1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  • Cris Cam
    A los 14 años, Carlitos se debatía entre usar los jeans acampanados y los rectos de hilo. Esteban, su hermano mayor, siempre lucía sus impecables saco y corbata, aún fuera de la oficina. En cambio, Ludmila, vestía onda Pinap, hoy con camisas de colores y apretados Oxford verde agua, mañana con bambula y sandalias. Uno y otro combatían por Carlitos para sumarlo a su bando. Cada uno aportaba sus razones. Esteban, de 24 años, argumentaba que era mejor guardar las formas, que los tiempos eran difíciles, que a los jóvenes rebeldes Onganía, los pondría contra el paredón. Ludmila, de 17 años, en cambio hablaba de un extraño movimiento, Flower Power, nacido en universidades yanquis y expandida al resto del oeste como reguero de pólvora; de la pavorosa guerra de Vietnam, de submarinos amarillos y de un tal Zimmerman.

    Finalmente, en un avance peón 4 dama, Ludmila obra la magia. Le regala un hermoso pañuelo de seda azul eléctrico, para usarlo en el cuello, pasándolo a través de un enorme anillo de biyouterie, el cual, de ningún modo, combinaba con una corbata de la misma tela.

    Muy pronto, Carlitos se independizó de ambos pensamientos.

    Un mes de mayo de 1968, lo sorprendió en tercer año, donde nadie tenía permitido decir nada, pero todos leían todo. Así a sus lecturas habituales agregó Sartre, Althusser, Neruda, si no lo hacía con El Capital era porque su padre no le permitiría entrar con ese libro en la casa y en las bibliotecas no se conseguía.

    La fatalidad de la historia lo acorraló en su habitación, adornada con posters de Led Zeppelin, un Audinac de 50+50, su misa de domingo y la hambruna de Biafra. La gente se moría de hambre y él escuchaba a Deep Purple, a Lumumba lo asesinaban los belgas y él se decía europeo.

    La vergüenza hizo que muchas veces volcara sus lágrimas sobre el pañuelito de raso blanco que la tía Irma le había regalado cundo cumplió los 9.

    Al cumplir los 16, tomó una decisión, tomaría partido, y se fue a vivier al Chaco, a apostar por justicia, ente Wichis y Tobas, entre fe y rebelión. Se puso a la izquierda del Padre Ignacio, que hacía ya 40 años que se había internado en el monte y hacía lo que podía, que de ser por el gobierno y la diócesis hacían muy poco.

    Lograron erradicar el tifus, construyendo una humilde cisterna de agua potable. Aunque la mayoría de los adultos ya tenían Chagas, los convencieron de nuevas construcciones con menos adobe y más madera donde la vinchuca no anidara.

    Fueron los mejores años de su vida, años de paz, lucha, lectura e insomnio. Cierto que no era Francisco, ni el Che, pero al menos se sentía útil.

    Una mañana de agosto de 1976, las gallinas se alborotaron cuando la cisterna volaba en pedazos, un Jeep verde cruzaba, serpenteando sobre el barro de la única calle de la pequeña aldea, disparando su Fap contra las casas, volando techos y las débiles columnas de sauce o pino. Entra una camioneta arrastrando un bulto con una soga que parecía ser el padre Ignacio a no ser por sus horribles quemaduras y la ausencia de sus piernas. De la capilla sale la hermana Claudia con sus 78 años a cuesta, pero la sientan de un culatazo en la cara. Carlitos viene agitado. Un oficial alza su Fal, apunta y dispara contra la anciana monja y hace señas de capturar al muchacho. La tropa obedece y Carlitos, golpeado y amarrado es cargado a la camioneta con chapa civil. Decenas de rostros oscuros se tapan el rostro con higiénicos pañuelos de tela blanca para evitar mojar su digna tierra colorada con lágrimas de rabia e impotencia.

    Luego de más de un año de peregrinar de oficina en oficina, de iglesia tras iglesia, Ludmila se entera de también hay unas mujeres que están en la misma situación. Se acerca a ellas y una le corona la cabeza con un pañuelo blanco y esa misma tarde se suma a la ronda.

    Hace más de veinte años que lo busca. Se pregunta si habrá terminado de leer a Voltaire, a Kant. A Husserl. O sólo se habrá arrancado el dolor de la tortura con Poe, Kafka y Cardenal. Ya no tenía importancia.

    Ya no está mamá.

    Se abrocha el pañuelo blanco bajo su barbilla y se fue a la plaza como todos los jueves.
    A Halcon 0 le gusta esto.
  • Cris Cam
    Cinco plagios cinco

    I

    Solsara:
    "DEVOCION enraizada criatura"


    Tú eres el enigma donde la soledad no tiene sitio
    hachas mi día en treinta y siete mail

    (papeles virtuales que me estremecen)


    Cuando dices: isobaras o kandinsky – que importa-
    me asombro como nueva y me resuelvo viva.


    Debo espiar a sorbos

    (corduras me faltan)


    oh escucho el susurro de las orugas
    ellas traen el viento del azúcar

    (sueño)

    se suicida mi boca en la tuya
    repaso tus columnas de marfil
    monasterios de blancura
    dientes que muerden al amor.


    Tú eres como rodillas que suaves se modelan

    Dulces esculpen estos médanos al atardecer

    (canto)


    Nosotros peces de océanos
    que aún no regresan a sus cuerpos.



    Solsara es Rosa Buk

    Publicado en Sensorios Circuitos. Pág. 30

    ISBN 987-552-023-3 Ediciones Baobab 2003




    Plagio I: “Devo(lu)ción... que rara bebita”

    Vos sos el nick donde mi soledad cubre todo el foro.

    Dedos suaves con sabor a tecla.
    Virtualidad que atraviesa la piel.


    Cuando decís: Che o pibe, (sin conocer el Río de la Plata),
    me revuelvo creyéndote a mi espalda.

    Mientras espío, celoso meridiano;
    todos tus ciberamantes.


    Ahhh, escucho el ring del teléfono,
    él me trae tu boca con gusto a mango... o menta... o saliva.

    (bostezo de mis dos de la mañana)

    mi boca que sopla el tubo queriendo sorberte los labios,

    una jpg me allana los soles de tu vía láctea,
    y te convierto, vieja costumbre, en mi nueva e indiscutible, diosa,
    mientras mis dientes te muerden en la pantalla.


    Sos, partís, tenés, rodillas que sostienen tu sonrisa;
    donde perderme como cíclope en su cueva
    (sirenas en Welcome to Machine)

    Dejemos de ser almas perdidas
    nadando en la pecera.*

    Atravesemos los paralelos.

    Las líneas de la pantalla.
    Para corporizarnos el uno dentro el otro.




    *”No somos más que dos almas perdidas nadando en una pecera” (Whish were here/ Pink Floyd




    II

    Circe:
    “Así fue después”


    Había quedado así el mundo después de la vorágine

    Banderas rojas emergían desde el fondo de los océanos,
    dioses paganos invadían los altares

    y las vírgenes,

    en procesión hacia el infierno

    llevaban en las manos velas azules

    y vestidos carmesí.

    Confusión, falsa idolatría.

    Frenéticas danzas en la villas,
    pozos oscuros en la orilla del mar.
    Naves entregadas al terrible naufragio.
    Cruces clandestinas, murciélagos.

    Cretinos y fasantes,

    egolatras.

    Habitantes de la sombra,

    tintas violetas en las manos,

    huellas sucias en las paredes blancas.

    Así fue después de la catástrofe:

    Ollas hirviendo en cuantos húmedos

    y llenos de grasa.

    Sótanos irreales

    donde gime una mujer

    con el vientre exuberante y desnudo

    sobre el portland.



    Circe es Carina Alejandra Brzozowski

    Publicado en Niña de Sábado y soles Pág 23

    Ó 1999 Carina Brzozowski Ó 1999 Ediciones Baobab I.S.B.N. 987-9270-16-0



    Plagio II:
    “Así fue la cosa”


    Había quedado así Ezeiza el día del retorno.
    Banderas rojas que surgían desde las avenidas,
    dioses esvásticos trepados al palco,
    y Evita,
    que presenciaría todo el infierno,
    a través de los estandartes, llevando en sus manos
    el micrófono de su último discurso.

    Disparos. Confusión.Idolatría.Paranoia. Gorilas. Un brujo.
    Esperanzadas hordas de simples surgían desde las villas,
    cabecitas sumergidos en el ostracismo por el terrateniente.
    Un país entregado al terrible castigo
    (ser estrellita asociada a la bandera del águila voraz).

    Ovejas trémulas, lobos despiadados,
    Cretinos, criminales. Falsos, profetas. Un líder acorralado.
    Los sarracenos de la noche,
    sangre de compatriota, vecino, hermano,
    llevada, como tributo, a las columnas blancas del Capitolio.


    Así quedó el pueblo luego de Ezeiza,
    ollas huecas,
    la grasa de los soñadores quemándose en las picanas.
    Altar de la patria. Chupaderos de lápices.

    Y la Mujer que gime (parto de millones), mientras pide que no la lloren,
    con las llagas recién muertas,
    de los obreros sometidos, por las caras de cemento.







    III

    Gala:
    “Los zapatos no van en el ropero”


    primero es así: tengo frío, la estufa está a mi lado
    consumiéndose el oxígeno y mi corazón de carne
    después es así: tengo los dos pies sobre la silla
    apretando los talones y siento la sangre subiendo en coágulos
    es siempre así cuando digo que los tontos ponemos siempre
    el amor en cualquier lado, lo dejamos en una persona cualquiera,
    ya no somos nosotros cuando ponemos el amor en ninguna parte,
    me da miedo construir poemas que empiezan cada vez con una letra distinta
    porque parece que quisieran decir algo por separado
    pero no lo hacen
    dicen cosas que no tienen pies ni cabeza, yo ahora hablo de que ponemos
    el amor y las comillas en cualquier parte y en ninguna, como cuando ponemos
    los zapatos en el ropero: no van ahí, van acá.
    quiero decir, como dije hace un momento, que estoy triste y no me curo,
    porque siempre decir cualquier cosa es un momento oportuno para la tristeza.
    tengo el despertador preparado para la mañana
    y tengo un silencio como de estar hace siglos en la cuenca más honda del océano
    quizás suene algo que es parecido a mi boca contra el vidrio,
    dejando el redondel de vapor, y el centro escriba la letra con que empieza un nombre
    que tiene el abecedario entero, que no es el mismo abecedario que lleva este poema
    sino que es otro, construido para que ese nombre se la primera letra que
    recuerde cuando diga que abecedario es una palabra larga y empieza con
    una letra que no es la misma con que empieza este abecedario que empieza con a.
    mas tarde es así: tengo un ojo mirándose a si mismo diciendo que octubre
    es un mes precioso para hacer el amor en el borde perlado del río que
    empieza a bajar turbio porque es deshielo.
    mas temprano es así: soy un xilófago, quiero deshacerte y hacerte otra vez,
    para que no esa tanto témpano conmigo, para que no seas
    un poco de papel y un poco frase, otro poco de papel y otro poco de frase.
    es así: tengo dos manos y una que no quiere ser una mano, porque le
    teme a la caricia.
    es otra vez de nuevo así: quiero que no tener que nombrarte en un poema
    sea la tristeza
    porque la muerte tiene ese espacio del silencio ya ganado
    y mis espacios de duelo tienen la saliva dibujada
    y el silencio tiene dos palabras escritas
    y la noche es un huerto de sanguinolentas estrellas
    y los témpanos tienen tu rostro cuando es de día
    y cae la escarcha en los cielos de buenos aires
    cuando ni vos ni la gente saben que hablo de vos y de ninguna otra gente
    que acaso llevara tu contorno.




    Gala es María Cristina Cambareri

    Publicado en Poesia.com el 22/06/2001


    Plagio III:
    La amoladora no va sobre el balancín


    A lo primero é así: ace tornillo, la salamandra stacá en el rincón,
    gastando osígeno y carburo, y mi empanada de carne
    dispué é asá: tengo la do patas sobre el cabayete
    aprietando lo talone y siento la nasta suviendo en baos
    é siempre así cuando digo que lo salame ponemo siempre,
    el tiner en cuanquié lao, lo dejamo en cualquié estante
    ya no somo lo mismo piolas cuando ponemo la lata en ningún lao,
    me da cagaso pintá puertas quempiezam cada ve en un boyo distinto,
    porque parece que fueran de otro auto,
    pero son d´este,
    son enduidos que no tienen ton ni son, ahora chamuyo que ponemo
    el tiner y la lijas en cualquié lao, y lo perdemo, esiguá como cuando ponemo
    la amoladora sobre el balancín, no va aí, va ca
    o sea, como cuando me rifregaba lo nudillo denfrente a la yama,
    estoy bajoneo y no me va,
    ¿porque le vuá decí al cliente “lindo coló” cuando esta pal culo?,
    tengo la radio clavada en el Rotativo del Aire,
    y tengo el cuiqui que algo como destar siempre en la fosa má onda del taller,
    a lo mejó se oiga masomeno como mi jeta contra el zulejo,
    dejando un redondo de grasa, y denmedio ponga el primé número de presupueto,
    que le buá cobrá todo lo número, que no é iguá a lo que le vuá cobrá al comesario;
    ma bien ques otro, pintao pa que no se apiole de la masilla que tapa la letras de tasi afanao.
    a la tarde é así: tengo al otario bizco mirándose a él mismo por el espejito diciendo que
    otubre e un lindo me para salí de afano por la oriya del riachuelo,
    que ole así porque baja la podrida de la curtiembres, la quimiscas y lo matadero,
    ma a la maniana é así: soy un traganasta, la quiero despintá y pintá lunga,
    pa que no se ponga cabrero, pa que saque, ponga lo billete, me putee un poco,
    ponga otro morlaco, y me ponga cara de orto, que no le gustó,
    siempre el mismo verso
    masí: sólo tengo do manos, y una que ya no é mano, rajada de tanta pulida,
    y otra vuelta: no quiero tené quesplicarle que la puerta quedó joya,
    poqué la chapa tiene un buraco reyeno con el cintoplom,
    y la chapa siempre va sé así;

    y ya me agarró la noche en este piso de grasa vieja,
    y el tornillo me ase acordá a mi gorda dandome el sanguche o perándome con sopa,
    y si cae elada me cuartea la pintura, ques como el cielo grí deste invierno,
    y la gorda ni lo chico saben que me ricuerdo siempre deyos,
    y la doña chusma, que pasa por la vedera,
    no ve quel ñato se lleva el auto con la piña con una aureola de contorno.



