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Miguel Hernández

Tema en 'Biblioteca de Poética Clásica (Poetas famosos)' comenzado por lobo111, 6 de Mayo de 2013. Respuestas: 2 | Visitas: 1962

  1. lobo111

    lobo111 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    7 de Febrero de 2012
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    Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, 28 de marzo de 1942) fue un poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo XX. Aunque tradicionalmente se le ha encuadrado en la generación del 36, Miguel Hernández mantuvo una mayor proximidad con la generación anterior hasta el punto de ser considerado por Dámaso Alonso como «genial epígono de la generación del 27».

    Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!
    Pablo Neruda
    http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Hernández
    LAS ABARCAS DESIERTAS

    Por el cinco de enero,
    cada enero ponía
    mi calzado cabrero
    a la ventana fría.

    Y encontraban los días,
    que derriban las puertas,
    mis abarcas vacías,
    mis abarcas desiertas.

    Nunca tuve zapatos,
    ni trajes, ni palabras:
    siempre tuve regatos,
    siempre penas y cabras.

    Me vistió la pobreza,
    me lamió el cuerpo el río,
    y del pie a la cabeza
    pasto fui del rocío.

    Por el cinco de enero,
    para el seis, yo quería
    que fuera el mundo entero
    una juguetería.

    Y al andar la alborada
    removiendo las huertas,
    mis abarcas sin nada,
    mis abarcas desiertas.

    Ningún rey coronado
    tuvo pie, tuvo gana
    para ver el calzado
    de mi pobre ventana.

    Toda la gente de trono,
    toda gente de botas
    se rió con encono
    de mis abarcas rotas.

    Rabié de llanto, hasta
    cubrir de sal mi piel,
    por un mundo de pasta
    y un mundo de miel.

    Por el cinco de enero,
    de la majada mía
    mi calzado cabrero
    a la escarcha salía.

    Y hacia el seis, mis miradas
    hallaban en sus puertas
    mis abarcas heladas,
    mis abarcas desiertas.

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    VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN


    Vientos del pueblo me llevan,
    vientos del pueblo me arrastran,
    me esparcen el corazón
    y me aventan la garganta.

    Los bueyes doblan la frente,
    impotentemente mansa,
    delante de los castigos:
    los leones la levantan
    y al mismo tiempo castigan
    con su clamorosa zarpa.

    No soy de un pueblo de bueyes,
    que soy de un pueblo que embargan
    yacimientos de leones,
    desfiladeros de águilas
    y cordilleras de toros
    con el orgullo en el asta.
    Nunca medraron los bueyes
    en los páramos de España.
    ¿Quién habló de echar un yugo
    sobre el cuello de esta raza?
    ¿Quién ha puesto al huracán
    jamás ni yugos ni trabas,
    ni quién al rayo detuvo
    prisionero en una jaula?

    Asturianos de braveza,
    vascos de piedra blindada,
    valencianos de alegría
    y castellanos de alma,
    labrados como la tierra
    y airosos como las alas;
    andaluces de relámpagos,
    nacidos entre guitarras
    y forjados en los yunques
    torrenciales de las lágrimas;
    extremeños de centeno,
    gallegos de lluvia y calma,
    catalanes de firmeza,
    aragoneses de casta,
    murcianos de dinamita
    frutalmente propagada,
    leoneses, navarros, dueños
    del hambre, el sudor y el hacha,
    reyes de la minería,
    señores de la labranza,
    hombres que entre las raíces,
    como raíces gallardas,
    vais de la vida a la muerte,
    vais de la nada a la nada:
    yugos os quieren poner
    gentes de la hierba mala,
    yugos que habéis de dejar
    rotos sobre sus espaldas.
    Crepúsculo de los bueyes
    está despuntando el alba.

    Los bueyes mueren vestidos
    de humildad y olor de cuadra:
    las águilas, los leones
    y los toros de arrogancia,
    y detrás de ellos, el cielo
    ni se enturbia ni se acaba.
    La agonía de los bueyes
    tiene pequeña la cara,
    la del animal varón
    toda la creación agranda.

