Manos ojos de nervios

Ha entrado otra gaviota en tu terraza, sin aterrizar, mientras tú te rizas como puedes el vello púbico.

El bello público de tu Facebook es tan invisible como tu último jarro de agua fría.

Por supuesto que el amianto es tóxico.

Eres tan cretino…

Ni siquiera tienen crédito tus proyectos con Cofidis -tu más longeva relación epistolar, epistemológicamente imprescindible para cargarte el muerto de cualquiera-.

Nunca fuiste banquero, ni astronauta, pero debes vida a años luz, pipiolo.

Espasmos en tus rodillas, datos en tu teléfono móvil, entrantes y sonantes.

No son como los de antes, ¿eh?

Eres tan amable…

Tan complaciente…

Tan objetivo…

Que si te espiasen te sacarías la espina.

Corazón espinado.

Te apuesto veinte euros a que el sol sale mañana, y se pone hasta el culo -¡pero si es todo igual!-

Mientras tanto, se te cae del bolsillo izquierdo de la cazadora el bonobús.

Buscas con temblores en todo tu cuerpo en cada departamento de tus tristes atavíos, y te dices, con los labios sellados «estamos apañados…».

Resulta que todo tiene un final feliz para ti, mi querido Walter.

Ni se te ocurre preguntar en objetos perdidos.

¿Y si alguien te lo ha chorizado?

Llegas a casa con nuevas nuevas y no, no tienen nada que ver con que hayas curado al mundo de su negligencia.

¡Felicidades! ¡Mañana podrás volver a ser el mismo!

Eso sí, cuidado con decirle a cualquiera que has apartado, uno por uno, a todos de tu lado.

La gente tiende a tomarse las cosas por el lado bueno, el lado humanitario, y tú seguirías creyendo que todo es posible, incluso que la zorra de Verónica te agradezca tus malos humos.

Para compensar, fumas y fumas, incluso aguantando esa tos crónica, que, por cierto, rima con Verónica.