Estoy vagamente despidiéndome entre pájaros desplegados como banderas que son sustento de otros tantos moribundos y escuetas esquelas, gigantes neutros. Estoy insistiendo en ello, tristezas corruptas, desánimos hostiles, donde hallo la palabra, volcán de cenizas luminosas. En las brasas, donde, de lejos, queda el recitar de un camino de rosas, busco la apetencia delirante de un amor sin espectro. Estoy francamente despidiéndome, levitando por zonas de sombra ausente, por lejanías confrontadas, por evidentes tomas de tierra, ingiriendo el líquido depurado, el humus decadente de las hojas y los suelos petrificados. Y se despiden de mí, los sueños y las clarividencias, los pájaros y las aves migradas, los cuerpos que ayer, decidieron ensamblarse en mí mismo. ©
Anclado, tierra abajo, sol disparado, como emplazado a temas oblicuos; esas tiernas avalanchas de nieve, con sus voces deterioradas, donde sueñan largos tediosos ritmos cualquiera. Sí, incrementando el sonido de los estanques, su murmullo de hoja seca, apaciguada en los estuarios. Ya tierra abajo, conforme a decreto de vida, sustituido por tantos, en longevidad de lágrimas, el llanto tan oportuno esa efímera repercusión de la caja torácica. Tórax, alrededor del ensueño, y lo que aprieta nervios y convulsiones. Ah, vida, espacio sustrato de energías deplorables. Sigo aquí, fijo en un punto inmóvil. ©
Tras los pantanos, se muestran los dientes, esas eternas banderas mortuorias. Las leves espumas, los blancos ajuares, quedan para luego. Intactos para el sueño de la elipse. Rosarios que gangrenan la ebullición del material celeste. Concretamente, me buscan, latidos de una resistencia, electricidad de un muerto que consume su vocación analfabeta. Los muermos, no me hablan, qué fastidio. Busco, no obstante, el secreto murmullo, sí que eclosione bajo los pavimentos y las secuoyas. Tan inmortales, etéreas, como fundaciones en los árboles cretinos. Tras los pantanos, órganos de dientes podridos, encías sanas, advertencias del príncipe enajenado-. ©
En soledad, sin ser isla, preñado de advertencias, con presagios de nubes, bajo espejos de relojes corrompidos. Sin ser islote. Tratando de averiguar el pez de las rosas ambarinas, sobre la voz de mutilados corales mi voz se hace una, sin secreto, unánime. Llanto de cabello deshojado donde excavo el cuerpo de mi amante, extrayendo el solo de trombón mineralizado en aire, salina. Buscando el plumón verde, la razón de los adioses, la tétrica venganza de los armarios empotrados. No puedo sino sonreír, con estos labios que perdieron su brillo, vejando el solsticio o el equinoccio moderado. Me gusta advertir de los espacios concretos, no de esas manos que me apaciguan ni de aquellas otras que me escarban como raíces los ojos secundarios, las córneas lánguidas. ©
Busco un amor definitivo. Que cure con heridas la cicatriz del recuerdo, la memoria del silencio. Busco un certero programa en la taquilla nunca restañada. Busco un olvido similar a límites, donde acostarme y dormitar bajo palios de ternura o lluvia. Y ese amor curará las lánguidas formas del recuerdo, su atroz designio, la fórmula rescatada del sonido. Busco entre estamentos y vestidores, un amor profundo; que acicale mis mejillas y anuncie en secreto mis pómulos. Recientemente descubro un muerto en mis palabras-. ©
No se presenta solo, ni autista, ni automático. Es un cuerpo sin duda, lleno de reversos y recovecos, de hirsutos cabellos. No viene solo, anegado de palomas, compungido de literaturas. Es un cuerpo, asomándose por la puerta, un asombroso epítome de todo un pueblo. Procede con tomates, de la huerta, horticultura recelosa que alienta las gesticulaciones mientras devora un mendrugo de pan. La vida se resuelve en tener cuerpo, aunque sea por instantes-. ©
En fin, comprar hay que comprar- comprar? Despilfarrar?-. Mas que no me toquen los cojones: yo elijo al menos lo que me como y lo que me leo. Y si no hay libros, devoro el oxígeno circundante-. ©
Esos que llevan los premios, debieran caérseles la nuca al suelo no por dárselas de generales sino por mentecatos que silencian las tropelías contra los pueblos. Me explico, de manera ilícita, mi sangre me llega al cráneo, por motivos estrictamente profesionales, y no dirijo una revista por exactamente los mismos argumentos. Esos que portan palmatorias e incensarios, patanes invertidos, deberían de dedicarse a glosar el ulular de los vientos de los aires que goza el pueblo. ©
Tan solo una palabra y esa frente que se alarga sensata, duramente. La austeridad del calor que apelmaza hasta el agua de la aljibe. Y el olor a putrefacción de todo lo existente. A orillas del río Duero, vivió un fauno y un epiléptico, donde viven ahora, una madre y un niño, junto a grandes cimientos de basuras y excrementos. No: nadie ha de mirarte a la cara, cuando caigan tus vecindades. Siquiera una rodilla cesará de prosternarse sobre los espacios inconcretos del aire.
