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Colección antología de poesía crítica

Tema en 'Poetas famosos, recomendaciones de poemarios' comenzado por anaximandro, 6 de Octubre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 1436

  1. anaximandro

    anaximandro Poeta recién llegado

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    3 de Septiembre de 2014
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    COLECCIÓN ANTOLOGÍA DE POESÍA CRÍTICA

    VOLÚMEN 1

    ÁNGELA FIGUERA AYMERICH


    Con el título genérico “Entre los poetas míos” iniciamos la publicación, en el mundo virtual, de una colección de cuadernos monográficos con los que deseamos contribuir a la divulgación cultural de una poesía crítica que, denominada “poesía social”, “poesía crítica”, “poesía de la conciencia”, o “comprometida”, se caracteriza por centrar su temática en los seres humanos, bien sea para ensalzar sus valores genéricos, o bien para denunciar los atropellos, injusticias y abusos cometidos por quienes detentan el Poder en cualquiera de sus formas.

    Poesía ésta que no se evade de la realidad, sino que incide en ella con intención transformadora. Se entiende, pues, que tal producción y sus autores hayan sido frecuentemente boicoteados, acallados, desprestigiados, censurados e incluso perseguidos por dichos poderes dominantes. Se trata, en fin, de una poesía contestataria, teñida por el compromiso ético de sus autores.

    Los textos aquí incorporados proceden de muy diversas fuentes. Unos de nuestra biblioteca personal, otros de Internet.

    La edición digitalizada de estos cuadernos poéticos carece de toda finalidad económica. No obstante, si alguien se considera perjudicado en sus legítimos derechos de propiedad intelectual, rogamos nos lo haga saber para que retiremos los textos cuestionados.


    Biblioteca Virtual Omegalfa



    Ángela Figuera Aymerich

    (1902-1984)


    Nació en Bilbao; estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid; fue catedrática de Lengua y Literatura en los Institutos de Huelva, Alcoy y Murcia durante algunos años; después de la Guerra Civil trabajó en la Biblioteca Nacional de Madrid.

    Su primer libro de poesía, Mujer de Barro (1948), une a la belleza formal del verso una honda ternura maternal. Soria Pura (1949), es un homenaje a Antonio Machado. En sus obras posteriores –Vencida por el ángel (1950), Víspera de la Vida (1951), El grito inútil (1952), Los días duros (1953)-, se produce una ascendente presencia de la vida cotidiana, de la rutinaria injusticia a la que la poetisa opone su grito rebelde. Tal vez su libro más logrado sea Belleza cruel (1958) prologado por León Felipe.

    Su lenguaje es sencillo y el mensaje de sus obras llega fácilmente a las gentes. Murió en Madrid en 1984 y dos años después, en 1986, se publicaron sus Obras Completas. Entre ellas se encuentran los siguientes libros de poemas:

    Mujer de barro, (1948); Soria pura (1949); Vencida por el ángel (1951); El grito inútil (1952); Los días duros (1953); Víspera de la vida (1953); Belleza cruel (1958); Toco la tierra; Letanías (1962); Cuentos tontos para niños listos (1979); Canciones para todo el año (1984, póstumo).

    Semi olvidada en la actualidad, hemos querido iniciar con Ángela Figuera los cuadernillos de esta colección.








    Balance

    Es hora de echar cuentas. Retiraos.
    Dejad ese bullicio del paseo,
    la mesa del café, la santa misa,
    y el bello editorial de los periódicos.
    Entrad en vuestra alcoba. Echad la llave.
    Quitaos la corbata y la careta,
    iluminad el fondo del espejo,
    guardad el corazón en la mesilla,
    abríos las pupilas y el costado.
    Poneos a echar cuentas, hijos míos.

    Tú, invicto general de espuela y puro,
    echa tus cuentas bien, echa tus cuentas.
    Toma tus muertos uno a uno, ciento
    a ciento, mil a mil, cárgalos todos
    sobre tus hombros y desfila al paso
    delante de sus madres.

    Y tú, ministro, gran collar, gran banda
    de tal y cual, revisa, echa tus cuentas.
    Saca tu amada patria del bolsillo
    como un pañuelo sucio sin esquinas.
    Extiéndelo y sonríe a los fotógrafos.

    Y tú, vientre redondo, diente astuto,
    devorador del oro y de la plata,
    señor de las finanzas siderales,
    echa tus cuentas bien, echa tus cuentas,
    púrgate el intestino de guarismos
    y sal si puedes que te dé la lluvia.

