El perchero

Una argamasa de hojas secas recuadra la llegada del otoño, unos árboles tristes dejan sus ramas caer por el lánguido murmullo del viento y sus cien mil rostros de infinitos silencios.
Otro otoño más azota con fuerza las ventanas de la gran casa deshabitada, y el perchero asomado sobre el tragaluz sólo se dedica a contemplar la triste melodía de las noches sin sueños, del polvo que desvela a la memoria con telarañas, de las hojarascas ya sin vida por tantos inviernos que llegaron para jamás partir.
Él sabe muy bien que el tiempo se vuelve eterno cuando la sombra de la exclusión lo margina y lo habita, y más aún cuando esa marginalización es tan grande como el empolvado y abandonado orfanato en el cual fue destinado a quedarse hasta terminar sus días.

Pero no siempre fue así, un par de años atrás en la casa reverdecían los abriles, las alcobas eran rociadas por las canciones tiernas de las nanas que cubrían con simpatía las rosadas mejillas de todos los niños de una alegre algarabía.
Antes valía la pena vivir, los afectos y las inocencias pintaban de tintes rosáceos los muros del gran orfanato que hoy sólo queda con un perspectiva pálida y monocromática.

“Está oscureciendo”, piensa el acongojado perchero: sabe que a esta hora la madre Teresa llevaba la comida hasta el comedor en donde él, actualmente, quedó enclaustrado en su exilio. Después de unos pocos minutos de oración, dedicados a dar las gracias por el pan servido, los niños cenaban y él con una pequeña sonrisa disimulada disfrutaba al verlos comer. Pero, desde hace un par de largos años, ya nadie come en la casa, ya nadie la habita salvo las noches baldías y los recuerdos flotando como un álbum de fotografías en blanco y negro.

Los momentos más regocijantes para él eran, casi siempre, las tardes cuando los niños jugaban a las escondidas y el pequeño Tim se cubría con una manta dentro de su armazón de madera. Siempre lo encontraban, pero eso mucho en verdad no importaba, lo que a él le reconfortaba eran los meritorios y jocosos candores de todos los infantes, pequeños angelitos que le hacían compañía en sus dilatadas tardes de un mueble sin utilidad ni oficio.

Él siempre los consideraba su familia, su única familia que nunca tuvo, aunque ellos no lo sabían. Desde que se fueron siempre se preguntó: “¿dónde estarán?, ¿si están bien, dónde estarán?, ¿podrán alegrar otra casa, otras habitaciones y enseres con sus amenas compañías como tanto pudieron alegrar su vida?”
De este modo las horas para la meditación son tan amplias que la remembranza y sus incógnitas surgen como un hábito rutinario que siempre lo lleva a intentar descifrar la misma concluyente pregunta: “¿por qué nunca vinieron a buscarlo para llevárselo con ellos? ¿Será realmente que siempre fue un mueble viejo y sin utilidad, y por eso se olvidaron de él por completo?” Siempre una pregunta contesta la otra, y el pobre perchero termina su reflexión sin poder sujetar nada con sus desgastados muñones, ni siquiera el alma que se le cae al suelo.

El perchero desde esos años se siente vacío; ya nadie viene a apoyar un sobretodo o algún ropaje sobre él. Ni siquiera María, la muchacha de la limpieza, ya viene a pasar una franela o un plumero sobre la lasitud de su anémica osamenta.

Así el perchero pasa sus largos e intrascendentes momentos conmemorando los alejados tiempos de una era colmada por el cálido bullicio de la compañía de los niños que en un parpadeo se volvió una marquesina de otoños difuntos. Él sólo sabe que de la noche a la mañana vino una carta a traer la trágica noticia, lo vio reflejado en el rostro de las hermanas, y desde ese día supo que se irían. Él creyó que se lo llevarían con ellos, pero ya tarde se dio cuenta cuando un día despertó abandonado en ese viejo orfanato relegado de la misma conciencia por los apresurados instantáneos de un abandono que fue su fría sentencia.

Muchas veces piensa largas horas en la muerte, y se pregunta una y mil veces por qué ella no viene a llevarse su miserable y solitaria existencia, pero a pesar de la sombra decadente que alberga la morada entera, el perchero sigue como un fiel centinela asomado sobre el tragaluz, siempre mirando hacia afuera del orfanato, siempre con un ínfimo fulgor de esperanza de que alguien se acuerde de él y venga a rescatarlo de la indiferencia que desde ese día lo encierra en los muros de la soledad perpetua.

 

Hermoso y melancólico relato. Hay tantas casas como esa que han quedado en el olvido. Grato leerte. Saludos cordiales.

 

Hola, Danie. Te dejo algunas anotaciones sobre tu prosa. Entre corchetes el párrafo comentado, entre paréntesis el comentario. En líneas generales me pareció bastante bien escrito, con buen ritmo, aunque tienes que perfeccionarte en el uso del estilo directo para referir a palabras o pensamientos de los personajes.
abrazo
Jorge

 

Gracias, amigo.

