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Recital de Sonetos

Publicado por malco en el blog El blog de Malco / El solar de la palabra.. Vistas: 623

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Dulce soñar

Dulce soñar y dulce congojarme
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba
si un poco más duraba el engañarme;

dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.

¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras si vinieras tan pesado
que asentaras en mí con más reposo!

Durmiendo, en fin, fui bienaventurado;
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.

Juan Boscán.

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Un tiempo yo pensé y tuve por cierto
que otro dolor hallar no se podría
que igualase al morir y a su porfía,
y veo que anduve errado y sin concierto.

Por lo que digo, una vez más ser muerto
estimo que morir tantas al día
cuantas se ofrece ver sin alegría
vuestro gesto de amor, seguro puerto.

Si con desdén mi voluntad tan firme
tratáis, es un dolor tan recio y extraño
que juzgo por menor el de la muerte;

mirad si, con verdad, caso tan fuerte
afirmar puedo que no hay mal tamaño
pues tales tragos paso sin morirme.

Juan Boscán

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O gran fuerza de amor, que así enflaqueces
los que nacidos son para ser fuertes,
y les truecas así todas sus suertes,
que presto los más ricos empobreces!

O piélago de mar, que te enriqueces 5
con los despojos de infinitas muertes!
Los tragas, y después luego los viertes,
porque nunca en un punto permaneces.

O rayo, cuyo efecto no entendemos,
que por dentro nos dejas abrasados, 10
y de fuera, sin mal, sanos nos vemos!

O dolencia mortal, cuyos extremos
son menos conocidos y alcanzados
por los tristes que más los padecemos!

Juan Boscán

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A Tisbe

Mira al amante pálido y rendido
a la inclemencia, Tisbe, de su hado,
el rostro en llanto por su amor bañado
y él en su sangre por su amor teñido.

Hirióse con la espada que había sido
ministro de su mal, y su cuidado
el golpe no sintió, que era acabado,
con el morir su amante, su sentido.

Cayó, y buscó su sangre presurosa
la fría de su dueño, y ella, herida,
los brazos de su amante, querellosa.

Mostró su ser la muerte en tal caída,
pues fue a juntar de un golpe, poderosa,
lo que el amor no pudo en una vida.

D. Luis Carrillo.

A los despojos del rayo

Viste de ejemplo el tronco y de fiereza
este que ves Centímano arrogante;
aun muerto, dura en el feroz semblante
el ánimo que opuso a tanta alteza.

Parias en humildad da a la grandeza
del siempre vencedor Altitonante,
y así el árbol, humilde, el arrogante
rostro humilla, humillando su cabeza.

Señales mira en él del rayo ardiente
de Júpiter; respeta los despojos,
¡oh tú!, que admiras triste esta memoria.

Frescas aún viven en la altiva frente:
toma en ella consejo, abre los ojos
y vete, que harto debes a su historia.

D. Luis Carrillo.

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El arroyo

¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena...
Fluía triste y triste como un llanto de ciego
cuando en las piedras grises donde arraiga la pena
como un inmenso lirio se levantó tu ruego.

Mi corazón, la piedra más gris y más serena,
despertó en la caricia de la corriente y luego
sintió cómo la tarde, con manos de agarena,
prendía sobre él una rosa de fuego.

Y mientras la serpiente del arroyo blandía
el veneno divino de la melancolía,
tocada de crepúsculo me abrumó tu cabeza,

la coroné de un beso fatal, en la corriente
vi pasar un cadáver de fuego... Y locamente
me derrumbó en tu abrazo profundo la tristeza.

Delmira Agustini.


Lo inefable

Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida.
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba fulgor...?

¡Cumbre de los Martirios...! ¡Llevar eternamente,
desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz...!

Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable... ¡Ah, más grande no fuera
tener entre las manos la cabeza de Dios!

Delmira Agustini.

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Diálogo entre Babieca y Rocinante.

-¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
-Porque nunca se come y se trabaja.

-Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?

-No me deja mi amo ni un bocado.

-Andad, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

-Asno se es de la cuna a la mortaja;

¿queréislo ver? Miradlo enamorado.

-¿Es necedad amar? -No es gran prudencia.
-Metafísico estáis. -Es que no como.

-Quejáos del escudero. - No es bastante:

¿cómo me he de quejar en mi dolencia
si el amo y escudero o mayordomo

son tan rocines como Rocinante?

Miguel de Cervantes.


A un valentón metido a pordiosero.

Un valentón de espátula y gregüesco
que a la muerte mil vidas sacrifica
cansado del oficio de la pica
mas no del ejercicio picaresco,

retorciendo el mostacho soldadesco
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica
y en el nombre de Dios pidió refresco.

-Den voacedes, por Dios, a mi pobreza
-les dice-; donde no, por ocho santos,
que haré lo que hacer suelo sin tardanza.

Mas uno que a sacar la espada empieza:
-¿Con quién habla -le dijo- el tiracantos?
¿Qué es lo que suele hacer en tal querella?

Respondió el bravonel: -Irme sin ella.
Miguel de Cervantes.

A un ermitaño

Maestro era de esgrima Campuzano,
de espada y daga diestro a maravilla;
rebanaba narices en Castilla
y siempre le quedaba el brazo sano.

Quiso pasarse a Indias un verano
y vino con Moltalvo, el de Sevilla;
cojo quedó de un pie de la rencilla,
tuerto de un ojo, manco de una mano.

Vínose a recoger aquesta ermita
con su palo en la mano y su rosario
y su ballesta de matar pardales.

Y con su madalena, que le quita
mil canas, está hecho un San Hilario.
¡Ved cómo nacen bienes de los males!

Cervantes.

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Cuál sea mejor, amar o aborrecer.

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata
y mato a quien me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo por mejor partido escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que de quien no me quiere, vil despojo.

Sor Juana Inés de la Cruz.

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Caupolicán

Es algo formidable que vio la vieja raza;
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

"¡El Toqui, el Toqui!", clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo. La aurora dijo: "Basta",
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

Rubén Darío.

Venus

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el oscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
o que llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh reina rubia- díjele- mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia tí, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar!"
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

Rubén Darío.

Gaita Galaica

Gaita galaica, sabes cantar
lo que profundo y dulce nos es.
Dices de amor, y dices después
de un amargor como el de la mar.

Canta. Es el tiempo. Haremos danzar
al fino verso rítmicos pies.
Ya nos lo dijo el Eclesiastés:
tiempo hay de todo: hay tiempo de amar,

tiempo de ganar, tiempo de perder,
tiempo de plantar, tiempo de coger,
tiempo de llorar, tiempo de reír,

tiempo de rasgar, tiempo de coser,
tiempo de esparcir y de recoger,
tiempo de nacer, tiempo de morir.
Rubén Darío.


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La brevedad engañosa de la vida

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago y tu lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a tí las horas;
las horas, que limando están los días,
los días, que royendo están los años.
D. Luis de Góngora.

Soneto

De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por tí suspira,
tus himnos canta y tus virtudes reza.

D. Luis de Góngora.

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