Crónicas de la Guerra que nunca existió - " Buenos muchachos ".

Si alguna guerra, o lo que haya sido ésta, paso por tiempos de racionamiento tonto, fué la nuestra un caso testigo. Dícen todos los manuales que la logística es la ciencia que estudia la forma de proveernos a los soldados de todo aquello que necesitamos para cumplir con nuestro "trabajo".

Pues a nosotros nos querían bien parados. Nunca estuve muy seguro de dónde venían nuestros pertrechos,
pero sospeché que no era de un lugar con gente cuerda.

En pleno mes de mayo, en plena patagonia, y en zona de cordillera, nos llegaban uniformes y ropa de fajina, calificados para el mejor de los climas templados. Borseguíes de numeraciones muy bajas, cajas de munición vencida, del calibre equivocado y herramientas inservíbles como camillas desarmables para
uso en caballería, imposíbles de llevar a pie, en senderos estrechos de montaña.

Después de unos meses, las tiendas de provisiones se convirtiéron en depósitos de cosas inútiles. Al tiempo que empezó a faltar lo indispensable.

Cada uno solucionaba el problema de la forma que podía. Nos comprábamos los borseguíes en los viajes que hacíamos a la Capital y algunas de las pilchas del uniforme también. Yo conseguía munción de nueve milímetros y del FAL con amigos del Comando de Arsenales. Al llegar de cada viaje, la distribuía con los sátrapas de mi brigada, en partes iguales para que no se peleáran. Asi y todo, era insosteníble la situación. Lo que arriesgábamos cada día, era nuestra vida, y nos parecía injusto pasarla tan mal.

Pero Dios es argentino, y para comprobarlo, cierto día llegaron éllos, los hermanitos Gómez. Especialistas en la compra-venta. Terríbles aprendices de gitanos, caricatúras de un mundo que creíamos muy lejano.

Segúramente álguien les dio el dato de la situación y se apareciéron con un Mercedes Benz viejito, lleno de todas esas cosas que nosotros le pedíamos al Cielo cada noche en nuestras plegarias.


Medias de lana, camisetas balleneras de algodón, frazadas gruesas, plantillas de cuero, cordones, pilas para la radio y las linternas, encendedores, caramelos, y todo lo que puédan imaginar.


Se armó en poco tiempo una especie de "Plan Canje", los oficiales a cargo del campamento se sacáron de
encima todo lo descartado en el depósito y armaron una especie de kiosko donde se podían comprar los artículos de los Gómez a precios que prefiero no recordar.

Y eso que estábamos ahí para "servir a la Patria". Durante toda nuestra aventura en el sur, vi muchos casos parecidos. Parte del escaso éxito que pudímos tener en nuestras misiones se la debemos a estos
"buenos muchachos".

Y a esas monedas sueltas que cada uno se ingeniaba para tener.

 

Una buena prosa, cosas de la vida real que uno aprende y sabe por estos relatos.
Un placer haber pasado.
Se le saluda.

 

Grácias de corazón por leerme. No creo poder enseñar nada, pero si compartir estas líneas sirve a otros para algo, vale la pena seguir intentando.
Saludos para ti.