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Una para la Tarde

Tema en 'Biblioteca de Poetas consagrados en verso libre' comenzado por laracastillo, 21 de Febrero de 2019. Respuestas: 5 | Visitas: 882

  1. laracastillo

    laracastillo Poeta recién llegado

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    21 de Febrero de 2019
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    Mujer
    Espero que os guste:

    Sabrás que no te amo y que te amo
    puesto que de dos modos es la vida,
    la palabra es un ala del silencio,
    el fuego tiene una mitad de frío.

    Yo te amo para comenzar a amarte,
    para recomenzar el infinito
    y para no dejar de amarte nunca:
    por eso no te amo todavía.

    Te amo y no te amo como si tuviera
    en mis manos las llaves de la dicha
    y un incierto destino desdichado.

    Mi amor tiene dos vidas para amarte.
    Por eso te amo cuando no te amo
    y por eso te amo cuando te amo.

    De Cien sonetos de amor de Neruda
     
    #1
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  2. Miguel Font

    Miguel Font Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Neruda, un grande!! Gracias por compartir!!
     
    #2
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  3. laracastillo

    laracastillo Poeta recién llegado

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    Mujer
    Y una de Lorca, Llagas de amor

    Esta luz, este fuego que devora.

    Este paisaje gris que me rodea.

    Este dolor por una sola idea.

    Esta angustia de cielo, mundo y hora.


    Este llanto de sangre que decora

    lira sin pulso ya, lúbrica tea.

    Este peso del mar que me golpea.

    Este alacrán que por mi pecho mora.


    Son guirnalda de amor, cama de herido,

    donde sin sueño, sueño tu presencia

    entre las ruinas de mi pecho hundido.


    Y aunque busco la cumbre de prudencia

    me da tu corazón valle tendido

    con cicuta y pasión de amarga ciencia.
     
    #3
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  4. marquelo

    marquelo Negrito villero

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    La tercera entrega tiene que ser tuya.
    Cuando el amor teje sobre las heridas
    una luz se posa como una música
    frente a los ojos...

    Bienvenida a MP.
     
    #4
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  5. LIBRA8

    LIBRA8 Invitado

    Oda a Walt Whitman - Lorca


    Por el East River y el Bronx
    los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
    con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
    Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
    y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

    Pero ninguno se dormía,
    ninguno quería ser el río,
    ninguno amaba las hojas grandes,
    ninguno la lengua azul de la playa.

    Por el East River y el Queensborough
    los muchachos luchaban con la industria,
    y los judíos vendían al fauno del río
    la rosa de la circuncisión
    y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
    manadas de bisontes empujadas por el viento.

    Pero ninguno se detenía,
    ninguno quería ser nube,
    ninguno buscaba los helechos
    ni la rueda amarilla del tamboril.

    Cuando la luna salga
    las poleas rodarán para tumbar el cielo;
    un límite de agujas cercará la memoria
    y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

    Nueva York de cieno,
    Nueva York de alambres y de muerte.
    ¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
    ¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
    ¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

    Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
    he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
    ni tus hombros de pana gastados por la luna,
    ni tus muslos de Apolo virginal,
    ni tu voz como una columna de ceniza;
    anciano hermoso como la niebla
    que gemías igual que un pájaro
    con el sexo atravesado por una aguja,
    enemigo del sátiro,
    enemigo de la vid
    y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
    Ni un solo momento, hermosura viril
    que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
    soñabas ser un río y dormir como un río
    con aquel camarada que pondría en tu pecho
    un pequeño dolor de ignorante leopardo.

    Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
    hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
    porque por las azoteas,
    agrupados en los bares,
    saliendo en racimos de las alcantarillas,
    temblando entre las piernas de los chauffeurs
    o girando en las plataformas del ajenjo,
    los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

    ¡También ese! ¡También! Y se despeñan
    sobre tu barba luminosa y casta,
    rubios del norte, negros de la arena,
    muchedumbres de gritos y ademanes,
    como gatos y como las serpientes,
    los maricas, Walt Whitman, los maricas
    turbios de lágrimas, carne para fusta,
    bota o mordisco de los domadores.

    ¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
    apuntan a la orilla de tu sueño
    cuando el amigo come tu manzana
    con un leve sabor de gasolina
    y el sol canta por los ombligos
    de los muchachos que juegan bajo los puentes.

    Pero tú no buscabas los ojos arañados,
    ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
    ni la saliva helada,
    ni las curvas heridas como panza de sapo
    que llevan los maricas en coches y terrazas
    mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

    Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
    toro y sueño que junte la rueda con el alga,
    padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
    y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

    Porque es justo que el hombre no busque su deleite
    en la selva de sangre de la mañana próxima.
    El cielo tiene playas donde evitar la vida
    y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

    Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
    Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
    Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
    la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
    los ricos dan a sus queridas
    pequeños moribundos iluminados,
    y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

    Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
    por vena de coral o celeste desnudo.
    Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
    una brisa que viene dormida por las ramas.

    Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
    contra el niño que escribe
    nombre de niña en su almohada,
    ni contra el muchacho que se viste de novia
    en la oscuridad del ropero,
    ni contra los solitarios de los casinos
    que beben con asco el agua de la prostitución,
    ni contra los hombres de mirada verde
    que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
    Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
    de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
    madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
    del Amor que reparte coronas de alegría.

    Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
    gotas de sucia muerte con amargo veneno.
    Contra vosotros siempre,
    Faeries de Norteamérica,
    Pájaros de la Habana,
    Jotos de Méjico,
    Sarasas de Cádiz,
    Ápios de Sevilla,
    Cancos de Madrid,
    Floras de Alicante,
    Adelaidas de Portugal.

    ¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
    Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
    abiertos en las plazas con fiebre de abanico
    o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

    ¡No haya cuartel! La muerte
    mana de vuestros ojos
    y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
    ¡No haya cuartel! ¡Alerta!
    Que los confundidos, los puros,
    los clásicos, los señalados, los suplicantes
    os cierren las puertas de la bacanal.

    Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
    con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
    Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
    camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
    Duerme, no queda nada.
    Una danza de muros agita las praderas
    y América se anega de máquinas y llanto.
    Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
    quite flores y letras del arco donde duermes
    y un niño negro anuncie a los blancos del oro
    la llegada del reino de la espiga.
     
    #5
    Última modificación por un moderador: 21 de Febrero de 2019
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  6. laracastillo

    laracastillo Poeta recién llegado

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    CUERPO PRESENTE

    La piedra es una frente donde los sueños gimen
    sin tener agua curva ni cipreses helados.
    La piedra es una espalda para llevar al tiempo
    con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

    Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
    levantando sus tiernos brazos acribillados,
    para no ser cazadas por la piedra tendida
    que desata sus miembros sin empapar la sangre.

    Porque la piedra coge simientes y nublados,
    esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
    pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
    sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

    Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
    Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
    la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
    y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

    Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
    El aire como loco deja su pecho hundido,
    y el Amor, empapado con lágrimas de nieve
    se calienta en la cumbre de las ganaderías.

    ¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
    Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
    con una forma clara que tuvo ruiseñores
    y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

    ¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
    Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
    ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
    aquí no quiero más que los ojos redondos
    para ver ese cuerpo sin posible descanso.

    Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
    Los que doman caballos y dominan los ríos;
    los hombres que les suena el esqueleto y cantan
    con una boca llena de sol y pedernales.

    Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
    Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
    Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
    para este capitán atado por la muerte.

    Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
    que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
    para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
    sin escuchar el doble resuello de los toros.

    Que se pierda en la plaza redonda de la luna
    que finge cuando niña doliente res inmóvil;
    que se pierda en la noche sin canto de los peces
    y en la maleza blanca del humo congelado.

    No quiero que le tapen la cara con pañuelos
    para que se acostumbre con la muerte que lleva.
    Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
    Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
     
    #6
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