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Viendo entradas en la categoría: Dibujando Voces - Página 5

  • Melquiades San Juan
    Ha vuelto otoño:
    Las hojas secas
    Los árboles desnudos
    Los ocasos prendidos de distancias
    Las esperanzas que se volvieron golondrinas
    Las nuevas páginas del libro de los recuerdos...

    Ha vuelto otoño
    Esta vez volvió más pronto.
    A estos últimos otoños les han entrado las prisas
    Ya no quieren esperar.
    Quieren estar aquí, a nuestro lado.
    Intentando cubrirnos en vano, con esos tallos secos
    y vientos alocados;
    que aunque mucho se esfuercen,
    no generan
    calurosos cariños.

    Vino ayer
    tocó a mi puerta
    De entre sus pechos huecos
    ha escogido una arruga.

    Me miró enamorado, con nostalgia profunda;
    y este oscuro poeta, consoló con sonrisas.

    Dos arrugas
    para que nuestro invierno
    entre luces
    las luzca.
  • Melquiades San Juan
    tantos antes de mí
    miraron y adoraron
    los huertos, las flores y las aves cantoras

    tantos antes de mí
    amaron como yo
    una mirada me ha provocado amor
    y el amor ha bendecido mis pasos siempre

    tantos antes de mí

    Tiene su hora el ansia, la temeridad, al marchar por los sueños
    hay un tiempo de proclamarse rayo luminoso
    lumbrera
    haz
    fuente de luz
    lo sabemos yo, y
    tantos antes de mí

    pasos y voces
    risas
    las balas de una guerra
    vienen hasta hoy a mi encuentro
    luego de muerto el patriotismo
    entre las garras hediondas de la demagogia
    los mercenarios reptan
    sobre los campos de batalla
    muerto es
    aquel tiempo de héroes, frutos de la inocencia

    pasos y cuerpos se guardan de la lluvia,
    del barro embadurnado a la planta del pie
    yo he roto mis silencios
    la daga de mi voz degolló mis entrañas
    tu voz se me volvió cicatriz

    antes que yo... tantos como yo

    a ti
    -por amor a la candidez-
    te permito la fantasía
    de sentirte
    único.
  • Melquiades San Juan
    Las alas del avión hacían como que se plegaban ante la embestida furiosa del viento; pero luego se volvían a abrir sin perder un ápice de altura y lo enfrentaban de nuevo. Luego revoloteaba sin sentido en un espacio breve, haciendo, más que piruetas, breves nudos en el aire.

    Venía osco y polvoroso el viento del oeste. Hediondo, pestilente.

    El avión le retaba con sus alas cuadradas y el insistente e irregular ruido de un motor aparentemente indomable.

    -Rrrrrrrr

    -Raaaaá,

    -Brrrrrrrr...

    -Pruuuuú

    Duró la fiera batalla casi una hora.

    Dando vueltas y vueltas, alargando a veces hacia el poniente su breve vuelo, hasta que de repente las alas se desprendieron de las manitas morenas que las sujetaban.
    Primero de un lado, luego del otro.

    El Viento se encargó de lo demás.

    Vengativo y furioso se llevó las alas como premio a tanto desafío, entre un remolino gris que las revolvía en su seno espiral e invisible (remedo de hoyo negro) junto con bolsas de plástico, papeles percudidos con todo lo imaginable, desechos industriales pulverizados y otros muchos componentes habituales de un tiradero de basura.

    A un costado del área de vuelo estaba la razón del colapso aéreo: se reventó una hélice morenita y descalza.

    Derrumbado en el suelo, el infante andrajoso cubre con una tira de trapo sucia su dedo ensangrentado. Ha tropezado con una roca invisible entre el matorral de hierbas que rodea la choza de cartón y láminas que sirve de vivienda a su familia. Se le levantó completa la uña del dedito gordo de pie derecho. No llora pues sabe que está solo y nadie acudirá en su ayuda. Se porta como los héroes de guerra de las películas que ve en la televisión vetusta que no falta en la casa.
    Le gustan los aviones. Ha dicho a todos que cuando sea grande será un piloto. Es tan enfático en su idea que cuando le duele la pancita por el hambre, mamá le dice que se aguante, que los pilotos no lloran.
    Él resiste con algo más que heroísmo los acosos del ayuno involuntario, como si fuera una prueba de fuego.

