1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

ColecciÓn Ganadores De Relatos Durante El AÑo 2006

Tema en 'Archivo Colección Ganadores de Temáticos y Clásica' comenzado por MP, 7 de Enero de 2006. Respuestas: 35 | Visitas: 9196

Estado del tema:
No está abierto para más respuestas.
  1. SandroMoreno

    SandroMoreno Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    19 de Octubre de 2005
    Mensajes:
    417
    Me gusta recibidos:
    0
    RELATO DE LA SEMANA,
    ELEGIDO EL SÁBADO 12 DE AGOSTO DE 2006


    TÍTULO: LA JOVEN DEL LAGO
    AUTOR: L.ARIZA
    ENLACE:
    http://www.mundopoesia.com/foros/showthread.php?t=30302


    LA JOVEN DEL LAGO

    Metió un pie en el lago, el agua estaba fresca, pero a Mariella no le importaba, le gustaba sentir las piedras bajo sus pies y como los deditos se le helaban. Los peces parecían conocerla, se acercaban a sus tobillos y jugueteaban a su alrededor. Desde muy pequeña se bañaba en este lago al atardecer. Le gustaba sumergirse y solo entonces, se desprendía de la flor que adornaba cada día sus cabellos.
    Todas las mañanas el jardinero de Mariella cortaba una flor y se la dejaba en la mesa junto al desayuno, ella después de cepillar sus largos cabellos la colocaba sobre ellos. Cuando se sumergía en el lago la flor quedaba flotando sobre este.

    Le gustaba sentarse en la orilla y acariciar la superficie del agua con la palma de las manos, con cariño, como un amante acaricia a su ser amado. A su vez el lago le devolvía las caricias provocando un ligero oleaje, el agua subía y bajaba acariciando su cintura. Eran más de dieciocho años de complicidad entre ellos.

    Cuando murieron sus padres Mariella perdió el habla, ningún médico supo encontrar una explicación lógica. De todos modos a ella no le importaba, la gente de la zona no era de su interés y a su vez ellos la veían rara, algunos incluso la tachaban de loca. En el pueblo la llamaban La joven del lago. No conocían nada de ella, solo la trágica historia de su familia, pero jamás nadie le brindó ayuda.
    Pedro el jardinero, por el contrario le tenía cariño. El tampoco tenía familia, pero conocía a los padres de Mariella desde mucho antes que ella naciera. Siempre había cuidado el jardín de la familia y cuando ocurrió el accidente se juró a si mismo cuidar siempre de la joven.

    Cada mañana salía al jardín con la flor colocada en sus cabellos y dedicaba una amplia sonrisa a Pedro, este se quitaba la gorra y le hacía una reverencia.
    Ese día Mariella iba vestida con un vestido de lino blanco que resaltaba su hermosa figura, sus cabellos al sol parecían de hilo de cobre. Pedro se volvió y la vio plantada junto a la puerta de la casa, parecía un ángel. No pudo evitar decirle lo bella que estaba esa mañana, Mariella se sonrojó y agachó la cabeza.

    Seguía junto al lago. Ahora solo sus pies estaban dentro del agua. Brilló la primera estrella de la noche y recordó aquello que su padre le dijo una vez:
    "Si esperas a que anochezca mirando el cielo, cuando veas aparecer la primera estrella puedes pedirle un deseo, si es un deseo noble ten por seguro que te lo concederá".
    Cerró los ojos, respiró profundamente y volvió a mirar la estrella, pidió su deseo. Dedicó la última mirada del día a su lago amante y vio que la flor de sus cabellos permanecía intacta flotando en él, adornándolo, igual que hacía antes con su pelo.

    Pedro cortó la flor y la dejó sobre la mesa. La mañana avanzaba y Mariella no bajaba a desayunar, así que decidió ir a buscarla a su dormitorio. La puerta estaba abierta y su cama impoluta, todo parecía señalar que la joven no había dormido esa noche allí. La angustia se apoderó de él, salió corriendo de la casa hacia el lago.

    El lago permanecía en calma, ni el fuerte aire que soplaba era capaz de provocarlo, permanecía estático como un espejo. Pedro se acercó al agua, se descalzó y se metió hasta las rodillas.

    "¿Qué has hecho con ella? ¿Tanto la amabas que te la has llevado contigo? ¡Egoísta!..."

