido hermanas, nunca habríamos alcanzado ese grado de compatibilidad, porque lo nuestro, era conocernos, de tal manera que, aún conversando por teléfono, éramos capaces de leer la mirada de la otra y saber si algo sucedía, si fingía la voz. Mi felicidad, la compartí con Julián, él era atento, caballero, pero también era un vulgar enamorado que idolatraba cada palabra mía, al que lo seducía que mis piernas respiraran a través de un vestido, el que montaba un escenario de Broadway para que mis manos nunca se ensuciaran, él era un planeta girando alrededor del sol, yo era su galaxia.

Por eso la cena se me complicaba un poco, pero siempre es un buen día para morir. A la hora acordada llegó Micaela y estuvimos conversando alegremente sobre mi compromiso matrimonial, sobre las posibles fechas, los invitados que irían. Es eso estábamos, cuando Julián apareció, saludó a Micaela con un beso en la mejilla y a mí, me dio un beso que contenía pasión. Luego, se sentó con nosotras, la cocina empezaba a desbordarse con el olor de la carne al horno, las papas con crema de queso y el arroz con romero. Con la mesa servida, comencé a cuestionar a Julián, a preguntarle por amores pasados, por chicas que pudieron llegar con él al altar, soltamos varias risas, luego de un rato, serví vino, para brindar por la felicidad del amor.

Serví tres copas, cada uno tomó la que le di y después de unas palabras de mi amiga, los dos bebieron sin pensar, al poco instante comenzaron los efectos, las contracciones musculares, que terminarían llevándolos a un paro cardio respiratorio, si has visto documentales o películas, es posible que hayas visto los efectos de la batracotoxina, un veneno con el que los indígenas de algunas zonas mojan sus flechas para hacerlas letales y que se extrae de ciertas ranas, basta el equivalente a dos granos de sal para matarte.

Actué con rapidez, si no su muerte no tendría sentido, les mostré las fotografías de ambos besándose, varios mensajes que se habían pasado entre ellos y que encontré en el teléfono de ella, les grité a ambos; mientras se retorcían, bebí mi copa de vino, me senté en uno de los sillones, para apreciar mejor el espectáculo, crucé mis piernas y encendí la televisión, los dos murieron mirándome con cara de asombro. El resto no incluía ninguna sospecha hacia mí, había hecho reservación en un hotel aquella noche, mi hermana, había ido en mi lugar, con mi identificación. Terminé de cenar y llevé los cadáveres al carro de Julián, tomándolos con guantes en las manos y colocando bolsas plásticas sobre el asiento del chofer, luego conduje y los dejé frente a la casa de él, era casi medianoche. La mañana siguiente, me avisaron de su muerte, “no puedo creerlo”, le dije a mi suegra, mientras lloraba en mi hombro.
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