El arbol

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias por tu presencia entre mis relatos mi querida Ránula. Celebro que te haya gustado, amiga. Un abrazo.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias Nancysant, un beso.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias Gonzalo. Un abrazo, poeta.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias V.F.I. uN ABRAZO, MI ESTIMADO POETA Y AMIGO.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias por tu comentario mi estimada mariposa negra. Un abrazo, amiga.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias por tu comentario, Reverendo. Un abrazo, MAESTRO.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

gRACIAS vERONICA. uN ABRAZO, AMIGA.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Sí que es terrorício, mi querida Mujerbonita. Es cierto. Un beso.

al salir el alba · 15 de Octubre de 2011

ni al albol ni al cuervo ,son parte de la naturaleza y violencia genera más violencia demasiado fuerte tu historia,pero interesante la lectura saludos.

Myrina · 15 de Octubre de 2011

dulcinista dijo: ↑

El señor Granz compró una casa cercana a un frondoso bosque. Llevaba mucho tiempo soñando con vivir rodeado por la naturaleza. Pero las cosas no siempre son como soñamos. Un viejo cedro daba sombra a la casa. Al principio le agradó la majestuosidad del árbol. Muchos pájaros vivían en él. Le gustaba sentarse bajo su sombra a leer o a dormir la siesta en verano, pero poco a poco fue cogiéndole odio al árbol porque los pájaros dejaban caer sus excrementos sobre la entrada de la casa. Además, comenzó a obsesionarse con que la sombra del árbol dibujaba algo terrorífico. Decidió cortarlo. Al primer hachazo, se dio cuenta de que la tarea no le iba a resultar nada fácil, ya que el hacha rebotó como si el tronco fuese de hierro. A pesar de esto, no persistió de su empeño. Seguía obsesionado con que su sombra era terrorífica. Creyó notar algo maléfico cuando se cobijaba bajo la sombra del cedro. Desde hacía algún tiempo su salud no era buena. Llegó a la conclusión de que sus problemas empezaron cuando llegó a la casa. Era necesario tirar el árbol abajo. Así pensaba que se acabarían todos sus problemas. Un día, vio salir de su frondosa copa un pájaro extraño. Nunca había visto pájaros de ese tamaño. Era negro y con unas enormes alas rojas. Poco después vio con asombro que el tamaño del árbol había disminuido considerablemente. Arañó su madera y comprobó que era como la de cualquier árbol. El extraño pájaro revoloteaba constantemente alrededor de la casa. El árbol continuaba disminuyendo su tamaño. Cuando tuvo la altura de un plantón el señor Granz lo arrancó. Se sentía exultante por haberse deshecho del árbol. Ya no temería a su sombra. Pero ocurrió una especie de milagro: donde había estado el cedro había crecido un nuevo arbolito. Intentó arrancarlo y no pudo. Quiso partirlo y no fue capaz. Aumentaba su tamaño rápidamente. En una semana tuvo el grosor y la altura del anterior. Volvió a temer a la sombra que el árbol proyectaba. Un día, mientras intentaba derribarlo con el hacha, vio que el extraño pájaro se abalanzaba volando contra él. Se agachó para esquivarlo, pero una de las garras le hizo una herida en la cara. Pensó que era un pequeño rasguño sin importancia. Al día siguiente fue incapaz de levantarse. Tenía fiebre y se encontraba muy débil. Pasó toda la mañana acostado, adormecido. Al atardecer, oyó ruidos en la casa. Vio con terror que el extraño pájaro entraba en la habitación. Andaba como un hombre. Tenía manos y pies provistos de una enormes y afiladas garras. En la mano derecha llevaba el hacha con la que el señor Granz había intentado cortar los árboles. Quiso levantarse, pero no pudo. Vio los enormes ojos del pájaro fijos en él. Eran de un brillante color rojizo, sanguinolentos. El pájaro levantó el hacha y le seccionó las manos. El señor Granz se desmayó por el dolor. Por una ventana abierta entraba el viento que al silbar producía en la copa del árbol una extraña música. El sol se estaba ocultando. El señor Granz no pudo ver la puesta de sol porque estaba muerto. Era un difunto extraño, un guiñapo monstruoso, con una cara horrenda y con las manos cortadas. Alguna vez fue un hombre que soñaba con vivir en la naturaleza. Ahora tan solo era un pobre muerto monstruoso.

Eladio Parreño Elías
25-Septiembre-2011
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Ay amigo nunca jamás cortaré un árbol durante el resto de mi vida, aunque jamás lo he hecho ahora menos que nunca, espero no tener pesadillas.
Como siempre fascinantes son tus letras de terror.
Mis cariños y remuacsssssss:::sonreir1:::

Antonio · 15 de Octubre de 2011

Buen relato, estimado Eladio, en la línea de casi todas tus narraciones, muy bien construido y buen final.
Felicidades.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias mi estimado Guillermo. Un abrazo de amigo.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias Omnis por tu presencia. Un abrazo.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Amiga Rosa Amarilla, gracias por venir. Un beso.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias azulaurora, un abrazo.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias por su presencia aquí mi querida lomafresquita. Un beso, amiga.