    Pedro alzó la cabeza y vio que una fina corriente de agua arrastraba una flor hasta él, una de esas que cortaba cada día para Mariella. La cogió con ternura, la llevó hasta sus labios rozando sus pétalos con ellos y la volvió a depositar en el agua. De pronto, y como si del mar del norte se tratase, la marea subió hasta cubrir a Pedro totalmente.
    Bajo el agua tuvo una visión. Mariella caminaba hacia él, lo tomó de la mano y acercando la boca a su rostro le besó con ternura y dijo:

    "Aquí soy feliz y ya no me siento sola, me siento abrazada todo el día y mecida de noche. Ya no hace falta que cortes flores para mis cabellos, él se ocupará de que siempre esté adornada por ellas. La estrella cumplió mi deseo y ahora soy libre...ahora soy agua."

    La marea volvió a bajar pero ahora el paisaje del lago había cambiado, toda la superficie estaba llena de nenúfares.

    "Ahora eres feliz...Mariella..."
     
    #31
  2. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

    Se incorporó:
    29 de Diciembre de 2004
    Mensajes:
    17.294
    Me gusta recibidos:
    1.400
    Género:
    Mujer
    RELATO DE LA SEMANA, ELEGIDO EL SÁBADO 19 DE AGOSTO



    TÍTULO: EL VIENTO (O EL DESORDEN)

    AUTOR: SCARLATA

    ENLACE:
    http://www.mundopoesia.com/foros/showthread.php?t=31792


    EL VIENTO (O EL DESORDEN)

    Un día Teresa abrió la ventana y todo ocurrió sin que fuera posible evitarlo. El viento entró y se quedó para siempre en esa habitación monótona y cotidiana, pero querida.

    La ruptura de su pequeño mundo se produjo de manera lenta y poco dolorosa, pero imparable.

    Primero el pequeño cuarto se conmovió con la llegada de ese visitante agitador que hizo volar papeles empolvados y dejó al descubierto trozos viejos del ayer.

    Teresa se sintió dolida y sorprendida.

    Le había costado años construir aquel pequeño refugio, imperfecto y ambiguo, pero suyo de verdad, y aquella oleada de entusiasmo y agitación no le agradó en absoluto.

    Tantos días para lograr viciar el aire de ese espacio. Tantas horas de lectura, de música, de cigarrillos fuera de cupo, de lágrimas y sonrisas... Sus horas de tranquilidad tenían suficiente valor como para no poder evitar sentir un rencor indefinible por aquel viento intruso que se empeñaba en desordenar uno tras otros los pilares de su vida.

    Teresa experimentó ese miedo irracional que sólo aparece en los momentos más importantes de la vida. Cuando se presienten cambios fundamentales, como el final de un ciclo vital que - quizás no nos hizo felices del todo, al que, tal vez, no llegamos a acostumbrarnos y con el que nunca nos conformamos- , pero con el que convivimos durante tanto tiempo, que nos es imposible asistir a su despedida sin que algo de nosotros se resista a pronunciar el adiós.

    Desde el principio Teresa supo que aquello sólo era el comienzo de algo que avanzaría, corroyendo con pereza los muebles, deshojando los libros, destruyendo los discos.... Hasta acabar con todos y cada uno de los detalles de su pequeño mundo.

    Tardó mucho en reconocerlo, como si su oposición, ciega e irracional, pudiera servir de algo. Como si ella misma, no estuviera condenada a convertirse en un pequeño e insignificante entretenimiento, en una pieza más de la habitación.

    Su oposición infantil debió conmover al viento, haciéndole aún más atractiva la empresa. Le divertía pensar en una Teresa silenciosa y hermética que le negaba la palabra en las horas de la comida y que le dejaba vagar a su antojo, por el cuarto, ignorándole, como si no existiera, como si no le supiese presente en cada uno de sus actos (respirar, leer, dormir, soñar), voluntarios o involuntarios.

    A Teresa le gustaba convencerse de que nada había cambiado. Se pasaba las horas volviendo a colocar los libros en sus estanterías, los muebles en el lugar cansado que marcaban paredes y suelos, los discos en el orden cotidiano que tan bien conocían sus dedos... Todo era inútil.

    Cada mañana, al despertar, el desorden reinaba en aquella casa y el viento sonreía satisfecho, sabiendo que había dado un paso más, que cada vez faltaba menos para que una rendición incondicional, terminara con aquel prólogo aburrido y evidente.

    La ventana permanecía herméticamente cerrada, como lo había estado durante años. Teresa la miraba con frecuencia con un rencor mal disimulado.

    Pero a nadie más que a ella misma podía culpar de lo que, al final, había resultado ser un imperdonable descuido. Esa tentación no vencida que la condujo una mañana al más tonto de los deseos. Mirar el mundo, sentir el mundo con todos sus ruidos, olores y demás sensaciones. Asomarse al exterior, sólo un momento. Quizás sólo para acabar de convencerse de las ventajas de su vida, una vida contaminada e imperfecta, pero elegida. Una vida libre de esas ataduras que se llaman lluvia, metro, sol, adiós, separación...

