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Alfonsina Storni - Argentina

Tema en 'Poetas famosos, recomendaciones de poemarios' comenzado por VAGABUNDO, 23 de Abril de 2005. Respuestas: 6 | Visitas: 7497

  1. VAGABUNDO

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    Biografía de Alfonsina Storni
    (22 de Mayo de 1880 - 25 de Octubre de 1938)

    La familia Storni -el padre de Alfonsina y varios hermanos mayores- llegó a la provincia de San Juan desde Lugano, Suiza, en 1880. Fundaron una pequeña empresa familiar, y años después, las botellas de cerveza etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía», circulan por toda la región. Los padres de Alfonsina viajaron a Suiza en el año 1891, junto con sus dos pequeños hijos. En 1892, el 29 de mayo, nació en Sala Capriasca Alfonsina, la tercera hija del matrimonio Storni. Llevó el nombre del padre, de un padre melancólico y raro. Más tarde le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo».

    Alfonsina aprendió a hablar en italiano, y en 1896 vuelven a San Juan, de donde son sus primeros recuerdos. «Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta». En 1901, la familia se trasladó nuevamente, esta vez a la ciudad de Rosario, un próspero puerto del litoral.

    Paulina, la madre, abrió una pequeña escuela domiciliaria, y pasa a ser la cabeza de una familia numerosa, pobre y sin timón. Instalaron el «Café Suizo», cerca de la estación de tren, pero el proyecto fracasó. Alfonsina lavaba platos y atendía las mesas, a los diez años. Las mujeres comenzaron a trabajar de costureras. Alfonsina decide emplearse como obrera en una fábrica de gorras. En 1907 llega a Rosario la compañía de Manuel Cordero, un director de teatro que recorría las provincias. Alfonsina reemplaza a una actriz que se enferma. Esto la decide a proponerle a su madre que le permita convertirse en actriz y viajar con la compañía. Recorre Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán. Después dirá que representó Espectros, de Ibsen, La loca de la casa, de Pérez Galdós, y Los muertos, de Florencio Sánchez.

    En sus cartas al filólogo español don Julio Cejador Alfonsina resume algunos momentos de su vida. Refiriéndose a esta época, le dirá: «A los trece años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico (…). Pero casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí rumbos…». Luego, en un reportaje de la revista El Hogar, contará que al regresar escribió su primera obra de teatro, Un corazón valiente, de la que no han quedado testimonios.

    Cuando volvió a Rosario se encuentra con que su madre se ha casado y vive en Bustinza. La poeta decide estudiar la carrera de maestra rural en Coronda, y allí recibe su título profesional. Gana un lugar sobresaliente en la comunidad escolar, consigue un puesto de maestra y se vincula a dos revistas literarias, Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Allí aparecen sus poemas durante todo ese año, y si bien no hay testimonio de ellos, sí sabemos de otros publicados al año siguiente en Mundo Argentino, y que tienen resonancias hispánicas.

    Poeta en Buenos Aires

    Al terminar el año de 1911, decide trasladarse a Buenos Aires. «En su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros de Darío y sus versos». Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro la llegada. Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al mundo, con las expectativas puestas en esa inmigración que traería nuevas manos para producir y nuevas formas de convivencia. El nacimiento de su hijo Alejandro, el 21 de abril de 1912, define en su vida una actitud de mujer que se enfrenta sola a sus decisiones. Trabaja como cajera en la tienda «A la ciudad de México», en Florida y Sarmiento. También en la revista Caras y Caretas.

    Su primer libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes dificultades económicas, apareció en 1916. En un homenaje al novelista Manuel Gálvez, por primera vez en Buenos Aires, en esta clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo sus propios versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema titulado «Versos otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables, sorprende su capacidad de mirarse por dentro, que por entonces no era común en los poetas de su generación.

    Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas
    He sentido el otoño; sus achaques de viejo
    Me han llenado de miedo; me ha contado el espejo
    Que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas.