    IV

    Alma Perdida:
    “Otoño de rosas amarillas”


    Otoño de rosas amarillas...
    Otoño de soles gigantescos...

    El otro día me perdí entres esos astros que brindaban
    algún que otro amanecer descuidado de rencores,

    Yo caminé sobre el piso del cielo, me maravillé con los sonidos de ñps pájaros en el momento que le roban una canción a la vida.

    Otoño de pimpollos...

    Otoño imcomprensible, inexplicable, quisiera de corazón
    no te escondas cuando llegue apresurado el invierno loco...
    Quisiera que permanezcas como permanecen las rosas en sus hoyuelos,
    como permanezco yo recostada sobre la hierba frescas sin imaginar quizás,
    que sobre toda hermosura del invierno, te hallas tú, robándole momentos.
    Por eso cuando viene el invierno, al otoño le cuesta desprenderse de su día, trata de sujetarse de todas las ramas frágiles que cuelgan de los árboles mudos, pero es imposible que el invierno no lo arrastre hasta el olvido.
    Uno se acostumbra a sentir nostalgia por el otoño cada 21 de julio...
    Pero es extraño, es inaudito, creer que el invierno ha tomado posesión de este día.

    Todavía siento el calor sacudiéndome, aún las risas de las flores me contagian, los himnos de los cielos se aventuran a desafiar a los unicornios que huyen despavoridos de sus cárceles; los niños huelen a trigo, las mamas se sientan a contemplar las minuciosas pérdidas de alguna que otra hoja que estaba desprevenida, y creo que hasta la toman y las devuelven a su sitio.

    Otoño de promesas...
    Otoño de aventuras...
    Otoño sobre las ruedas de algún invierno lento, que no ha podido abrir sus alas completamente, aún se encuentra dormido, vaya uno a saber por que campos vespertinos...

    Otoño no te vayas...

    Invierno no te precipites sobre nosotros, robándonos nuestro otoño mágico...

    Y si realmente vienes porque la madre naturaleza te lo ha exigido, no tomes al otoño
    del cuello y lo lances a patadas, dejalo que viva entre las flores dormidas, aquellas que sólo se despiertan cuando viene el otoño con milagros a su espalda; también deja que los días sean buenos y....


    Alma Perdida es Verónica Natalia Cento

    Publicado en Poesía.com el 02/08/2001



    Plagio IV:
    Invierno de soles rojos

    Invierno de soles rojos, enanas blancas. Invierno de manchas solares. El otro día perdí el azimut entre esos astros. Algún amanecer de sextante entre mis espejos.
    Yo floté de arneses sobre la bóveda del observatorio. Rajé a patadas a los cormoranes que me cagaban la lente. Y siguieron cantando a la vida, ¿Qué será eso?

    Invierno de teleobjetivos. Invierno de trayectorias erráticas, gravitatoriamente inexplicable, quisiera con razón, que K12787 no se esconda cuando pase M4555 como loco. Quisiera que permanezca como lo tengo calculado entre la boca de la Hydra. Como yo, que permanezco con el cuello duro y las escleróticas hinchadas,
    sin imaginar que quizá en toda esa belleza del universo, se halla jugando a las escondidas con los quasares, robándole ceremonias al Cosmos.

    Por eso cuando vienen los días exactos del perihelio, al equinoccio le cuesta abandonar su eclíptica, intenta vibrar en todas las cuerdas de los espacios tubulares, pero el afelio acomete de Coriolis, temblando la Falla de San Andrés. Ya me acostumbré a esperarlo cada 24 de junio a las 2: 45hs desde aquel 1969.

    Es inaudito que yo ser racional, cientificista, crea que aquel niño que dormía en la habitación de al lado esté prendido de la roca de K12787.

    Si todavía recuerdo cuando jugábamos a las bolitas, su corazón palpitando, su sonrisa, su canto a la vida no transitada, desafiando el titilar de la Géminis V que pasaba exactamente a las 7 de la tarde. Creo que se escapó con un cometa de Saint-Exupéry, dejando a una madre más demente por el retoño que volaba, un hermano oliendo el aroma a calas, buscando el alma en los rincones para volverla a poner en su sitio.

    Invierno de despedidas.

    Invierno de carabelas a la luna.

    Invierno de saltos largos y lentos sobre la luna. Sin poder conocer sus alas, se quedó dormido, y andará navegando, vaya uno a saber entre que campos gravitatorios.

    K12787 no te vayas...

    Universo no te precipites sobre nuestros agujeros negros, que tengo una magia de espejos y refractarias, y, si realmente quedamos sin tiempo, porque es fin de este eón, no tritures los meteoros y los lances en picada al centro de las estrella fijas, dejalos que vaguen entre los cinturones opacados, esos que despiertan cuando los planetas estallan de iniquidades, dando la espalda a los milagros, dejá que las traslaciones sean calculables y no difumines sobre el manto oscuro de la noche, esas constelaciones nuestras, cuentas de certezas, de dados que siempre dan resultados distintos.*

    No te inmiscuyas en mis momentos** mientras evalúo el tensor de inercia de las Pléyades para poder rebautizar los guijarros con nombres más humanos. Nuestro último consuelo.



    * “Dios no juega a los dados” (Albert Einstein, al oponerse en un principio a la teoría cuántica)

    **Momento, en el sentido físico de la palabra.


    V


    Orietta Delmar:
    “Inquietudes II”


    Hay huéspedes internos en el hoy,
    aunque la arena y el espejo siguen intactos,
    hay conjeturas sutiles con saliva,
    también hay soles limpios y hay temblores.

    (lo que no hay es prontos en los lienzos,
    ni tiempo de colores definidos)
    retratos hablados de aires finitos,
    alguno que otro desvanecimiento.


    Tal vez sirva para amarrar sospechas,
    o para cautivar a los huecos de la nada.


    ¿Contarán los siglos de los mansos acertijos
    y el borde del rito mágico inacabado?


    No pueden callarse los precipicios,
    tampoco las palpitaciones de piedra,
    no las manos descubriendo signos

    (uno que otro indescifrable).


    Quizá hoy baste un solo abandono,
    un beso de cal recorriendo omóplatos
    o espumas, seguramente, inciertas.


    Esta vez no apresurará a los pájaros,
    tal vez se decida por el cristal
    para imprimir los agudos silencios.


    Quiere darle forma de aliento,
    enroscar primaveras en las sienes,
    pervertir, con gozo, sus días suicidas.


    No olvida que la piel será testigo mudo,
    sin embargo, sus pies estarán descalzos.


    Inevitablemente no faltará la costumbre
    de un vientre con patios vacíos,
    de lenguas pudorosas e inalteradas,
    del vuelo de fragilidades insomnes
    y de dedos húmedos, impacientes
    por los reflejos cambiantes del desvelo.


    Ha trazado, sin memoria e indefinidamente,
    los rasgos y señales de la nunca espera,
    pintando bocas en los costados del viento,
    profanando ombligo de aguda sensibilidad.


    Conoce los roncos aullidos de la luna,
    como también que los marcos, siempre,
    estarán dispuestos en el estante azul
    donde guarda los abrazos inmaculados
    y los besos de razones interminables.


    Orietta Delmar es Damaris Montano
    Publicado en Poesiapura.com el 25/12/2002




    Plagio 5:
    “Dos inquilinos”


    Se han hospedado dos foráneos hoy.
    Los espera el arena y los espejos que siguen intactos.
    Hemos limpiado hasta los cojinetes con saliva.
    Afuera un sol sutil que aún no impide los temblores de frío,
    (lo que no hay es tiempo de lavar los lienzos;
    los manteles, las sábanas, que ni color definido tienen)
    trajimos un retrato, un turbo que ni anda,
    alguna que otra jarra desde los cimientos del desván.


    Los fulanos de amarras me traen sospechas,
    se pasan los siglos resolviendo acertijos,
    dejan el cubo mágico en la nada,
    cuentan los huecos del bordado inacabado.


    Ni pueden precipitarse callados,
    tampoco palpan los tazones de piedra,
    ni descubren sus manos consignadas,
    (cifras indecisas, troquel uno)


    Hay abandono por un as de basto,
    un beso callado, un alzar de omóplatos,
    mentira, pura espuma. Falta envido.


    Otra vez apresarán los pájaros,
    seducidos tras el cristal, mosquito en ámbar,
    Van Gogh de silenciosa impresión aguda.


    No se desalientan, le dan al formón,

    Desenroscan madreselvas de las sienes
    advierten un gozne, ritos suicidas


    No olvidan las pieles de los pies descalzos
    se embargan del mudo testigo.


    Inevitable, no ignorantes de las costumbres,
    llenan de vientres los patios vacíos.
    lenguas, tibias, rótulas, adornos inalterados.
    Desvelan el sueño frágil,
    con sus falanges secas impolutas,
    espejos volátiles del cambio.


    Buscan trazas de la indefinida memoria,
    las señales de algún Nunca Jamás,
    boquitas pintadas al refugio del viento,
    profanadas por el ombligo blanco insensible.


    Ellos conocen los ronquidos oráculos de Mamaquilla,
    las sendas marcadas de las grutas,

    Siempre dispuestos, ordenados en los estantes.
    Guardan los brazos y los dientes inmaculados,
    termitas de huesos.
    En fin, arqueólogos.





    Pd: Las cinco poetas han sido amigas personales mías.
  • Cris Cam
    Ojos Verdes

    Bajé del tren apurado. Me acomodé el piloto gris. Apreté firme la manija del ataché. Crucé el atestado e inmenso patio. Miré los relojes de pared, ninguno me respondió. Tuve que levantar, incomodo, la muñeca, 19:23 me contestó el Seiko. La tarde caía sobre esa fastuosa construcción de autopista.

    Salí por la entrada de Hornos. Bajé a la dársena de taxis. Hacía mucho frío. (La estación de Constitución siempre me da frío. Recuerdos. La Bagley. Casa Cuna, el hijo que no pudo vivir, las culpas, el adiós de María, la soledad ).

    Levanté la mano para llamar un taxi. Un pie descalzo se me adelanta. Una mano sucia abre la puerta por mi y me tira de la manga. Cabeza rapada. Campera de jogging azul, pantalón corto y unos ojos verdes que no le pertenecían.

    El tachero, estiraba el cuello, sin entender mi perplejidad y me sobraba con la mirada.

    - ¡Pará boludo!, le dije.

    Me cagó, porque puso primera y se fue gritándome socarronamente algo así como si vivía en un frasco de mermelada.

    No pude evitar seguir la larga costura. aún rosa y escárica, que le adornaba la pantorrilla izquierda desde el tobillo hasta la rodilla. Se apretaba las solapas, con el puño izquierdo y con la derecha me urgía (No se si juega con una moneda imaginaria o me dice dale pelotudo).

    Sus ojos verdes mas fríos que la tarde y su chicle insolente me asustaron. Soltó la campera para rascarse la cicatriz y vi sus incipientes, desnudos y escondidos pechos de mujercita.

    Me sacó del letargo el ulular de un patrullero, y tres tiras que venían.

    Ojos verdes, mostró el zigzag de sus pies desnudos- Su cintura, mas elástica, se escurrió entre la mano libre del botonazo que jugaba con la cremallera de su Itaka. La barriga del rati, un borbotón de sopa rancia y su enorme sisa pudo menos.

    Atino a protegerla, no se porque, debajo del piloto, a pesar de que un sudor frío me cruza la columna, la taquicardia me ataca y las rodillas no me sostienen. Ojos Verdes, gélida, indolente, aprovecha el segundo de duda y se pone fuera de su alcance y le hace un corte de manga desde el playón frente a Caseros.

    Levanté el índice instintivamente, como reclamando inmunidad diplomática, para protestar el desproporcionado atropello, cuando observé que sus capturas eran sólo tres chiquitas preadolescentes, de sucias polleras. El dedo me lo llevé para acomodarme los lentes, cuando escuché el sonido retráctil del seguro de un arma automática que no conocía. (Antes que me lo hagan poner en otro lado).

    Los pendejos, seguían su tarea sin inmutarse por el desbande aterrado de sus compañeras. Los forros azules, bordaron el asfalto con chirrido de gomas. Quedé con la boca abierta, en medio de Hornos.

    Ojos verdes, reaparece, me mira, me estudia y me dice:

    Se va a divertir esta noche la botonera, .... ¡lástima a la Vivi la junaba!.

    De sus enormes ojos de hielo, cayeron lágrimas sin sollozos, sin llanto. Se limpió, los ojos y los mocos con la manga.

    Me vuelve a mirar, como perro que vuelve a su hueso luego de la pelea:

    - ¿Me dás...?

    Obligado, en forma refleja, meto la mano en el bolsillo del pantalón, saco y le doy un billete de 10 australes.


    Bajé del tren apurado, me acomodé el piloto azul, apreté la manija del ataché. Hace frío. Me quedé sin cambio para el taxi. Crucé Brasil. Crucé Juan de Garay, para tomar el diferencial. Las 23:18. Vuelvo a sacar el celular, para saber como están en casa. Estoy llegando a Lima, un ulular de sirenas. No me deja escuchar. ¡Todo bien gracias!

