m.q.m (versión 2)

El rostro pareció convertirse
en el nunca dulce, y nunca final.
Las últimas gotas, sin resistirse
contra el suelo: el bien y el mal.


Aquella secreción de amaranto
consigue hacer al vaso estallar.
Llegó el momento oscuro, el espanto,
los recuerdos comienzan a bailar.


El espanto. La profunda pena.
Quise mirar al infinito, serena,


dejando desprender en el seísmo,
vertiendo en la mezcla, la única petición,
en una caricatura de si mismo,
la última hierba: la realidad y la ficción.


Y aunque no hubieran indicios de charla,
con sueños y vigilias, recuerdos en anonimato...
No, el silencio no pudo acallarla.
Antes y después de perder el zapato,


un dolor, abrazado a la aversión,
de lo conocido, de esa visión...

 

Es gran cosa ver nuestra propia muerte, conocerla, así sea como alegoría de una entelequia a priori que con nosotros nace ya sin tiempo, ya sin labio, deshaciéndose como cáliz en la lengua de un colibrí... Me puse azteca amigo. Aunque más apache que mexica. Saludos.

 

Me acabas de inspirar. ¡Gracias!