    Pasar la vida en aquella habitación olvidando como, en el exterior, la gente se cruza en los semáforos. Obviando como los demás se enfrentan a sucesos inevitables: la muerte de un viejo amigo, el final de un gran amor, la decepción que se siente cuando alguien nos falla...

    Verlo todo con la rapidez de la necesidad para luego volver a cerrar su único lazo con el mundo y sentir algo parecido a la felicidad, sabiéndose único superviviente de una desgracia colectiva.

    Pero Teresa no sabía que el viento llevaba meses esperando para entrar y que, ese descuido, que en otra ocasión cualquiera, no hubiera tenido ninguna importancia, iba a suponerle el cambio definitivo.

    El futuro dejó de llamarse soledad y una única obsesión pasó a ocupar todas sus tardes. Lograr vencer, resistir, agotar las posibilidades para que fuera él quien abandonara la lucha a la que la había condenado.
     
    #32
  3. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

    Se incorporó:
    29 de Diciembre de 2004
    Mensajes:
    17.294
    Me gusta recibidos:
    1.400
    Género:
    Mujer
    RELATO DE LA SEMANA, ELEGIDO EL SÁBADO 2 DE SEPTIEMBRE DE 2006


    RELATO: IGNONIMIA EN EL RITUAL DE UN PUEBLO FLORIDO

    AUTOR: NEHEMÍ LUNA

    ENLACE:
    http://www.mundopoesia.com/foros/showthread.php?t=34242


    IGNONIMIA EN EL RITUAL DE UN PUEBLO FLORIDO

    ¡Qué júbilo aquella mañana de abril! En aquel pueblo florido, en que vivimos desde que teníamos memoria, era el día en que las mozas casaderas, vestidas como princesas, abríamos las alas, cual mariposas, al amor. Era una especie de fiesta tradicional, un grito al mundo: “Ya estáis listas para emprender nueva vida, hogar, hijos, felicidad añorada... ¡Para ello fuisteis creadas!”.

    Damas perfumadas engalanaban el centro de aquel salón regio. Muchas gentes en derredor. ¡Habíamos esperado tanto por aquel día! Fueron años de lecciones: Historia, Geografía, Política, Matemáticas, Literatura, Administración, Modales, Bordado, Costura, Pintura, Canto, Jardinería, Repostería, Gastronomía... Y otros ía ía ía que parecían no acabar. Allí lucíamos emocionadas, en medio de risillas nerviosas y sonrojos juveniles; en el centro de la estancia, a la espera del comienzo de esa nueva vida de la que siempre historias nos contaron.

    De pronto, Aida, la mayor, fue la primera en recibir la invitación... ¿A qué? Se preguntarán... Al ritual de la confesión de amor en mi pueblo florido... ¿En qué consistía? Río, hago pausa, tomo un trago... Prosigo...

    Aquella mañana de abril de cada año, los jóvenes virtuosos de esta tierra confesaban amor a su alma gemela... ¿Cómo sabían cuál sería su alma gemela? ¿Cómo lo hacían?.. Habíamos crecido juntos, en la misma tierra florecida, de montes y valles; mismas costumbres. Cada alma, en el fondo, sabía cuál era su alma gemela y con movimientos exactos, cada joven virtuoso, uno a uno, iba tomando la mano de su amada y tras mostrarle un arreglo floral especial, procedía a comprometerse con ella en matrimonio.

    Nunca había visto tantas flores juntas y tan bien acomodadas. Habían arreglos que no por sencillos o modestos dejaban de ser preciosos... Pero algunos arreglos eran majestuosos... Envidiables.

    Era yo una de las más pequeñas... Casi enana, en edad y en estatura, por lo que supuse no sería de las primeras en ser cortejada. Una a una, mis compañeras eran convidadas a su encuentro con el amado y con su Bouquet soñado... Y yo, contaba los minutos que se iban haciendo horas...
    -¿Cómo será mi ramo de flores?- pensaba preocupada, pues de acuerdo a la magnitud del ramo era la futura vida que llevaríamos... Al menos eso pensábamos.

    Y como el tiempo en mi florido pueblo era distinto a otras latitudes, mi espera de horas, en realidad fueron años... Me iba quedando sola en medio del salón, con las miradas encima y la derrota rondando. Era la única y la última oportunidad de reverdecer, de dejar una huella en el mundo, de salir del anonimato, de... poblar el resto del mundo.