    Alzo la vista buscando la parada, y una potra de cuidado pelo azabache, piel trigueña, un contorno inquietante, enfundada en un glamoroso gamulán, una cara pollera de pana. Me mira, se pasa la lengua por el labio superior, rojo como una frutilla. Me inquieto, me asusto (Quizá debería, tendría, podría preguntarle cuanto) Pero me gana de mano.

    Sin dejar de mascar chicle, me dice:

    - ¿Todavía tenés el piloto gris?

    Y no me deja de mirar con sus enormes Ojos Verdes.
  • Cris Cam
    La sueca
    I

    Astudillo es del montón. Recuerda todavía la época del ¡Joven argentino!

    Esa sarta de boludeces hipócritas que se hacía desde la T.V., todavía en blanco y negro. Pero gobernaba la Morsa... o alguno por el estilo, (ya no se acordaba), lo que sí se acordaba de la época de civil era esa parada de la yuta en la esquina de la farmacia, justo cuando estaban discutiendo si había sido penal o no, (tampoco se acordaba de que partido), pelaron las armas largas, pelaron las chapas, pelaron una irónica silla banqueta y los pelaron a todos, máquina eléctrica "a cero" y chau derechos, chau mi papá es médico y chau flequillo beatle y melenita stone. De alguna forma lo marcó, algo le dijo, por acá pasa el mango de la sartén.

    Terminó a duras penas el secundario y entró nomás a la Falcón. Sin embargo, fue lo suficientemente cobarde como para no dejarse llevar por el verso "Patria o Bolches", que había ganado como gota sobre la piedra a unos cuantos de sus camaradas. Pero no tanto como para no perder, al cabo, la integridad. Nunca tuvo huevos ni para una, ni para la otra cosa. Lo sabía, nunca le importó. Hizo la suya. Se casó. Al tiempo, su mujer cansada de que nunca estuviera en casa lo abandonó. Ni se preguntó a donde, no la amaba ni habían tenido hijos, y quedó sólo como un coyote. Así las cosas, no ascendió durante la represión por blando, ni durante la democracia por el silencio solidario, para no batir a los que en otro tiempo hicieron carne de burlas de él.

    Ahora, sabía, que sería su último año y después: ¡el retiro!. A disfrutar de la lancha y la quinta, y alguna que otra reventada. 50 años, 30 de servicio, no está mal.

    Lo que le incomodaba era el boludo de ayudante que le habían asignado. Sospechaba que lo espiaba, buscaban pruebas. ¡Minga que las iban a encontrar! Su explicación era razonable. Durante la represión se cobraban 2 o más sobres de acuerdo, no sólo al cargo, sino también por las tareas extras. Desde algún ángulo le convenía, "Obediencia Debida" de por medio, que lo acusaran de represor. Aunque no participó, no por "Derecho y Humano", sino porque vio como estaban todos sacados y un día le iban a poner un caño, no los zurdos sino los suyos.

    Lo suyo era más sutil, un oficio tranquilo. Ser cobrador del juez Marquesi, buena comisión, Edictos Policiales, una tenue y holgada gama de delitos menores: Prostitución, juego clandestino, puestos callejeros, tráfico de drogas blandas. Para las tareas, drogas y aprietes pesados, había otro equipo y él se abría. Hubiera sido buen embajador, pero era cana.

    El SIDA le complicó bastante el trabajo. Las nenas de categoría se asociaron de alguna forma, para lograr seguridad y profilaxis. Dejaron las casas clandestinas, subieron a los departamentos y saunas VIP, codificaron sus encuentros, bajaron los factores de riesgo, algunas evadieron los controles por un tiempo. Pero dejaron la calle a las pibas inexpertas, bajan la tarifa y por ende la comisión, se dejan enchufar por cualquiera en cualquier lado, así que aquel año, aquel fatídico año, se las llevaban en carretilla al Muñiz, y él se las vio negras para terminar de pagar la piscina.

    Ahora tiene la cosa encaminada. Los travas, traen nuevo aire, nuevas coimas. Hay que dejar un tiempo que los diputados moralistas les devuelvan el negocio que estos putos liberales le quieren quitar. La máxima es más antigua que el imperio romano, cuanta más libertad, menos pecado, menos transgresión y menos cometa.


    II


    Esa mañana, le asignaron el caso con una risa mordaz: "La Sueca, se cayó desde un piso 10".

    Puteó para adentro, se mordió la lengua y tomó el legajo recién compradito, que el juez Marquesi le entregaba diciéndole:

    - Hacete cargo,... pero bien..., hacete cargo, quiero saber quien es el hijo de puta que mea en mi jardín.

    La Sueca.

    La primera vez que la vio, no lo podía creer, una nueva potra en el corral, se dejó seducir y llevar al depto, quería saber más del potencial de esa mina, linda de cara, enormes ojos celestes y algo rasgados, voz suave y sugerente, rubio natural, lindas piernas, buen culo, lindo lomo, tetas pequeñas, pero firmes, y .... y .... y .. un diminuto pene colgando.

    Se atragantó con el whisky; él que se jactaba de reconocerlos antes de que doblen la esquina. Se contuvo las ganas de cagarlo a piñas, cuando se dio cuenta del filón que representaba. Cambió la ira, por interés comercial, la lujuria por documentación oral.

    La Sueca, salvo un pequeño, o gran accidente anatómico, según quisiera oírse, era mina y podía sacar lo peor de las perversiones, no le hacía asco a nada, lo mismo viejo que joven, negro que blanco, macho que lesbiana. Su único defecto que tenía eran el Lexotanil y la marihuana. Astudillo meditaba cuanto tiempo pasaría antes de hacerse pesado. Pero se equivocó. La Sueca era lo suficientemente despierta como para ser seronegativa. Cuando Astudillo acudía a cobrarle la cuota, La Sueca pagaba sin chistar.

    III


    El oficial inspector Astudillo, llegó un tanto perplejo a su casa. Tenía que idear una estrategia de investigación, tenía dos razones bien valederas para hallar al culpable, Uno, porque a la larga empezó a estimar a la víctima, y dos, por su lucro cesante... ¡ah sí, sí, sí!, también porque era su trabajo.

    Se armó un cuestionario tentativo que él mismo podía contestar a casi todas las preguntas por NO. La sueca era astuto, cuidadoso, dulce o perverso según el cliente. Nunca había tenido el más mínimo incidente, prefería los tímidos, no rechazaba las mujeres, nunca usaba alcohol y drogas, salvo un religioso brindis con Chandón. No tenía deudas, estaba al día con Marquesi, antes de subir o bajar a trabajar al depto, daba cuentas desde un teléfono público ya que sabía que al suyo lo tenían pinchado.

    Entre sus conocimientos estaban los aparentes que había juntado a lo largo del tiempo, no por su boca sino de parte de sus amigas. Aparentemente la primera vez que se vistió de nena fue a los cinco años, recién a los siete su madre, que había sido una modelo de segunda en su país, se dio cuenta, pero como conocía como era las cosas sólo le advirtió de lo duro que es la vida para esa clase de chica. Que se sepa su padre, que murió muy joven, nunca lo supo. Aparentemente, fue a los 8 años que pudo seducir a un chico de 16 y allí debutó. Sin embargo, ni en la escuela primaria, ni secundaria, tuvo problemas. Lo cual es algo difícil de creer. Vestida de sexo seguía pareciendo más una nena que un pibe. Tenía el pelo lacio y usaba un largo flequillo hacia el costado.

    ¡Que astuto!, Había logrado hacerlo pasar a él, (al turro, botón, corrupto, garca, cafishio, forro y tantos alias como Niñas Contribuyentes) Astudillo, del papel de vividor a protector.

    Su pasado era tortuoso, pero no más que la mayoría de los que pesadean la calle, hasta se podría decir que tuvo una infancia y juventud más feliz que la suya.

    A los 20, cuando Astudillo lo conoce, ya era una profesional consumada y experta. Fuera del depto llevaba una vida ordenada, algunas de sus compañeras se disfrazan de hombres depilados, otras a la luz del día no pueden ocultar su sexo natural y su profesión nocturna. La Sueca no. Era sugestivamente lampiño. De día usaba ropa lo suficientemente ambigua como para dubitar los aprestos de tirios y troyanos.

    Estudiaba diseño gráfico, para cuarteles de invierno. No tenía pareja. No se metía en despelotes. Rechazaba cuanto podía, casados con conflictos, violentos, despechados. Aún así era un maestro en satisfacer perversiones. No ocultaba a amigos y vecinos sus verdaderas inclinaciones, ni su trabajo. Nadie podría chantajearlo. No seducía, ni alardeaba.

    Astudillo que lo creía lo suficientemente vigilado, tomó la resolución de llamar a su ayudante para realizar una inspección ocular. Por la mañana, temprano, una típica mañana de invierno. Astudillo llegó con su ayudante, levantó al consigna que supuestamente lo estaba protegiendo y fueron al depto.

    La puerta sin forzar, el living ordenado, la cama del dormitorio apenas desecha. Mirada a la cocina, mirada al baño.

    Astudillo le pregunta al santurrón del ayudante:

    - ¿Observaciones,... novedades?

    - ¡Ninguna!; le contesta.

    - ¿Cómo ninguna?, ¿Tengo un consigna vigilando, un cuerpo cae del piso 10 y ninguno de mis hombres ve nada? O una de dos, o el asesino está dentro del edificio o mis hombres son unos pelotudos de mierda.

    El consigna, que aún sabiendo del carácter del oficial, nunca lo había visto así, ensaya una defensa.

    - ¿No se habrá suicidado?

    El oficial lo mira, mueve la cabeza a la par que arquea repetidamente las cejas y hace pucheros. Para divertirlo, acosarlo y humillarlo.

    - ¿Ninguno acá es loquero, no? Bueno no hace falta, vamos a los años de yuta, que con eso alcanza. Supongamos, supongamos, sólo por suponer. 1) El tipo se deprime, entonces puede abandonarse, dormir, no comer, no bañarse... a ver, a ver... el departamento esta limpio, ordenado, brillante... o bien se quiere despedir de este mundo exultante, se prepara, se baña, se pinta, etc., vaya al tocador y dígame que ve, y en que estado.

    El consigna, desconcertado, va y enumera:

    - Las luces encendidas, un secador enchufado. Un cajón abierto. Sobre el tocador, un rímel. Abierto y secándose. Sombras… una caja abierta con cosas que usan las mujeres, una crema abierta, un lápiz de labios abierto… caído en el piso.

    Astudillo interrumpe: ¿Tenía los labios pintados el muerto?

    - ¡No!

    - ¿Qué es lo último que hace o rehace una mujer antes de salir a la selva?

    - Nnnno , no sé a que se refiere..

    - Los labios, hombre, los labios, para salir o estar plena. Aún para entregarse a la muerte. Dígame Ud. nació de un huevo, porque yo que no tuve hermana, mi vieja era una toalla y mi mujer una cara lavada, sé eso... ¡ Ah, je, je, je! Debió ser por eso que se llevaban bien mi vieja y la turra esa.

    El consigna y el ayudante ponen cara de nada, y ojos de dos de oro, porque saben que Astudillo necesita razonar a los gritos y el irse por las ramas es su deporte. Pero pronto éste vuelve con su hilo conductor.

    - Suposición 2: Alguien lo amenaza de muerte, le viene un ataque de pánico y se lanza al vacío. Entonces ¿para qué se va a dejar la puerta abierta, para que se comienza a pintar?

    - Suposición 3: Drogas. Supone abandono, incoordinación. ¿Hay algún tipo de desorden o por el estilo? No, no, a este lo tiraron y el que lo tiró era conocido y bien conocido... A ver, a ver...

    Astudillo vuelve a la cocina, abre la heladera.

    - ¡No hay Chandón!- Grita- ¡no era un cliente!

    Se dirige después al ayudante:

    ¡A ver Bergués!, leamé el informe de autopsia.

    - Causa del deceso, estallido de masa encefálica, .... bs.ms.bs.ms... 10 costillas rotas... este... columna quebrada... brazos quebrados...

    - No, no más adelante, debe dar una suposición de cómo cayó el cuerpo.

    - ...el cuerpo impactó de cabeza, intentó frenarse instintivamente con las manos, gira el tronco, gira y da contra la pared... o sea, dice el informe, dio varias vueltas en el aire...

    - O sea,- interrumpe Astudillo - sigamos y no es estadística, ni práctica forense, sino suposición mía. Si fuera suicidio se dan mayormente dos casos, caso pasivo, se tira de pies, o decidido se tira bien de cabeza para no tener la sorpresa de sobrevida y dolor físico. Ninguno de los dos, el tipo cae revoleado, ni siquiera que lo tiraron tipo mafia, lo empujaron sorpresivamente, sin que lo esperara, sin que pudiera atinar a agarrarse de nada... alguno lo llevó al balcón... es más... sí, sí... se estaba pintando para salir, ya estaban por salir... el macho lo llama al balcón y el iluso se asoma, vaya uno a saber porqué y lo empujan, como la baranda es baja, cae como una hélice...

    Astudillo, cesa su discurso, mira la mesa ratona del living, pregunta a su ayudante, si no falta nada, el consigna contesta por el otro que no, que no saben.

    Se guarda una observación y la cambia por un comentario:

    - ¡Que par de pelotudos!

    Intenta retirarse, sale al pasillo, pero vuelve, ordena a sus subalternos que bajen que en cinco minutos los alcanza. Volvió a la mesa ratona y recordó vivamente: teléfono, agenda, grabador, centro de mesa floral...