    Tú, gordo y patriarcal terrateniente
    esquilador de ovejas y labriegos.
    Tú, cómitre del tajo y la galera,
    azuzador de brazos productivos.
    Tú, araña del negocio. Tú, pirata
    del mostrador. Y tú, ganzúa ilustre
    de altos empleos, ávida ventosa
    sobre la piel más débil, echa cuentas,
    medita y examínate las uñas.

    Y tú, señora mía y de tu casa,
    asidua del sermón y la película,
    tú, probo juez de veinte años y un día,
    tú, activo funcionario de once a doce,
    y tú, muchacha linda en el paseo;
    tú, chico de familia distinguida
    que estudias con los Padres y no pecas.

    Y tú, poeta lírico y estético,
    gran bebedor de vino y plenilunios,
    incubador de huevos de abubilla
    en los escaparates fluorescentes,
    sumad, restad, haced vuestro balance,
    no os coja el inventario de sorpresa.

    Tú no, pueblo de España escarnecido,
    clamor amordazado, espalda rota,
    sudor barato, despreciada sangre,
    tú no eches cuentas, tienes muchas cifras
    de saldo a tu favor. Allá en tu día,
    perdónanos a todos nuestras deudas,
    perdónanos a todos en tu nombre
    y hágase al fin tu voluntad
    así en España
    como en el cielo.

    En: Belleza cruel, 1958

    Belleza Cruel

    Dadme un espeso corazón de barro,
    dadme unos ojos de diamante enjuto,
    boca de amianto, congeladas venas,
    duras espaldas que acaricie el aire.
    Quiero dormir a gusto cada noche.
    Quiero cantar a estilo de jilguero.
    Quiero vivir y amar sin que me pese
    ese saber y oír y darme cuenta;
    este mirar a diario de hito en hito
    todo el revés atroz de la medalla.
    Quiero reír al sol sin que me asombre
    que este existir de balde, sobreviva,
    con tanta muerte suelta por las calles.

    Quiero cruzar alegre entre la gente
    sin que me cause miedo la mirada
    de los que labran tierra golpe a golpe,
    de los que roen tiempo palmo a palmo,
    de los que llenan pozos gota a gota.
    Porque es lo cierto que me da vergüenza,
    que se me para el pulso y la sonrisa
    cuando contemplo el rostro y el vestido
    de tantos hombres con el miedo al hombro,
    de tantos hombres con el hambre a cuestas,
    de tantas frentes con la piel quemada
    por la escondida rabia de la sangre.

    Porque es lo cierto que me asusta verme
    las manos limpias persiguiendo a tontas
    mis mariposas de papel o versos.
    Porque es lo cierto que empecé cantando
    para poner a salvo mis juguetes,
    pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,
    y me confieso y pido a los que pasan
    que me perdonen pronto tantas cosas.

    Que me perdonen esta miel tan dulce
    sobre los labios, y el silencio noble
    de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
    y este llorar con arte y preceptiva
    penas de quita y pon prefabricadas.

    Que me perdonen todos este lujo,
    este tremendo lujo de ir hallando
    tanta belleza en tierra, mar y cielo,
    tanta belleza devorada a solas,
    tanta belleza cruel, tanta belleza.

    En Belleza cruel, 1958

    Bombardeo

    Yo no iba sola entonces. Iba llena
    de ti y de mí. Colmada, verdecida,
    me erguía como grávida montaña
    de tierra fértil donde la simiente
    se esponja y apresura para el brote.
    Era mi carne, tensa y ahuecada,
    nido cerrado que abrigaba el vuelo
    de un ala sin plumón y con grillete:
    casi cristal y casi sueño. Tierna.

    Iba llena de gracia por los días
    desde la anunciación hasta la rosa.
    Pero ellos no podían, ciegos,
    brutos, respetar el portento.
    Rugieron. Embistieron encrespados.
    Lanzaron sobre mí y mi contenido
    un huracán de rayos y metralla.

    Del más bello horizonte, del más puro
    cielo de otoño vomitaron lluvia
    de ciegos mecanismos destructores
    que desataban sobre el cauce seco
    del callejero asfalto sorprendido
    los ríos de la sangre.

    (...)

