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Persistencias

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por musador, 22 de Junio de 2017. Respuestas: 11 | Visitas: 1138

  1. musador

    musador esperando...

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    «Tengo el oficio de dios», le gustaba decir. «Para los venideros arqueólogos», decía también cuando tiraba los restos de algún cacharro roto al pie de un gran sauce. «Para el guiso de lentejas», me dijo cuando me regaló una vasija y dos cuencos de arcilla roja. Allí estaban, sobre una estantería en mi cocina de la isla. Estaban, digo, porque al llegar un día encontré los añicos en el piso; solo uno de los cuencos se salvó. Junté los restos con paciencia y, recordando a mi hermano, pensé en tirarlos al pie del ingá vera, para los arqueólogos.

    La torpeza con que el bicho había tirado las cosas de la estantería me hizo pensar que se trataba de una comadreja: las ratas son más delicadas en esas cosas.

    «¡Cómo persiste la muerte!», pensé más tarde mirando la cerámica rota.

    Al llegar, el viernes siguiente, el espectáculo fue peor. No solo estaban nuevamente las cosas de la estantería desparramadas por el piso de la cocina, sino que el bicho había hurgado en el aparador rompiendo un paquete de harina y varios de salsa de tomate: un enchastre. No vi heces, lo que me confirmó en mi sospecha de que no se trataba de ratas.

    «¿Qué hacer?», me pregunté. Ni pensar en cerrar las entradas al altillo, hay huecos por todos lados por los que un bicho así puede entrar. ¿Veneno?: quizás, aunque el de las ratas no serviría. Podría evitar dejar comida accesible en la cocina, pero esa sensación de vulnerabilidad me molestaba agudamente: era una violación de la intimidad de mi casa.

    A la noche, después de ver una película, me fui a dormir. A la una del sábado me despertó un ruido en la cocina. Somnoliento aún y sin saber de qué se trataba tomé una hachuela, prendí la luz del living y pegué un grito. Enseguida oí a la criatura correr por el cielorraso, sobre mi cabeza, huyendo. Pensé que, con el susto, no volvería, dejé la luz de la cocina prendida y volví a mi cama. Nervioso aún, no podía conciliar el sueño y cualquier ruidito me sobresaltaba. Al rato oí sus pasos, ya inconfundibles, en el cielorraso sobre mi cabeza.

    Con afán de tranquilizarme, me levanté, cebé un mate, y me senté en el living a ver un informativo, dejando la luz de la cocina prendida y la puerta cerrada: no quería arriesgarme a que el bicho entrara al resto de la casa. A eso de las cuatro de la madrugada oí nuevamente ruido en la cocina; abrí la puerta y, esta vez, la vi: era una comadreja overa. Estaba en una estantería, trató de agarrarse de una sartén colgante, patinó y cayó tras la heladera. Esta está arrinconda entre la mesada y la pared, con lo que le quedaba poco espacio para escapar. Miré tras la heladera, pero la comadreja se había metido adentro, en el compartimiento del motor. Volví a mirar el informativo, dejando la puerta de la cocina abierta para ver de reojo la heladera: al rato la comadreja incursionó con cautela por el costado de la heladera, y se volvió a esconder con el motor en cuanto hice ruido. Decidí entonces sentarme, con un atizador como arma, de guardia frente a la heladera para evitar que escapara, esperando que llegara Inés para, entre los dos, poder atraparla: estando solo, si hacía el esfuerzo de correr la heladera no podría al mismo tiempo evitar que se fugara la comadreja.