    Por ahora la aventura con alas ha concluido. Descuido de navegante bisoño que por mirar los cielos y soñar con las nubes se olvidó de los suelos, desde donde siempre se traza todo vuelo.

    De cualquier forma, no ceso de cantar odas a esa bella aventura que lo llevó a volar más allá de sus plantas descalzas y desnudas, saltando y corriendo tras un trozo de cartón viejo y ajado que tiene el poder de hacer sentir, soñar, a cualquier alma infantil pura, lo hermoso que es volar aunque se viva rodeado de basura.
  • Melquiades San Juan
    Hermana de mi soledad
    ven a escribir conmigo un verso de esperanza
    a juntar entre pieles
    los lenguajes hurtados al misterio

    A mascullar
    en cuencos de nostalgias
    por los amores idos
    y los amores viejos

    Ven a reunir conmigo los perfumes amados
    sinceros
    sin mentiras
    lo que ha quedado al fondo
    en nuestros aromarios
    luego de tantos pasos
    y tantas despedidas

    Abre la boca para compartir suspiros
    y el necesario aliento
    que invita a desafiar desilusiones
    en la humedad sagrada
    que nos dibuja el beso
    con las mieles de otoño

    No es hora de llorar
    ni es hora de mentiras,
    huelgan aún tantas tardes
    con sus sábanas frías
    para que nuestros cuerpos
    abrasen nuevas noches
    y albricien tantos días

    Hermana de mi soledad
    deja partir el viento
    en pos de las rendijas
    y los muros helados
    de filosas orillas,
    que no todo ha acabado
    quizá nada termina

    Entra en el aposento

    de viandas escogidas
    con la espuma de mar
    y la arena marina
    Sombra, cobijo y sol
    diálogos de mejillas
    El puerto no está lejos
    es luz que se adivina

    Anidemos en versos
    esa canción sencilla
    bien puede ser de amor
    o bálsamo de vida
    Un arrebato al tiempo
    de eternidad prohibida

    Hermana de mi soledad
    bebe el beso en tu herida
    Desnúdate callada
    Maquilla tus silencios
    Matízalos con besos
    para sentir la vida

    y en este nuestro otoño
    con sus vientos tan largos
    y hojarascas perdidas
    retoquemos el cielo

    con sombras
    y poesías.
  • Melquiades San Juan
    poemas sin musa

    Y, ¿ por dentro?
    por donde pasan y se escriben las melodías del alma
    por donde nunca cruza el puente del olvido
    para llevarse el todo, al mundo del jamás

    Por dentro
    donde cada minuto, continúa en su archivo
    y el viento,
    con sus hojas aladas
    navegando a su otoño
    ha perdido en la tarde,
    las ansias de esperar

    Por dentro
    donde surge mi vida hambrienta de suspiros
    y que al verte a los ojos, puede mirar al mar

    Sí, ahí
    por dentro
    en ése no me entiendo
    en ése no me explico
    en ése no sé dónde
    que se llama pensar

    Donde todo es mi caos
    discerniendo mi mundo
    siempre envuelto en preguntas
    sin poder contestar

    Ahí
    presidiéndolo todo
    la gran interrogante
    en su estatua de fuego
    a quien todo se asume
    el intento de crear.

    Por dentro
    sin que miren los ojos
    o escuchen los oídos
    siempre resultas parte
    de esta mi intimidad.
  • Melquiades San Juan
    para una tarde así
    con cortinas de lluvia desde el techo
    y lagunas minúsculas decorando el jardín
    solo falta tu cuerpo aquí en mi lecho
    resbalando en abrazos por mi cuerpo
    encendido
    secreto
    que confía en la noche
    para dejarse abrir

    para una tarde así
    no hacen falta palabras
    solo viene, al encuentro
    nuestro afán de latir
  • Melquiades San Juan
    Viejo, el olmo, mira el camino de las tormentas
    Yo soy ceiba
    Desde mi corazón parte hacia el cielo la invocación al trueno
    Mil rayos me parten cada siglo
    Mil savias cicatrizan mis heridas
    Este mi corazón tiene un aguijón oscuro, de carbón
    Nada tiene de malo
    Testimonia talvez
    que sobrevivo.
  • Melquiades San Juan
    Me gusta ser
    como las voces que acarician con sus ecos
    mientras la piel desnuda
    define
    ..........la flama
    flotando incandescente
    que ilumina a las sombras


    La soledad entera
    se embriaga entre las mieles


    Con los ojos cerrados
    deja ciegas las sombras
    ausentes
    de los mundos sonoros


    Solo viven las voces
    mascullando en secreto
    misteriosos rituales
    hurtados de algún beso


    Más allá del tan lejos
    Más allá de hasta siempre
    Más allá de los blandos
    tentáculos del cuerpo
    que sustituyen voces
    que besan
    .................con sus ecos.
  • Melquiades San Juan
    ​Disfrutando de mi recreo en MP.