    Sus amigos los poetas modernistas

    Amado Nervo, el poeta mejicano paladín del modernismo junto con Rubén Darío, publica sus poemas también en Mundo Argentino, y esto da una idea de lo que significaría para ella, una muchacha desconocida, de provincia, el haber llegado hasta aquellas páginas. En 1919 Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del rosal, y lo llama en su dedicatoria «poeta divino». Vinculada entonces a lo mejor de la vanguardia novecentista, que empezaba a declinar, en el archivo de la Biblioteca Nacional uruguaya hay cartas al uruguayo José Enrique Rodó, otro de los escritores principales de la época, modernista autor de Ariel y de Los motivos de Proteo, ambos libros pilares de una interpretación de la cultura americana. El uruguayo escribía, como ella, en Caras y Caretas y era, junto con Julio Herrera y Reissig, el jefe indiscutido del nuevo pensamiento en el Uruguay. Ambos contribuyeron a esclarecer los lineamientos intelectuales americanos a principios de siglo, como lo hizo también Manuel Ugarte, cuya amistad le llegó a Alfonsina junto con la de José Ingenieros.

    Su voluntad no la abandona, y sigue escribiendo. En mejores condiciones publica El dulce daño, en 1918. El 18 de abril de 1918 se le ofrece una comida en el restaurante Génova, de la calle Paraná y Corrientes, donde se reunía mensualmente el grupo de Nosotros, y en esa oportunidad se celebra la aparición de El dulce daño. Los oradores son Roberto Giusti y José Ingenieros, su gran amigo y protector, a veces su médico. Alfonsina se está reponiendo de la gran tensión nerviosa que la obligó a dejar momentáneamente su trabajo en la escuela, pero su cansancio no le impide disfrutar de la lectura de su «Nocturno», hecha por Giusti, en traducción al italiano de Folco Testena

    También en 1918 Alfonsina recibe una medalla de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas, junto con Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea. Años atrás, cuando empezó la guerra, Alfonsina había aparecido como concurrente a un acto en defensa de Bélgica, con motivo de la invasión alemana. Comienzan sus visitas a la ciudad de Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará amigos uruguayos. Juana de Ibarbourou lo contó años después de la muerte de la poetisa argentina: «En 1920 vino Alfonsina por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre; por lo menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía… Un núcleo de lo más granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».

    La amistad de Quiroga, el escritor de la selva

    En 1922, Alfonsina ya frecuentaba la casa del pintor Emilio Centurión, de donde surgiría posteriormente el grupo Anaconda. Allí conoció, seguramente, al escritor uruguayo Horacio Quiroga, que había llegado de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916. Su personalidad debió atraer a Alfonsina. Un hombre marcado por el destino, perseguido por los suicidios de seres queridos, que, además, se había atrevido a exiliarse en Misiones, e intentado allí forjar un paraíso. En 1922, era ya el autor de sus libros más importantes, Cuentos de la selva, Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de sus colaboraciones en diarios y revistas y desempeñó un papel protagónico en el intento de profesionalizar la escritura. Alfonsina había publicado sus libros Irremediablemente (1919) y Languidez (1920).

    La amistad con Quiroga fue la de dos seres distintos. Cuenta Norah Lange que en una de sus reuniones, adonde iban todos los escritores de la época, jugaron una tarde a las prendas. El juego consistió en que Alfonsina y Horacio besaran al mismo tiempo las caras de un reloj de cadena, sostenido por Horacio. Este, en un rápido ademán, escamoteó el reloj precisamente en el momento en que Alfonsina aproximaba a él sus labios, y todo terminó en un beso. Quiroga la nombra frecuentemente en sus cartas, sobre todo entre los años 1919 y 1922, y su mención la destaca de un grupo donde había no sólo otras mujeres sino también otras escritoras. Sin embargo, cuando Quiroga resuelve irse a Misiones en 1925, Alfonsina no lo acompaña. Quiroga le pide que se vaya con él y ella, indecisa, consulta con su amigo el pintor Benito Quinquela Martín. Aquél, hombre ordenado y sedentario, le dice: «¿Con ese loco? ¡No!».