    Repentinamente, alguien me susurró al oído: “No te preocupes. Él viene. Es solo que está un poco retardado, pero no decaigas”. Sin embargo la tristeza me pesaba, tanto que aún mi estatura se hacía menor. Al cabo de unas horas, luego de la ignominia, ya ni las miradas de condolencia me acompañaban... Cuando alguien se abrió paso en la multitud...o... más bien la multitud le abrió paso a un hombre, algo mayor, moreno, todo vestido de blanco, níveo sombrero y un gran reloj de oro en su muñeca. Agitado tomó mi mano... Y pensé “me llevará a ver mi arreglo floral”, además, ante aquella imponente presencia imaginé cuan bondadoso sería mi ramo. Era extraño, no conocía a este hombre, no había crecido con nosotros en nuestras montañas, pero todos le respetaban.

    Al tomar mi mano, me llevó a las afueras del salón y en silencio me hacía caminar, no me mostró ramo alguno y me entristecí aún más, al punto, que las lágrimas no me dejaban ver. Tiernamente, el hombre aquel, tomó mi barbilla entre sus manos y señaló galante, seguro, lo que podía ofrecerme... Cuando alcé mi rostro, era un campo, parecido a uno de golf, pero con millones de flores sembradas alrededor. Perdí la cuenta de cuántas veces suspiré al ver tan hermoso espectáculo. Allí comprendí que el campo era la promesa del comienzo de una familia ilustre. Luego de esa escena no fui la misma, me convertí en mujer madura, ya ni siquiera era yo... Las horas de espera en mi pueblo son años para el resto del mundo. Aquel panorama fue el comienzo del labrar de nuestra tierra, del sembrar de nuestras semillas, el reverdecer de esa casa donde crece un pueblo entero, noble, amado, que poblará la tierra en pleno, que gobernará al mundo con justicia y equidad.

    Quienes no pudieron esperar la maduración del fruto, con lágrimas llevaron la hermosura de un florido ramo... Muerto... La ignominia, la espera, la humillación, valieron la pena para encontrar eterna vida y los nuevos horizontes, más allá de un pueblo florido.
     
    #33
  4. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

    Se incorporó:
    29 de Diciembre de 2004
    Mensajes:
    17.294
    Me gusta recibidos:
    1.400
    Género:
    Mujer
    RELATO DE LA SEMANA, ELEGIDO EL SÁBADO 9 DE SEPTIEMBRE DE 2006


    TÍTULO DEL RELATO: CINCUENTA Y SIETE Y SUMANDO


    AUTOR DEL RELATO: ANA CLAVERO


    PÁGINA DEL RELATO:
    http://www.mundopoesia.com/foros/tu...cincuenta-y-siete-y-sumando-4.html#post256498




    CINCUENTA Y SIETE Y SUMANDO

    Hoy, una nueva víctima de los sapos azules, y van cincuenta y siete, en lo que llevamos de año, en España y, con toda probabilidad, antes de que yo publique este tema, el número habrá subido.


    ¿Qué delito habéis cometido para que vuestra condena sea el asesinato? No me contestéis creo que lo sé, es el precio que habéis tenido que pagar por pretender una igualdad de la que habla nuestra Carta Magna, pero que los poderes fácticos no pueden garantizar.

    ¿Qué han hecho por vosotros aquellos políticos que una y otra vez os han pedido el voto en las urnas?. No me contestéis, creo que también lo sé. Aferrarse a sus poltronas y no mirar más que a su ombligo hasta que, pasados cuatro años, vuelvan a necesitar el voto. Entonces, en todos los programas de gobierno, se prometerá leyes represoras contra la temible plaga de maltratadores.

    Yo como mujer y como madre quiero entonar en mea culpa, porque algo está fallando en la educación de unos hijos que criados, un buen porcentaje de ellos en un sistema de libertades, siguen enarbolando como bandera aquello de “La maté porque era mía”.

    Gozamos de todos los avances tecnológicos. Mandamos satélites al espacio, avanzamos a pasos agigantados en la investigación sobre células madre; todo el mundo está conectado mediante Internet y, sin embargo, algunos hombres siguen teniendo comportamientos sociales de la Edad de Cromañong.

    ¿Qué está fallando, qué es lo que falla?


    Aquí está mi mano amiga ¡Levántate y anda!
     