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias mi estimada Vnika por tu comentario. Un abrazo y un beso.

alicia Pérez Hernández · 15 de Octubre de 2011

dulcinista dijo: ↑

El señor Granz compró una casa cercana a un frondoso bosque. Llevaba mucho tiempo soñando con vivir rodeado por la naturaleza. Pero las cosas no siempre son como soñamos. Un viejo cedro daba sombra a la casa. Al principio le agradó la majestuosidad del árbol. Muchos pájaros vivían en él. Le gustaba sentarse bajo su sombra a leer o a dormir la siesta en verano, pero poco a poco fue cogiéndole odio al árbol porque los pájaros dejaban caer sus excrementos sobre la entrada de la casa. Además, comenzó a obsesionarse con que la sombra del árbol dibujaba algo terrorífico. Decidió cortarlo. Al primer hachazo, se dio cuenta de que la tarea no le iba a resultar nada fácil, ya que el hacha rebotó como si el tronco fuese de hierro. A pesar de esto, no persistió de su empeño. Seguía obsesionado con que su sombra era terrorífica. Creyó notar algo maléfico cuando se cobijaba bajo la sombra del cedro. Desde hacía algún tiempo su salud no era buena. Llegó a la conclusión de que sus problemas empezaron cuando llegó a la casa. Era necesario tirar el árbol abajo. Así pensaba que se acabarían todos sus problemas. Un día, vio salir de su frondosa copa un pájaro extraño. Nunca había visto pájaros de ese tamaño. Era negro y con unas enormes alas rojas. Poco después vio con asombro que el tamaño del árbol había disminuido considerablemente. Arañó su madera y comprobó que era como la de cualquier árbol. El extraño pájaro revoloteaba constantemente alrededor de la casa. El árbol continuaba disminuyendo su tamaño. Cuando tuvo la altura de un plantón el señor Granz lo arrancó. Se sentía exultante por haberse deshecho del árbol. Ya no temería a su sombra. Pero ocurrió una especie de milagro: donde había estado el cedro había crecido un nuevo arbolito. Intentó arrancarlo y no pudo. Quiso partirlo y no fue capaz. Aumentaba su tamaño rápidamente. En una semana tuvo el grosor y la altura del anterior. Volvió a temer a la sombra que el árbol proyectaba. Un día, mientras intentaba derribarlo con el hacha, vio que el extraño pájaro se abalanzaba volando contra él. Se agachó para esquivarlo, pero una de las garras le hizo una herida en la cara. Pensó que era un pequeño rasguño sin importancia. Al día siguiente fue incapaz de levantarse. Tenía fiebre y se encontraba muy débil. Pasó toda la mañana acostado, adormecido. Al atardecer, oyó ruidos en la casa. Vio con terror que el extraño pájaro entraba en la habitación. Andaba como un hombre. Tenía manos y pies provistos de una enormes y afiladas garras. En la mano derecha llevaba el hacha con la que el señor Granz había intentado cortar los árboles. Quiso levantarse, pero no pudo. Vio los enormes ojos del pájaro fijos en él. Eran de un brillante color rojizo, sanguinolentos. El pájaro levantó el hacha y le seccionó las manos. El señor Granz se desmayó por el dolor. Por una ventana abierta entraba el viento que al silbar producía en la copa del árbol una extraña música. El sol se estaba ocultando. El señor Granz no pudo ver la puesta de sol porque estaba muerto. Era un difunto extraño, un guiñapo monstruoso, con una cara horrenda y con las manos cortadas. Alguna vez fue un hombre que soñaba con vivir en la naturaleza. Ahora tan solo era un pobre muerto monstruoso.

Eladio Parreño Elías
25-Septiembre-2011
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Eladio mi bello y querido amigo!!! ya extrana tus tetricas historias, ya extrana el panico que se siente en cada historia, pero eres adorable como amigo y ser humano, Este cuento esta como para no desear para nada un arbol junto a tu casa, ay que miedoooooooooooooooo (te dejo rep) un beso y todo mi carino

Liliou · 15 de Octubre de 2011

Uyyyyy me ha encantado leer, pero me dio miedo..... mi estimado Dulcinista mis árboles son hermosos entonces no tiene que ver con esta historia eh jajajaja, de verdad que eres un magnífico cuentista porque la historia está genial, muchas gracias por invitarme a leerla.
Te dejo un abrazo afectuoso

dulcinista · 15 de Octubre de 2011

Gracias por tu comentario, mi querida estrellaesmeralda. Un beso, amiga.

