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El seminarista de los ojos negros de Miguel Ramos Carrión (Poema declamado)

Tema en 'Biblioteca de Poetas consagrados en verso libre' comenzado por I.M.S.T., 28 de Mayo de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 995

  1. I.M.S.T.

    I.M.S.T. Avanza siempre desde el respeto

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    1 de Marzo de 2013
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    Desde la ventana de un casucho viejo
    abierta en verano, cerrada en invierno
    por vidrios verdosos y plomos espesos,
    una salmantina de rubio cabello
    y ojos que parecen pedazos de cielo,
    mientas la costura mezcla con el rezo,
    ve todas las tardes pasar en silencio
    los seminaristas que van de paseo.
    Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
    marchan en dos filas pausados y austeros,
    sin más nota alegre sobre el traje negro
    que la beca roja que ciñe su cuello,
    y que por la espalda casi roza el suelo.
    Un seminarista, entre todos ellos,
    marcha siempre erguido, con aire resuelto.
    La negra sotana dibuja su cuerpo
    gallardo y airoso, flexible y esbelto.
    Él, solo a hurtadillas y con el recelo
    de que sus miradas observen los clérigos,
    desde que en la calle vislumbra a lo lejos
    a la salmantina de rubio cabello
    la mira muy fijo, con mirar intenso.
    Y siempre que pasa le deja el recuerdo
    de aquella mirada de sus ojos negros.
    Monótono y tardo va pasando el tiempo
    y muere el estío y el otoño luego,
    y vienen las tardes plomizas de invierno.
    Desde la ventana del casucho viejo
    siempre sola y triste; rezando y cosiendo
    una salmantina de rubio cabello
    ve todas las tardes pasar en silencio
    los seminaristas que van de paseo.
    Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
    su seminarista de los ojos negros;
    cada vez que pasa gallardo y esbelto,
    observa la niña que pide aquel cuerpo
    marciales arreos.
    Cuando en ella fija sus ojos abiertos
    con vivas y audaces miradas de fuego,
    parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
    ¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
    ¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
    A la niña entonces se le oprime el pecho,
    la labor suspende y olvida los rezos,
    y ya vive sólo en su pensamiento
    el seminarista de los ojos negros.
    En una lluviosa mañana de inverno
    la niña que alegre saltaba del lecho,
    oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
    por la angosta calle pasaba un entierro.
    Un seminarista sin duda era el muerto;
    pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
    con la beca roja por cima cubierto,
    y sobre la beca, el bonete negro.
    Con sus voces roncas cantaban los clérigos
    los seminaristas iban en silencio
    siempre en dos filas hacia el cementerio
    como por las tardes al ir de paseo.
    La niña angustiada miraba el cortejo
    los conoce a todos a fuerza de verlos...
    tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
    el seminarista de los ojos negros.
    Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
    y allá en la ventana del casucho viejo,
    una pobre anciana de blancos cabellos,
    con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
    mientras la costura mezcla con el rezo,
    ve todas las tardes pasar en silencio
    los seminaristas que van de paseo.
    La labor suspende, los mira, y al verlos
    sus ojos azules ya tristes y muertos
    vierten silenciosas lágrimas de hielo.
    Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
    del seminarista de los ojos negros...
     
    #1

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