    El teléfono y el arreglo floral estaban en su lugar, el grabador, un aparato inservible que le había regalado su tía a los 6 años y que usaba de amuleto, no; y la agenda que estaba en código, tampoco.

    El oficial llega a planta baja y comenta:

    - Saben una cosa alguno de nosotros tres va a ir en cana, somos firmes sospechosos del asesinato.

    El consigna, joven e inexperto, para colmo civil, intenta un balbuceo.

    - ¡Salgan de mi vista, pelotudos!


    IV

    Prende un cigarrillo, que tenía olvidado. Intenta por sí mismo, interrogar a posibles testigos.

    La kioskera, afirma que no vio nada, pero dijo alegrarse de que esa porquería se muriera, que al que lo mató habría que premiarlo, y que ella ni sabía que esa cosa estaba tan cerca, sino sin ninguna duda la hubiera denunciado. "Se nota que a vos no te dejaba guita", pensó para sí, casi moviendo los labios, mientras la miraba a los ojos con cara de póker.

    Unos cuantos se negaron a hablar, y no lo harían así ni ante el jurado. "Que sabrán estos de jurado, mucha televisión, mucho Perry Mason", volvió a pensar.

    Un portero, le dijo después de algunas cavilaciones, que creía haberle escuchado algo al florista de la esquina, pero no de ésta... sino de la otra cuadra.

    El florista, un gordo abandonado y cincuentón, le da una versión llamativa:

    - Esta calle da pa´ todo mire, esa tarde hacía un tornillo bárbaro,... yo estaba por cerrar el puesto, y no sé como, acá, acá nomá´ a dié´ metro, un Fitito se empieza a incendiar, ¡un kilombo!,... la gente empieza a mirar, lo´ coche´ se amontonan, el "pibe miravidrieras" como le decimo´ nosotro´, como si no se supiera que e´ cana o algo parecido, ... ese que siempre anda yirando con campera de cuero... a ver si se cree que por que tenga la´ crine´ larga y arito, no´ va a engrupí´ a nosotro´ que la tenemo´ lunga, la tenemo´....Bue´, a lo 5 minuto´ a ma´ tardá´, ¡faaa!, Se cae el trolo y se hace mierda... con un grito que todavía me zumba la oreja, me zumba... yo no sabia si llorar o reír... allá el trolo hecho bosta, acá la mina del auto que gritaba, que el marido la mataba, que alguien la ayude y se agarraba del pendejo, y no lo soltaba, lo agarra de la colita del pelo y el pibe no se podía zafá´, al fin se zafa el pendejo, pero para esto habrán pasado, no le miento, fácil fácil 5 minuto, entonce´ el pendejo sale disparao pal edificio y dentra como loco... se ve que hay trolo en todo lado, yo que él hubiera aprovechao y le hubiera puesto una mano a la mina, que estaba pal reviente.... Dispué´, vino un tachero, peló el matafuego y se lo apagó en meno´ que una escupida... y se puede crié que la mina desapareció... supongo de cagaso que venga el dorima...


    Astudillo, le agradeció profundamente y le prometió que nunca más lo jodería, ni lo citarían a declarar. El hombre se acomoda el cinto por encima del ombligo, que sin embargo vuelve a caer y se ennoblece de la gallardía de su declaración, como si hubiera salvado a San Martín.

    El oficial sabía que siempre hay uno más hijo de puta que uno, y que lo cagaron en la propia cara.

    Citó a solas al consigna.

    - ¿Cuál era tu misión?

    - Vigilar y cuidar a La Sueca.

    - ¿Y....?

    - Y bueno...

    - Y bueno nada. Decime ¿De qué índole era el incendio del auto? Policial, privada, un atentado terrorista, un misil ruso...

    - Privada.

    - ¿Para quién trabajas? Para la policía, los bomberos, Edenor, Charly García, La Nasa.

    - No señor, para Ud.

    - ¿Que se supone que debe pensar la gente de vos?

    - Que soy un pibe de barrio desocupado.

    - Bueno si fueras un tipo de barrio, podías acercarte al auto, si tuvieras uniforme debías hacerlo. Pero en tu caso no podías ni debías.

    - Sí, señor.

    - A ver. Contame que hiciste...

    - Corrí, cuando me di cuenta que era La sueca, corrí al depto.

    - ¿Y..?

    - Llego, llamo al ascensor y los tres ascensores estaban trabados en el 8º piso, entonces corro por la escalera, llego sin aire al depto, lo inspecciono, no veo a nadie, salgo. Uno de los ascensores está libre, lo llamo, bajo, la calle todavía está embotellada y no creo poder ver al móvil, entonces voy al teléfono y llamo a la seccional...


    V


    Astudillo, tenía pocas certezas. El asesino era conocido, le abrió la puerta. No era cliente. Amante tampoco, porque, aunque no le conocía afecto, desarrollaba su vida privada lejos, en Mataderos. Si la investigación se le hacia larga. Perdería imagen frente al resto de las abonadas. Tenía que jugarse y rápido. Le volvió a la mente la agenda, y un grabador inútil. ¿Para que se los llevaría el asesino? Salvo que, aparte de conocerlo él, nosotros también, pero aparentemente nunca estuvo en el depto... y como no tenía música... el agresor podría llegar a pensar que estaba grabando... Recordaba haberle dicho eso alguna vez, por si alguno lo quisiese chantajear, cosa muy difícil... La sueca no le hizo caso... ¿O sí?

    Salió disparado al teléfono. Pidió al juez que un grupo de investigación, de ser posible de otra jurisdicción. Buscaran con paciencia en el depto, un grabador o algo que se le pareciera y por otro lado que el florista, aún rompiendo parcialmente la palabra, le hiciera un identikit de la mujer del auto...

    Esa misma tarde, le traen una grabación que se encontraba en un grabador multipista camuflado en un placard, con cintas de 4 pistas de 12hs de duración; y 4 micrófonos escondidos en cada una de las habitaciones: living, dormitorio, baño y cocina. Otra caja con varias cintas rotuladas de distintos días y horas. Luego de ecualizada, filtrada y reeditada, se apresta a escuchar lo que el equipo le deja marcado. La versión de los especialistas era que la cinta se activaba de dos formas: a) cada vez que la sueca franqueaba la puerta con el portero eléctrico y b) Cuando un sonido superaba los 50 decibeles; y sólo se apagaba si puntualmente él mismo lo apagaba por control remoto, al que encontraron después de mucho buscar en un cepillo para el pelo.

    “...Se escucha que La Sueca se prepara para salir, mientras espera que alguien sube, se oyen ruidos de televisión... de pronto el timbre de la puerta, una voz masculina que le trae un mensaje, lo trata de vos, lo deja pasar, el diálogo que sigue es inteligible... se escucha una puerta que se cierra despacio, desde el canal de sonido del dormitorio y del living de oyen ruidos suaves y rutinarios difíciles de identificar, después de unos minutos un ruido como a puerta corrediza... de pronto gritos del mismo hombre que grita:

    - ¡Che, Alberto Vení... vení! Mirá lo que le pasa a ese auto en la esquina, un toco de humo

    Se oye la voz de la Sueca decir:

    - Y ahora que quiere este

    Una puerta se abre, un caminar descalzo, " ¡ay!, abriste todo, se congela el bulo" que se pierde un poco... un grito a lo lejos... "puto de mierda" dice el hombre sin fingir la voz muy cerca del micrófono... golpes cercanos... un portazo... carrera...”

    A pedido de Astudillo el juez realiza un muestreo de todas las abonadas de su ducado, contrariamente a otras veces, todas demuestran un gran sentido de colaboración.

    El juez por simple olfato le comenta:

    - El identikit dio negativo, no la conocen, parecen decir la verdad.

    - También creo lo mismo, están algo asustadas, juez. Agregó Astudillo

    Astudillo volvió sobre 4 preguntas que lo sacaban.

    1 ¿Por qué un hombre y una mujer? ¿Estarían relacionados?

    2 ¿Por qué se robaron la agenda y el grabador inútil para cualquiera que no fuera La Sueca?

    3 ¿Quién se gastaría en incendiar un auto por más viejo o afanado que fuese, sólo para distraer al consigna?

    4 Y finalmente, el consigna, si bien había demostrado poco oficio. Supuestamente sólo sabían de él, él, su ayudante y por supuesto La Sueca. Y el consigna, como fin último no sabía porque debía vigilar y protegerla.

    Para evitarse problemas, hacía un largo tiempo, que habían convenido, con el muerto que las drogas pasarían siempre por "aduana", de hecho, la requisa al depto no las encontró.


    VI

    Se le agotaba el tiempo.

    Astudillo tenía dos tiempos, uno el policial, que podía o no ser cumplido. Pero el otro, el que Marquesi le marcaba. 2 días más o afuera del negocio. Afuera significaba el retiro con su sueldo de retiro, o si se rebelaba un cuetazo en cualquier momento. El juez no se andaba con vueltas, y ya estaba sintiendo su aliento detrás de la nuca, esperando el tarascón.

    Lo llamó a su ayudante, este le puso reparos.

    El oficial levantó la voz:

    - Me importa un carajo, su franco, su sueño y su novia, venga para acá... y tráigala si quiere... no, mejor tráigala que no quiero demoras...

    Media hora después, contrariado pero con disciplina vertical, cae el ayudante...

    - Y... ¿Qué me trae?

    - Nada, nada nuevo, oficial.

    - Mirá esto que está pasando es también culpa tuya, ¿cómo puede ser que hayan relojeado al consigna?

    - Nnn, .. No sé, oficial.

    - Como no sé, tres días en la calle, un crimen que mañana ya no podremos ocultar a los diarios, y Ud. lo mas campante me dice nada...

    De pronto, sorpresivamente, la mujer interviene.

    - ¡Eh, pare la mano!.. ¿No ve que no sabe nada...?

    - Lo único que me faltaba, un cana pollerudo.

    - Eh, No señor, que dice, no... la traje porque Ud. mismo me dijo que la trajera, que no me distrajera...

    Astudillo, amaga una señal de levantar la sesión, pero reflexiona, hace un silencio, luego sale un momento de la oficina y vuelve.

    Le pregunta a su ayudante: ¿Y la cinta?

    - ¿Qué cinta?

    - Ah no, cierto, Ud. no sabe nada...

    Y mirando a la mujer le dice:

    - Vio que no sabe nada...

    Esta lo increpa:

    - Y que quiere que sepa, que se meta en el bardo que Ud. hace... tanto quilombo por un puto de mierda...

    - Bue, bue, bue... listo vamos, vayan que después lo llamo.

    Se apuró a sacarlos de la oficina.

    Encendió un cigarrillo, lo fumó con parsimonia, sin dejar de pensar. Se quita el micrófono de la solapa, llama por el interno.

    - Sánchez, prepáreme un móvil y vengan Ud. y Silenti con saquito de abrigo.

    - ¡He que pasa!, ¿Están afanando un banco?

    - Ud. haga y no opine.


    VII

    Tres minutos más tarde, ya en el móvil, les ordena ir rápido al departamento central. Los dos agentes, se miran, no entienden, pero obedecen. Una hora después el perito le da su opinión.

    Astudillo se había equivocado. Era cierto que la novia de su subordinado era una rea cualquiera, pero de allí a estar implicada con el hombre de la cinta, había una gran distancia

    Sin embargo, el desconfiado Juez Marquesi la interrogó.

    Seis horas, 6 largas horas de interrogatorio convencieron al juez, al oficial y psiquiatra que el ayudante, no sabía de lo que se le estaba acusando. Pasaron, entonces al operativo apriete con su novia. Que estaba ya detenida preventivamente en otra dependencia de la seccional.

    La mujer era dura, muy dura, no podían encajarla mentalmente con la bonomía de su pareja. Era dura, pero sabían que de alguna forma tenía que aflojar, no existía al parecer método legal para hacerla cantar. El psiquiatra, habla a solas con el juez, sabiendo que Astudillo se estaba preparando, mentalmente, haciendo crujir los nudillos contra las palmas, para un verdadero ablande. El juez se dirige con voz pausada a la mujer:

    - Hasta ahora tenemos pruebas bastante firmes, si encontramos a tu cómplice, podemos llegar al grado de premeditación, la forma del crimen es alevosía. Eso son unos 20 años, digamos. Ahora, si te juzgan en oral y público, la presión pública, la hipersensibilidad de las chicas, puede hacer subir la condena digamos a... perpetua. pero, pero, pero... podemos, digamos, tomar tu confesión, sentido de colaboración, arrepentimiento... podemos ser desprolijos y no ver tu arreglo con tu amiga... podríamos..

    La mujer no por miedo sino por lógica pura. Sabiendo que negarlo no le daría ningún rédito, le dio el nombre de una persona que ella sabía, subía seguido al departamento. Un tal López. Dos horas después lo tienen delante de ellos.

    El juez hace señas al psiquiatra que se retire, y que Astudillo se siente al otro lado y prosigue.

    - Ves en esta mesa, hay tres hijos de puta, yo el primero, Astudillo otro y vos sos un hijoa de puta, y entre diablos no nos vamos a esconder el tridente. A mí me importa un carajo lo que sentía Alberto Persik, lo que sí me importaba era que era una buena abonada, prolija, cumplidora, nada de bardo, de pronto vos. Vos no me estás quitando sólo un travesti vip, sino que me comprometes al resto de la mercadería. Así que lo vamos a firmar de esta manera. Uno: vos no confesas y yo te hago encerrar 30 años con los machos más bravos. Dos: vos confesas y, palabra de hijo de puta, nos hacemos los que no sabemos lo que sabemos... pero como indemnización e intereses, me vas a tener que dar el doble de lo que me daba La Sueca, y es mucha plata, pero... en la cárcel es mas difícil conseguirla. Si querés salir a robar o no, no me interesa, lo que me interesa es el cumplimiento del abono, sólo la plata, bien cumplida todos los, a ver que día podía ser... los 9 de mes. Si se te ocurre, que podés salir y buchonear, pensá 2 cosas, esta causa la puedo hacer prescribir o no, en cinco o 25 años, siempre habrá alguien que se acuerde de La Sueca y, afuera la calle está muy peligrosa, no sabés la de matones que hay... ah, y ahora que te veo un poco mejor, un tipo atractivo para las mujeres, puedo encontrarte a unas cuantas viudas solas.