    Uno mira a cualquier lado como si cualquier cosa. Mira, y de repente se encuentra con otra mirada. Una mirada ajena, formal, inexpresiva; como si el mirar no fuera el oficio más propio de ser una mirada. Uno mira y cuando se encuentra con esa mirada, se finge, se hace lo mismo que la otra. Se controlan las facciones del rostro volviéndolos inexpresivos y se deja de mirar, como si ni el uno ni el otro se hubieran apercibido de sus mutuas miradas.

    Uno no puede decir qué pasó con la otra mirada, si miró o no miró. Si descubrió algo al mirar o pasó de largo en su recorrido buscando destellos, y fuimos una especie de paisaje cotidiano: mitad muro mitad sombra, calle o sombra, auto en movimiento y sombra.

    Y la mirada sigue haciendo lo único que sabe hacer: mirar, mirarlo todo, mirar aquí y allá, perderse en los detalles luminosos y en las formas.

    Todas las formas roban la atención de las miradas. Las formas y los cuerpos que se mueven, y los cuerpos que sin moverse nos invitan a mirar.

    Ociosa, como la lengua, siempre está, la mirada, pronta a ver y a seguir viendo, y su trabajo parece no tener fin: mirar y mirar.

    Tiene un hábito incorregible la mirada: ver a los ojos, y ver otras cosas aparte de los ojos. Pero cuando mira a los ojos y se mira vista por los ojos que está mirando, sucede que activa un mecanismo para mostrarse indiferente las más de las veces; otras veces, las menos, activa mecanismos de comunicación, gestos que contienen un lenguaje sin lengua sonora o escrita, pero muy comprensibles para el que mira.

    Cuando las miradas se vuelven a cruzar algo sucede. Las miradas se identifican. Suelen ser bondadosas y festivas. Suelen ser reveladoras de un nuevo mensaje sin lengua, que se comprende en sus intenciones. Las miradas se persiguen, se invitan a mirar. Miran en torno a la mirada y se embriagan de lo que ven.

    ¡Mírame! –dicen-.

    Mírame y no me dejes de mirar porque me gusta que me mires como yo te miro.

    ¡Ay hambre de mirar!

    Si no me miras me muero.

    Si no me miras no hay sol y el día se torna hueco y vacío.

    Búscame con la mirada, con el rabillo del ojo, con el fugaz parpadeo que juega a preguntar si lo que miras es un sueño o es algo real, si existe o no existe lo que miro; y apréndete los caminos y las horas desde donde te miro y espero que me mires. Pues si me miras y te miro estamos completos de algún modo; y si no te miro, ni me miras, siento que nada somos más que una mirada fría y sin sentido.

    Ya las palabras y los tentáculos del rey del los sentidos completarán la faz inexplorable por la mirada. Para que los ojos se cierren y se mire desde dentro. Donde todo se funde como el aire que comparten los alientos del uno y el otro para intentar llenarse los pulmones con sus respectivas esencias.
    Para que sea el agua y el polvo quienes continúen la charla de las mutuas miradas.

    Mientras todo se cumple como un sueño: mírame mientras te miro, que el mirar... tiene magia.
  • Melquiades San Juan
    dejó de ver sin cerrar los ojos
    así partió la única huella de su especie
    contemplando los destellos
    de su último día

    cuántos ancestros navegaron por los mares azules
    como carabelas vivientes
    entre continentes
    tras corrientes marinas
    el viejo mundo ¿guardará sus huellas?
    ¿algo recordará
    sus arribos de playa?

    la extinción
    parteaguas de un proceso evolutivo
    derrota del instinto de sobrevivencia
    Solitario George
    mi adiós se escribe con un dejo de nostalgia
    y otro dejo de advertencia desairable.
    Adiós para siempre
    insustituible George,
  • Melquiades San Juan
    las ideas venían de no sé dónde
    eran murmullos del despertar
    ecos del no sé qué...
    o del no sé quién
    asombroso construir de rostros nunca vistos
    de voces jamás escuchadas
    y esas playas que están ahí tan reales
    sin que haya estado en ellas nunca