    Un nuevo camino para la poesía

    En el año 1923, la revista Nosotros, que lideraba la difusión de la nueva literatura argentina, y con hábil manejo formaba la opinión de los lectores, publicó una encuesta, dirigida a los que constituyen «la nueva generación literaria». La pregunta está formulada sencillamente: «¿Cuáles son los tres o cuatro poetas nuestros, mayores de treinta años, que usted respeta más?».

    Alfonsina Storni tenía en ese entonces treinta y un años recién cumplidos, es decir, que apenas bordeaba la cifra exigida para constituirse en «maestro de la nueva generación». Su libro Languidez, de 1920, había merecido el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura, lo que la colocaba muy por encima de sus pares. Muchas de las respuestas a la encuesta de Nosotros coinciden en uno de los nombres: Alfonsina Storni.

    Mil novecientos veinticinco fue el año de la publicación de Ocre, un libro que marca un cambio decisivo en su poesía. Desde hace dos años es profesora de Lectura y declamación en la Escuela Normal de Lenguas Vivas, y su postura como escritora está absolutamente afianzada entre el público y sus iguales. Por aquella época muere José Ingenieros, y esto la deja un poco más sola.

    Hasta la casa de la calle Cuba llega una tarde la chilena Gabriela Mistral. El encuentro debió ser importante para la chilena, ya que publicó su relato ese año en El Mercurio. Llamó por teléfono a Alfonsina antes de ir, y le impresionó gratamente su voz, pero le habían dicho que era fea y entonces esperaba una cara que no congeniara con la voz. Por eso cuando la puerta se abre pregunta por Alfonsina, porque la imagen contradice a la advertencia. «Extraordinaria la cabeza, recuerda, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años». Insiste: «Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura». La chilena queda impresionada por su sencillez, por su sobriedad, por su escasa manifestación de emotividad, por su profundidad sin trascendentalismos. Y sobretodo por su información, propia de una mujer de gran ciudad, «que ha pasado tocándolo todo e incorporándoselo» (1).

    El 20 de marzo de 1927 se estrena su obra de teatro, que despertaba las expectativas del público y de la crítica. El día del estreno asistió el presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. Al día siguiente la crítica se ensañó con la obra, y a los tres días tuvo que bajar de cartel. El diario Crítica tituló «Alfonsina Storni dará al teatro nacional obras interesantes cuando la escena le revele nuevos e importantes secretos». La escritora se sintió muy dolida por su fracaso, y trató de explicarlo atribuyéndole la culpa al director y a los actores.

    Años de equilibrio

    Alfonsina intervino en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores y su participación en el gremialismo literario fue intensa. En 1928 viajó a España en compañía de la actriz Blanca de la Vega, y repitió su viaje en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras mujeres escritoras, y la poeta Concha Méndez le dedica algunos poemas. En 1932, publicó sus Dos farsas pirotécnicas: Cimbelina y Polixene y la cocinerita. Está tranquila, colabora en el diario Crítica y en La Nación; sus clases de teatro son la rutina diaria, y su rostro empieza a cambiar. Las canas cubren su cabeza y le dan un aire diferente.

    En 1931, el Intendente Municipal nombró a Alfonsina jurado y es la primera vez que ese nombramiento recae en una mujer. Alfonsina se alegra de que comiencen a ser reconocidas las virtudes que la mujer, esforzadamente, demuestra. «La civilización borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental. Como afirmación de esta limpia verdad, la Intendencia de Buenos Aires declara, en su ciudad, noble la condición femenina», afirma Alfonsina en un diario al referirse a su designación.

    En la Peña del café Tortoni conoció a Federico García Lorca, durante la permanencia del poeta en Buenos Aires entre octubre de 1933 y febrero de 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca», publicado luego en Mundo de siete pozos (1934). Allí dice: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…). Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de hondas marinas /negras…».

    El 20 de mayo de 1935 Alfonsina fue operada de un cáncer de mama.