    VIII

    López se quiebra y empieza su historia.

    - Yo Rubén lo conozco desde hace 10 años más o menos, todavía éramos pendejos, pero mientras que él, el negrito feo y tímido, conseguía minas a patadas, yo el más lindo según las mismas pibas, nadad de nada. Cuando Rubén entró a la escuela para ser cana, fue como decirle adiós a un amigo. Pero al tiempo fue él quien me la presentó. Yo ya estaba casado desde hacía cinco años, de modo que no debería tener relación alguna con una travesti, pero cometí el error de subir a su departamento.

    - Cuando la vi pensé que era otra chica con la que compartían el departamento. Convenimos el valor de las sesiones y me dio 8 sesiones esa misma noche, pero sesiones de verdad, cosas que ni hice con mi mujer en la noche de bodas. Fue la primera vez en la vida que quedé satisfecho, seco, irritado, salí recaliente y sin un mango, un turro vestido de mina, me hizo gozar, desear, arder, suplicar, hasta la locura.

    - No pude esperar más que una semana. La soñaba y lo soñaba, tenía pesadillas, me despertaba confundido, tanto que mi mujer se daba cuenta. Hizo que le la pusiera de todas las formas posiblesas, un asqueroso marica que me besaba como la mina más dulce.

    - Entonces se me ocurrió que Gladys, mi esposa, podría formar parte de mi plan pero sin saber los reales fines del mismo. Fue ella la que compró el fitito usado que incendiaríamos.

    - Un día me presento sin guita, y me dice, suelta de cuerpo que lo suyo era profesional, nada personal, como si yo en lugar de un macho hecho y derecho, fuese un viejo, me enojo y me dice: "Vas a perderla a Gladys, es una buena chica”"

    - El hijo de puta sabía quién era y de donde venía yo, y no me dijo nada. Así que me fui humillado y caliente, caliente en todas las formas. Por las noches en lugar de soñar con Miriam, la amiga de Gladys, que estaba fuerte y me daba pista, soñaba con ella. Hasta que un día me dije: "O mía o de nadie".Maquiné un plan, lo llamé por teléfono, le dije que lo quería pasar a saludar, pues me iba de viaje, me dice que no espera a nadie, que estaba en el departamento descansando, que iba a salir con un chico... "pero sin sexo viste", como si se burlara.

    - Subo hasta el octavo... bah, el resto ya lo sabe, Gladys no, sabe que yo pensaba matarlo.


    IX


    Marquesi supo de inmediato lo buena laburante que era La Sueca y a decir verdad la única víctima real de todo el caso era la esposa del asesino. Se declaró incompetente y le pasó el caso a otro juez, el que saliera por sorteo. Aunque se buscó la carátula. homicidio culposo, rápidamente se notaba que había sido premeditación

    La condena fue de ocho años de prisión efectiva, que fue de cinco por buena conducta. Al salir, más enamorado que nunca de su esposa se mudaron a Catamarca, donde, según dicen, no la dejaba en paz ni un día- Aquel hombre que intimaba con su mujer una o dos veces por semana, ahora, por obra y gracia de La Sueca, a la pobre Gladys…

    Bueno como eso es muy escabroso lo dejamos así.
  • Cris Cam
    Gwener y Tommy


    Tommy subió hasta el monte Swan, más bien un promontorio boreal de tierra firme, muy cerca de las ruinas de Barnakeil Church que miraba hacia el círculo polar ártico. En realidad, no tiene nombre oficial, pero la gente lo llama así, donde se hallaba el observatorio astronómico Galileo, con la esperanza de conseguir un empleo. Apenas había terminado sus estudios en la escuela elemental del maestro Marshall, y sus padres no disponían de dinero como para enviarlo a ninguna escuela superior. Así que decidió que comenzaría a trabajar, en el único lugar posible, el observatorio astronómico que patrocinaba lord John Laurie, dirigía el Dr. Carl Linkshaw y donde su lugarteniente el ingeniero Albert Blacksmith, trabajaba sin descanso. Más bien, sin que nadie lo haya visto dormir, nunca, ya que ni cama tiene.

    La madre de Tommy confiaba en que tres hombres solos necesitarían de alguien que les hiciera los recados. No se equivocó en lo de los recados ya que ese mismo día le pusieron unas cuantas libras en el bolsillo, y le entregaron las riendas de la burra Clotilde para que bajara y caminara la legua y media hasta el pueblito con una larguísima lista de compras. Pero se equivocó al pensar que eran tres y que estaban solos. Lord Laurie sólo se aparecía una vez cada tres meses, el Dr. Linkshaw sólo los primeros lunes de cada mes, de modo que quien se ocupaba de todo era Albert, quien no sólo disfrutaba de esa libertad, sino que lo hacía en compañía de Björk, una núbil doncella con quien ya tenía una hija, Margaret y con quien cuando su padre lo autorizara, se casaría.

    Desde la invención de la máquina a vapor, como bien sabemos, Inglaterra fue invadida por todo tipo de ingenios mecánicos. Y si los grandes barcos y locomotoras eran proyectados y fabricados por las nuevas y enormes empresas, otras empresas no menos ingeniosas, como la relojería, ahora tan de moda y precisa desde el mismo inicio de la revolución industrial, estaban a cargo de personas que más que mecánicos eran orfebres. Esa fiebre aún no había llegado tan al norte de las islas.

    Tommy no creyó quedar tan fascinado como cuando entró a la sala de máquinas del observatorio. El mecanismo se movía por una serie de precisos engranajes movidos en su etapa inicial por una clepsidra, un preciso reloj de agua que con sus gotas esféricas y regulares movía por gravedad un diminuto cuenco que al inclinarse por su peso le daba lugar al siguiente, detrás de una gran pecera de vidrio que lo protegía del congelamiento. Allí aún no había llegado ni el vapor ni el alumbrado a gas, de modo que se mezclaban el pasado y el futuro en una misma medida. Esa noche la gran lente refractaria de 40 pulgadas de diámetro apuntaría a un lejano punto de la nebulosa de Andrómeda. Y Albert, borrador y carbonillas de 24 colores en mano, dibujaría con su pulso firme y elástico, propio de un gran pintor del renacimiento todo lo que vería. La noche se presentaba larga y muy fría. Allí, fuera de la sala de máquinas no había posibilidades de calefacción alguna, unos pocos grados de cambio de la temperatura podría rajar la gran lente que había costado muchos miles de libras, adquirida en la única fábrica de lentes que había en toda Inglaterra. Albert, en las noches de tertulia en la posada, luego de algunas, mejor dicho, muchas copas, decía que Andrómeda era el producto de una de las iras de su padre y la Vía Láctea de una noche de amor de su madre. Como nadie sabía de qué hablaba sólo quedaba reírse de su alcoholizada imaginación.

    Las mejores noches para la observación eran las invernales que comenzaban muy temprano en la tarde y acababan a media mañana. Es que al estar el pequeño monte Swan tan al norte de Escocia, no muy lejos del Círculo Polar Ártico, la noche invernal comenzaba en la primera semana de octubre y terminaba en la primera semana de marzo. Es decir, meses completos para la observación que, si el clima ayudaba, o sea que no tuvieran esas nevadas que duraban semanas, el registro, para alguien que estuviera dispuesto a congelarse era cuantioso. Pero en verano cuando los días eran más largos y la neblina llegaba hasta el mismo monte, o bien cuando el calor producía el característico titilar de las estrellas, lo cual significa una mala observación, Albert se dedicaba a sus otros menesteres.

    Albert no era un oscuro ingeniero como pretendía decir su suegro. Ya que nadie sabe si alguna vez estudió o lo sabe por su propia sabiduría. Toda la parafernalia, viejos trastos de bronce heredados de 6 generaciones de astrónomos, fue modificada y mejorada por él. Tenía un don para la mecánica y su biblioteca ajustada como su salario, rebozaba de libros de física, matemática, pero sobre todo mecánica. Y como siempre hacía, hablar sin que nadie lo entienda, llamaba a Newton un buen hijo y a Kepler un gran entenado Eso le hacía decir a la chusma que ese hombre no sólo no era de este país, quizá fuera de un continente lejano y como la ignorancia geográfica que confundía a Brasil con la India, digamos por la densidad de sus selvas, cualquier lugar era adecuado para su nacimiento.

    Tenía publicada una mejora para las locomotoras que implicaba un ahorro de combustible. Pero quien la haya leído la repatentó con una nimia mejora y se quedó con la autoría. Tuvo mejor suerte con el velocípedo cuando argumentó que si las ruedas eran algo más pesadas mejoraría la estabilidad, por eso de la conservación del momento angular. Incluso jugó un papel clave cuando otro ingeniero patentó el uso de la tracción a cadena. Que luego fue usada en grandes barcos en reemplazo de los grandes engranajes.

    Así que, como no paraba de inventar sin que le preocupara quien cobraba las patentes, volvía a hacer que la gente se preguntara quien era ese hombre.

    Sin embargo, su más preciado proyecto se activaba lejos de la vista de sus patrones.

    Cuando apenas era un niño, si es que, según los borrachines de la posada, alguna vez lo fue, porque algunos bromeaban que era eterno, había descubierto en sus paseos por los pedregosos montes de su país natal, una roca azul que no sólo brillaba en la oscuridad, sino que era tibia al tacto y luego de estudiarla mucho tiempo logró descubrir que emitía una especie de energía, algo por entonces poco estudiado, claro. No era algo como para mover a un barco, ni siquiera a una locomotora, pero quizá algo más pequeño. Ahora, había logrado, trabajando en secreto, que ese ingenio le diera vida al más esperado de sus sueños.

    No se trataba de lograr que la materia orgánica resucitara, sino que tal cual lo hace el músculo de una rana al ser pinchado o pasándole electricidad, él había inventado, hacía muchos años, un material que tenía las mismas propiedades. Nadie sabe cuántos años tardó, pero un asiduo y muy bebedor concurrente a la taberna dice que fue hace miles de años. Estudiando los elementos que le eran tan afines como le era la propia metalurgia, para lograr un material que tenía el aspecto de músculo y piel. No creyó que fuera una maravilla que un esqueleto de la altura de un muchacho de 12 años pudiera ser recubierto por esa masa moldeable. De modo que moldeó el esqueleto metálico, con materiales nunca logrados por nadie, le agregó esa clase de piel y obviamente un cerebro de un material que, si alguien le preguntaba, decía era cuerpo de medusa. Un enjambre de diminutas fibras que, según él, en las noches de taberna de puro vino, poseía los atributos de la memoria y la razón, algo que él consideraba obvios, pero, más aún, sentimientos. Un viejo borracho le decía que ya era difícil creerle la invención de memoria e inteligencia artificiales, ¿cómo pretendía ufanarse de una máquina con sentimientos? Su invento, su hijo, tenía, como todos, pulmones, corazón, estómago, etc., incluso sexo. Pero no quería arrogarse el atributo de crear bellezas inauditas como un tío, según decía, suyo.

    Así que su máquina tenía todos los sentidos del ser humano, no sólo los regulares que existen en cualquier libro de escuela, sino otros como el equilibrio, la sensación del transcurso del tiempo, por ejemplo. Pero además uno que le sería propio, la capacidad de crear atracción y rechazo, ya que necesitaba que su máquina no fuera estudiada en demasía y para eso, la propia máquina elegiría con quien intimar. Ahora bien, ¿cómo presentaría a su máquina sin causar la repulsa general, habida cuenta que no hace mucho a Galileo la Inquisición por poco lo mandan a la hoguera por decir que la tierra no es el centro del universo?, ¿Cómo decirles que su máquina podía ver, oír y pensar? No, eso había que dejárselo a los dioses. Lo que hizo debía ser pensado como algo que tuvo y si bien la palabra engendrar no estaba mal dicha, eligió llamarla hija, o mejor Gwener, un nombre como cualquier otro. Pero a veces, cuando de tanto beber caía en la angustia la llamaba hija de la nacida de la espuma, buena para la marca de un jabón, opinaban sus compañeros de taberna.

    El viejo borracho, siempre alegre, mordaz y curiosamente sano, aunque sabía que a los borrachos y a los locos nunca les creen, pero luego terminan haciéndolo, dejó planteada la duda de cuantos años tenía. Sólo cuando pagaba alguien le preguntaba de qué vivía, de dónde sacaba sus siempre presentes monedas de oro y plata. Y él le decía que donde él estuviera el vino y el dinero para pagarlo nunca faltarían. Hombre extraño.

    Así que una tarde, antes que la taberna se llenara de mentes embotadas por el alcohol. Alguien postuló que Albert no tenía la edad que decía tener, sino algo más, y se atrevió a decir, muchos más, porque, que el recuerde, cuando llegó alegó tener la misma edad que dice tener ahora y eso fue, según decía, hace más de 40 años. Pero otro le dijo que estaba chiflado porque no hacía más que dos años que había llegado, el tiempo suficiente para seducir a la niña y traer a alguien más a este mundo. Otro, desde el piso, arrastrándose sobre su propio vómito, dedujo que bien podía ser el dueño del tiempo. Lo cual encrespó al único ebrio con título, el reverendo Mc Cloud, que respondió que sólo a Dios le corresponde el control del tiempo. Y como el whisky, el vodka, el gin y la cerveza habían comenzado a circular haciendo que las inferencias lógicas se apagasen, todos se callaron la boca y nadie volvió a hablar del asunto, ni eso ni en las noches, meses, años siguientes.

