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Hoy escribo para mí

Publicado por danie en el blog El blog de danie. Vistas: 604

Hoy intento que mis inquilinos no quepan en estas líneas; siempre escribo con ellos y, en muchos casos, también para ellos, pero hoy no.

Hoy escribo para mí, para mi indulgente yo que lo he perdido entre tantos espectros y espejos de lo que era y de lo que soy. Sé que es culpa de todas mis viciadas personalidades que me hacen un aglomerado de placeres y dolencias, pero no quiero saber más nada de ellas, por lo menos por hoy, y escribo para mi yo extraviado.

Quién sabe, tal vez lea este ensayo y se apiade de mi mente, tal vez vuelva a verlo una vez más antes de volver a los recintos alucinógenos de mi delirio.

Lo busqué en mi jardín de huesos prohibidos con sus paridas anatomías de rosales de cenizas, en las faldas de mi cielo con sus ideas como puntos suspensivos, en los vagones del tranvía de mi tiempo viajando hasta las costas ninfómanas de mi bajo sexo. Es que lo busqué con las casas empolvadas y viejas de mis escasos momentos de lucidez, siempre escondiéndome ante las celosas y perturbadas personalidades que me habitan.

Lo busqué, pero jamás lo encontré. Posiblemente se haya fugado una noche en que el plenilunio raptó a mis sueños, no lo sé. Una noche en que la luna sin dudarlo pescó con su trasmallo a todas mis estrellas.

Pero pensándolo un poco: ¡cómo no se va a fugar!, si a esta hora, entre las diez y las doce de la noche, mi cabeza se vuelve un ring de boxeo en donde todas mis personalidades luchan doce rounds con mis ánimos, sin árbitros ni normas, esperando por el primer nocaut que toque la lona.


Volviendo al ensayo destinado para mi yo extraviado, a mi París sin su torre Eiffel, pero con el hollín cubriendo todos los rascacielos, ventanales y hasta incluso las nubes de su grisáceo firmamento, a mi trago árido de ginebra, sin digerirse en el hígado de un Gibraltar cualquiera, y con su Enebro embriagado en un paladar que jamás lo saborea. Volviendo a mis huertos que cosechan memorias rancias y en muchos casos hostiles hasta para el mismo alquitrán que destilan mis agallas y osadías consumidas por la monótona nicotina de los burdeles noctívagos de mis soledades en vela. Principalmente volviendo a mis muertes que se ramifican, echan raíces y se hacen inmensos matorrales, que incluso tienen más vidas que cualquier seno que he palpado o vagina que mi lengua ha catado, más vidas que todos los amores Ofelicos de todos mis fantasmagóricos pasados.

Volviendo a estas oraciones que son para mí mismo, y no son dedicadas para ninguna de esas ciudades que niegan la existencia de los sueños del ocaso, y tratan a cualquiera de loco si ve que todos los ángeles tienen cola, dos cuernos y un tridente, y lo exilian a las profundidades de un baldío de retinas dilatadas por tanto llorar, de ojos quemados en la hoguera por ver tanta flagelación de la misma obscenidad, un baldío que le suministra su narcótico tristón y musgoso volviéndolo un helecho macizo con forma de lápida, en la cual tranquilamente tallan su alias de N/N porque ni siquiera saben su nombre, y ponen: acá descansa un fulano de marchita mente, pero ponen mal porque en vez de descansar deberían poner que agoniza.


Bueno, algún lector se habrá dado cuenta que ese fulano fui yo, en muchos casos, y admito que siempre fui seducido por la parte de ser fulano, de ser un N/N de nacido y de muerto, de esa manera nadie se fijaba si mi embrión entraba en el óvulo de mi prima o si hacia una marcha con pancartas pidiendo que las putas no cobren y que lo hagan realmente por el arte. Nadie me señalaba con el dedo, nadie sabía quién era, sólo sabían que era el conjunto de un todo y a la vez de la absoluta nada, un andrajoso tristón de un manicomio ambulante, y en lo posible no se me acercaban para que no pueda contaminar también sus vidas.

Pero eso de ser un tristón, de lluvia alocada y decadente de astros y mártires es el legado histórico y cronológico que llevo a todas partes como libreta de anotaciones en el bolsillo, un diario íntimo que todos los días esculpo con el sudor de la tinta, muchas veces en ellas aparecen mis inquilinos, mis personalidades y hasta algún ánimo de esos que fueron noqueados dentro del ring de mi cabeza, pero siempre hay un minúsculo rasgo que grita buscando la presencia de mi yo interior.

Me pregunto si algún día lo hallaré nuevamente, si es que, todavía, no lo encerraron en el Borda por loco.
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