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Quisiera dejar acá una biografía de un grande de las letras cubanas

Publicado por Manuel Bast en el blog Manuel Bast. Vistas: 426

Juan Clemente Zenea

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Juan Clemente Zenea, poeta y patriota cubano, nació el 24 de febrero de 1832 en Bayamo. Considerado el poeta elegíaco más grande del romanticismo cubano, se le reconoce haber ejercido gran influencia en la literatura cubana al retomar el Romanticismo, marcando una nueva línea en la poesía hispanoamericana. Junto con Joaquín Lorenzo Luaces y José Fornaris formaban el grupo más destacado del lirismo cubano de aquellos años.

Dedicado al periodismo desde los dieciséis años, con veinte tuvo que refugiarse en los Estados Unidos por haber escrito contra el gobierno colonial español.
Se radica en Nueva Orleans y desde allí escribió y envió artículos políticos que le acarrearon una sentencia de muerte por parte del gobierno español. Gracias a una amnistía, regresa a Cuba en 1854.

En 1865 viaja a los Estados Unidos por asuntos profesionales y más tarde a México, pero al llegarle noticias del levantamiento en Yara en 1868, se traslada a Nueva York para cooperar en los trabajos de la propaganda insurgente. En el mes de noviembre de 1870 consigue llegar a Cuba en una misión. Después de reunirse con Carlos Manuel de Céspedes y cuando se disponía a regresar a los Estados Unidos, las autoridades españoles le apresaron.

Juan Clemente Zenea fue sentenciado a muerte y fusilado en la mañana del 25 de agosto de 1871.

Obras
1855: Poesías
1859: Lejos de la patria. Memorias de un joven poeta
1860: Cantos de la tarde
1861: Sobre la literatura de Estados Unidos



Fidelia


¡Bien me acuerdo! ¡Hace diez años
y era una tarde serena!
¡Yo era joven y entusiasta;
pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque,
sentados sobre una piedra,
mirando, a orillas de un río,
como temblaban las hierbas.


¡Yo no soy el que era entonces,
corazón en primavera,
llama que sube a los cielos,
alma sin culpas ni penas!
¡Tú tampoco eres la misma,
no eres ya la que tú eras;
los destinos han cambiado:
yo estoy triste y tú estás muerta!
La hablé al oído en secreto
y ella inclinó la cabeza;
rompió a llorar como un niño
y yo amé por vez primera.
Nos juramos fe constante,
dulce gozo y paz eterna,
y llevar al otro mundo
un amor y una creencia.
Tomamos, ¡ay!, por testigos
de esta entrevista suprema,
unas aguas que se agotan
y unas plantas que se secan;
nubes que pasan fugaces,
auras que rápidas vuelan,
la música de las hojas
y el perfume de las selvas.
No consultamos entonces
nuestra suerte venidera,
y en alas de la esperanza
lanzamos finas promesas;
no vimos que en torno nuestro
se doblegaban enfermas,
sobre los débiles tallos,
las flores amarillentas;
y en aquel loco delirio
no presumimos siquiera
que yo, al fin, me hallara triste,
¡que tú, al fin, te hallaras muerta!
Después, en tropel alegre,
vinieron bailes y fiestas,
y ella expuso a un mundo vano
su hermosura y su modestia.
La lisonja que seduce
y el engaño que envenena,
para borrar mi memoria
quisieron besar sus huellas;
pero su arcángel custodio
bajó a cuidar su pureza,
y protegió con sus alas
las ilusiones primeras;
conservó sus ricos sueños
y, para gloria más cierta,
en el vaso de su alma
guardó el olor de las selvas,
guardó el recuerdo apacible
de aquella tarde serena;
mirra de santos consuelos,
áloe de la inocencia…
¡Yo no tuve ángel de guarda
y, para colmo de penas,
desde aquel mismo momento
está en eclipse mi estrella;
que en un estrado, una noche,
al grato son de la orquesta,
yo no sé por que motivo
se enlutaron mis ideas;
sentí un dolor misterioso,
torné los ojos a ella,
presentí lo venidero:
me vi triste y la vi muerta!
Con estos temores vagos
partí a lejanas riberas,
y allá bañé mis memorias
con una lágrima acerba.
Juzgué su amor por el mío,
entibiose mi firmeza,
y en la duda del retorno
olvidé su imagen bella.
Pero al volver a mis playas,
¿qué cosa Dios me reserva?…
¡Un duro remordimiento
y el cadáver de Fidelia!
Baja Arturo al Occidente
bañado en púrpura regia,
y al soplar del manso Alisio
las eolias arpas suenan;
gime el ave sobre un sauce,
perezosa y soñolienta;
se respira un fresco ambiente,
huele el campo a flores nuevas;
las campanas de la tarde
saludan a las tinieblas,
y en los brazos del reposo
se tiende naturaleza…
¡Y tus ojos se han cerrado!
¡Y llegó tu noche eterna,
y he venido a acompañarte
y ya estás bajo la tierra!…
¡Bien me acuerdo! Hace diez años
de aquella santa promesa,
y hoy vengo a cumplir mis votos,
y a verte por vez postrera.
Ya he sabido lo pasado…
Supe tu amor y tus penas,
y hay una voz que me dice
que en tu alma inmortal me llevas.
Mas… lo pasado fue gloria;
pero el presente, Fidelia,
el presente es un martirio:
¡yo estoy triste y tú estás muerta!


Fuente consultada:
Ecured.cu.
verbiclara.wordpress.com
buscabiografias.com
  • JCRendon.
  • JCRendon.
  • Manuel Bast
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