    Cuando Albert, con un chasquido de sus dedos, puso en funcionamiento a Gwener, ella ya tenía, sin haberlos vivido, 12 años, con sus travesuras, recuerdos, cambios de dientes, cortes de cabello y lastimaduras de rodilla incluidas. Si alguien le preguntaba “He, tú, ¿quién eres?” Ella sabría decirles que se llamaba Gwener y era la sobrina, hija de la hermana de su padre, otras veces su antigua esposa una tal Marcela que vivía del otro lado del continente, o algo así. No solían, cuando así lo deseaban, ser claros padre e hija.

    Por eso, una mañana, todo el pueblo vio llegar una carreta, tirada por dos bueyes, de donde, con dos pesadas valijas en la mano, bajó Gwener, que decía venir desde muy lejos, y si alguien quería saber más, les decía, de Grecia, y como su aspecto cuajaba, las preguntas acababan.

    Así que pronto, se hizo amiga de Björk y mimaba a su hija natural, Margaret. Y su aparición trajo nuevas tertulias en la taberna del viejo Mark, que lo agradecía ya que cuanta más polémica hubiera, él más alcohol vendía.

    Cuando Tommy la vio, sin que ella lo registre, le pasaron dos cosas por la mente, que, si la sobrina de Albert había llegado, él que se tendría que ir sería él, y la otra, obviamente, que hermosa que era Gwener. Porque Albert la hizo según recordaba que era, otros dicen, el borracho dice, que es, su más larga y amada esposa y amante, es decir, la única más bella que la propia Elena de Troya.

    Albert no se ahorraba riesgos y si Tommy se quedó suspendido en el aire, todos y cada uno en la taberna lo mismo, lo cual incluía a la mujer de Mark y sus tres jóvenes hijas. Gwener, se podía ver, no era ni islandesa, escocesa, noruega, sueca, danesa, inglesa o alemana, pero tenía algo de todos esos pueblos. Su cuerpo parecía torneado por Fidias, su cabello largo y muy trenzado, de un rubio extraño y espeso, le llegaba hasta los tobillos. Su cara recordaba los cuadros de zurcidoras, costureras holandesas, redonda, llena de pecas, con unos ojos enormes y profundamente azules. La forma de sus manos, pies, caderas, torso y pechos se correspondían a alguien de su edad, aunque Victoria, la mujer de Mark, opinaba que nunca había visto a una niña de 12 años tan bella y a la vez tan mujer. Y si cuando habló su voz era melodiosa, cuando la hicieron cantar y ella no se negó, lloraron hasta las palomas. Pero quien más lo hizo fue ese rollizo borracho, cuando ella cantó en un idioma que nadie conocía, salvo, al parecer, él y Albert. Dijo “maldito algo” y ese algo parecía consonar con el canto de la ninfa. Quedó en el misterio a quien había maldecido porque cuando se lo preguntaron se excusó diciendo que en su pueblo se dice así cuando algo los supera. No todos le creyeron.

    Estaba claro que muchos rompieron sus alcancías para hacerle llegar sus regalos, así fueran muchachos de su edad, jóvenes, adultos, hombres maduros y viejos a los que parecía no importarles el mote de baboso. El viejo borracho, muy jocoso, decía que sólo faltaban Ulises, Ajax y Aquiles. Así que, ante tanta competencia, Tommy, que no tenía alcancía ni ahorro alguno se sintió menoscabado. ¿Cómo haría él para competir con tantos caballeros?

    Lo que Tommy no se había preguntado era lo que Gwener sentía, ya fuera por él o por quien fuera. Y estando una tarde de julio, uno de los pocos días templados, mirando romper las olas, al norte de la isla, Gwener pasó a su lado, ya sin su habitual vestido rosa y cinturón de trenzas de oro, regalo, según decía de su madre. No, Lucía se metió al mar, desnuda. Tommy miró a todos lados y le gritó “que te pueden ver”. Pero ella ignorando sus palabras lo invitó a internarse con ella. Por un impulso Tommy así lo hizo, pero apenas puso un pie en el agua notó lo fría que estaba, lo cual parecía no importarle a Gwener. De modo que se quedó mordiéndose el labio inferior de deseos y frustración. Cuando la vio venir al no tener con que secarla se quitó la campera que ella rechazó diciendo no tener frío. Cuando pasó a su lado reprimió sus ganas de tocarla, tocarla y tocarla. Y cuando ella estuvo distante se dio vuelta para gritarle “pacato, cobarde”.

    Como eso ocurría a diario, primero uno, luego dos y por fin una docena de muchachos escondidos entre las rocas fueron para expiarla y aunque a ella más que molestarle le gustaba, para evitarle más problemas a Albert dejó de hacerlo. Y cuando al pasar comentó que este año el agua estaba un poco más cálida que los anteriores, no hubo uno solo que no comentara que no solo ella apareció de golpe en el pueblo, sino que nadie recordaba haberla visto nunca antes de esa tarde de la taberna.

    Ya por entonces, Tommy no estaba enamorado, estaba ardiente, irremisible y locamente enamorado. Tanto que, si le dijeran estar con ella, por tan sólo cinco minutos y luego ser arrojado a la hoguera lo haría. Sí, por cinco minutos. Y cuando, al fin, le preguntó porque hacía lo que hacía. Ella le contestó con una frase incomprensible: “Soy como mi madre, fui hecha para enloquecer de pasión a los hombres”

    Tommy pensó, si Gwener era así y su madre era tan bella como para enloquecer como ella a los hombres, como se pudo enamorar de un hombre como Albert que era tan feo, algo jorobado y encima rengo.

    Pero llegó octubre y con él el tiempo de observación telescópica, nadie volvió a ver a Gwener y cuando le preguntaron, Albert respondió que se había vuelto con su madre en Escocia, pero a otro le dijo que, a Alemania, y a otro a la India, Italia, España, Brasil e Incluso China. Nadie entendió que Gwener era hija de todas y de cada una de las mujeres del mundo. Albert sólo la desactivó por los 9 meses del largo invierno.

    Para entonces Tommy ya había cumplido sus 14 años, de modo que pasaba largas horas llorando y añorándola.

    Cuando el verano volvió, Gwener reapareció y con ella la pasión de Tommy, quien por sentirse hombre se sintió con derecho a reclamarla para sí. Ella le dijo si creía estar a su altura. Tommy algo molesto le preguntó si ella creía ser la hija de una diosa como para rechazarlo como lo hacía y ella le respondió que ninguna y ambas cosas. Que sí era hija de una diosa, porque así la había hecho su padre, pero por otro que no era humana. Tommy, ya fuera de sí, le pregunta cómo podía ser que no fuera humana, ¿Acaso era una autentica diosa? Y Gwener con la calma que le correspondía le dijo, en forma indirecta: “¿Estás dispuesto a ser el hombre de una máquina?” “Maquina, ¿Qué Máquina?” Respondió él. Y ella en un idioma que él no conocía, castellano, le dice con tono irónico: “Hombres necios” Y cómo Tommy seguía sin entender o no quería hacerlo, Gwener volvió a decírselo nuevamente. “Tommy soy lo más sincera que alguien puede ser, yo soy una máquina creada por mi padre, si estás dispuesto a vivir con alguien o algo que nunca envejecerá y, a lo sumo, se gastará, pues bien, aquí estoy, toda tuya”

    Tommy volvió a preguntarle, ¿Cómo que nunca envejecerás? Y ella le responde: “Que dentro de varias décadas cuando seas viejo y senil yo seguiré teniendo la edad que mi padre me asignó, 12 años, pero mi cerebro artificial no cesará de aprender cosas nuevas. Pero, por otro lado, ¿no esperó 20 años Penélope a Ulises, conservándose casta y tan joven como cuando él partió? Pues bien, yo nunca partiré mientras vivas y cuando te entierre, quizá le pida a mi padre que me desactive para dormir el sueño de la nada contigo.”

    Tommy, sin poder entenderlo cabalmente, aceptó lo que sería parte pasión y aventura, pero también rechazo, riesgo y persecución. Porque al paso del tiempo se hizo evidente que mientras él crecía en altura y pelo en pecho, ella seguía siendo una ninfa de 12 años y así comenzó su largo peregrinaje por tierras remotas donde no podían recalar más que una docena de años sin ser nuevamente perseguidos.

    Dicen que cuando, llegado su tiempo, muy anciano, Tommy murió, Alberto cumplió el deseo de Gwener, y hombre y máquina descansan en un promontorio de una tierra y nunca declarada por él.

    Que Tommy un chico, luego hombre, fuera un simple mortal que gozó de la más bella de las mujeres, aunque fuera una máquina, era su revancha por haber amado tanto a Afrodita y ella nunca le correspondió.

    En una nueva taberna aún conversan y discuten, Dionisos, ese viejo borracho con el gran metalúrgico y orfebre de inventos humanos, Hefestos, el oscuro patizambo.
    A E.Fdez.Castro y BEN. les gusta esto.
  • Cris Cam
    Simetría
    No es la vida tan simétrica como pretendés tozudamente, infundir a ese diseño. Hace días que te veo, atiborrada de café y despeinada, tratando de encontrar un punto de escape de los vientos del este entre las torres. Para mí dos tontas torres enfrentadas como dos amantes embelesados, aunque hoy más bien, parecen suegra y nuera.

    Mirá los puños de tu camisa, siempre impecables, manchados de negros y sepias. Es como si hubieras descubierto un mapa del Dorado. Sólo sueños y frustración.
    No es demanda lo sabés. Aun cuado sepa que cuando logres entregarlas y tendré que salir por esa puerta.

    No simetriza un tonto músico de bar, con la exitosa arquitecta que pudo quebrar la dicotomía espacio o naturaleza. Aunque quizá debas prestarme un poco de atención, si siguieras atentamente mis melodías, te darías cuenta que la belleza no es sólo simetría, ni duplicados, ni fotocopias. ¿Dónde está la simetría en Mozart o en el Río de la Plata? Uno tiene sus orillas, una con pibes, la otra con botijas, el otro lleno de arreglos y guirnaldas, donde a nadie le importaba.

    La simetría sólo es íntima, interior, cercana, sensible. Cierto que no es lo mismo Mozart con un solo oído, como no es lo mismo ver caer la espuma de champú de sólo uno de tus pechos. Que no es lo mismo mirarte con un solo ojo que al amparo de la luna.

    Hacele caso a tu mano izquierda, que siempre está quitándote los mechones rubios que ocultan el valle de tus dos simétricos ojos, ella no se angustia de no dibujar, ni trazar como su hermana, porque sabe que en la redención de sábanas, sabrá buscar éxtasis y clavarse en mi espalda, tan sabia y mágicamente como su simétrica.

    O como esa taza de café abandonada que no le importa ser la única sobreviviente de tus codos torpes, ella disfruta darte calor. Como yo, que sé, que mañana tendré que salir por es puerta impar y poco simétrica, para no frenar tu vuelo.

    Si al menos me hablaras, si al menos te distrajeras un minuto, reconocerías que el viento no se escapa por un punto de fuga, como si fuera un punto imaginario del infinito. Las cosas tienen su orden y su desorden, un punto de energía y menor esfuerzo, su Cosmos y su Caos. Sus sonidos y sus silencios, su hembra y su macho. Su vela y su timón.

    Como mis barriletes infantiles, siempre enormes y vistosos que nunca volaban, porque no les dejaba lugar para la fragilidad, y un barrilete es eso, una fragilidad de ángeles que necesita, sin embargo, un punto de amarre.

    No. En realidad, esas torres son como mis pesadas zapatillas diarias, que nunca me saco, que están siempre dispuestas a la carrera, o la abulia, la huída cobarde o la defensa heroica. Están siempre allí, abajo, en mis pies, hasta que, de tanto estar allí, me olvido de ellas y sólo cargan mis decepciones. Y suele ocurrir que cuando ando de ceremonia detrás de mi oboe, mi piano o mi violonchello, con cuellos duros y zapatos lustrados, me acuerdo de las dulces melodías de Vivaldi, los riffs de Blackmore y mis viejas zapatillas gastadas. Es allí, cuando descubro sus cordones desatados y su cuero desgajado.

    ¿Que tiene de simétrico el Aconcagua? Que es gloria y tumba de sus retadores. O los frisos del Partenón o las manos de Altamira. En realidad creo que es todo un arbitrio. Un absurdo protocolo. Como las vocales y las consonante, rojo y verde, pentagrama y clave de sol, los vinos blancos y el pescado, el saco y la corbata, fronteras y banderas, el afeitarse cada mañana. ¡Quién se libraría de ellos!

    No. Vos no. ¡La simetría es belleza! Repetís. Y yo no lo creo.

    A mí me parece tan dulce tu mejilla roja y marcada de almohada, como tu otro ojo que se fuerza por abrir. Me seduce menos tu trajecito de pana, que tus medias caídas de bostezo. No me dice nada tu rush caoba y me fascina tu lencería arrugada, de recién despierta.

    Nuestras tazas de café con leche, son tan distintas y sin embargo, tienen la loza cuarteada de cientos de amaneceres. Ellas son el Caos como tus piernas son el Cosmos.

    Ahora temo seguir mañana aquí.