    Noches de sueño incierto, triturado
    por la tremenda sinfonía
    del frente en erupción y los caballos
    del miedo galopando en explosivos.
    Y la sangre con hambre que se exprime
    hasta la última esencia
    para nutrir al hijo sazonándose.
    Y la desnuda soledad del cuerpo,
    desorientado, desgajado en vivo
    del cuerpo del amante.

    Aquellas noches del pavor sin luces,
    apelmazadas de odios y de ruinas,
    yo te esperaba. Me llegaste a veces.
    Del último bisel de la tragedia,
    del borde mismo de la hirviente sima
    venías hasta mí. Me contemplabas
    con unos ojos llenos de agua sucia
    donde asomaban rostros de cadáveres.
    Ojos que procuraban ser risueños
    y mansos al pasar por mi figura
    y acariciar con luces de esperanza
    la curva de mi vientre.

    ¡Con qué exaltada fuerza, con qué prisa,
    con qué vibrar de nervios y raíces
    nos quisimos entonces!

    Yacíamos unidos, sin lujuria,
    absortos en el hondo tableteo
    de nuestros corazones. Escuchando
    de vez en vez el tímido latido
    del otro corazón encarcelado
    que ya, para nosotros, gorjeaba.
    Yo sonreía señalando el sitio
    en que un talón menudo percutía
    mis íntimas paredes en un ansia
    gozosa de correr por los senderos
    apenas presentidos.

    Y, en medio del olvido refrescante,
    en lo mejor del conseguido sueño,
    surgía denso, alucinante, bronco,
    el bélico zumbar de la escuadrilla.
    Bramando, sacudiendo, despeñándose,
    atropellándose los ecos
    iban las explosiones avanzando,
    cada vez más cercanas,
    hasta que, al fin, la muerte en torrentera,
    en avalancha loca, trascurría
    sobre nuestras cabezas sin refugio.

    Entonces tú, imperioso, dominante,
    con un impulso elemental de macho
    que guarda la nidada, con un gesto
    ardiente y violento como el acto
    de la amorosa posesión, cubrías
    mi cuerpo con tu cuerpo enteramente,
    haciendo de tus largos huesos duros,
    de tu apretada carne exacerbada,
    un ilusorio escudo indestructible
    para el hijo y la madre.

    Así, unidas las bocas, trasvasándonos
    el tembloroso aliento, diluidos
    en éxtasis de espanto y de delicia,
    las almas contraídas, esperábamos...

    No. Nunca nos quisimos como entonces.

    En: Vencida por el angel.1951.

    Canto a la madre de familia

    Canto a la madre de familia
    tan mujer de su casa la pobre,
    tan gris por todos lados,
    tan oveja por dentro
    aunque suele gritar con los chiquillos.

    Canto a sus manos suaves de lejía
    los lunes y los martes,
    los miércoles y jueves picadas por la aguja,
    quemadas cada viernes por la plancha,
    ungidas por el ajo y la cebolla.
    (El sábado es un día extraordinario:
    limpieza de cocina, compra doble,
    y hacia las seis, barniz sobre las uñas
    para salir a un cine baratito
    del brazo del esposo.)

    Canto a la madre de familia
    a las ocho de la mañana
    distribuyendo cautamente
    la leche azul del desayuno
    en los tazones de asa rota.
    (Para Juanín que tanto crece
    hay que poner la mejor parte.)

    Canto a la madre de familia
    que era tan linda hace quince años,
    que ahora se ríe (un poco triste)
    con los consejos de belleza.
    (Dedique usted todos los días
    un cuarto de hora a su cabello.)

    Canto a la madre de familia
    que suma y suma equivocándose,
    cincuenta y siete y llevo cinco...
    porque se han ido veinte duros
    y sin pagar al carbonero.

    Canto a la madre de familia
    que al acostarse por la noche
    nunca termina un rosario.
    (Lolita sigue tan flacucha,
    Juanito tuvo malas notas,
    el nene va lo que se dice
    con el culito al aire.)

    Canto a la madre de familia
    cuando se duerme tan cansada
    que un ángel blanco y bondadoso
    baja en secreto y la conforta.

    En: Leopoldo de Luis, Poesía Social
    Edic. Júcar, 1982

    Culpa

    Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
    con el vientre abombado y la cara de greda.
    Si un bello adolescente se suicida una noche
    tan sólo porque el alma le pesa demasiado.
    Si una madre maldice soplando las cenizas.
    Si un soldado cansado se orina en una iglesia
    a los pies de una Virgen degollada, sin Hijo.
    Si un sabio halla la fórmula que aniquile de un golpe
    dos millones de hombres del color elegido.