Ahora cuando tenga tiempo lo chequeo bien y analizo tus observaciones.

Te lo vuelvo a agradecer, gracias por tu tiempo y tu presencia, y más sabiendo lo pesado que puede ser analizar y corregir prosas.

Un abrazo.

 

Hola Danie, me parecen acertadas las correcciones que realizó Jorge, le agregaría algunas más, pero te reto a que leas nuevamente, con mucho detenimiento tu texto, en lo posible en voz alta, para que notes las incomodidades que generan algunos párrafos demasiado largos y puedas así determinar dónde y cuáles signos de puntuación utilizar según el ritmo que le quieras imprimir. Luego observo que el narrador redunda en varios conceptos en forma desordenada (soledad, vacío, los niños se fueron) pero sobre todo refresca todo el tiempo que el protagonista principal es "el perchero"personalmente buscaría reducir esas redundancias en un texto tan breve.
He notado en casi todos tus textos que solés omitir la preposición "de" antes de "que" cuando corresponde. Por temor a caer en el dequeísmo a veces caemos en el otro extremo. Es necesario preguntarse si el verbo lo requiere, por ejemplo: uno se da cuenta de algo, entonces no se omite: "Me dí cuenta que" sino que corresponde: Me dí cuenta de que.... En cambio uno quiere algo, entoces dice: quiero que.
Muchos ojos ven más que dos, pero creo que la mejor manera de corregirse es leyendo, comparando, buscando en la propia memoria los ajustes necesarios y probar. Como en toda construcción los procesos de lectura y escritura llevan tiempo y trabajo. Todo esto me lo repito a diario, jaj, no vayas a creer que no me cuesta pelear con la ansiedad amigo, ni que me creo una gran escritora ni mucho menos, y dudo todo el tiempo....Espero haber colaborado en algo con tu buen propósito de mejorar, que por cierto es la base fundamental para lograr el máximo de calidad que merecen tus trabajos.. Abrabesos

 

Tienes toda la razón, amiga, y te agradezco enormemente tus observaciones y sugerencias.

Por eso mismo hay que ejercer el amor hacia la prosa, porque siempre hay mucho para perfeccionarse sobre ella, y aunque parezca un olivo viejo que jamás da aceitunas, sabemos que las aceitunas están ahí, sólo hay que saber recogerlas.

Un abrazo y mil gracias.

 

Veo que has visto bastante atinadas mis notas, aunque ya constatar si has aplicado todas sería demasiado, jajaja. No sé si se me escapó o la has agregado ahora, pero hay una coma donde dice «el perchero, sigue» en las últimas líneas que, claro, opino que no corresponde (parece un replay de nuestra discusión anterior, jajaja, que sigue, que te sigue).
abrazo
j.

 

Así es, fueron certeras observaciones, amigo. Y no veo nada de malo en que hayan sido todas…

Ya lo dije mil veces, eres un maestro en la gramática y la ortografía, y a eso si le agregamos la experiencia y el talento se forma un gran conjunto para la valoración correctiva.

Yo soy una mula en todo esos campos, pero aprendí mucho de métrica “que te comento que no sabía siquiera separar en sílabas” aprendí a redactar, a escribir poemas surrealistas, filosóficos, dramáticos, etc… incluso realistas que realmente no me agradan. Termine mi novela sin publicar, hice tres poemarios bastante extensos y lo mejor de todo es que deje de escribir pedorradas como antes lo hacía. Todo desde que entre a este maravilloso portal de MP con gente que sabe mucho como tú en amplios campos de la literatura mundial.

Tengo mucho que aprender, y quiero seguir aprendiendo, y estoy realmente ansioso de verme de acá a cinco años…

Y sé que aunque tenga noventa años “ que no creo que llegue por las etiquetas de cigarrillos que fumo, jajaja” y sepa todo sobre la literatura y como diagramarla, todavía me faltara aprender más, pero siempre le pido a Dios nunca perder las armas de conocimiento y sobre todo lo que me permite llegar a ellas la humildad.


Con respecto a esa coma, jajajaja…

Capas que la agregue yo sin darme cuenta viendo detalles que se me fueron pasando, pero aunque pude corregir gracias a ustedes dos mucho, todavía faltan algunas cosas que retocar y todavía no lo pude hacer, por falta de tiempo.


Gracias, amigos Musador Y Ropittella , ven que este foro de corrección interactiva los necesitan como pan y agua…

Ténganlo en cuenta.

UN ABRAZO GRANDE MAESTROS

 

Que bello Danie, solo un perchero pudo inspirar un relato muy emotivo( felicitaciones ).

 

Hola danie, amigo estimado,
encantado de conocer lo que eres capaz de crear
con una maestría ya común en ti. Saludos, compañero.

 

Buenas sensaciones, entre líneas de tu relato, y la descripción que hace recordar.


Saludos con afecto danie.
Un placer llegar.