    ....libro interno...
    ...........vidas pasadas...
    ................... iluminaciones divinas...

    nunca me gustaron las respuestas fáciles
    mucho menos, las que llevan siglos rondando
    en el imaginario o anti-imaginario colectivo
    de rito en mito
    de la superstición arcaica a la moderna
    hoy sustentadas con cuño hollywodence
    para mujeres y hombres mitolinfáticos

    entre mi voz y yo cocemos los entuertos a coces de preguntas
    y miramos ese lugar sin sitio especifico
    desde donde se anuncia el latido de mi Yo No Soy

    para establecer un punto de acuerdo con mi consciente
    mi mente se dibuja en infinito universo
    que se liga con el enano que resguarda
    en cápsula mortal
    todos los pasos viejos y recientes
    todas las palabras escoltadas por las imágenes
    tabúes, paradigmas, ahí,
    en su punta de alfiler etéreo y neuronal
    más allá de todos los universos comprensibles y auditables
    la palabra sin lengua conocida
    el verbo que brota para ser traducido a mi consciente
    desde la fuente de mi yo no soy:
    la inexplorada mente
    que inventa para cada Era
    su demonio y su dios.
  • Melquiades San Juan
    Nos quedamos en silencio.
    ###### de la primera parte.


    Se quitó los zapatos, y sus dedos, medio flacos e irregulares, quedaron al descubierto. Seguro que no le gustaban, pues cuando se dio cuenta que los estaba mirando los cubrió de inmediato con la sábana.

    Nos quedamos callados.
    Yo le llevaba unos meses de edad.

    Ambos estábamos en la misma escuela, aunque en grupos diferentes.

    Sorbió más de mi chocolate y luego me convidó un trago.

    Veíamos enternecidos la llovizna sobre toda la costa y el mar.

    Abajo empezó a escucharse ahora el primer movimiento del "Concierto Andaluz". Satisfaciendo la incurable megalomanía del Abuelo.
    Nos relajamos ambos con la música.
    Luego, sin quitar la vista del horizonte, me preguntó, simulando en la pregunta, mera curiosidad, y una muy estudiada indiferencia.

    -¿Es cierto que ya es tu novia “la Bety”?

    - No, respondí de inmediato.

    Y eso dio campo para que ella soltara un despectivo discurso:


    -Es una boba, se ríe como guajolote, me choca… ¡y tiene un diente raro! ¿No se lo has notado?

    Bety y yo compartíamos el mismo pupitre en el salón de clases, justo al centro y al frente de todo el salón, ya que era el límite de la división entre la sección de niños y niñas, y en esos tiempos dos niños usaban un mismo mesa banco.
    Todos los que quedaban en la línea del centro tenían a un niño y a una niña de usuario.

    No respondí porque Bety y yo éramos muy buenos amigos. Intercambiábamos lápices, sacapuntas; las tortas, los refrescos, los dulces; y muchas sonrisas, y charlitas breves durante todo el día; y muchas veces andábamos juntos a la hora del recreo.


    Laurita se incorporó ligeramente en la cama, me miró de reojo y modificó la pregunta:

    -¿Andan diciendo por ahí que ustedes son novios?...

    -No, -respondí, intentando parecer muy ajeno al tema.


    Me levanté para beber lo poco que había dejado de chocolate en la taza.

    Se volvió a recostar sobre la almohada y se quedó con la mirada fija en el techo.

    Abajo iniciaba ya, el segundo movimiento del “Concierto Andaluz”. Seguramente el abuelo ya había revisado todos los chismes del periodiquillo local y se aprestaba a pasar al desayunador.

    Me volví a recostar sobre las sábanas desordenadas.

    Sentí que su manita flaca sujetó suavemente la mía.
    Me admiró su valor, porque, aunque yo había estado pensando hacer lo mismo, temí tomar su mano y hacerla ir de chismosa con la Tía, que seguramente me reprendería por más de una hora, como era su costumbre.