    Porque tu triunfo será mi adiós. Y mañana me gustaría pasar, en verdad, por las lajas octogonales de las torres gemelas en arco, que reverberan las aguas ocres de un Paraná cansado, y me sentaría justo entre medio de ellas, a la sombra del sauce que preservaste, y miraría hacia el nornordeste o al sudsudoeste y no sabría en los duros mediodías de enero hacia donde apunta la brújula, porque los pasillos trapeciales terminarán en simétricas orlas de mármol. Sin embargo, yo, y sólo yo, conoceré una trampa, como la palabra secreta que nos arroja a las camas gemelas. Sé que sólo en una de ellas, casi desapercibida, como si fuera una firma del Bosco, escribirás tu nombre, Analía Martínez, Arquitecta U.B.A. Entonces no serán simétricas, porque sé que tu mano izquierda no sabe dibujar o escribir en espejo, aunque sepa cosas mejores, y yo podré, a pesar de tu esfuerzo, distinguir la diestra de la siniestra.

    En cambio si mañana sigo aquí. Será al lado de la que no pudo ser la gran o la primera mujer del diseño ecológico. Y no creo que por falta de méritos, sino porque te evaluarán hombres de saco y corbata, que sólo comen pescado con vino blanco, y se afeitan y se manicuran todas las mañanas. Y quizá ellos escondan tus torres, como las Nereidas de Lola Mora, o exhiban tu fracaso como la cabeza del Chacho Peñaloza.

    ¿Y que me va a quedar a mí, tu aprobador? Ver como nacen una a una las arrugas de tus párpados y crecen las venas de tus sienes. Y me repetirás, en cada orgasmo, no tu expiración de éxtasis, sino que buscarás por donde se escapa el viento, entre los cristales espejados de tus torres doradas.

    Me voy a quedar aquí sentado. Como señal de protesta. No voy a hacer zapping para matar los minutos. Te voy a contemplar la cintura cansada de taburete, escuchar una y otra vez los sonidos de tu cuello contracturado, oler el histérico humo de tu cigarrillo mal fumado. No voy a gustar tus dedos sabor a Pizzini, ni tocar, aunque me muera, tus codos hartos del filo del tablero.

    Te voy a proponer simplemente que te rías de mí. Juguemos por un rato a la simetría de los apareamientos, la asimetría de la soledad y la antisimetría de las traiciones. Digo que, en lugar de hacer torres simétricas, las hagas antisimétricas. Que si una tenga proa al viento, la otra sea de popa, que si una tenga cocheras al norte, la otra las tenga al sur, que si una recibe al sol, la otra lo despida. Entonces cuando el viento charrua venga, la izquierda lo corte, una parte siga hacia el Hernandarias y la otra, entre los pasillos compartidos, acaricie las hojas del sauce y luego, en una espiral voluptuosa, se junte por la derecha y empujen limo y naranjales.

    Por fin veo elevar tus ojos de mar del gris metálico del papel de plano y esbozarme una sonrisa, algo ocurrió. No puedo saber que, si una luz de inspiración fluorescente o deseos de entregarme tus hombros y tus caderas. En algo te veo feliz, no sé si son ojos de As de Espada o si recordaste que te amo. Si vas a firmar al pie o me vas a arrojar la camisola a la cara. O quizá ambas cosas.

    ¡Caramba! Acabo de recordar que no compré esas copas que querías para brindar, en cuanto termines. Mi negación es más fuerte. Hoy quisiera tenerte. Porque mañana, amor, no estaré.
    A Zapala, Alarido y hunnie les gusta esto.
  • Cris Cam
    Sobre roto

    Pudo haberle dicho simplemente adiós. Pero era una palabra imposible en el diccionario de las hadas.

    No es lo mismo – pensó – una niebla que una tormenta.

    Él sabía de los ojos silenciosos que caminaban las paredes de las catedrales. Sabía que ella no llegaba a la oficina por las puertas giratorias, ni marcaba tarjeta, sino que se aparecía a través de los balcones. Que ella se perfumaba de una rosa distinta cada día, sólo para verlo pasar.

    Decirle “Adios”, sin haberle dicho “Bienvenida”, no parecía una palabra adecuada para conjugar en una letanía de lágrimas.

    Entonces ensayó aproximaciones. Como quien acostumbra la rodilla al esfuerzo de la montaña. No eran la única forma de decir adiós, pero como no eran suyas las podría recitar, como quien mira las profundas cavernas de Yorik, mientras el apuntador fuma su cigarrillo ciego.

    Meditó en la angustia desmedida que le provocaban los labios que él nunca había deseado besar, maldiciendo las trazas genéticas de las palabras. Cosas extrañas que fluyen en los vientos de las cavernas congeladas. En la circunstancia de no verse nunca más.

    Aquella mañana entró despacio. Subió los espejos de cera. Golpeó la puerta. Escuchó: “Adelante”. Giró el bronce. Chirrió la bisagra. Vio su rostro iluminado por la negación de un cálculo. Ella alzó los ojos lila. Y él, que nunca había penado por su sonrisa sintió una rebeldía de calandrias caminándole la garganta con sus patas haciendo nidos en la lengua. Tomo el aire perfumado por un jazmín, una menta indefinida y un ajeno pucho apagado. Miró la junta mal acabada entre dos mosaicos. Pasó la punta del zapato para ver si era una mancha. Dejó de pensar en el sobre vacío que quedó clavado por el abrecartas en la puerta del ropero, y comenzó con la primer mentira.

    ¿Puedo sacar una fotocopia? Dijo. Como si fuera el chico cadete de ojos azules que había entrado la semana pasada.

    Ella permaneció en silencio de éxtasis, mirándolo como cuando el príncipe pide agua para su caballo. Se tragó sin querer el chicle. Se levantó, cayéndosele de nuca la silla por el peso de un paraguas. Se le enganchó la pulsera al espiral del cuaderno.

    Pretendió decir: “Por supuesto, ya está encendida. ¿Sabés usarla?”; cuando en realidad pensaba: “Pero claro, mi Señor, el aljibe es todo tuyo”, por lo que en realidad dijo: “Veo luces en el fondo del foso”.

    Él no pudo entender, después de todos esos años, como era posible que una cintura escapada le prohibieron la belleza de esos ojos. Pensó en tantas modelos de almanaque de piel exacta, que se dibujan los ojos para ocultar alcoholes, que nunca habían aprendido a usar su diestra lengua para hablar, que tenía que despegar de su sábana como panqueque quemado. Y ninguna, jamás, le había entregado esa mirada de miel.

    Ella pensó, ¿que habrá ocurrido en palacio que las cortesanas permitieron que la capa azul bajara al valle, con la boca sedienta, en busca del agua de una aldeana?

    Él apoyó la hoja sobre el cristal, bajó la tapa plástica, pulso el botón. Una luz lateral le escaneaba la camisa blanca, descubriendo un rojo hilo agónico que descendía de la corbata. Y sin mirarla, le dijo: “Este fin de semana salgo de vacaciones. Me voy pescar con un amigo”.

    Él puso punto final a la oración pero ella escuchó tres puntos, se quedó suspensa del hilo de la araña esperando que la completara con “¿...querés venir?”. Sin embargo él no lo dijo, sino que la miró serio esperando la primer respuesta.

    “Ah... a... así... que suerte... –contestó ella, confundiéndosele las películas - los arroyos de mi valle están poblados de pejerreyes y mis playas cubiertas de gaviotas...”

    Él sintió que el ombligo se le partía. Se tentó a entregarle una fotocopia. Pero se le clavaron arpones en la espalda, un viento de sangre salpicó de arena la agenda de madera. La miró a las manos, le cruzó la boca de verdes y se arrojó por las escaleras en busca de oxigeno.

    La primer mentira había fallado.

    Volvió a su casa, releyendo una y otra vez el renglón 14. No supo porque las suaves cascadas de los sauces que acariciaban hasta ayer las ventanillas del interno 23, le parecían hoy uñas de hiena queriendo abrirle el pecho.

    Se preguntó una y otra vez, fingiendo la voz delante del espejo: “A que tantas consideraciones con esta mina, ¿Quien es, al fin y al cabo?. Solo una mujer que me ama en silencio. Simple. Nada más. Ni siquiera tengo caña de pescar.”

    Recordaba la filosofía de servilleta de su amigo. Ese que sí sabía pescar. Ese que vivió abrazado a su gorda durante 30 años. Ese al que le bastaban las mantas, los mates y los sanguches de milanesa que su negra le hacía. Ese que jamás habría dicho "me voy", sino "¿que te parece si vamos?". Ese amigo una vez, hacía mucho tiempo, cuando aún “la gorda” era “mi negrita”, le dijo:.

    “Mirá que debe ser jodido tener alguien que te quiera, he. Jodido no poder compartir con la otra parte la misma mirada. Creo que eso es peor que lo que te está pasando”.

    Como corresponde, lo puteó soberanamente. Él le estaba confesando su amor no correspondido por Mariana y el otro contestando con espejos. Tardó años en saber como crece la sabiduría al costado de los juncos.

    Mentira numero dos.

    Lo más difícil era buscar una excusa. Le habían arreglado la fotocopiadora. Música de Mozart. Eso, música de Mozart. Le robó, con permiso de ojos, un sobre a la recepcionista.

    El ascensor tardaba en llegar al séptimo cielo. Huelga de querubines según parece. Abrió la puerta. Señales de alarmas rojas convierten los mosaicos en piedras informes con yuyos de alpiste, combatiendo por la gota de agua a la avena de los carruajes. Quitó una antorcha para espantar tres dragones, entró a la celda donde permanecía encadenada la bruja de la ciénaga, quien no advirtió su espada, ni su sello, pues estaba graznando a través de un cuerno. Problemas de comarcas. Arrojó el cuerno contra la bola de cristal.

    “Me parece que rompiste el teléfono” Le dijo él.

    “¡Ay, hijos adolescentes!... ¡hijos adolescentes...!” Contestó ella.

    Fue el momento en que lo reconoció. Las varas mágicas se desplegaron para convertir la bruja represora en un hada de calabaza, vestida de uniforme reglamentario con la tarjeta de identificación prendida al revés.

    “Abajo, como sabían que subía, me dieron esto” Mintió él.

    “Así... claro... tenés un pelo en el cuello de la camisa... ah, si el Mozarteum... linda gente... dejame que te lo saque... trae entradas para el próximo jueves... ¿serán platea o paraíso?... No, sin duda paraíso, los ángeles hacen sonar sus trompas... ¿Los ángeles también tendrán ojos verdes?... ahhhh... volvamos toquemos tierra... gracias mi ángel mensajero...”

    Ella se quedó con las ganas de tener un pelo entre los dedos. El nunca le había escuchado tantas palabras juntas. El sol de la mañana cambiaba de columna mientras los globos aerostáticos levitaban sobre el piso 7 de las espejadas ventanas de la multinacional. Mientras Mozart seguía encerrado en el celofán sin haber pasado de manos.

    Ella pronunció el conjuro reanimador: ¿Me querías decir algo?

    “No, nada – dijo él - recién vengo de verlo al jony. Parece que me trasladan a New Jersey”

    “Ah... ¡qué suerte... que sss suerte! –balbuceó ella-... van a... van a... ay, perdón... es que estoy con alergia... hay días en los que respirar se hace tan difícil... disculpame... debo… dejarte... dejame la revista sobre el escritorio...”

    Él se quedó con la mentira a medio decir. Bajó las lagunas, saltando las piedras. Esquivando los cascos de los caballos y las furias de los jabalís. Él que había intercambiado pieles con tantas serpientes. Que había consumido los vientres fríos de tantas arañas. Él, el zorro, el halcón, el padrillo, que siempre volvía en mañanas de ansiolíticos a su piel verde y su charco mugroso, sólo era príncipe es esa aldea de 9 metros cuadrados.

    Segundo intento fallido.


    El renglón catorce no decía nada especial. Sólo hablaba del adiós. A él no le importaba demasiado. Pero sabía que a ella sí. Quizá fuese una muestra de su propia crueldad, consigo mismo, con el mundo, con ella. Para que empecinarse con un adiós que le dolería. Quizá para dejar un pañuelo en la dársena.

    Tercer mentira.

    Estaba decidido, subiría a esa maldita oficina y lo diría. Empujó el vidrio con tanta fuerza que casi vuelve a la vereda. No escuchó al nuevo guardia que le exigía la tarjeta de identificación. Pasó furiosamente la tarjeta magnética varias veces y la puerta del ascensor no se abría.

    “Es que está al revés…” - escuchó.

    El ojo del dinosaurio se abrió. Un vórtice los precipitó al abismo ingrávido, donde reposaban las babas de algún dios sobre la letra vencida de un tanque de combustible sólido de CCCP. Ella le chocó el vidrio de su escafandra, en su lejanía de piel levitada. Le pudo ver la etiqueta de vapores congelados, a través de los tubos de animación suspendida. Tomó una piel de mamut para limpiarle la niebla de los ojos. Se calentó los dedos de amianto en un volcán que pasaba y quiso alimentarle el corazón. Solos, en ese espacio metálico. Hasta que ella alzó su vista de Jedi, expulsó una manada de Triceratops en celo con una piedra de Júpiter. Para poder contemplarlo, horadarlo, adorarlo. Y él no pudo defenderse. La fuerza de la magia salía de ella con cada parpadeo. Primero estallaron los cristales, la nuca y el aluminio. Se destrozaban los abrojos, los cierres, las cápsulas, las roscas, disipándose de ácidos hacia las rocas levógiras. Hasta quedarle la piel mansamente pulcra y reverenciada. El aún tenía el poder de cortar los hilos de plata, pero no lo hizo. Ella permanecía despojada de su piel y él podía ver, sin embargo, que le brotaba ambrosia de la boca y no vapores de la hendidura. Meditó sin respirar, hasta que sacó su Láser

    “Me voy a vivir con Miriam” Dijo él, esperando un choque de planetas.

    “¡Ah! - dijo ella, mientras se abría la puerta del ascensor - este es tu piso. ¡Buenos días!”