    Si me muero, que me muera
    con la cabeza muy alta.
    Muerto y veinte veces muerto,
    la boca contra la grama,
    tendré apretados los dientes
    y decidida la barba.

    Cantando espero a la muerte,
    que hay ruiseñores que cantan
    encima de los fusiles
    y en medio de las batallas.

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    EL NIÑO YUNTERO

    Carne de yugo, ha nacido
    más humillado que bello,
    con el cuello perseguido
    por el yugo para el cuello.

    Nace, como la herramienta,
    a los golpes destinado,
    de una tierra descontenta
    y un insatisfecho arado.

    Entre estiércol puro y vivo
    de vacas, trae a la vida
    un alma color de olivo
    vieja ya y encallecida.

    Empieza a vivir, y empieza
    a morir de punta a punta
    levantando la corteza
    de su madre con la yunta.

    Empieza a sentir, y siente
    la vida como una guerra,
    y a dar fatigosamente
    en los huesos de la tierra.

    Contar sus años no sabe,
    y ya sabe que el sudor
    es una corona grave
    de sal para el labrador.

    Trabaja, y mientras trabaja
    masculinamente serio,
    se unge de lluvia y se alhaja
    de carne de cementerio.

    A fuerza de golpes, fuerte,
    y a fuerza de sol, bruñido,
    con una ambición de muerte
    despedaza un pan reñido.

    Cada nuevo día es
    más raíz, menos criatura,
    que escucha bajo sus pies
    la voz de la sepultura.

    Y como raíz se hunde
    en la tierra lentamente
    para que la tierra inunde
    de paz y panes su frente.

    Me duele este niño hambriento
    como una grandiosa espina,
    y su vivir ceniciento
    revuelve mi alma de encina.

    Lo veo arar los rastrojos,
    y devorar un mendrugo,
    y declarar con los ojos
    que por qué es carne de yugo.

    Me da su arado en el pecho,
    y su vida en la garganta,
    y sufro viendo el barbecho
    tan grande bajo su planta.

    ¿Quién salvará este chiquillo
    menor que un grano de avena?
    ¿De dónde saldrá el martillo
    verdugo de esta cadena?

    Que salga del corazón
    de los hombre jornaleros,
    que antes de ser hombres son
    y han sido niños yunteros.

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    EL ÚLTIMO RINCÓN

    El último y el primero:
    rincón para el sol más grande,
    sepultura de esta vida
    donde tus ojos no caben.

    Allí quisiera tenderme
    para desenamorarme.

    Por el olivo lo quiero,
    lo persigo por la calle,
    se sume por los rincones
    donde se sumen los árboles.

    Se ahonda y hace más honda
    la intensidad de mi sangre.

    Los olivos moribundos
    florecen en todo el aire
    y los muchachos se quedan
    cercanos y agonizantes.

    Carne de mi movimiento,
    huesos de ritmos mortales:
    me muero por respirar
    sobre vuestros ademanes.

    Corazón que entre dos piedras
    ansiosas de machacarte,
    de tanto querer te ahogas
    como un mar entre dos mares.
    De tanto querer me ahogo,
    y no me es posible ahogarme.

    Beso que viene rodando
    desde el principio del mundo
    a mi boca por tus labios.
    Beso que va a un porvenir,
    boca como un doble astro
    que entre los astros palpita
    por tantos besos parados,
    por tantas bocas cerradas
    sin un beso solitario.

    ¿Qué hice para que pusieran
    a mi vida tanta cárcel?

    Tu pelo donde lo negro
    ha sufrido las edades
    de la negrura más firme,
    y la más emocionante:
    tu secular pelo negro
    recorro hasta remontarme
    a la negrura primera
    de tus ojos y tus padres,
    al rincón de pelo denso
    donde relampagueaste.

    Como un rincón solitario
    allí el hombre brota y arde.

    Ay, el rincón de tu vientre;
    el callejón de tu carne:
    el callejón sin salida
    donde agonicé una tarde.

    La pólvora y el amor
    marchan sobre las ciudades
    deslumbrando, removiendo
    la población de la sangre.