    #34
  5. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

    Se incorporó:
    29 de Diciembre de 2004
    Mensajes:
    17.294
    Me gusta recibidos:
    1.400
    Género:
    Mujer
    RELATO DE LA SEMANA,
    ELEGIDO EL SÁBADO 16 DE SEPTIEMBRE DE 2006



    TÍTULO DEL RELATO: 9 DE SEPTIEMBRE

    AUTOR: BYRONIANA

    ENLACE:
    http://www.mundopoesia.com/foros/tu...os-ensayos-y-y-mas/36378-9-de-septiembre.html



    9 DE SEPTIEMBRE

    9 de Septiembre, 1790
    1:18 madrugada
    Francia (París)


    Querido Amor:

    La soledad es un poema de rabia. Quiebran los cántaros de gritos al trajín del silencio. Es como si el mundo hubiese callado solamente para dejarme escribir. Y tu voz hace muecas en los huecos de mis dedos, me guías en la letra como vigía del arte que más venero. ¡Poesía, que eres tú en todo lo que hago, hasta poema te hago en mi cuerpo! Amor de mis entrañas, hoy te escribo a contraluz de mi tiempo con el violín de las cuerdas de un Muerto. Duele tanto el dolor…Que te siento surcando ahora el agua que arde en mis ojos. Ni me limpio, quiero llenarme el rostro del agua que quema tu cuerpo.
    Mi amado Alexandre, vienen tiempos de amargura, y tu ausencia ya es un cuchillo insoportable. No hay Poesía en el mundo si no sostengo tu mano. No hay fe, ni redención, si no apoyo tu mirada en la mía. No hay verde en mis ojos, siquiera, si los tuyos no bordean mis pupilas. Vienen tiempos sin tiempo, horas que ya no pueden llamarse horas, y mundos que no pueden habitarse de mundo. No hay vida, amor Santo, más que tu mano temblorosa sujetándome el rostro con la palma de los labios.
    Las calles son oráculos sangrientos. El desdén y el desprecio es la libertad de la represión, y el precio de la palabra es una dictadura con nombre de burguesía. No hay entendedor ni entendimiento. Paris es una lucha de hipocresía, de libertinos sin libertad. Y el amor que tanto cuesta en esta ciudad, es una barbarie enraizada de apariencias, de justificaciones y firmas propietarias de protocolo social. Disculpa mi arrogancia, me quitaron los cuadernos, las hojas, los mil versos que fueron tuyos, y en un fuego todos arrojados, me obligaron verlos morir. Soy mujer, llevo blasón de hereje en el alma. Estos años lo saben, este mundo es así. Me quitaron hasta el último bocado de alma que te corresponde a ti. Te esposaron, te quitaron mis alas, y te llevaron a las manos de Natalie. ¡Otra mujer, no por favor, no! He suplicado la muerte con suplicio en los bronquios de mi garganta, y no acude a salvarme por fin. Yo no puedo, soy católica, no puedo clavarme un solo dedo. No puedo irme así . Ayer me violaron tres veces, y ni la sangre que derramé fue suficiente para desfallecer entera. No hay sonido, ni luces por las calles. Las ropas me las quitaron al penetrarme, pero pude robar unas hojas y una pluma de algún bolsillo.
    Ya queda poco. Tengo tuberculosis. Estoy tragando sangre por no toser más. Tengo mucho frío y a nadie se le ha caído, siquiera, un pañuelo roto para taparme. Espero que Dios no tarde mucho en venir. No sufras demasiado, por favor. Estúpido pedir tal cosa, intenta, al menos, aprender a quererla. No se si para cuando recibas mi carta habrá bajado Dios a recogerme. Espero no pasen muchos días más aquí. Te Amo, llevo tu espíritu a los confines de los Cielos. Allí te tengo, y en ti me tienes. Por siempre, y siempre. Te dejo. Estoy vomitando ¡Más sangre!

    Catherine.
     
    #35
  6. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

    Se incorporó:
    29 de Diciembre de 2004
    Mensajes:
    17.294
    Me gusta recibidos:
    1.400
    Género:
    Mujer
    RELATO DE LA SEMANA, ELEGIDO EL SÁBADO 23 DE SEPTIEMBRE DE 2006