    Yo estaba más cómodo que la comadreja. Cuando necesitaba buscar algo o ir al baño, le daba unos golpes a la heladera con el atizador, para asustarla y que no osara aprovechar el momento en que dejaba mi guardia. Sospecho, sin embargo, que ella aprovechó ese rato para dormir, cosa que yo necesitaba desesperadamente. Incluso sentí el hedor característico que largan estos bichos cuando se abandonan a su estado de torpor. Me entretuve leyendo los comentarios de Menéndez Pelayo sobre Gonzalo de Berceo: una lectura más bien soporífera, por cierto. Inés es muy madrugadora, así que a las seis me pareció prudente enviarle un mensaje pidiéndole que me llamara: no me llamó. Llegadas las siete, la llamé y le expuse mis circunstancias, prometió venir lo antes posible. A las ocho y media renové el mate, pensando que Inés estaría por llegar...: llegó un mensaje donde me decía que estaba recién saliendo. Me sentí tentado de irme a dormir y dejar que la comadreja se fuera, pero la perspectiva de que volviera me disuadió: se había enviciado con mi cocina y el único remedio era matarla.

    A eso de las diez llegó Inés. Pude entonces dejar mi guardia e ir al pañol a buscar armas más adecuadas que el atizador: dos bicheros y un rastrillo. No sabíamos lo que haría la comadreja cuando moviéramos la heladera, si se quedaría adentro o intentaría la huída. Inés se puso al acecho con el rastrillo mientras yo giraba la heladera. La comadreja se quedó escondida, pude verla iluminando con mi linterna. Usando un bichero como lanza, le apunté y le di un golpe: pegó un chillido; le di un segundo golpe, y entonces salió de la heladera y antes de que Inés le diera con el rastrillo se fue a un rincón: la veíamos, pero no se movía. Usando los dos bicheros ahora, uno para retenerla contra la pared y el otro para golpearla, creí finalmente haberla matado. La dejamos un momento ahí, comentando el incidente, pero de pronto se levantó y cambió de rincón tras la heladera. Volví a golpearla, tratando esta vez de destrozarle la cabeza con el bichero usado como lanza; nuevamente la dejé por muerta, nuevamente se levantó y dio unos pasos vacilantes; esta vez usé el bichero como maza, golpeándola hasta aplastarle la cabeza. Murió. Como último acto, se aferró con su cola al cable de la heladera.

    «¡Cómo persiste la vida!», pensé. La enterramos bajo el ingá vera, y puse a manera de lápida los restos de los cacharros de mi hermano. «Un enigma para los arqueólogos ─pensé─, creerán que la comadreja era entre nosotros un animal sagrado».
     
    #1
    Última modificación: 23 de Junio de 2017
  2. Malena Marquez

    Malena Marquez Poeta veterana en el Portal

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    Qué excelente relato...me encantó.
    Un abrazo.
     
    #2
  3. libelula

    libelula Moderadora del foro Nuestro espacio. Miembro del Equipo Moderadores

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    De siempre me pareciste un excelente contador de historias e incluso en tus comentarios que siempre enriquecías con alguna anécdota; en este caso me ha parecido impresionante. El comienzo del relato, se hace intimo, se nota la emoción, cuando hablas de los recuerdos artesanos de tu hermano, rotos, y cuentas que él definía su oficio como «Tengo el oficio de dios», cuando dejas caer esa frase que para mí el el corazón del relato «¡Cómo persiste la muerte!» que se cierra con la frase final ...Es ahí en esos primeros párrafos donde ya piensas en un lugar para esos vestigios (bajo el ingá vera) de una ausencia que tiene una enorme presencia en tu vida y cualquier pérdida de un recuerdo es como un persistir de la muerte.
    El pulso mantenido entre la comadreja, protegiendo su existencia y tú guardando tu espacio, tu privacidad de esa intrusa empeñada en sabotear tu espacio, tu paz, es también significativo...La escena de la caza y muerte, me pareció brutal, pero eludirla, o pintarla de color, le hubiera restado dramatismo al relato, en donde ese instinto de supervivencia del la comadreja se vuelve obstinado y hace que sea mas brutal tu agresión final.
    Los dos renglones finales son un magnifico cierre, donde tu frase inicial «¡Cómo persiste la muerte!», cambia tras esta experiencia de obstinación por la vida que te dejó la comadreja y piensas... «¡Cómo persiste la vida!»
    «¡Cómo persiste la vida!», pensé. La enterré bajo el ingá vera, y puse a manera de lápida los restos de los cacharros de mi hermano. «Un enigma para los arqueólogos ─pensé─, creerán que la comadreja era entre nosotros un animal sagrado».