    El naranjo sabe a vida
    y el olivo a tiempo sabe.
    Y entre el clamor de los dos
    mis pasiones se debaten.

    El último y el primero:
    rincón donde algún cadáver
    siente el arrullo del mundo
    de los amorosos cauces.

    Siesta que ha entenebrecido
    el sol de las humedades.

    Allí quisiera tenderme
    para desenamorarme.

    Después del amor, la tierra.
    Después de la tierra, nadie.

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    A MI HIJO

    Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
    abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
    su color coronado de junios, ya es rocío
    alejándose a ciertas regiones matutinas.

    Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
    como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
    con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
    como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

    Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
    al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
    precipitado octubre contra nuestras ventanas,
    diste paso al otoño y anocheció los mares.

    Te ha devorado el sol, rival único y hondo
    y la remota sombra que te lanzó encendido;
    te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
    tragándote; y es como si no hubieras nacido.

    Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
    sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
    Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
    atardeció tu carne con el alba en un lado.

    El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
    carne naciente al alba y al júbilo precisa;
    niño que sólo supo reir, tan largamente,
    que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.

    Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
    ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
    golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
    naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.

    Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
    de llegar al más leve signo de la fiereza.
    Vida como una hoja de labios incipientes,
    hoja que se desliza cuando a sonar empieza.

    Los consejos del mar de nada te han valido...
    Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
    de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
    de echar sobre unos ojos un puñado de nada.

    Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
    los latentes colores de la vida, los huertos,
    el centro de las flores a tus pies destinado,
    de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

    Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
    (¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
    Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
    la noche continúa cayendo desolada.

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    TODO ERA AZUL

    Todo era azul delante de aquellos ojos y era
    verde hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.
    Porque el color hallaba su encarnación primera
    dentro de aquellos ojos de frágiles reflejos.

    Ojos nacientes: luces en una doble esfera.
    Todo radiaba en torno como un solar de espejos.
    Vivificar las cosas para la primavera
    poder fue de unos ojos que nunca han sido viejos.

    Se los devoran. ¿Sabes? No soy feliz. No hay goce
    como sentir aquella mirada inundadora.
    Cuando se me alejaba, me despedí del día.

    La claridad brotaba de su directo roce,
    pero los devoraron. Y están brotando ahora
    penumbras como el pardo rubor de la agonía.

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    YO NO QUIERO MÁS LUZ QUE TU CUERPO ANTE EL MÍO

    Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
    claridad absoluta, transparencia redonda.
    Limpidez cuya extraña, como el fondo del río,
    con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda..

    ¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
    corazón de alborada, carnación matutina?
    Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
    Tu sangre es la mañana que jamás se termina.

    No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
    Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
    La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
    Tu insondable mirada nunca gira al poniente.

    Claridad sin posible declinar. Suma esencia
    del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
    Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
    acercando los astros más lejanos de lumbre.

    Claro cuerpo moreno de calor fecundante.
    Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
    Trago negro los ojos, la mirada distante.
    Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.

    Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
    donde brotan anillos de una hierba sombría.
    En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
    para siempre es de noche: para siempre es de día.

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    ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ

    (En Orihuela, su pueblo y el mío, se
    me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
    a quien tanto quería)

    Yo quiero ser llorando el hortelano
    de la tierra que ocupas y estercolas,
    compañero del alma, tan temprano.

    Alimentando lluvias, caracolas
    y órganos mi dolor sin instrumento,
    a las desalentadas amapolas

    daré tu corazón por alimento.
    Tanto dolor se agrupa en mi costado
    que por doler me duele hasta el aliento.

    Un manotazo duro, un golpe helado,
    un hachazo invisible y homicida,
    un empujón brutal te ha derribado.

    No hay extensión más grande que mi herida,
    lloro mi desventura y sus conjuntos
    y siento más tu muerte que mi vida.

    Ando sobre rastrojos de difuntos,
    y sin calor de nadie y sin consuelo
    voy de mi corazón a mis asuntos.

    Temprano levantó la muerte el vuelo,
    temprano madrugó la madrugada,
    temprano estás rodando por el suelo.