    Cruzó el umbral y quedó a la deriva entre las dunas, con la boca seca, y el sol apuntándole a los ojos. Si al menos tuviera la dicha de ser asaltado por los beduinos, para ser enterrado vivo, luego de cortarle las manos, la lengua y ser sodomizado. Esas manos que no tenían ningún deseo de Miriam, esa lengua sin ambrosia que contaba mentiras inútiles, ese cuerpo fálico que nunca había entendido hasta ahora el poder de los seres etéreos. Y ese sol, sí, ¡ya va!, ¡ya va!


    Esa noche mientras ESPN dividía pantallas. Él volvió a su deporte de estudiante. Cuando sus retinas pedían pausa de estructuras, de puentes ajenos, de cálculos de factibilidades, de tensores parabólicos, tomaba su caja de dardos alados. Encendía la radio. Dejaba que el chabón hablara boludeces y apuntaba al centro. Cosas que le pasan a uno. Decidir un día del poder del centro. Que el mundo es tan frágil como el corcho. Que una idea puede ser ese misil aguja, perforando los cráneos de los ineptos. Que las pieles femeninas no son mas que cartón corrugado, aptas sólo para ser arrugadas, rotas. Sus centros dulces sólo aptos para ser perforados de puñales para que entreguen azúcares de higos.

    Y estar equivocado.

    Como el equivocarse al doblar una esquina. Y entrar en callejones donde las agujas convierten a los niños en topos. Que las niñitas te ofrezcan una estampita numerada o sexo a cambio de un pancho. Que el viejo mendigo, borracho de alcoholes y pegamentos, abrochando su camisa hedionda y rota, no sabe como espantar las moscas de sus piernas podridas. Que Dios no pasó por aquí.

    Será por eso que el dardo rojo pegaba una y otra vez sobre el membrete verde del sobre blanco vacío.

    ¡A quien carajo le importa!



    No se pudo despedir.

    Aún le quedaban media docena de mentiras. Pero el renglón 14 era demasiado explícito.

    Tuvo que cambiar de edificio. Cambió su exclusivo traje de pana escocesa por el celeste ambo con un bordado en el bolsillo. Y a casi nadie le importó. La negra viuda de un pescador filósofo le traía milanesas de contrabando. “Son muchas”, le decía él. La negra siempre le contestaba: “Son para llevar”

    Aquella tarde en que entraría en coma. Pudo ver un ángel que le soplaba dentro de los pulmones. Le cortaba las gomas de buzo agónico. Los ángeles nunca lloran, sólo aman. Le pasaba nubes para limpiarle los pecados de los ojos verdes. Recogía los cabellos de cobalto en una caja. Levantaba la sábana para besar el pecho de ese cuerpo que tan blancamente había deseado. Las torpes manos de la enfermera que inyectaban ampolla tras ampolla en el plástico del suero, ignoraban que estos amantes nunca habían conocido los gozos de las penetraciones.

    Y ella que lo amaba sin la nostalgia de los orgasmos. Le cerró los ojos con sus mágicos dedos. Le impregnó la frente de ambrosía. Le abrigo el pecho con sus pechos. Al fin fue suyo.


    Cierto a quien le importaba lo que pudiera decir del adiós el renglón 14.
  • Cris Cam
    Guagüeto



    Estaba Guagüeto tirado sobre el césped del fondo, a la sombra del paraíso. Era un día precioso y aprovecho para hacerse una buena siesta; después de todo su persona lo había agasajado con el resto del asado y una buena morcilla; y la modorra hacia que baje las orejas y cierre los ojos.

    En eso desde la pared del fondo una alondra lo llama.

    - Psst psst. Con sonido de alondra, claro.

    Guagüeto en duermevela, sólo movió la oreja izquierda con un intento de espantarse una mosca con la cola.

    - Psst, psst. Insiste la pájara.

    Por fin, con un bostezo de león número 19, Guagüeto le dice:

    - ¿Qué hay?

    - ¿Cómo que hay?

    - Sí, ¿Qué hay?

    - ¿Usted es Guagüeto?

    - Sí, así me llama mi persona, más bien personita, Braulio se llama.

    - Ajá.

    - ¿Ajá qué?

    - ¿Usted piensa que yo hice más kilómetros que una migración de primavera para llegar hasta acá, para que usted diga “aja qué”?

    - Bueno, está bien, disculpe señora viajadora, ¿Qué pasa?

    - Paso a explicarle. Resulta que tengo una prima que no es alondra sino gaviota que vive en Islandia, un lugar requetefresquito, que me cuenta que al cormorán alfa se le perdió la medalla de plata.

    - ¿Y usted vino hasta acá por una simple medalla de plata?

    - A no señor, esa no es una medalla cualquiera, ni una medalla olímpica tiene más valor en Islandia. Se la regaló la mismísima Björk por haber avisado que una ballena había encallado. Y no cualquier ballena, una ballena blanca, tataratataratatara nieta de Moby Dick y no sólo eso, luego le puso el cuerpo a un barco ballenero que quería arponearla. Por suerte, allí estaban Björk, Sting, Bono y Yoko Ono para evitarlo. ¿Los conoce?

    - Hum, sí, pero no se lo diga a Braulio, todavía está en la etapa de Trompita y Manuelita, va a salita de cuatro.

    - Bueno señor, resulta que, en uno de sus vuelos de reconocimiento, porque como Usted sabe, una medalla trae grandes responsabilidades, esta se le cayó al volcán Eyjafjallajökull, que ahora está calmo y su cráter ahora congelado. No sé si lo conoce.

    - Sí, lo ví en Nat geo, pero…Y yo, ¿Qué tengo que ver en todo esto?

    - Mire señor, le preguntamos a los cormoranes que les preguntaron a las gaviotas que les preguntaron a los delfines que les preguntaron a los pulpos que les preguntaron a las ballenas australes que les preguntaron a las ovejas del sur. Y en todos lados nos dieron la misma respuesta, que usted es el mejor buscador de todo el orbe, llamado por las personas planeta tierra.

    Guagüeto ufano ante semejante reconocimiento casi se rompe el cuello de tanto estirarlo,

    - Psé, eso dicen. Como esa ballena blanca yo desciendo de un perro alsaciano cuyo dueño fue el mismísimo Sherlock Holmes.

    - ¡Faaa!, mirá vos.

    - ¿Entonces?

    - ¿Cómo entonces? Que nos ayude a buscarla. No me va a decir que su personita no lo va dejar.

    Guagüeto lo pensó un rato y dejando un hueso sobre otro, al estilo pirata, que era la señal cada vez que salía de misión, acompañó a la alondra saliendo por entre las rejas de entrada.

    Caminaron, mejor dicho, él caminó, ella volaba de rama en rama. Hasta que llegaron a la estación de ferrocarril, se subieron a un tren de carga que los llevó hasta el puerto de Buenos Aires. Y allí, la alondra, que era una gran políglota de gorjeos, le señaló un barco que tenía una gran inscripción, un nombre que no sabía que decía y debajo dos palabras una decía Iceland y la otra Island, con su bandera azul cruzada por una cruz roja y blanca.

    Era un carguero que traía carbón y se llevaba cebollas y papas, porque dicen los islandeses que las papas argentinas son tan buenas como el carbón islandés, que justo estaba por zarpar.

    Guagüeto se apuró a subir por la larga explanada de madera y sin necesidad de esconderse, ya que los recibió un sonriente marinero Senegalés, que habiendo visitado a unos parientes en Buenos Aires, volvía a su trabajo. Y que sorpresa fue saber que el marinero hablaba castellano, más bien rioplatense para más datos, como le había enseñado su primo. De modo que, aunque ni alondra ni perro lo hablaran sí lo entendían, porque a diferencia de la plurilingüe alada, Guagüeto ni jota de islandés.

    Comenzado el viaje, Guagüeto notó que la convivencia entre marineros de variopintos lugares era alegre, lo cual aliviaba el trabajo. Porque en un barco no es sólo cargar y viajar.

    Pasaron unos días, quizá 7, y cuando estaban cruzando la línea del Ecuador, ¡zas!, una tormenta, que Guagüeto ya había sufrido en otras de sus misiones, pero esta se llevaba la palma. Por suerte el barco con tan formidable manga y eslora, se meneó de lo lindo, pero superó la tormenta luego de cuatro movidísimas horas.

    Llegaron a Reykjavík un sábado por la mañana, de modo que ni cortos ni perezosos pájara y perro, luego de saludar a su ahora amigo marinero que los tuvo bien cobijados y alimentados, bajaron por la larga explanada de madera.

    La distancia entre la capital y el volcán era, a ojo de buen cubero, de unos 200km, de modo que no habiendo ningún camión que fuera hacia el mismo, a Guagüeto se le ocurrió usar el mismo medio de transporte de Walter Mitty, una patineta. Pero como el camino en una parte se hizo de subida y no avanzaba fueron divisados por un tal Nigel, un pelícano australiano con aire vanidoso, por haber trabajado, según dijo, en Buscando a Nemo, cosa que Guagüeto no cree salvo que los pelicanos vivan tantos años. Pues bien, la gran ave con alma de socorrista le tiró una cuerda y llegaron volando, mejor dicho, alondra y pelícano, que a Guagüeto sobre la patineta las orejas le flameaban y parecía que se le saldrían. La cosa que llegaron en un periquete.

    Pues bien, allí estaban todos, gaviotas, osos, renos, lobos, cormoranes, etc. tantos que Guagüeto no había visto tantos ni siquiera en Nat Geo.

    Pero lo que vino a verlo lo hizo caer de cola, la mismísima Bjork, que nada que ver con eso de que no veía una vaca dentro de un baño como en Bailando en la oscuridad, acompañada por Isadora.

    El problema era que como el volcán era tan escarpado era difícil llegar hasta donde se suponía había caído la medalla, lugar aproximado ya que entre la altura el viento y una fumarola pudo haber sido arrastrada lejos. De todos modos, Plaft, el cormorán, dice que cayó dentro del cráter de unos 4km de diámetro.

    La pregunta obligada fue

    - ¿Y cuál es el diámetro de la medalla?

    - Cuatro centímetros. Le dijeron

    Guagüeto comenzó a gruñir que en lenguaje de persona sería un

    - ¡Ah, bueno!… ¡ah, bueno!”

    Para colmo no podía usar su finísimo olfato, no tanto porque la medalla fuera de plata sino por el olor a azufre que despedía la fumarola.

    Pero se le ocurrió una solución, pasearse por la superficie del lago congelado, con la misma patineta en que había llegado y con la misma ayuda. El vanidoso australiano, que Guagüeto se guardó la pregunta, ¿Qué hacía un australiano en Islandia? Cosa que le mismo Nigel le respondíó.

    - Si Marlin pudo recorrer todo un arrecife en busca de su hijo, él lo hizo siguiendo a una pelícana paseandera.

    La idea era simple, era mediodía y primavera, y si bien los rayos del sol en esa latitud no caen a plomo, es decir como desde el techo, igual esperaba distinguir el brillo metálico de la medalla que, según le habían dicho, no era labrada sino por su nombre; moviéndose en espiral desde el centro hacia las paredes del cráter. Así, mientras todo el mundo miraba desde los bordes escarpados del cráter, las aves con su vuelo, las personas con máscaras de oxígeno debido a la altura casi dos kilómetros, comenzaron el periplo espiral dejando unos 10 metros entre línea y línea, o sea la distancia entre punta de ala y ala de Nigel y los cuatro compañeros que lo secundaban, entre vuelta y vuelta lo cual, las personas que miraban con calculadora en mano decían que serían unas 20 vueltas que se hacían cada vez más largas a medida que se alejaban del centro.

    La cuestión fue que, luego de la última vuelta, y a pesar de los 6 pares de ojos, de la medalla ni noticia. Tanto que Nigel que era quien tiraba de la patineta, y por lo tanto el más cansado, estiró sus alas hacia atrás como forma de desperezarse, tocando la rígida pared del cráter y quedándosele enganchada el ala derecha en una rama de alerce que afloraba como árbol loco de la misma pared. Tiró para destrabarse y se escuchó un sonido raro que no era a rama ni pluma. Y como, por lejos el que mejor oído tenia era Guagüeto lo identificó de inmediato. Metálico. Así que pegó un ladrido que traducido a persona era “¡quietos nadie se mueva!” Luego de esas dos horas las sombras habían avanzado bastante, así que si era la medalla o cualquier cosa metálica había que buscarla al tanteo. Pero como algunos saben, los ojos de los cormoranes no sólo distinguen las líneas magnéticas terrestres sino sus alteraciones por los metales, de manera que Plaft, tomó altura y se dejó llevar por el instinto y aterrizó a unos pocos metros de allí, donde había caído el objeto. Pero no dijo nada. Le chistaron tres veces y tampoco. Así que Guagüeto fue hasta donde estaba. Y no era que no hablara, sino que lloraba de emoción. La había encontrado. Unas personas al darse cuenta de la algarabía que se expresaba en ladridos y graznidos, comenzaron a arrojar bengalas para iluminar la escena.

    Ahora todos a comer, unos sobrevolando un barco pesquero que regresaba de su tarea diaria, otros con una ración de carne, a sabiendas de que uno era de la Pampa, que para un islandés común, decir Buenos Aires, Pampa, Patagonia o el Amazonas era lo mismo.

    Luego a dormir, cada uno en su nido, madriguera, a falta de su lejana cucha, para Guagüeto la casa de una persona.

    Por la mañana la sorpresa fue mayúscula, Guagüeto no volvería en barco sino en un avión de Greenpeace, gratis por supuesto.

    El regreso fue con la misma compañía que la ida, la alondra que lo dejó en la puerta de su casa.

    Había faltado sólo 15 días y la mamá de Braulio, que no sabía dónde había podido estar, lo recibió con un plato fideos con tuco y en la sala vieron un documental de Islandia.