    RELATO: HOJAS SECAS

    AUTOR: SR. BRAUSEN

    ENLACE:
    http://www.mundopoesia.com/foros/tu-...jas-secas.html



    HOJAS SECAS

    Comenzar a escribir es siempre un acto complejo. Hay que decidir el ritmo, el tono, la forma y, medianamente, el contenido. A veces sale como un relámpago, como una iluminación. A veces puedo estar horas sin que nada salga, sin que nada libere un deseo. Es la escritura la que desea, la que esclaviza y frustra. Siempre hay una represión. Ahora hay una represión. Ahora hay un montón de palabras atragantadas, todas juntas y mezcladas, como el tiempo en que son. Ahora las palabras son sin existir, son yo acá, ahora, todo junto y todo mezclado. Son como el amor a una mujer de pelo negro que, a veces, huye y vuelve, como las hojas de los plátanos en otoño. Son como el amor. Como el amor a secas, ahora, en algún rincón remoto del tiempo. Ahora estoy en algún rincón remoto del tiempo. El tiempo se detiene cuando se empieza a escribir. Se detiene como cuando se muere o se sueña. De ello surge una adicción, como la adicción a la nicotina, al alcohol, a los postres o a los videos juegos. No voy a través del tiempo. Estoy parado en el tiempo, en algún rincón remoto del tiempo. Un rincón mugriento y remoto y con buena perspectiva, como un barrendero que se sienta junto al cordón de la vereda frente a una casa vieja, como un obrero que, desde la altura de un andamio, come un sándwich de mortadela y mira la gente pasar. Yo no veo la gente pasar sino que la veo a ella. No la veo claramente pero la intuyo. Siento sus palabras y sus silencios. Siento su ausencia. Su ausencia son todas las palabras, ahora, en este rincón remoto del tiempo. Si yo no me detuviera en este rincón remoto del tiempo, o él no se detuviera abruptamente en mí, no vería nada, vería todo junto, y todo junto no me importa. Todo junto soy yo, yo atrás, yo acá, y yo delante de mi yo, allá, dónde todavía no soy yo. Todo eso. Todo mezclado. Mezclado como las palabras que, ahora, presionan sobre el deseo, como las hojas que vuelan y vuelven bajo mi escoba frente a una casa vieja, como la ausencia de una mujer de pelo negro. Ella me dijo muchas cosas, aunque cree que no me dijo nada. Me dijo porque yo me paro a verla desde la altura de un andamio mientras como un sándwich de mortadela. Ella no sabe que yo me paro a verla así, tan pancho, desde un rincón remoto y mugriento y con buena perspectiva del tiempo. Distante del tiempo. Hasta se diría que me obliga. Hay días en que debo dejar de revocar una obra, de barrer una vereda, y tengo que sentarme a verla, que es lo mismo que verme a mí, pero no todo junto y mezclado, como las palabras que son pero todavía no existen. Veo sus actos, su apretujarme suavemente, como pidiéndome perdón. Veo sus labios trémulos, sus manos de lavar la ropa, sus ojos negros de horas y de olvido. Oigo todo eso que no me dice, todo eso que me quiere decir pero no me dice. ¿Por qué no me lo dice? Ella siempre quiere que a mí se me confunda todo. Que siempre sea yo todo junto y mezclado. Quiere que no me importe. Yo pienso que ella sólo trata de perpetuar el presente, porque el presente es una gran ensalada, un montón de cosas que al final, de tantas, no tienen gusto a nada. Como cuando mezclamos todos los colores y queda sólo el negro. El presente es negro, es mi yo olvidado de mi yo de atrás y de mi yo de adelante. Ni siquiera pasa. Es un rayo negro en la noche blanca. Un instinto. Un misterio. A veces ella piensa en mi yo de atrás (que no conoce) y me dice que a mí me gusta que me persigan, que me extrañen, que me hagan escandalitos. Ella supone todo eso porque también, a veces, se para a verme. No sé si tiene razón. A mí me halaga, me conmueve, que se pare a verme. A las palabras se las lleva el viento, dicen. Sólo el acto perdura. El acto o la imagen del acto. La imagen de ella parada y viéndome desde un rincón remoto del tiempo. Triste y lejana. Parada y viéndome como una niña que junta monedas en los semáforos, tiste y lejana, parada y viéndome. A veces me dice que no puede enamorarse, que es incapaz de hecho y de derecho. Para mí me lo dice porque, a veces, cuando se para a verme, no tan triste ni tan lejana, no me ve, y se ve a ella detrás de ella, a ella delante de ella, pero a mí no me ve, no me quiere ver. Cuando ella se para a mirarse a ella a mí no me