Calla! En tus iris hay musgo de mis sienes que cabalgan y, sin hacer ruido, se escuchan sonidos de metálica palanca. Escucha! Bajo los puentes inmensos, hay luminosos que fraguan imperios decadentes. No, es el suicidio de una sola hoja, el que incrementa la tasa de natalidad de los años estériles. Y en las avenidas abandonadas, se sumergen niños de perfume insalubre, raíces hondas del desasosiego interno. Respiras y te cansas, las órdenes de este mundo inédito: cabalgan bajo tu frente, un esplendor de torres infinitas y nefastas, una acumulación de espejos, que nos delata. ©
Sueñen los niños hipócritas con carnets deficientes de inteligencia, y se adviertan los náufragos en sus distancias equivalentes, que tú soñarás con lo que dios te niega. Busca en la palabra la tentación profanadora del aire, embalsama con tu licor de protesta, la décima parte de una lira ajusticiada en invierno. Que yo pronunciaré mis lisonjas adquiridas, las vetustas madres que abolieron todo un sistema. Sueñen y descansen los hijos terroríficos del hambre, que tú soñarás con lo que dios te negó en aquellos instantes. Musicalidad trivial, empecinamiento oscuro, sueño de reyes vírgenes, en destartalado templo; tu ignorancia supina maltrata el diccionario y cumple su enemistad. Palabra de niño hipócrita, de niño serpiente, que se acuesta a través de la tarde sin la leche materna. La noche funde el calor sobre tu cuerpo, en ese momento tu miserable aspecto, exhorta el triunfo visceral de la nada en su aposento, ya te lo dijeron, qué futuro; mas ibas, por aquel entonces, y emulabas rosas sangrantes. II-. Empalizadas rotas por el murmullo de la tarde contrarias costas debilitadas a su sumo sacerdote reinas de un día acostándose en su matriarcal cenote habitaban un mundo irreal de día de noche contenedoras de un depósito cósmico vital sueñan todavía los hijos del solsticio, primavera puesta en pie por ladrillos y usureros, mas te gusta la caricia intermitente de la nada, su fusil ametrallando puertas evanescentes, la consagración rebelde de una extinción invalidada, el sueño que acometen en detrimento cobardes y furcias de soslayo, la persiana bajada y el control automático de las emociones, ese fingimiento y ficción de los números cuando se saltan los muros de las bibliotecas, asaltando el cielo, con prevención incurable. Vuelve a tu puto reino, de escobas y ardientes tizones, rey de simétrica inseguridad, cómo duermen tus dientes de tiburón o rosácea carne entre ellos. Comandas el hálito calcáreo de la saliva impertinente accediendo del dolor su pestilente caos rojizo y esas marismas de absorción lenta y patética, donde se depositan los vellos púbicos de una marea indigente: mira, tu alma acariciada por susurros y no por palabras insaciables, actos tras la avenida. Cristo tiene discípulos, rojos membretes, apneas y un millón de juguetes para niños hipócritas que apenas saben mentir de verdad. Tu rosa saciada castiga los dientes en su territorio invernal, la lasciva carta emitida por los octogenarios apenas si recibió respuesta o contestación, el colmo de lo expresado por hilos de tiniebla. De las noches y playas, de lo lógico e inexacto, de lo tembloroso como confitura, y el sexo orinando sobre longevos sillones de cuero embrutecido. No alcanzan tus monedas, oh Judas tadeo, para admitir el saldo beneficioso, la contrariedad de tu talento ignorante de recibos y fraudes; es entonces que el dolor tiene nombre nombre de lagarto tullido omitiendo el suplicio del sol cenital, y en los labios, en las avenidas, todavía se calientan las bujías impenetrables. ©
Aquí en mi trono desbancado de los azules días vibrantes descabalgado de los vientos soporíferos azul es un diente entre los abrojos, donde nacen miles de feudos confiscados. Yo soy de las estelas de los vapores de aquellas manivelas hostiles y seguras, en que un diapasón optaba por las largas carreteras, negligentemente acaecido con su pie de nota inscrito. Y brillan todavía libélulas e insectos como manos que alcanzaran secretos disformes, como relámpagos divinos en la fortaleza oxidada. Y miro el rayo, su oblicua desesperación forzada, la mezcla de barro y odio que dispuso dios sobre la tierra calcárea. Miles de de brazos entronizados vomitan y dan al feudo su corazón desbocado. ©
Mientras me dejen la sola sílaba plural, universo en sistemática decadencia, ocurrencia del viento con su cruce matemático, injerto de raíces, sueños bajo macizos galaicos. Entonces veré la ausencia el paraíso desvanecido, lo ocurrido en segmentos de lluvia, donde los pájaros amanecen a pedradas. Cubos de agua que sangran desde los palacios sin hielo-. ©
Sólo espero una gota de lluvia no hay nada sembrado, todo se agosta en lo pleno del mediodía. Ofrezco cinturones, oferto músicas triviales, vulgares afroditas, francas. Sólo estoy esperando. Una gota de lluvia, agua, minerales en ebullición, lejos del sarcasmo, habita una opción todavía. A lo mejor no tengo nada más que decir, no hay nada que a mi alrededor exista. Sea real, convincente, sea lengua de fuego que serpentee por una tierra de asfalto. ©
Pero no piensas en el mañana. Piensas si acaso en el hoy, en el ahora, en la norma que convierte el tiempo en mesura de la noche convocada. Mañana es un mundo posiblemente inhabitable. Guerras, matanzas, luces de deflagraciones que alteran los telediarios. Acaso sea la noche, la que salva el mundo. Por eso te alejas de la luz, del día, y de sus tesoros ininterrumpidos, y eliges la noche para tu solaz. ©