    En 1936 se suicida Horacio Quiroga y ella le dedicó un poema de versos conmovedores y que presagian su propio final:

    Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
    Y así como en tus cuentos, no está mal;
    Un rayo a tiempo y se acabó la feria…

    Allá dirán.
    Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
    Que a las espaldas va.
    Bebiste bien, que luego sonreías…
    Allá dirán.

    El final

    El veintiséis de enero de 1938, en Colonia, Uruguay, Alfonsina recibe una invitación importante. El Ministerio de Instrucción Pública ha organizado un acto que reunirá a las tres grandes poetisas americanas del momento, en una reunión sin precedentes: Alfonsina, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. La invitación pide «que haga en público la confesión de su forma y manera de crear». Tiene que prepararse en un día y, llena de entusiasmo, escribe su conferencia sobre una valija que ha puesto en las rodillas. Divertida, encuentra un título que le parece muy adecuado: «Entre un par de maletas a medio abrir y las mancillas del reloj».

    Hacia mitad de año apareció Mascarilla y trébol y una Antología poética con sus poemas preferidos. Los meses que siguen fueron de incertidumbre y temor por la renuencia de la enfermedad. El 23 de octubre viajó a Mar del Plata y hacia la una de la madrugada del martes veinticinco Alfonsina abandonó su habitación y se dirigió al mar. Esa mañana, dos obreros descubrieron el cadáver en la playa. A la tarde, los diarios titulaban sus ediciones con la noticia: «Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América». A su entierro asistieron los escritores y artistas Enrique Larreta, Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Alejandro Sirio, Augusto Riganelli, Carlos Obligado, Atilio Chiappori, Horacio Rega Molina, Pedro M. Obligado, Amado Villar, Leopoldo Marechal, Centurión, Pascual de Rogatis, López Buchardo.

    El 21 de noviembre de 1938, el Senado de la Nación rindió homenaje a la poeta en las palabras del senador socialista Alfredo Palacios. Este dijo:

    «Nuestro progreso material asombra a propios y extraños. Hemos construido urbes inmensas. Centenares de millones de cabezas de ganado pacen en la inmensurable planicie argentina, la más fecunda de la tierra; pero frecuentemente subordinamos los valores del espíritu a los valores utilitarios y no hemos conseguido, con toda nuestra riqueza, crear una atmósfera propicia donde puede prosperar esa planta delicada que es un poeta».

    (Tomado del Proyecto Cervantes)

    Algunos de sus poemas

    TU ME QUIERES BLANCA

    Tú me quieres alba,
    Me quieres de espumas,
    Me quieres de nácar.
    Que sea azucena
    Sobre todas, casta.
    De perfume tenue.
    Corola cerrada

    Ni un rayo de luna
    Filtrado me haya.
    Ni una margarita
    Se diga mi hermana.
    Tú me quieres nívea,
    Tú me quieres blanca,
    Tú me quieres alba.

    Tú que hubiste todas
    Las copas a mano,
    De frutos y mieles
    Los labios morados.
    Tú que en el banquete
    Cubierto de pámpanos
    Dejaste las carnes
    Festejando a Baco.
    Tú que en los jardines
    Negros del Engaño
    Vestido de rojo
    Corriste al Estrago.

    Tú que el esqueleto
    Conservas intacto
    No sé todavía
    Por cuáles milagros,
    Me pretendes blanca
    (Dios te lo perdone),
    Me pretendes casta
    (Dios te lo perdone),
    ¡Me pretendes alba!

    Huye hacia los bosques,
    Vete a la montaña;
    Límpiate la boca;
    Vive en las cabañas;
    Toca con las manos
    La tierra mojada;
    Alimenta el cuerpo
    Con raíz amarga;
    Bebe de las rocas;
    Duerme sobre escarcha;
    Renueva tejidos
    Con salitre y agua;
    Habla con los pájaros
    Y lévate al alba.
    Y cuando las carnes
    Te sean tornadas,
    Y cuando hayas puesto
    En ellas el alma
    Que por las alcobas
    Se quedó enredada,
    Entonces, buen hombre,
    Preténdeme blanca,
    Preténdeme nívea,
    Preténdeme casta.