    Me pareció un relato excelente,Jorge que invita a la reflexión.
    Un abrazo
    Isabel
     
    #3
    Última modificación: 23 de Junio de 2017
  4. musador

    musador esperando...

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    Gracias, Malena, me alegro de que te gustara el relato.
    abrazo
    J.
     
    #4
  5. musador

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    Gracias, querida Isabel, me alegra que el relato te haya gustado. Es interesante ver a la literatura administrando los valores simbólicos. Por ejemplo la arcilla, que al ser torneada está en íntima relación, amorosa diría, con el artesano, no es un recuerdo cualquiera...
    Quizás el ingá merezca, en este sentido, un relato independiente. Mi hermano era un profundo gozador, y uno de sus mayores goces era la navegación a vela; pues resulta que este ingá tiene historia de navegante: lo sacamos de pequeño de la costa uruguaya, cerca de Colonia (hay muchos allí, en nuestra costa son raros de ver), y lo trajimos navegando a vela. Está bastante grande ya, pero aún no alberga a la Panambí Morotí...

    abrazo
    J.
     
    #5
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  6. dragon_ecu

    dragon_ecu Esporádico permanente

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    Excelente relato... aunque para hacer algo de contrapeso, me vuelco del lado de la comadreja.
    Astuto animalillo que puso sin querer un astuto jaque, y luego mantenerse alejada del mate (me refiero al ajedrez no a la bebida) por un buen tiempo.
    Así quien resulta héroe con su acción es el marsupial, como fuente de reconocimiento en una profunda verdad, y luego en un homenaje desdibujado pero presente.
    En verdad este personaje se mereció un ceremonial y tumba acorde a su desventura.

    Un gran relato.
    Saludos Musador.
     
    #6
  7. musador

    musador esperando...

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    Gracias, Dragon. En ese largo rato en que mantuve mi vigilia para evitar que la comadreja huyera, varias veces mis sentimientos se inclinaron hacia la solidaridad, y a punto estuve de abandonar mi puesto. No tengo objeciones firmes a la convivencia con una comadreja, si esta respetara mi intimidad: pero no lo hizo, y me obligó así a la solución drástica. Un derecho que, a veces, cuesta arrogarse.

    abrazo
    j.
     
    #7
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  8. Elhi Delsue

    Elhi Delsue Invitado

    Tú eres una persona muy inteligente, Jorge, así que si la solución más viable que encontraste fue aplastarle la cabeza a esa animalejo, pues muy bien merecida que se tiene la tanda de palos que le diste.

    Acá entre nos... a mí me parecen feísimas las zarigüeyas. Si no fuesen tan feas y groseras, hubiese pensado en colocar una red detrás de la nevera y atontarle con un insecticida o algo parecido; pero eso es mucho trabajo. Sigo creyendo que lo mejor y más humano fue entrarle a palos, jejeje Además dejaste un mensaje muy claro a la comunidad zarigüeyuna: «No se acerquen a esa casa, que hay un viejo loco con un rastrillo, dispuesto a reventarle la cabeza a la que se acerque. Corran la voz de que tiene también a una feroz ayudante llamada Inés», jejeje

    Las zarigüeyas, cuando están quietecitas, y con la boca cerrada, tienen un no sé qué que inspira cierta ternura ─sobre todo la zarigüeya murina─, pero no más abren la boca, ya me parecen repulsivas y peligrosas. Me imagino, por ejemplo, al desdichado marsupial, acorralado, despidiendo fetideces y pegando chillidos, detalles a los que me lleva la transparente prosa de tu relato.

    Yo soy un escritor pésimo, muy malo para la prosa, pero algo decente para la poesía ¿Cuándo me enseñas?

    Posdata: mira lo que encontré entre mis fuentes:

    [Zoología] Zarigüeya.

    Mamífero marsupial de la familia de los Didélfidos. Hay varias especies entre las que destacan: Didelphis marsupialis, zarigüeya de Virginia o común, Marmosa murina, zarigüeya murina, y Chironectes minimus, zarigüeya acuática.

