Liras ligadas logran labrar los lúcidos locos

No puedo con la espera:
deseo verte pronto y abrazarte
como la vez primera,
pues quiero mi amor darte
y todo mi cariño entregarte.​

 

El que siempre comparte
es el más generoso y compasivo;
el que cede su parte,
aun sin tener motivo;
el que convierte un lunes en festivo.​

 

“Sin duda eres de Marte”,
me dijo, “prepotente y belicoso.
Solo puedo desearte
pues eres peligroso
con mujeres del talle voluptuoso.”​

 

Era un atardecer
de esos que el corazón jamás olvida.
Se me acercó a comer
una alondra perdida;
quedará en mi memoria su partida.​

 

Pensé que moriría
y sin embargo aquí sigo luchando,
combatí la agonía
y aún me pregunto cuándo
este inmenso dolor se irá pasando.
​

 

Cavilo en el retrete
mientras me asedia el Feis y mi correo.
Esto no trae billete
ni asegura el empleo,
y me huele tremendamente feo.​

 

De esta forma lo veo,
y que cada uno piense lo que quiera:
la vida es un paseo
que, habiendo tanta acera,
más parece una gris sala de espera.​

 

A quién su amor me diera​

tan sólo tengo mi agradecimiento;
por breve que este fuera
o leve como el viento
transmutó en mi interior el sentimiento.​

 

Me dedicó un momento
de un sol de pertinaz melancolía.
El invierno es acento
de algo oscuro en el día
donde la soledad es compañía.​

 

Ella es como una estrella
que titila indicándome el camino
que han de hollar mis huellas;
se que es nuestro destino
juntos estar adónde lo divino.​

 

Me gusta hacer el vago
y estirarme tranquila en mi tumbona,
las luces las apago,
el estrés me abandona,
y la mente tranquila reflexiona​

 

Brujerías y mitos
circulan entre la pazguata gente.
No son más que chorlitos
con dos dedos de frente,
esclavos de un patético inconsciente.​

 

Pensé que me moría
cuando muerto en combate se me fuera,
entre la artillería,
el ánima guerrera
a donde Mefistófeles la espera.​

 

Se cerró la salida
en esta relación inacabable.
Nunca habrá despedida
en la calma confiable
del camposanto, casa desamable.​

 

En mágicos montones
danzan las hojas ritmos otoñales.
Del viento, las canciones
tientan a cardenales
sobre una seca rama en los frutales.​

 

Entre tú y yo moran
ancestros que se niegan a creernos.
Los celosos adoran
los reproches eternos
de estas sangres aliadas en vencernos.​

 

Se marchan los inviernos
y sale el Sol por prístinas colinas;
en ciclos casi eternos
se mecen las encinas
y flores del almendro blanquecinas.​

 

Muy poco, casi nada,
de un mundo desquiciado y cruel espero.
Es desinteresada,
de quitarse el sombrero,
la flor que deja aquí el sepulturero.​