    S A B A D O

    Me levanté temprano y anduve descalza
    Por los corredores: bajé a los jardines
    Y besé las plantas
    Absorbí los vahos limpios de la tierra,
    Tirada en la grama;
    Me bañé en la fuente que verdes achiras
    Circundan. Más tarde, mojados de agua
    Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
    Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
    Quisquillosas, finas,
    De mi falda hurtaron doradas migajas.
    Luego puse traje de clarín más leve
    Que la misma gasa.
    De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
    Mi sillón de paja.
    Fijos en la verja mis ojos quedaron,
    Fijos en la verja.
    El reloj me dijo: diez de la mañana.
    Adentro un sonido de loza y cristales:
    Comedor en sombra; manos que aprestaban
    Manteles.
    Afuera, sol como no he visto
    Sobre el mármol blanco de la escalinata.
    Fijos en la verja siguieron mis ojos,
    Fijos. Te esperaba.

    ALMA DESNUDA

    Soy un alma desnuda en estos versos,
    Alma desnuda que angustiada y sola
    Va dejando sus pétalos dispersos.

    Alma que puede ser una amapola,
    Que puede ser un lirio, una violeta,
    Un peñasco, una selva y una ola.

    Alma que como el viento vaga inquieta
    Y ruge cuando está sobre los mares,
    Y duerme dulcemente en una grieta.

    Alma que adora sobre sus altares,
    Dioses que no se bajan a cegarla;
    Alma que no conoce valladares.

    Alma que fuera fácil dominarla
    Con sólo un corazón que se partiera
    Para en su sangre cálida regarla.

    Alma que cuando está en la primavera
    Dice al inviemo que demora: vuelve,
    Caiga tu nieve sobre la pradera.

    Alma que cuando nieva se disuelve
    En tristezas, clamando por las rosas
    Con que la primavera nos envuelve.

    Alma que a ratos suelta mariposas
    A campo abierto, sin fijar distancia,
    Y les dice libad sobre las cosas.

    Alma que ha de morir de una fragancia,
    De un suspiro, de un verso en que se ruega,
    Sin perder, a poderlo, su elegancia.

    Alma que nada sabe y todo niega
    Y negando lo bueno el bien propicia
    Porque es negando como más se entrega,

    Alma que suele haber como delicia
    Palpar las almas, despreciar la huella,
    Y sentir en la mano una caricia.

    Alma que siempre disconforme de ella,
    Como los vientos vaga, corre y gira;
    Alma que sangra y sin cesar delira
    Por ser el buque en marcha de la estrella.
     
    #1
    A Carrizo Pacheco y Luis Adolfo les gusta esto.
  2. 10deMayo

    10deMayo Poeta recién llegado

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    [center:3da34fed63]Tú, que nunca serás



    Sábado fue, y capricho el beso dado,
    capricho de varón, audaz y fino,
    mas fue dulce el capricho masculino
    a este mi corazón, lobezno alado.


    No es que crea, no creo, si inclinado
    sobre mis manos te sentí divino,
    y me embriagué. Comprendo que este vino
    no es para mí, mas juega y rueda el dado.


    Yo soy esa mujer que vive alerta,
    tú el tremendo varón que se despierta
    en un torrente que se ensancha en río,


    y más se encrespa mientras corre y poda.
    Ah, me resisto, más me tiene toda,
    tú, que nunca serás del todo mío.[/center:3da34fed63]


    Soneto de Alfonsina Storni
     
    #2
  3. Quimera

    Quimera Poeta recién llegado

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    Alfonsina Storni es una de mis poetisas preferidas. Voy a dejarles algunas de sus admirables creaciones.
    Aspecto

    Vivo dentro de cuatro paredes matemáticas
    alineadas a metro. Me rodean apáticas
    almillas que no saben ni un ápice siquiera
    de esta fiebre azulada que nutre mi quimera.
    Uso una piel postiza que me la rayo en gris.
    Cuervo que bajo el ala guarda una flor de lis.
    Me causa cierta risa mi pico fiero y torvo
    que yo misma me creo pura farsa y estorbo.


