1. Guest, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. ¡Ah, que fastos en las fiestas del Oscuro!
    Los ostentosos señores de Chocolobombo
    saben lo que hacen, oscuras y solemnes son
    sus salas aunque nunca solitarias
    Bellos trajes, con brillos de hombres y mujeres.
    Algunas pasean encadenadas sus mascotas,
    humanas mascotas, con collares de pinchos
    al cuello babeantes y grotescos, enloquecidos
    prisioneros, esperan las migajas, a los pies de
    amos impiadosos, sádicos...
    A la mesa se sientan a yantar dignos impávidos,
    en bellas sillas armadas con musculosos
    africanos hieráticos, la mesa, 109 vírgenes esclavas
    cadera contra cadera quietas como muertas,
    deseables sudorosas maderas humanas, unidas por
    el terror y sus pelos, 109 cabezas entrelazadas.
    Ante la orden del Xliz, obedecen los señores y
    con un golpeteo atronador en nalgas de la mesa
    virginal se acomodan, y saludan al Rey.
    Majestuosas estatuas de arracimados esclavos
    adornan palacio y sala.
    Calotas se alzan brindan con vino azúcar sangre,
    por la llegada de Xorix Rey de Rambazero.
    Con este homenaje se inician las satánicas fiestas.
    Se envían mensajes desde boca a oído,los señores hablan
    exigen obtienen,limpian sus manos en las nalgas
    de la humana mesa.
    La voz del Xlix estridente fluye desde
    palacio a kilómetros de distancia, como ululeante
    ola se mueven los comunicadores por extensa triste
    llanura a destino.
    ¡Qué fiestas, qué homenaje al Oscuro!
    Hasta hoy.
    Hay un grupo de esclavos, según cuchicheos
    de palacio que dicen " Habrá un día... habrá un
    día..."
    ¡Qué fiestas, qué homenajes...!
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  2. En este presente eterno
    que me envuelve con el
    día a día circular, a veces
    confluyen atropelladas
    imágenes y sonidos
    de lo distante.
    Y los rearmo impaciente
    para rebobinar la vieja
    película.
    Cuando niño en un
    balneario de mar donde
    pasábamos el verano se
    instalaban de la noche
    a la mañana carpas gigantes,
    las veo elevarse entre la niebla
    con sus toldos de colores desabridos
    chamuscados por incansables soles.
    Era el circo, que nunca
    me gustó.
    Y sus habitantes-artistas, domadores ,
    payasos y toda la parafernalia.
    Gigantes, mujeres barbudas
    Tristes damas hirsutas que me causaban
    estupor y pena. Entrábamos gratis con la condición
    de llevar gatos y perros, no sabíamos de
    su destino.
    Pobre, desgraciado destino.
    Nunca lo supimos, pero no lo niego, para
    mi horror, que lo intuíamos.
    Con la bolsa a cuestas entre maullidos
    y ladridos solíamos espantarnos observando
    tigres y leones en sus jaulas, rugiendo y esperando.
    Después de la función con mis dos amigos
    seguíamos a algunos artistas que se perdían entre
    los arenales, escondidos ellos, escondidos nosotros,
    cuchicheando nosotros, jadeando ellos.
    Noche de actuación y ansiedad.
    Pero lo que más nos atraía era perseguir emboscados
    silenciosos, a tres artistas camino de la playa
    muy abrazados.
    El hombre montaña y las siamesas.
    Entrelazados, ellas entrañables, mano con mano,
    sentadas en un muro que daba al mar, el gigante
    se enfrentaba y las besaba alternativamente,
    luego las envolvía como en un frenesí entre
    sus inmensos brazos; nosotros quietos silenciosos, sin
    entender nada mientras una luna chiquita plateaba el
    mar, mientras se oían rugidos, ladridos, todo al unísono.
    Ante mí, ante nosotros.
    Sin entender nada.
    José Valverde Yuste likes this.