Herencia

Recuerdo las tardes de domingo
enfrente del cementerio
cuando se juntaba un pequeño grupo de ancianas.
Uno podía platicar un rato con ellas
y siempre terminaban diciendo:
“no señales hacía allá, donde están las cruces.
No señales que el dedo se te pudre, las uñas
se colman de mugre y quedas pálido
con el correspondiente hedor de los muertos”.
​

Un escalofrío me recorría todo el cuerpo
como si hubiese entrado en un estado febril
o como si uno ya hubiese aceptado el hecho
de haber nacido torcido igual al palo borracho
que crece en el pantano, en las orillas.

Es que no hay ninguna maldita omnibenevolencia y sí:
hace rato llevamos el hedor de la pestilencia encima.
Al final es lo que siempre nos viste.
Ya nuestra conciencia de larva es lo que se asemeja
al filo de un cuchillo cortando la última soga
de los ahorcados en la penumbra de la noche.

No sabemos absolutamente nada.
Nacimos, deliramos y morimos sin siquiera saber.
Y recurrimos a la esperanza
cuando creemos que llevamos un hermoso
traje de etiqueta
sin ver que es solo una haraposa mortaja y nada más.

En esos momentos, la brisa del sudoeste
no fue más que la caricia huesuda de la muerte
y la culpa no fue más que una sonrisa careada
del último orgasmo que este viejo senil puede recordar.

Hubiera sido necesario hacer una fogata
y calentarme un poco las manos “que no dejaban de temblar
mientras encendían cigarrillos” esperando, ahí,
de frente a la tumba de mi padre.

—¿¡Esperar!? —Lo cierto es que uno siempre nace y muere esperando,
pero en nuestra ingenuidad no sabemos ni lo que esperamos—.

Por fin, cuando exhumaron el cadáver “restos de pelos, huesos roídos,
rastros de lo que fue una vez la anatomía de un cuerpo”
mitad en descomposición y mitad no,
lo óptimo habría sido decir algunas palabras…
pero el silencio es nuestro podrido hábito que nos viste
y el discurso más convincente salió
no de mi garganta
sino de adentro de la fosa,
de esa incubadora de gusanos y
su mar de fluidos gástricos.

Que irónica puede ser la muerte
mostrándonos en cada momento,
reprochándonos
lo inferiores que somos desde que nacemos.
Ella, la diosa eterna
que sin la necesidad de ser cruel,
con tanta naturalidad
nos retracta a la perfección
y también tanto nos aterroriza.

No miento para nada al decir
que me reconocí al instante.
El mismo rostro,
como si un fiel espejo me reflejaba
desde cuatro metros bajo la tierra.

…

Ya pasó un tiempo de aquel encuentro.

Hoy camino por los pasillos de aquel viejo cementerio
a sabiendas que pronto descansaré
en algunas de esas fosas vacías
para que una multitud de personas
vengan a despedirse.
Ahora que lo pienso;
en los funerales siempre hay más muertos que el difunto
y a pesar
que los enrollamos en lienzos, los metemos en urnas
y hasta los enterramos
aún no sabemos cómo esconderlos.

 

Así es, Danie, nacemos sin tener ni puta idea de nada, y nos morimos igual; y en el medio a menudo nos creemos los más sabios del mundo. A lo mejor en algún lúcido momento asumimos la apabullante fragilidad de nuestras (y de las demás) certezas y creencias, pero para evitar darnos definitivamente al alcohol o pedir el ingreso en un psiquiátrico optamos por irnos a dormir y despertarnos con la mente más despejada y liberada de monstruos tocapelotas. La insoportable levedad del ser, como decía Kundera.
Buen y hermoso poema, aun en su pesimismo existencial. Un abrazo.

 

​

 

te dio hilo para desahogo este poemucho, y bien lo haces. y acá destapaste todos los silencios que te albergan. Este texto también es viejo, retocado, pero de aquella época en que estuviste rondando por acá. No sé si lo llegaste a pispiar. Esto denota lo mentiroso que puede llegar a ser el escritor y hasta crea una fábula a veces de su contexto para darle una mecánica más literaria. Porque sabes bien que no comulgo con la idea de enterrar a mis muertos, en ese aspecto soy más un vikingo hereje pues yo los cremo. Igual extrañar uno siempre extraña a los que ya no están y por más que se invente una fábula es un modo de comunicarse. Y con respecto a la hipocresía, tienes más que razón... terrible comercio se hace de ella también.
abrazos y besos mi Ros

 

de los monstruos toca pelotas no te salvas ni de muerto, creería, porque así aunque este bien muerto te invocan seguido y hasta te tergiversa en ideas y conceptos. Pero creo que nosotros en ese sentido estamos salvados porque hay que morirse con un cierto prestigio y fama para ello. El pesimismo existencial y más en los ateos es algo innato del ser Luis y no hay que arrepentirse de ello. Yo siempre creí que es mejor que las dulces mieles del cielo y su legión de ángeles y flores. Es que el mundo para nada es eso.
Un abrazo y gracias por tu paso.

 

gracias por compartir Gus. Me parece muy bueno y hasta irónico, eso sí para un genero surrealista, pero sin desperdicio.
Un abrazo.

 

Pues eso, nacimos pa morir; vivir es otro asunto...
Abrazo, Daniel.

 

Buen poema danie. Plantea la eterna lucha de la autoestima, siempre algo que recuerda que nada somos, para qué padecer el autodesprecio, es solo la realidad.
Por cierto en el verso:

creo que el "más" está de sobra.
Muy buen poema. Un gusto leerte de nuevo.

 

joder!!! vivir es más difícil que morir. Toda la vida morir es fácil, muchas veces pienso eso... y el resto que se joda. Ah, pero ya te van a tildar de egoísta Gracias por pasar Romi... igual dejemos ala parca apartada por ahora, es que hay mucho por hacer todavía.

Abrazos

 

siempre atenta Luciana hasta ver el mínimo detalle y te lo agradezco. Es como dices, compañera.

gracias por la lectura atenta y por decirme ese detalle .
abrazos