    Son los únicos marsupiales que viven fuera de Australia, en América. Son de pequeño tamaño, peludos, de patas cortas y hocico puntiagudo. La cola es tan larga como el cuerpo, mientras unas especies la tienen peluda, otras carecen de ella. Las hembras tienen la bolsa marsupial que es impermeable en las especies acuáticas. Las extremidades tienen cinco dedos y las de atrás el pulgar oponible. Es mamífero nocturno y omnívoro, que hace nido en los árboles y su preñez dura trece días.

    Después de una gestación de doce días, las crías emergen del cuerpo de la madre y se arrastran hasta la bolsa para agarrarse a los pezones, allí permanecen diez semanas, después duermen en el nido y cuando la madre sale a buscar alimento las lleva agarradas a la espalda; se hacen independientes a las catorce semanas.

    Se alimentan de pequeños animales, como lombrices de tierra, saltamontes, escarabajos, sapos, hormigas, caracoles y plantas, en la última parte del otoño, cuando escasean los animales. Comen principalmente por la noche y pasan el día en su nido en un árbol hueco o en madrigueras abandonadas.

    Tienen el hábito de fingirse muertos cuando se asustan. Ante un depredador atacan, silbando y gruñendo; si el atacante consigue agarrarla, la zarigüeya se queda flácida, con los ojos cerrados y la lengua colgante, como si estuviera muerta, entonces ciertos depredadores pierden interés en su víctima, momento que aprovecha para huir.


    Enciclopedia Universal DVD ©Micronet S.A. 1995-2004


    ¡Interesante, no?
     
    #8
    Última modificación por un moderador: 27 de Junio de 2017
  9. musador

    musador esperando...

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    Gracias, Elhi. El bicho en cuestión era Didelphis albiventris, llamada por acá comadreja overa (también hay en la zona comadreja colorada, Lutreolina crassicaudata). Es bastante común en nuestro delta. Una vez encontramos una hembra muerta, con sus crías en los marsupios, apenas de un par de centímetros.

    Me resulta interesante ver como la intrusión de un bicho de esta naturaleza en la vida cotidiana de un ser urbano (relativamente, no soy del todo urbano) genera una cascada de efectos simbólicos, aún sin caer en el recurso, tan joliudense, de atribuirle a la criatura poderes diabólicos. Hay dos de estos efectos que quise resaltar: el atribuirle al bicho parte de la muerte de mi hermano, al haber destruido los cacharros que me regalara, y otro más sutil que se da en la relación curiosa entre el prisionero y el centinela, donde la obligación de velar hace al centinela más preso que el prisionero: no recuerdo ahora exactamente en qué obra, pero creo que Jean Paul Sartre alguna vez exploró esta interesante dialéctica.

    Como te comenté por privado, el episodio no terminó aún, aunque no sé si la aparición en mi cocina de la pareja del bicho tendrá consecuencias literarias. Se ve que no se dio por aludido por ese mensaje de alerta que propones transmitir entre la zarigüeyas.

    abrazo
    J.


     
    #9
    Última modificación: 28 de Junio de 2017
  10. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Pobrecita... en fin... acá en casa nunca entraron, pero atrapamos con jaulas trampa, pretendiendo cazar ratas. Las tuvimos un par de horas enjauladas, observándolas, mientras los chicos las dibujaban, después llevamos la jaula al parque y le abrimos la puerta. Salieron caminando muy despacio y despreocupadamente.
    Un vecino de la isla, Charly, tiene una viviendo en su casa, dice que se acerca a pedirle comida... son bichos raros.
    Comadreja colorada se que hay pero nunca ví.
     
    #10
  11. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    ¿Ya resolviste el tema de la pareja del bicho? si querés te llevo mi jaula, tengo una caza ratas y una caza gatos.
     
    #11
  12. musador

    musador esperando...

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    Por suerte, parece que ha abandonado su costumbre de visitarnos. Si insiste y no la capturo con el machete, probaré con tu trampa o con una que me ofreció Leo, para coipos.
    abrazos
     
    #12
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