    Si las hembras rehúyen el parir. Si los viejos
    a hurtadillas codician a los guapos muchachos.
    Si los lobos consiguen mantenerse robustos
    consumiendo la sangre que la tierra no empapa.

    Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
    Es terrible, terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
    Yo no tengo la culpa. Ni tú, amigo, tampoco.
    Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
    Trabajamos. Dormimos. Y así vamos tirando.
    Además, ya es sabido. Dios dispone las cosas.

    Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.

    En: Leopoldo de Luis, Poesía Social
    Ediciones Júcar, 1982

    Libertad

    Crecieron así seres de manos atadas.
    Empédocles

    A tiros nos dijeron: cruz y raya.
    En cruz estamos. Raya. Tachadura.
    Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.

    Si observas la conducta conveniente,
    podrás decir palabras permitidas:
    invierno, luz, hispanidad, sombrero.
    (Si se te cae la lengua de vergüenza,
    te cuelgas un cartel que diga "mudo",
    tiendes la mano y juntas calderilla.)

    Si calzas los zapatos según norma,
    también podrás cruzar a la otra acera
    buscando el sol o un techo que te abrigue.

    Pagando tus impuestos puntualmente,
    podrás ir al taller o a la oficina,
    quemarte las pestañas y las uñas,
    partirte el pecho y alcanzar la gloria.

    También tendrás honestas diversiones.
    El paso de un entierro, una película
    de las debidamente autorizadas,
    fútbol del bueno, un vaso de cerveza,
    bonitas emisiones en la radio
    y misa por la tarde los domingos.

    Pero no pienses "libertad", no digas,
    no escribas "libertad", nunca consientas
    que se te asome al blanco de los ojos,
    ni exhale su olorcillo por tus ropas,
    ni se te prenda a un rizo del cabello.

    Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
    no escondas "libertad" bajo tu almohada
    por ver si sueñas con mejores días.
    No sea que una noche te incorpores
    sonambulando "libertad", y olvides,
    y salgas a gritarla por las calles,
    descerrajando puertas y ventanas,
    matando los serenos y los gatos,
    rompiendo los faroles y las fuentes,
    y el sueño de los justos, porque entonces,
    punto final, hermano, y Dios te ayude.

    En Belleza cruel, 1953

    Cuando nace un hombre

    Cuando nace un hombre
    siempre es amanecer aunque en la alcoba
    la noche pinte negros cristales.

    Cuando nace un hombre
    hay un olor a pan recién cocido
    por los pasillos de la casa;
    en las paredes, los paisajes
    huelen a mar y a hierba fresca
    y los abuelos del retrato
    vuelven la cara y se sonríen.

    Cuando nace un hombre
    florecen rosas imprevistas
    en el jarrón de la consola
    y aquellos pájaros bordados
    en los cojines de la salas
    silban y cantan como locos.

    Cuando nace un hombre
    todos los muertos de su sangre
    llegan a verle y se comprueban
    en el contorno de su boca.

    Cuando nace un hombre
    hay una estrella detenida
    al mismo borde del tejado
    y en un lejano monte o risco
    brota un hilillo de agua nueva.

    Cuando nace un hombre
    todas las madres de este mundo
    sienten calor en su regazo
    y hasta los labios de las vírgenes
    llega un sabor a miel y a beso.

    Cuando nace un hombre
    de los varones brotan chispas,
    los viejos ponen ojos graves
    y los muchachos atestiguan
    el fuego alegre de sus venas.

    Cuando nace un hombre
    todos tenemos un hermano.

    Fuente:
    Manual de lecturas rápidas para la supervivencia

    Donde veas

    Donde veas
    que un muro de trabajo se levanta
    para quitar al hombre frío y miedo,
    acércate y coloca unos ladrillos
    calientes con el roce de tus manos.

    Donde veas
    que un labrador prepara el pan y el vino,
    acércate y añade tu simiente
    y vuelca en un lagar sangre y sonrisa.

    Donde veas
    que un hombre marcha sólo, acaso ciego,
    acaso extraviado y sin cayada,
    acércate y camina a su costado,
    dale tu luz y canta por su boca.

    Donde veas
    que un niño ríe y besa a una muchacha
    bajo la luna, el sol o el aguacero,
    acércate en silencio y deja un trozo
    del propio corazón junto a sus labios.