    El divino amor

    Te ando buscando, amor que nunca llegas,
    te ando buscando, amor que te mezquinas,
    me aguzo por saber si me adivinas,
    me doblo por saber si te me entregas.

    Las tempestades mías, andariegas,
    se han aquietado sobre un haz de espinas;
    sangran mis carnes gotas purpurinas
    porque a salvarte, oh niño, te me niegas.

    Mira que estoy de pie sobre los leños,
    que a veces bastan unos pocos sueños
    para encender la llama que me pierde.

    Sálvame, amor, y con tus manos puras
    trueca este fuego en límpidas dulzuras
    y haz de mis leños una rama verde.


    El racimo inocente

    Así, como jugando, te acerqué el corazón
    hace ya mucho tiempo, en una primavera...
    pero tú, indiferente, pasaste por mi vera...
    hace ya mucho tiempo.

    Sabio de toda cosa, no sabías acaso
    ese juego de niña que cubría discreto
    con risas inocentes el tremendo secreto,
    sabio de toda cosa...

    Hoy, de vuelta a mi lado, ya mujer, tú me pides
    el corazón aquél que en silencio fue tuyo,
    y con torpes palabras negativas arguyo
    hoy, de vuelta a mi lado.

    Oh, cuando te ofrecí el corazón en aquella
    primavera, era un dulce racimo no tocado
    el corazón... Ya otros los granos han probado
    del racimo inocente...


    Humildad

    Yo he sido aquélla que paseó orgullosa
    el oro falso de unas cuantas rimas
    sobre su espalda, y creyó gloriosa,
    de cosechas opimas.

    Ten paciencia, mujer que eres oscura:
    algún día, la Forma Destructora
    que todo lo devora,
    borrará mi figura.

    Se bajará a mis libros, ya amarillos,
    y alzándola en sus dedos, los carrillos
    ligeramente inflados, con un modo

    De gran señor a quien lo aburre todo,
    de un cansado soplido
    me aventará al olvido.


    Pasión

    Unos besan las sienes, otros besan las manos,
    otros besan los ojos, otros besan la boca.
    Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
    No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

    Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
    la condición divina en el pecho de un fuerte,
    el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
    ¡como al golpe de viento las columnas de humo!

    La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
    haga noble tu pecho, generosa tu falda,
    y más hondos los surcos creadores de tus sesos.

    ¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
    te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
    hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!


    ...............................................................................
    Quisiera subir muchos más poemas de Alfonsina, pero se me hace difícil escoger. Les recomiendo que lean la poesía de esta interesante artista.
     
    #3
  4. Máximo Santos Dupond

    Máximo Santos Dupond Poeta veterano en el portal.

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    GOLONDRINAS

    Las dulces mensajeras de la tristeza son...
    son avecillas negras, negras como la noche.
    ¡Negras como el dolor!

    ¡Las dulces golondrinas que en invierno se van
    y que dejan el nido abandonado y solo
    para cruzar el mar!

    Cada vez que las veo siento un frío sutil...
    ¡Oh! ¡Negras avecillas, inquietas avecillas
    amantes de abril!

    ¡Oh! ¡Pobres golondrinas que se van a buscar
    como los emigrantes, a las tierras extrañas,
    la migaja de pan!

    ¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid!
    ¡Venid primaverales, con las alas de luto
    llegaos hasta mí!

    Sostenedme en las alas... Sostenedme y cruzad
    de un volido tan sólo, eterno y más eterno
    la inmensidad del mar...

    ¿Sabéis cómo se viaja hasta el país del sol?...
    ¿Sabéis dónde se encuentra la eterna primavera,
    la fuente del amor?...

    ¡Llevadme, golondrinas! ¡Llevadme! ¡No temáis!
    Yo soy una bohemia, una pobre bohemia
    ¡Llevadme donde vais!

    ¿No sabéis, golondrinas errantes, no sabéis,
    que tengo el alma enferma porque no puedo irme
    volando yo también?

    ¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid!
    ¡Venid primaverales! ¡Con las alas de luto
    llegaos hasta mí!

