Victor Vicious

Me vais a zurrar por no mandar poemas... pero ahí va esto:

Amanece en la ciudad de Copperville, la que una vez fue capital industrial de un país emergente gracias a su riqueza minera, pero terminó por estancarse en su pasado. De hecho, aún no se ha quitado la negrura del carbón en sus casas, ni la peste fabril en sus calles. Una ciudad que trata a duras penas de ponerse al nivel de las demás ciudad del estado más poderoso del mundo, arrastrándose sobre el fango de sus mismos barrizales.
Éste es el lugar donde ha decidido mostrarse un hombre extraño. Una polvorienta esquina de ladrillos grises, perdida en un triste callejón que añora con nostalgia los días en los que alcanzaba a ver el sol. Aparecido de la nada, desprendiendo un fuerte olor a incienso, irrumpe una singular figura. Vestido por una larga túnica negra que deja entrever dos largas y delgadas piernas enfundadas en unos ceñidos vaqueros de rodillas zurcidas. En los pies, unas enormes botas altas de hebillas metálicas; arremetiendo contra las bolsas de podrida basura que lo rodea. Sobre la cabeza, porta un enorme capuchón sumiendo su rostro en las tinieblas; y en la parte superior, dos picos, uno largo, y uno corto, colocados el uno delante del otro. A su vez, los picos son decorados por unos aros púrpuras equidistantes entre sí, propios de su origen en las artes místicas. Cada uno de estos aros simboliza cincuenta años de vida, y en su gorro llegan a contarse hasta siete en total. Sus manos de largos dedos y uñas pintadas en sangre cárdena de goblin se hayan parcialmente cubiertas por unos guantes de lana apolillada que asoman debajo de las holgadas mangas de su atuendo. Del interior de su larga prenda desenfunda un bastón de cobre, y con uno de sus viejos andrajos saca lustre al metal. Un metal forjado en la lava del infierno, y arrancado de las manos de demontres para luego ser regalado al extraño. Su nombre es Gívenus el Decano, el más antiguo de los Nuncios, unos seres creados por los espíritus con el fin de patrullar la franja entre ambos mundos y velar por el equilibrio. Gívenus puede presumir de ser el más poderoso de entre los de su categoría, su mayor virtud es la teletransportación, ya que es capaz de abrir puertas con el fin de estar en cualquier parte del vasto infinito. Los Nuncios son los creadores de dones, pero ninguno puede tomarlos como propios, pues egoísta es cualquier tipo de hombre. Éste, al volverse demasiado poderoso, conduce sus propósitos por la senda de la perversión. No puede evitarlo, está escrito en su torva naturaleza humana. Su cometido es aguardar a la venida del caos y buscar entonces a alguien adecuado para llevar sobre sus hombros la pesada carga del poder. Gívenus es responsable de la creación de algunos de los más poderosos mortales que jamás hayan existido, sin embargo todos ellos, de una u otra manera terminan sepultados al Averno. Llena los pulmones de aire, es pestilente en este lugar, pero qué importancia tiene eso para alguien que lleva tantos años ansiando volver a respirar de la pura atmósfera a este lado del cosmos. Por un momento se para a regodearse en el silencio, un silencio que pronto se verá roto.
De nuevo de la nada aparecen unas pequeñas criaturas repugnantes, como cubiertos de vísceras verduscas y pieles flácidas. Son los Imp, pequeños ectoplasmas generados por la presencia de Gívenus en la esfera natural. Seguramente su aspecto proceda de las pesadillas del propio Nuncio. Antes eran hombres, hombres que murieron y merecieron castigo por sus actos maliciosos, y que ahora deben pleitesía a su amo. Vuelan alrededor de Gívenus. Algunos tienen alas diminutas, otros las tienen enormes, en desproporción a sus no más de cincuenta centímetros de altura. Gruñen, gimen y plañen sin tener motivo de lástima, son almas en pena que acuden a su involuntario poseedor. Por fin se paran sobre los hombros y brazos de aquel a quien llaman Señor, y llegan a ser cuatro criaturas en total. Cada cual más aborrecible que la anterior
- Largo tiempo ha pasado, mi Señor, desde la última vez que fuimos llamados a su presencia.- susurra el de mayor rango de entre las criaturas, el único con capacidad para hablar y derecho a ostentar un nombre. Éste es Gull, un ser maquiavélico y calculador.
- Nadie os ha llamado, ser en putrefacción, pero ya que debo cargar con vuestra ingrata compañía, sólo os pido que me dejéis llevar a cabo mi tarea sin interrupción alguna por parte vuestra.- La voz de Gívenus resuena tal como hace un eco, poderoso y distante, inspirador del temor en sus inferiores.
- Dispénsame, Señor, pues ardo en curiosidad, ¿quién es aquel sobre el cual pesa tu larga sombra ésta vez?
- Un joven local, el elegido para evitar el caos.
- ¿Un hombre de carne tierna y joven?
- Nada que tú puedas comer, sucio Gull.- comienza a caminar.
- Por supuesto, Deidad. Sólo quisiera saber su nombre.
- ¿Su nombre?.. Víctor Vicious.

(La historia continúa...)

 

increible cuento, esta magnifico, felicitaciones fue todo un placer leerlo, una mescla de miedo, un miedo estelirizado algo nuevo pero con toques clasicos.
sin mas guerrero verde

 

Muchas gracias, en serio.No sabía si os iba a gustar demasiado asi que me siento aliviado. La historia siiiiiigue pero ya bastante larga es como para colgarla aquí entera.

 

Realmente muy interesante. He logrado esbozar esas imagenes tan detalladas que narras, saboreando divinamente ese misticismo que lo caracteriza y con ansias de saber más... De verdad que me gustó.

Luna