    Donde veas
    que un niño llora a solas o una madre
    vacila bajo el peso de los hijos,
    acude con la fuerza de tus brazos,
    parte su pan y cuida de la lumbre.

    Donde veas
    que el látigo o la espada se levantan,
    que la prisión redobla sus cerrojos,
    que los fusiles amenazan muerte,
    acércate y, a pecho descubierto,
    lanza un tremendo NO que salve al mundo.

    En: Leopoldo de Luis, Poesía Social,
    Edic. Júcar, 1982


    Durar

    Yo pasaré y apenas habré sido,
    -frágil destino de mi pobre arcilla.-

    Hijo, cuando yo no exista,
    tú serás mi carne, viva.
    Verso, cuando yo no hable,
    tú, mi palabra inextinta.

    Fuente: Poemas 911

    Etcétera

    El padre trabajaba en la mina.
    La madre trabajaba por las casas.
    El chico andaba por la calle
    aprendiendo buena conducta.

    Al filo de la noche los tres juntos
    alrededor del jarro y de la sopa.
    El padre en su legítimo derecho,
    tomaba para sí la mejor parte.
    La madre daba al chico de lo suyo.
    El chico lo sorbía y terminaba
    pidiendo chocolate o mandarinas.
    El padre le pegaba cuatro gritos
    (siempre bebía al fin más de la cuenta)
    y luego echaba pestes del gobierno
    y luego se acostaba con las botas.
    El chico se dormía sobre el codo.
    La madre lo acostaba a pescozones
    y luego abría el grifo y renegaba,
    qué vida, Dios, fregando los cacharros,
    y luego echaba pestes del marido
    y luego le lavaba la camisa
    y luego se acostaba como es justo.
    Muy de mañana al día siguiente
    el padre bajaba a los pozos,
    la madre subía a las casas,
    el chico salía a la calle,
    Etcétera, etcétera, etcétera.

    (No sé por qué empecé a contarlo.
    Es una historia fastidiosa
    y todos saben cómo acaba.)

    En: Leopoldo de Luis, Poesía Social,
    Edic. Júcar, 1982


    Éxodo

    Una mujer corría.
    Jadeaba y corría.
    Tropezaba y corría.
    Con un miedo macizo debajo de las cejas
    y un niño entre los brazos.

    Corría por la tierra que olía a recién muerto.
    Corría por el aire con sabor a trilita.
    Corría por los hombres erizados de encono.

    Miraba a todos lados.
    Quería detenerse.
    Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
    Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.
    Pero no hallaba sitio.
    No encontraba reposo.
    No lograba la pausa sosegada y segura
    que las madres precisan.
    Ese viento apacible que jamás se interpone
    entre el pecho y el labio.

    Buscaba cerca y lejos.
    Buscaba por las calles,
    por los jardines y bajo los tejados,
    en los atrios de las iglesias,
    por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
    Buscaba un rincón sin espantos,
    un lugar aseado para colocar una cuna.

    Y corría y corría.
    Dio la vuelta a la tierra.
    Buscando.
    Huyendo.
    Y no encontraba sitio.
    Y seguía corriendo.

    Y el niño sollozaba débilmente.
    Crecía débilmente
    colgado de su carne fatigada.

    Fuente: Poemas 911

    Guerra

    Soy madre de los muertos,
    de los que matan madre.
    Carmen Conde

    Lo supe siempre. Al percibir la vida
    doblárseme en el seno, al golpearme
    un pulso repetido por las venas,
    lo supe: concebía hacia la muerte.
    El Otro, aquel que hallé en el Paraíso,
    aquel a quien fui dada el primer día,
    dormía en paz ceñido a mi costado.
    Ajeno a mi pasión no interpretaba
    mi vientre henchido ni mi paso lento
    ni preguntó jamás por qué mis ojos
    incrementaban su terror oscuro
    bajo la luz de sucesivos soles.
    Dos veces fui llenada de misterio:
    Caín crujía en mí. Me trituraba.
    Con su sabor agriaba mi saliva.
    Abel me fue muy dulce. Como el zumo
    de los maduros higos en verano,
    se diluía en mí, sabía suave.
    Jamás dobló su peso mis rodillas.

    Los vi nacer. Menudos, desarmados.
    Pero en su carne yo leía: muerte.
    Los vi crecer unidos. Madurarse.
    Pero en sus ojos yo leía: crimen.