    ¡Venid! ¡Llevadme pronto a correr el albur!...
    ¡Qué lástima, pequeñas, que no tengáis las alas
    tejidas en azul!
     
    #4
  5. Máximo Santos Dupond

    Máximo Santos Dupond Poeta veterano en el portal.

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    19
    RAZONES Y PAISAJES DE AMOR

    I
    AMOR


    Baja del cielo la endiablada punta
    Con que carne mortal hieres y engañas.
    Untada viene de divinas mañas
    y cielo y tierra su veneno junta.

    La sangre de hombre que en la herida apunta
    florece en selvas: sus crecidas cañas
    de sombras de oro, hienden las entrañas
    del cielo prieto, y su ascender pregunta.

    En su vano aguardar de la respuesta
    las cañas doblan la empinada testa.
    Flamea el cielo sus azules gasas.

    Vientos negros, detrás de los cristales
    de las estrellas, mueven grandes masas
    de mundos muertos, por sus arrabales.

    II
    OBRA DE AMOR


    Rosas y lirios ves en el espino;
    juegas a ser: te cabe en una mano,
    esmeralda pequeña, el océano;
    hablas sin lengua, enredas el destino.

    Plantas la testa en el azul divino
    y antípodas, tus pies, en el lejano
    revés del mundo; y te haces soberano,
    y desatas al sol de tu camino.

    Miras el horizonte y tu mirada
    hace nacer en noche la alborada;
    sueñas y crean hueso tus ficciones.

    Muda la mano que te alzaba en vuelo,
    y a tus pies cae, cristal roto, el cielo,
    y polvo y sombra levan sus talones.

    III
    PAISAJE DE AMOR MUERTO


    Ya te hundes, sol; mis aguas se coloran
    de llamaradas por morir; ya cae
    mi corazón desenhebrado, y trae,
    la noche, filos que en el viento lloran.

    Ya en opacas orillas se avizoran
    manadas negras; ya mi lengua atrae
    betún de muerte; y ya no se distrae
    de mí, la espina; y sombras me devoran.

    Pellejo muerto, el sol, se tumba al cabo
    Como un perro girando sobre el rabo,
    la tierra se echa a descansar, cansada.

    Mano huesosa apaga los luceros:
    Chirrían, pedregosos sus senderos,
    con la pupila negra y descarnada.
     
    #5
  6. Máximo Santos Dupond

    Máximo Santos Dupond Poeta veterano en el portal.

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    10 de Junio de 2007
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    RETRATO DE GARCÍA LORCA

    Buscando raíces de alas
    la frente
    se le desplaza
    a derecha
    e izquierda.

    Y sobre el remolino
    de la cara
    se le fija,
    telón del más allá,
    comba y ancha.

    Una alimaña
    le grita en la nariz
    que intenta aplastársele
    enfurecida...

    Irrumpe un griego
    por sus ojos distantes.

    Un griego
    que sofocan de enredaderas
    las colinas andaluzas
    de sus pómulos
    y el valle trémulo
    de su boca.

    Salta su garganta
    hacia afuera
    pidiendo
    la navaja lunada
    de aguas filosas.

    Cortádsela.
    De norte a sud.
    De este a oeste.

    Dejad volar la cabeza,
    la cabeza sola,
    herida de ondas marinas
    negras...

    Y de caracolas de sátiro
    que le caen
    como campánulas
    en la cara
    de máscara antigua.

    Apagadle
    la voz de madera,
    cavernosa,
    arrebujada
    en las catacumbas nasales.

    Libradlo de ella,
    y de sus brazos dulces,
    y de su cuerpo terroso.

    Forzadle sólo,
    antes de lanzarlo
    al espacio,
    el arco de las cejas
    hasta hacerlos puentes
    del Atlántico,
    del Pacífico...

    Por donde los ojos,
    navíos extraviados,
    circulen
    sin puertos
    ni orillas...
     
    #6
  7. ENCANTADA DE LEER UNA POETISA TAN CLARA,MUY AGRADECIDA DE TRAERLA PARA NOSOTROS.
     
    #7

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