    No perdono a la muerte enamorada,
    no perdono a la vida desatenta,
    no perdono a la tierra ni a la nada.

    En mis manos levanto una tormenta
    de piedras, rayos y hachas estridentes
    sedienta de catástrofes y hambrienta.

    Quiero escarbar la tierra con los dientes,
    quiero apartar la tierra parte a parte
    a dentelladas secas y calientes.

    Quiero minar la tierra hasta encontrarte
    y besarte la noble calavera
    y desamordazarte y regresarte.

    Volverás a mi huerto y a mi higuera:
    por los altos andamios de las flores
    pajareará tu alma colmenera

    de angelicales ceras y labores.
    Volverás al arrullo de las rejas
    de los enamorados labradores.

    Alegrarás la sombra de mis cejas,
    y tu sangre se irá a cada lado
    disputando tu novia y las abejas.

    Tu corazón, ya terciopelo ajado,
    llama a un campo de almendras espumosas
    mi avariciosa voz de enamorado.

    A las ladas almas de las rosas
    del almendro de nata te requiero,
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero.

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    MUERTE NUPCIAL

    El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
    este lienzo de ahora sobre madera aún verde,
    flota como la tierra, se sume en la besana
    donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.

    Pasar por unos ojos como por un desierto:
    como por dos ciudades que ni un amor contienen.
    Mirada que va y vuelve sin haber descubierto
    el corazón a nadie, que todos la enarenen.

    Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.
    Se descubrieron mudos entre las dos miradas.
    Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,
    y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.

    Cuanto más se miraban más se hallaban: más hondos
    se veían, más lejos, y más en uno fundidos.
    El corazón se puso, y el mundo, más redondos.
    Atravesaba el lecho la patria de los nidos.

    Entonces, el anhelo creciente, la distancia
    que va de hueso a hueso recorrida y unida,
    al aspirar del todo la imperiosa fragancia,
    proyectamos los cuerpos más allá de la vida.

    Espiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!
    ¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,
    desplegados los ojos hacia arriba un momento,
    y al momento hacia abajo con los ojos plegados!

    Peron no moriremos. Fue tan cálidamente
    consumada la vida como el sol, su mirada.
    No es posible perdernos. Somos plena simiente.
    Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.

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    VUELO

    Sólo quien ama vuela. Pero, ¿quién ama tanto
    que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
    Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
    quisiera remontarse directamente vivo.

    Amar ... Pero, ¿quién ama? Volar ... Pero, ¿quién vuela?
    Conquistaré el azul ávido de plumaje,
    pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
    de no encontrar las alas que da cierto coraje.

    Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
    quiso ascender, tener la libertad por nido.
    Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
    Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

    Iba tan alto a veces, que le resplandecía
    sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
    Ser que te confundiste con una alondra un día,
    te desplomaste otro como el granizo grave.

    Ya sabes que las vidas de los demás son losas
    con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
    Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
    A través de las rejas, libre la sangre afluya.

    Triste instrumento alegre de vestir; apremiante
    tubo de apetecer y respirar el fuego.
    Espada devorada por el uso constante.
    Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

    No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
    por estas galerías donde el aire es mi nudo.
    Por más que te debatas en ascender, naufragas.
    No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

    Los brazos no aletean. Son acaso una cola
    que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
    La sangre se entristece de debatirse sola.
    Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

    Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
    un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
    como un élitro ronco de no poder ser ala.
    El hombre yace. EL cielo se eleva. El aire mueve.

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    SENTADO SOBRE LOS MUERTOS

    Sentado sobre los muertos
    que se han callado en dos meses,
    beso zapatos vacíos
    y empuño rabiosamente
    la mano del corazón
    y el alma que lo mantiene.

    Que mi voz suba a los montes
    y baje a la tierra y truene,
    eso pide mi garganta
    desde ahora y desde siempre.

    Acércate a mi clamor,
    pueblo de mi misma leche,
    árbol que con tus raíces
    encarcelado me tienes,
    que aquí estoy yo para amarte
    y estoy para defenderte
    con la sangre y con la boca
    como dos fusiles fieles.