    Los vi llegar al borde de la sima,
    al límite del rayo y la tragedia.

    Y, desde el fondo de mi sexo en ascuas,
    clamaba a Dios, clamaba sin remedio:
    ¿No son hermanos, di, no son hermanos,
    hechos de mí los dos hasta las uñas?

    Caín y Abel, los dos un solo fruto,
    colgándome del pecho, una caricia
    idéntica al tocarles el cabello.
    Los dos una cuchilla en mi garganta,
    clavándose y doliendo día y noche.

    Doliéndome la impávida belleza
    de Abel, su rubia gracia conseguida.
    Entre las mansas bestias, él, mansísimo.

    Doliéndome Caín, aprisionado
    entre cortezas ásperas, curtiendo
    la mano destinada para el golpe.

    Si yo hubiera podido revertirlos
    de nuevo a mí. Fundirlos. Confundirlos.
    ¿Por qué, Señor, los quieres desiguales;
    distintos en tu herencia y en tu gracia?
    Yo los haría en mí. Yo los daría
    de nuevo a luz. Caín tendría entonces
    el alma azul, los ojos inocentes
    de Abel apacentando sus corderos.

    Abel ofrecería sacrificios
    con manos de Caín sucias de tierra
    y una ligera sombra de pecado
    haría más humana su sonrisa.

    Mas nada pude hacer. Surgió la muerte.
    Clamé hacia Dios. Clamé. Pero fue en vano.
    Caín y Abel parí. Parí la GUERRA.

    En: Belleza cruel. 1958

    Jesús de Nazaret

    A Dios hijo
    Cielo

    Perdona que te escriba. De seguro
    no harás cuenta de mí. Soy poca cosa.
    Segundo López Sánchez, carpintero,
    casado, con mujer y cinco hijos.
    Trabajo en un taller. (Y las chapuzas.)
    Soy uno de tus pobres. Pero ocurre
    que ya no tengo fuerzas ni paciencia.
    Señor; mejor que bajes y lo veas.
    Yo soy de pocas letras, mas decían
    que fuiste del oficio cuando mozo.
    No sé cómo andaría en aquel tiempo
    lo de vivir del tajo y ser un pobre,
    pero lo que es ahora es un milagro
    mayor que el de los panes y los peces
    poner algo en la mesa y repartirlo
    para que llegue a todos. Haz la prueba.
    Ven a carpintear entre nosotros
    y vive del jornal. Sudarás sangre
    como en el huerto. Y sal por los caminos
    y ponte a predicar como solías
    contra los fariseos y repite
    aquellos de los ricos y la aguja,
    y echa a los mercaderes de la iglesia,
    y a ver qué pasa. Y resucita a un muerto
    de los prohibidos, y habla del reparto
    y di que den lo suyo a quien lo gana.
    Si no te crucifican como entonces
    es porque ahora, apenas se abre el pico
    te hacen callar. Bonita está la cosa.
    Señor, ven a ayudarnos, por tu Madre.
    Que no digan ni Cristo lo remedia.
    Que no somos tan malos como dicen.
    Pero es ya mucho machacar el hierro.
    Luego se pone al rojo y se arma una,
    y, en fin, no canso más, tú te harás cargo.
    De obrero a obrero te lo pido y firmo:
    tu humilde servidor,

    Segundo López

    Fuente: La Casa de los Poetas

    Nadie sabe

    Abre tus ojos anchos al asombro
    cada mañana nueva y acompasa
    en místico silencio tu latido
    porque un día comienza su voluta
    y nadie sabe nada de los días
    que se nos dan y luego se deshacen
    en polvo y sombra. Nadie sabe nada.

    Pisa la tierra. Vierte la simiente.
    Coge la flor y el fruto. Sin palabras.
    Pues nadie sabe nada de la tierra
    muda y fecunda que, en silencio, brota,
    y nadie sabe nada de las flores
    ni de los frutos ebrios de dulzura.

    Mira la llamarada de los árboles
    irguiéndose en lo azul. Contempla, toca
    la piedra inmóvil de alma intraducible
    y el agua sin contornos que camina
    por sus trazados cauces ignorándolos.
    Sueña sobre ellos. Sueña. Sin decirlo.
    Pues nadie sabe nada de los árboles
    ni de la piedra ni del agua en fuga.