gusta. Huye, siento que huye. A ella le gusta huir. Le gusta huir de sí misma, no de mí. Me di cuenta el otro día, cuando había un sol naranja entre unas nubes lilas que me obligó a dejar la escoba contra la pared de una casa vieja. Ahora estoy sentado en el cordón de la vereda y ella corre. La veo de espaldas corriendo por la calle. Hace un minuto había estado sentada junto a mí. Me había estado viendo sin verse a ella. O yo hice, no sé como, que me vea y se olvide. Me vea y, triste y lejana, me de un besito tierno en los labios. Cerró los ojos. Me abrazó fuerte. Sentí como una eternidad. Sentí que morir ya no importaba. Entonces ella sintió una palabra en su boca, palpitante en su lengua, empujando sus dientes. Una palabra que necesita de un rincón remoto y mugriento y con buena perspectiva del tiempo para existir. Yo sentí la palabra. La sentí como un vendaval en la humedad de la tarde, como la mirada de una niña, triste y lejana, juntando monedas en los semáforos. La sentí y esperé. No sé porqué esperé. Pero ella se tragó la palabra. Se la trago como un mendrugo de pan sin agua, como un grito de pánico en la niebla. Yo no dije nada. No sé porqué yo no dije nada. Apenas si la vi correr. Todavía corre. Está de espaldas y esquiva a la gente. Su pelo negro se arremolina con el viento. Me gusta su pelo negro a los saltos sobre su espalda. Su pelo negro enredado y húmedo sobre su espalda, a los saltos. De pronto ya no corre. Camina con premura. Habla por teléfono celular con alguien y yo casi siento celos. No sé de qué ni de quién, pero siento celos. Sentir celos es estúpido. Inevitablemente estúpido. Inevitable. El diario habla de una sustancia química que libera el cuerpo. Para mí son una parte de mí que duele. Una parte que yo le regalé a ella para que la guarde con las cadenitas de oro, los anillos de comunión y los recuerdos de infancia. Pienso que el diario dice muchas cosas, demasiadas para un solo día mientras barro una vereda, y ella que, con su arremolinado pelo negro, húmedo y a los saltos sobre su espalda, se va perdiendo entre la multitud, entre todas esas personas que no saben que ella huye y yo la miro, la dejo, no muevo un solo dedo. Entonces espero que vuelva. Me angustio un poco al principio. Me muero de ganas de correr y alcanzarla y besarla. Me abstengo. Capaz que por orgullo. Capaz. Enciendo un cigarrillo mientras viene la noche. La noche viene sin ella y yo busco un rincón remoto del tiempo para pensarla. Pensarla es separarla del presente, de su ausencia, de su premura y de mis celos. Es desmenuzarla de a poco, ordenar los colores para que no sea todo tan negro. Negro pero bello como cuando no importa, como cuando su pelo negro, enredado y húmedo, salta sobre su espalda. Entonces pienso que a mí también me gusta confundirla, obligarla a decir cosas que no me quiere decir, o que quiere pero no me va a decir. ¿Nunca me va a decir? Y hacer, entonces, que me vea, si es posible, delante de ella, allá, donde ni yo ni ella somos todavía. A veces puedo. Me dice cosas lindas, a veces, cuando puedo. Pero después ella mira para atrás, hacia algún lugar oscuro y yo me siento caer. Caer en espirales sin fin en la tiniebla. Como las hojas de los plátanos en otoño, que vuelan y vuelven. Y ella vuelve. Dice que está confundida. Dice que tiene ganas de llorar. Llorar es siempre un llenar un vacío. Llenarlo de lágrimas para quitárselo de encima. Estar estancado sin saber si derecha o izquierda. A ella siempre le costó distinguir la derecha de la izquierda. Me lo dijo y es cierto. Ahora, en esta esquina, a la derecha. Ya está, se pasó la esquina. No sé, no sé, quiero llorar, tengo que decidir sola, muy sola. No me lo dice pero lo siento, y siento la culpa. Entonces decido huir. Huir como ella. Aceptar mi yo de ahora, esa gran ensalada levitante, ese negro absoluto como su pelo enredado y negro y húmedo y saltando sobre su espalda. Aunque no dure, aunque solo sea por un rato, decido huir. Ser un barrendero que, de golpe, como un rayo negro en la noche blanca, se para y vuelve, ahora, ni detrás ni adelante, a tomar su escoba. El barrendero se resigna, se frustra y, de pronto, yo ya no la espero. Me pongo a juntar las hojas secas del cordón de la vereda. Es invierno pero todavía hay hojas secas, doradas, rojizas, verduscas, amarillas. Me alucinan los colores del otoño, aunque sea