    Si yo salí de la tierra,
    si yo he nacido de un vientre
    desdichado y con pobreza,
    no fue sino para hacerme
    ruiseñor de las desdichas,
    eco de la mala suerte,
    y cantar y repetir
    a quien escucharme debe
    cuanto a penas, cuanto a pobres,
    cuanto a tierra se refiere.

    Ayer amaneció el pueblo
    desnudo y sin qué ponerse,
    hambriento y sin qué comer,
    el día de hoy amanece
    justamente aborrascado
    y sangriento justamente.
    En su mano los fusiles
    leones quieren volverse
    para acabar con las fieras
    que lo han sido tantas veces.

    Aunque le falten las armas,
    pueblo de cien mil poderes,
    no desfallezcan tus huesos,
    castiga a quien te malhiere
    mientras que te queden puños,
    uñas, saliva, y te queden
    corazón, entrañas, tripas,
    cosas de varón y dientes.
    Bravo como el viento bravo,
    leve como el aire leve,
    asesina al que asesina,
    aborrece al que aborrece
    la paz de tu corazón
    y el vientre de tus mujeres.
    No te hieran por la espalda,
    vive cara a cara y muere
    con el pecho ante las balas,
    ancho como las paredes.

    Canto con la voz de luto,
    pueblo de mí, por tus héroes:
    tus ansias como las mías,
    tus desventuras que tienen
    del mismo metal el llanto,
    las penas del mismo temple,
    y de la misma madera
    tu pensamiento y mi frente,
    tu corazón y mi sangre,
    tu dolor y mis laureles.
    Antemuro de la nada
    esta vida me parece.

    Aquí estoy para vivir
    mientras el alma me suene,
    y aquí estoy para morir,
    cuando la hora me llegue,
    en los veneros del pueblo
    desde ahora y desde siempre.
    Varios tragos es la vida
    y un solo trago es la muerte.


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    NANAS DE LA CEBOLLA

    La cebolla es escarcha
    cerrada y pobre.
    Escarcha de tus días
    y de mis noches.
    Hambre y cebolla,
    hielo negro y escarcha
    grande y redonda.

    En la cuna del hambre
    mi niño estaba.
    Con sangre de cebolla
    se amamantaba.
    Pero tu sangre,
    escarchada de azúcar
    cebolla y hambre.

    Una mujer morena
    resuelta en lunas
    se derrama hilo a hilo
    sobre la cuna.
    Ríete niño
    que te traigo la luna
    cuando es preciso.

    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.

    Es tu risa la espada
    más victoriosa,
    vencedor de las flores
    y las alondras.
    Rival del sol.
    Porvenir de mis huesos
    y de mi amor.

    Desperté de ser niño:
    nunca despiertes.
    Triste llevo la boca:
    ríete siempre.
    Siempre en la cuna
    defendiendo la risa
    pluma por pluma.

    Al octavo mes ríes
    con cinco azahares.
    Con cinco diminutas
    ferocidades.
    Con cinco dientes
    como cinco jazmines
    adolescentes.

    Frontera de los besos
    serán mañana,
    cuando en la dentadura
    sientas un arma.
    Sientas un fuego
    correr dientes abajo
    buscando el centro.

    Vuela niño en la doble
    luna del pecho:
    él, triste de cebolla,
    tú satisfecho.
    No te derrumbes.
    No sepas lo que pasa
    ni lo que ocurre.


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    CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

    He poblado tu vientre de amor y sementera,
    he prolongado el eco de sangre a que respondo
    y espero sobre el surco como el arado espera:
    he llegado hasta el fondo.

    Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
    esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
    tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
    de cierva concebida.

    Ya me parece que eres un cristal delicado,
    temo que te me rompas al más leve tropiezo,
    y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
    fuera como el cerezo.

    Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
    te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
    Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
    ansiado por el plomo.

    Sobre los ataúdes feroces en acecho,
    sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
    te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
    hasta en el polvo, esposa.

    Cuando junto a los campos de combate te piensa
    mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
    te acercas hacia mí como una boca inmensa
    de hambrienta dentadura.

    Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
    aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
    y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
    y defiendo tu hijo.

    Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
    envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
    y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
    sin colmillos ni garras.

    Es preciso matar para seguir viviendo.
    Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
    y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
    cosida por tu mano.

    Tus piernas implacables al parto van derechas,
    y tu implacable boca de labios indomables,
    y ante mi soledad de explosiones y brechas
    recorres un camino de besos implacables.

    Para el hijo será la paz que estoy forjando.
    Y al fin en un océano de irremediables huesos
    tu corazón y el mío naufragarán, quedando
    una mujer y un hombre gastados por los besos.

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    TERUEL

    Líster, la vida, la cantera, el frío:
    tú, la vida, tus fuerzas como llamas,
    Teruel como un cadáver sobre un río.

    La efusión de las piedras y las ramas,
    la vida derramando un vino rudo
    cerca de aquel cadáver con escamas.

    Aquel cadáver defendió su escudo,
    su muladar, su herrumbre, su leyenda:
    pero la vida prevalece y pudo.

    Por mucho que un cadáver se defienda,
    la muerte está sitiada, acorralada,
    cercada por la vida más tremenda.

    Ni con la condición de la nevada
    el círculo de hogueras se deshace,
    se rompe el cerco de la llamarada.

    No hay quien lo enfríe, quien lo despedace.
    Retrocede la helada en las orejas
    de este fuego vital que sopla y hace.

    Contra la muerte, contra sus ovejas,
    quemando de bravura el armamento,
    disparas las pasiones y las cejas.

    Líster, la vida, piedra del portento,
    necesita una forma victoriosa,
    y habrás de trabajarla con tu aliento.

    Cantero de la piedra en cada cosa,
    exiges la materia de tu hispano
    granito, que es la piedra más hermosa.

    En el granito se probó tu mano,
    como en la harina, el yeso y la madera
    se prueba tanto puño de artesano.

    Eso es hacer la mano duradera,
    y eso es vivir a prueba de peñones,
    y eso es ahondar la sangre y la cantera.

    Sobre el cadáver de Teruel te impones,
    y el alma en los disparos se te escapa
    frente a la nieve y a sus municiones.

    Impulsos con el aire de tu capa
    das a tu potro, puesto en cada instante
    a recobrar las pérdidas del mapa.

    Yo me encontré con este comandante,
    bajo la luz de los dinamiteros,
    en el camino de Teruel, delante.

    Han cogido a la muerte los canteros
    la primera ciudad, y en esta historia
    se han derramado varios compañeros.

    En su sangre se envuelva la victoria.

    http://www.los-poetas.com/a/miguel1.htm
     
    #1
  2. Francisco Lechuga Mejia

    Francisco Lechuga Mejia Poeta que no puede vivir sin el portal

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    maravilloso poeta... harto suspirable
     
    #2
  3. virtus

    virtus Poeta que no puede vivir sin el portal

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    El poeta del pueblo, y el poeta de la verdad cruda, embellecida a través de su verbo desgarrador, emotivo, y de luz, y el poeta de la más intensa y profunda de las sensibilidades.

    España entera está en deuda con él. Debería haber una estatua suya en cada plaza de cada pueblo de cada provincia de España.

    Lees Vientos del pueblo y se pone el vello de punta, y es un orgullo tenerlo como paisano, paisano de la tierra toda de nuestra geografía española, haciendo suya las culturas, costumbres, talantes, de todos, vascos, aragoneses, andaluces, castellanos, etc etc etc. Cuando ahora veo esos aires separatistas de unos hacia otros, me da vergüenza, y mejor que nuestro poeta no se entere en el otro mundo, se pondría muy triste.

    Y con la elegía a Ramón Sijé, te recorre un escalofrío, y la emoción se agolpa en la garganta, y se humedecen las pupilas, de tanta belleza y tanto sentimiento.

    Gracias por traer a la Biblioteca a este gigante de la poesía española.

    Un fuerte abrazo.
     
    #3
    A Bruno HeAlcaraz le gusta esto.

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