    Mira las aves, altas, desprendidas,
    rayando el sol a golpe de sus alas.
    Toma del aire el trino y el gorjeo,
    pero no quieras traducir su ritmo,
    pues nadie sabe nada de los pájaros.
    Mira la estrella. Vuela hasta su altura.
    Toma su luz y enciéndete la frente,
    pero no inquieras su remoto arcano
    pues nadie sabe nada de la estrella.

    Besa los labios y los ojos. Goza
    la carne del amante sazonada
    secretamente para ti. Acomete
    con decisión humilde la tarea
    del imperioso instinto. Crece y ama.
    Mas nada digas del tremendo rito
    pues nadie sabe nada de los besos,
    ni del amor ni del placer ni entiende
    la ruda sacudida que nos pone
    el hijo concluido entre los brazos.

    Clama sin gritos. Llora sin estruendo.
    Cierra las fauces del dolor oscuro,
    pues nadie sabe nada de las lágrimas.

    Vete a hurtadillas con discreto paso.
    Traspasa quedamente la frontera,
    pues nadie sabe nada de la muerte.

    Fuente: Poesía selecta

    No quiero

    No quiero
    que los besos se paguen
    ni la sangre se venda
    ni se compre la brisa
    ni se alquile el aliento.

    No quiero
    que el trigo se queme y el pan se escatime.

    No quiero
    que haya frío en las casas,
    que haya miedo en las calles,
    que haya rabia en los ojos.

    No quiero
    que en los labios se encierren mentiras,
    que en las arcas se encierren millones,
    que en la cárcel se encierre a los buenos.

    No quiero
    que el labriego trabaje sin agua
    que el marino navegue sin brújula,
    que en la fábrica no haya azucenas,
    que en la mina no vean la aurora,
    que en la escuela no ría el maestro.

    No quiero
    que las madres no tengan perfumes,
    que las mozas no tengan amores,
    que los padres no tengan tabaco,
    que a los niños les pongan los Reyes
    camisetas de punto y cuadernos.

    No quiero
    que la tierra se parta en porciones,
    que en el mar se establezcan dominios,
    que en el aire se agiten banderas
    que en los trajes se pongan señales.

    No quiero
    que mi hijo desfile,
    que los hijos de madre desfilen
    con fusil y con muerte en el hombro;
    que jamás se disparen fusiles
    que jamás se fabriquen fusiles.

    No quiero
    que me manden Fulano y Mengano,
    que me fisgue el vecino de enfrente,
    que me pongan carteles y sellos
    que decreten lo que es poesía.

    No quiero amar en secreto,
    llorar en secreto
    cantar en secreto.

    No quiero
    que me tapen la boca
    cuando digo NO QUIERO...

    En: Leopoldo de Luis, Poesía Social
    Edic. Júcar, 1982

    No sé cómo ha ocurrido

    No sé cómo ha ocurrido, está todo tan malo,
    como suele decirse. Me he quedado muy pobre.

    No tengo ni un jilguero ni una estatua.
    No tengo ni una piedra para tirarla al mar.
    No tengo ni una nube que me llueva por dentro.
    Ni un cuchillo de plomo para cortar la rabia.

    No tengo ni una mata de tomillo
    para tender el pañuelo.

    (Verdad es que tampoco tengo pañuelo.
    Se nota cuando lloro y mis lágrimas corren
    como ríos de lágrimas.)

    No tengo ni una tira de tafetán rosado
    para tapar las grietas del corazón. No tengo
    ni un pedazo de beso que llevarme a la boca.

    Ni un poquito de sueño que llevarme a los ojos.
    Ni un pedazo de Dios que me cubra las carnes.

    Me he quedado tan pobre
    que no tengo siquiera dónde caerme viva.

    Fuente: La casa de los poetas

    Rebelión

    Serán las madres quienes digan: Basta.
    Esas mujeres que acarrean siglos
    de laboreo dócil, de paciencia,
    igual que vacas mansas y seguras
    que tristemente alumbran y consienten
    con un mugido largo y quejumbroso
    el robo y sacrificio de la cría.

    Serán las madres todas rehusando
    ceder sus vientres al trabajo inútil
    de concebir tan sólo hacia la fosa.
    De dar fruto a la vida cuando saben
    que no ha de madurar entre sus ramas.
    No más parir abeles y caínes.
    Ninguna querrá dar pasto sumiso
    al odio que supura incoercible
    desde los cuatro puntos cardinales.