invierno. Las hojas se me escabullen, me hacen renegar. Las persigo, les hablo, las maldigo y las adoro. No me doy cuenta del tiempo. Transcurro dentro. Soy parte del tiempo. No me detengo. Estoy en-tre-te-ni-do. Soy yo todo junto y todo mezclado. Soy como arena para el viento, como un puñado de sal echado al mar. No me importa. No pienso. Ella se fue corriendo y ya no pienso. Hay un trasfondo de espera, pero pasa, cada día se va haciendo más turbio, más leve. Leve como las hojas que huyen de mi escoba pesada que las amontona detrás. Detrás de mi yo. Detrás del antes y del después. Detrás de la noche larga y negra como su pelo enredado a los saltos sobre su espalda, que vuelan y vuelven, como las hojas que acapara mi escoba pesada frente a una casa vieja. Las hojas se parecen a ella, son leves, absolutamente leves y bellas. Se vuelan con la brisa, danzan, ruedan, vuelven y huyen. Arden, no duran. Me canso. Seco el sudor de mi frente con la manga de mi camisa rotosa. Dejo caer la escoba y me siento a mirar el cielo frágil, frío, casi de cristal. La gente pasa. Pasa y no sabe del hombre frustrado, olvidado, todo junto y todo mezclado, sentado frente a una casa vieja, junto a cordón de la vereda. No presto atención. No me interesan sus días ni sus problemas. Soy libre. Por adicción, ya lo dije, detengo el tiempo y la miro. Vaya a saber dónde estará ahora. Igual puedo verla. Lee un libro que le presté. A ella le gusta el primer capitulo, no los otros. Los otros son muy de novela, me dice. Entonces me siento sólo. Quisiera olvidarla. ¿Por qué la espero? ¿La amo? ¿Qué cosa es amar? Ella me lo preguntó una vez, cuando me dijo que no sabía. Yo le dije que era esperar. Ella no entendió. Yo tampoco entiendo. Ahora ya no la espero tanto. ¿La amo? No sé. Me olvido y me pongo a barrer. De vez en cuando giró la cabeza, miró la multitud. ¿Entonces la espero? No sé. No sabemos nada y, sin embargo, vamos. Todavía vamos. ¿Adonde vamos? No sabemos nada y vamos. Es estúpido y hermoso. Ella me dice que es como en una película. Yo no quiero que sea siempre una película. Quiero que sea de verdad. En todo caso que sea una película como de verdad. Quiero esperar, imaginar un lindo final. Aunque sea un lindo final de los ratos. Pero los ratos siempre terminan bien. No hay ninguna expectativa. No duran. Son puro presente, pura basura comercial, como el tema del carilindo del momento, como un peinado exótico. Ya, ya... mejor así. Paciencia. Ella tampoco quiere eso. Si, si, pero ella huye. ¿Por qué no deja que la ame? Y entonces vuelve. Mírala, mírala, ahí viene, quizás se siente sola, sola como yo a veces, cuando la miro desde un mugriento rincón remoto del tiempo. Y ahora vuelve. Ahora que ya dejaba de pensar, de esperar, de amar, de ser un adicto a un rincón mugriento y remoto del tiempo. Ahora que el negro se hacía costumbre, y las palabras ecos de un silencio eterno. Sostengo la escoba entre las manos. Barro hojas secas, leves. Miro el cielo frágil y frío como el cristal. Me seco la frente. Olvido. Soy leve. Soy yo en mí todo junto y todo mezclado y nada más. Nada más. Siento su mano sobre mi espalda. Me doy vuelta. Quiero abrazarla. Quiero arrastrarla hacia mí como una hoja dorada, divina, que vuela y vuelve. Vuela y vuelve. Quiero que arda. Quiero arder con ella. Desfallecer con ella. Soy suyo. Me mira. ¿Por qué me mira así, qué hice? Me pregunta si me pasa algo, si me pasó algo, si estoy bien, si la extraño, si la pienso. Me dice que sabe, que no la voy a engañar con cualquier chanza. No la entiendo. Yo simplemente traté de no esperarla. No sé que decir. Le digo que no, que no me pasa nada. No me cree. Tiene razón. No quiero que huya. No quiero sentarme a esperarla sin saber nada. ¿Nuca sabré nada? Pero es así y tiene su encanto. Polvo al polvo y una luz que brilla, tenue, al final de las sombras. No me rindo. Quiere llorar. Piensa en ella detrás de ella, en mí delante de ella, allá, donde todavía no es, donde todavía no somos. Piensa en mí detrás de mí. Piensa en una hoguera de hojas secas, bruñidas, otoñales. Quiere llorar. Ya, ya... Vamos, vamos... La beso. Me besa. Nos apretamos, sudamos, nos aletargamos, dormimos.... Tengo esperanzas. Ya está. Ya pasó. La quiero mucho. Me hundo en ella, me abismo, sucumbo...
     
    #36
Estado del tema:
No está abierto para más respuestas.

Comparte esta página