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Trabajo hecho

Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 79

Mi mentalidad irracional estaba acabando conmigo, las presiones, las teorías alucinantes de exploraciones en mi interior que nunca terminaban solucionando nada, absolutamente nada. Así quise presentarme ese día, era el primero de muchos otros días siguientes que morarían en mis pasillos. Mis ángeles ya no solían pararse en mi hombro derecho a conversar. El pan que había sobre la mesa, mojado con un poco de miel y leche, no se me antojaba ya. Las ideas se distorsionaban, el camión recolector de basura provocaba demasiado ruido afuera, el radio del vecino a todo volumen, la llave de la ducha apenas abierta, goteando con paso melancólico.

Entonces, cuando parece que nada podía salir bien, pude oír al cartero llamar desde la acera. Tan rápido como pude, me vestí, todavía sin peinar, abrí la puerta, tratando de abotonarme la camisa y cerrar el zipper de mi pantalón. Recogí la carta, llevaba días esperándola, por fin la tenía ahora en mis manos.

“Trabajo hecho”. Eran las únicas dos palabras que estaban dentro del sobre, armadas de manera tosca con letras de viejos periódicos y un diente con algo de sangre, envuelto entre las letras. Con alegría, me senté en el corredor, entonces ahora, el ruido del camión era un solo de batería, el radio del vecino sonaba con una melodía encantadora, le di un saludo a la señora que siempre pasaba corriendo por mi casa a esa hora y a la que nunca le había dirigido una palabra en mi vida. Acto seguido fui a prepararme un café caliente, el otro ya estaba helado. Puse música e improvisando un baile para mí fui recorriendo completo el comedor. “Trabajo hecho”, el diente tenía su raíz completa, estaba sano, perfecto. El acto de magia iniciaba, el teléfono estaba sonando, Julia destrozada, contándome la manera en que habían hallado muertos a Elías y a su compañera de trabajo.

A ella le habían arrebatado un diente, antes de dispararle, en un acto de puro salvajismo, a él, en cambio, le habían dado dos disparos en el pecho. Nadie se explicaba el origen de aquellos movimientos, siendo que Elías y Nadia, eran dos excelentes trabajadores y personas encomiables del círculo social.

Yo tenía la respuesta. Elías era mi prometido, dentro de un mes celebraríamos la boda, Nadia era siete años menor, acababa de cumplir veinte, compañeros en el mismo departamento, tan íntimos, que un día mientras Elías se duchaba, se activó su teléfono y pude escuchar un mensaje de ella, invitándolo a hacer el amor otra vez, como la tarde anterior, porque nadie la había hecho sentir mujer como él.

Asistí al funeral, con un vestido negro, llorando como desesperada frente a su ataúd, arañando la madera para que no lo separaran de mí. Pedí un minuto a solas con el féretro, y antes de que empezaran a cubrirlo con tierra, me pude despedir: “Ves, Elías, yo te amaba tanto, que, sin casarnos, estuve contigo hasta que la muerte nos separara”, y sin que nadie lo notara, hice lanzado el diente de Nadia en la misma fosa donde empezaban a meter el ataúd.
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