    Cuando el amor con su rotundo mando
    nos pone actividad en las entrañas
    y una secreta pleamar gozosa
    nos rompe la esbeltez de la cintura
    sabemos y aceptamos para el hijo
    un áspero destino de herramienta,
    un péndulo del júbilo a la lágrima.
    Que así la vida trenza sus caminos
    en plenitud de días y de pasos
    hacia la muerte lícita y auténtica,
    no al golpe anticipado de la ira.

    ¿Por qué lograr espigas que maduren
    para una siega de ametralladoras?
    ¿Por qué llenar prisiones y cuarteles?
    ¿Por qué suministrar carne con nervios
    al agrio espino de las alambradas,
    bocas al hambre, sombras al espanto?

    ¿Es necesario continuar un mundo
    en que la sangre más fragante y pura
    no vale lo que un litro de petróleo,
    el oro pesa más que la belleza,
    y un corazón, un pájaro, una rosa
    no tienen la importancia del uranio?

    En: Leopoldo de Luis, Poesía Social
    Edic. Júcar, 1982

    Seguir

    Muchos por ti mataron, tierra mía.
    Hicieron de sus huesos plomo airado
    y mataron por ti.
    Convirtieron
    su dulce corazón en fiera lanza
    y mataron por ti.
    Ardieron
    de amor y de furor hasta los ojos,
    y mataron por ti.

    De mis huesos
    hice yo un árbol nuevo y atrevido
    y lo planté en tu pecho
    junto al árbol quemado.
    Prensé mi corazón
    y procuré una copa
    de sangre nueva y pura
    a tus mermadas venas;
    y añadí
    un hombre sin pasado
    a los sagrados nombres de tus hijos.

    Muchos por ti murieron, tierra mía;
    muchos murieron derramados
    sobre tus campos pobres
    como simiente sin futuro.
    Se olvidaron
    del beso y de la cuna,
    de la vid y del trigo. Se ofrecieron
    desnudos e impasibles
    a la oscura galerna
    y murieron por ti
    Yo he seguido viviendo:
    Sobre tu arcilla triste,
    bajo tu cielo duro,
    he seguido viviendo.
    Trasegando
    tu vinagre y tu vino,
    tu sudor y tu llanto,
    he seguido viviendo.

    Respirando
    tus infectas letrinas,
    descubriendo
    tu secreto perfume,
    he seguido viviendo.

    En ti, por ti, contigo; amordazada,
    clavada, paralítica, vendida;
    sufriéndote, perdiéndote, ganándote;
    muriéndome, muriéndote, adorándote,
    yo he seguido,
    he seguido,
    he seguido
    viviendo.

    Fuente: Material de Lectura, nº.59,
    UNAM

    Unidad

    «Si todos nos sintiéramos hermanos.
    (pues la sangre de un hombre ¿no es igual a otra sangre?).
    Si nuestra alma se abriera. (¿No es igual a otras almas?).
    Si fuéramos humildes. (El peso de las cosas
    ¿no iguala la estatura?)

    Si el amor nos hiciera poner hombro con hombro,
    fatiga con fatiga,
    y lágrima con lágrima.

    Si nos hiciéramos unos.
    Unos con otros.
    Unos junto a otros.
    Por encima del fuego y de la nieve,
    aún más allá del oro y de la espada.

    Si hiciéramos un bloque sin fisura
    con los dos mil millones
    de rojos corazones que nos laten.

    Si hincáramos los pies en nuestra tierra
    y abriésemos los ojos, serenando la frente,
    y empujáramos recio, con el puño y la espalda,
    y empujáramos recio, solamente hacia arriba,
    ¡qué hermosa estructura se alzaría del lodo!».

    En: Leopoldo de Luis, Poesía Social
    Ed. Júcar, 1982

    Bibliografía

    -Ángela Figuera Aymerich. Obras completas, Hiperión, 1986.
    -Ángela Figuera Aymerich. Antología Total. Videosistemas. 1973.
    -Ángela Figuera Aymerich. Belleza Cruel. Edit.Torremozas, 2002.
    -Ángela Figuera Aymerich. Canciones para todo el año. Hiperión, 2.000

    Para más información, en Internet:

    Universidad Nacional Autónoma de México, Material de lectura nº.59:
    Wikipedia: Ángela Figuera Aymerich
    Youkali, nº.11: Carpeta: Ángela Figuera Aymerich
    Gipuzkoakultura.net Ángela Figuera Aymerich
     
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    Última modificación: 6 de Octubre de 2014

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