ROSA · 16 de Octubre de 2011

La verdad es que hacen muchos ruidos a la hora de nacer y dejan excrementos, pero, ¿ qué ariamos sin sus cantes? nos alegran el día y serian tristes sin oir esos trinos.Buena narrativa compañero.ABRAZOS

tuestrellita · 16 de Octubre de 2011

Como siempre un magnifico relato. Me encanta leerte. Espero que pronto nos des a todos el final de la historia. Recibe un gran abrazo amigo mio

Mamen · 16 de Octubre de 2011

dulcinista dijo: ↑

El señor Granz compró una casa cercana a un frondoso bosque. Llevaba mucho tiempo soñando con vivir rodeado por la naturaleza. Pero las cosas no siempre son como soñamos. Un viejo cedro daba sombra a la casa. Al principio le agradó la majestuosidad del árbol. Muchos pájaros vivían en él. Le gustaba sentarse bajo su sombra a leer o a dormir la siesta en verano, pero poco a poco fue cogiéndole odio al árbol porque los pájaros dejaban caer sus excrementos sobre la entrada de la casa. Además, comenzó a obsesionarse con que la sombra del árbol dibujaba algo terrorífico. Decidió cortarlo. Al primer hachazo, se dio cuenta de que la tarea no le iba a resultar nada fácil, ya que el hacha rebotó como si el tronco fuese de hierro. A pesar de esto, no persistió de su empeño. Seguía obsesionado con que su sombra era terrorífica. Creyó notar algo maléfico cuando se cobijaba bajo la sombra del cedro. Desde hacía algún tiempo su salud no era buena. Llegó a la conclusión de que sus problemas empezaron cuando llegó a la casa. Era necesario tirar el árbol abajo. Así pensaba que se acabarían todos sus problemas. Un día, vio salir de su frondosa copa un pájaro extraño. Nunca había visto pájaros de ese tamaño. Era negro y con unas enormes alas rojas. Poco después vio con asombro que el tamaño del árbol había disminuido considerablemente. Arañó su madera y comprobó que era como la de cualquier árbol. El extraño pájaro revoloteaba constantemente alrededor de la casa. El árbol continuaba disminuyendo su tamaño. Cuando tuvo la altura de un plantón el señor Granz lo arrancó. Se sentía exultante por haberse deshecho del árbol. Ya no temería a su sombra. Pero ocurrió una especie de milagro: donde había estado el cedro había crecido un nuevo arbolito. Intentó arrancarlo y no pudo. Quiso partirlo y no fue capaz. Aumentaba su tamaño rápidamente. En una semana tuvo el grosor y la altura del anterior. Volvió a temer a la sombra que el árbol proyectaba. Un día, mientras intentaba derribarlo con el hacha, vio que el extraño pájaro se abalanzaba volando contra él. Se agachó para esquivarlo, pero una de las garras le hizo una herida en la cara. Pensó que era un pequeño rasguño sin importancia. Al día siguiente fue incapaz de levantarse. Tenía fiebre y se encontraba muy débil. Pasó toda la mañana acostado, adormecido. Al atardecer, oyó ruidos en la casa. Vio con terror que el extraño pájaro entraba en la habitación. Andaba como un hombre. Tenía manos y pies provistos de una enormes y afiladas garras. En la mano derecha llevaba el hacha con la que el señor Granz había intentado cortar los árboles. Quiso levantarse, pero no pudo. Vio los enormes ojos del pájaro fijos en él. Eran de un brillante color rojizo, sanguinolentos. El pájaro levantó el hacha y le seccionó las manos. El señor Granz se desmayó por el dolor. Por una ventana abierta entraba el viento que al silbar producía en la copa del árbol una extraña música. El sol se estaba ocultando. El señor Granz no pudo ver la puesta de sol porque estaba muerto. Era un difunto extraño, un guiñapo monstruoso, con una cara horrenda y con las manos cortadas. Alguna vez fue un hombre que soñaba con vivir en la naturaleza. Ahora tan solo era un pobre muerto monstruoso.

Eladio Parreño Elías
25-Septiembre-2011
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Vaya final tuvo el protagonista, pobre hombre...
si lo hizo era porque tenia miedo de aquel árbol, no?
Siempre es entrañable leerte, muy bien expuesta la prosa.
Un placer haber pasado, un beso

Bet · 16 de Octubre de 2011

Ayyyyyyyyy... Señor............ que miedooooo...

Me encantan tus relatos Dulci...extraordinario!!!

Un abrazo lleno de cariño............ Bet

PITEIRA · 16 de Octubre de 2011

Un excelente relato para el que dejo todas las estrellas y un gran aplauso.
Sigues con tu estilo, me gusta.
Un fuerte abrazo, Eladio.
Xosé.

ludmila · 16 de Octubre de 2011

Un intrigante y gótico relato, mis estrellas...

dulcinista · 16 de Octubre de 2011

gRACIAS POR TU COMENTARIO MI ESTIMADO tERRIN. tE DEJO UN ABRAZO DE AMIGO.

dulcinista · 16 de Octubre de 2011

Gracias por venir, Fabiana. Un beso, amiga poetisa.

dulcinista · 16 de Octubre de 2011

Gracias por tu comentario mi estimada Almahern. Celebro que te haya gustado. Un beso, amiga.

dulcinista · 16 de Octubre de 2011

Mi querida Rosalinda, me alegra verte por mis relatos. Gracias, amiga poetisa. Un abrazo.

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