    Algo sentí.
    Algo nuevo: nervios, agruras, escalofríos.
    Mi corazón latía apresurado mientras el tiempo de detenía.
    La miré a los ojos y me sostuvo la mirada.
    Me miró de forma extraña, como nunca me había visto.
    Yo también la miré así. Era una forma de ver que hablaba, que decía cosas a través de sus destellos emotivos.
    Una mirada que no me percibía como algo ajeno. Nunca más otra persona, otro ser.

    Siguió sin apartar su mano de la mía.
    Estuvimos agarrados de la mano mucho rato.
    No quería mover los dedos por temor a que la retirara.

    Ella entonces apretó la mía con más fuerza.
    Me emocioné muchísimo y sentí que ella también se emocionaba.
    Los dos nos hacíamos los tontos.

    Muy nervioso.
    Titubeante.
    Sin verla a la cara por temor a una mala respuesta, le pregunté:

    -Laura: ¿Quieres que seamos novios?

    Ella, con la vista puesta en la ligera lluvia que acariciaba la costa sin robarnos la presencia del mar, me respondió casi impersonalmente:

    -Sí. Pero sin besos. Advirtió.

    Entonces nuestras manos se sujetaron más amorosamente.
    Como estableciendo una posesión antes desconocida, del uno con el otro.

    Y esa mañana.
    Compartiendo la llovizna, y compartiendo un chocolate casi frío, en una mañana de domingo fresco y haragán, iluminados por una luz de tal ternura que nunca dejó de ser luz de un amanecer, hasta que regresó la noche.
    Ella y yo nos convertimos, de alguna forma infantil e inocente, en pareja.

    Nos llamaron al desayunador.
    Nos soltamos las manos y descendimos por la escalera de madera.

    Más tarde, la familia y nuestros vecinos más cercanos nos desayunábamos unos riquísimos tamales de bola, galletas hechas en el horno de la casa, y deliciosas tazas de chocolate de la mejor calidad, que solo se producen en la región. Alimentos preparados con la inigualable sazón de la tía, entremezclados con el aroma del inseparable café humeante del abuelo.

    Charlas vestidas con los diversos temas cotidianos poblaban los sonidos del ambiente. Como fondo, el Concierto de Aranjuez, por enésima vez, a bajo volumen, mientras que afuera, la lluvia ligera se daba de besos con los alcatraces, los lirios y las piedras del río.

    Laura y yo, en silencio.

    Ajenos como siempre, al interés de los adultos, nos veíamos fijamente desde uno y otro lado de la mesa.
    Por primera vez no estábamos atentos a la charla para entender el mundo emotivo de los mayores porque teníamos el nuestro.
    Éramos cómplices de un bello secreto.
    El primer gran secreto de nuestras vidas.

    Todo esto sucedió hace mucho tiempo. No recuerdo la fecha exacta. Solo sé que fue en el verano de 1967.
    Un verano como pocos han habido en mi vida.

    Ciudad de México, verano de 2003. Melquiades San Juan.
  • Melquiades San Juan
    Ayer, inmerso en este verano de 2003. El día nublado trajo a mi alma evocaciones de ternura, y recordé.

    Recordé aquella mañana de 1967 en la finca del abuelo, en las faldas del Volcán Tacaná.
    Era uno de esos días en que el Sol no asoma nunca. Espesas nubes poblaban el cielo y no acertaban a descargar de una vez por todas, sus aguas torrenciales sobre la tierra.
    Nada se podía hacer con ese tiempo, más que tomar un aromático café, un chocolate espumoso, leer un periódico viejo, escuchar la radio o el tocadiscos Telefunken con esa enorme bocina que el abuelo (orgulloso de su compra) había traído en su último viaje a la ciudad de México.

    Allá afuera reinaba la humedad. La suave y permanente llovizna parecía no tener ninguna prisa. Era una de esas brisas constantes que no entorpecen la visión, antes la adornan, la hacen acogedora, romántica, y tremendamente perezosa.

    Ese domingo del verano de 1967. Alojado en la recámara del segundo piso de la finca, me quedé en la cama hasta muy entrado el día. Mi abuelo, procurando que me levantara, me abrió las amplias cortinas de la habitación; y sin hacer ruido, esperó a que la tierna luz me despertara suavemente.

    Abajo, en la sala, puso en el tocadiscos su acetato preferido (y el mío también) "Aranjuez," de Rodrígo, interpretado por las pulcras manos de Narciso Yepes.
    Al terminar se dejaría escuchar " Fantasía para un Gentil Hombre”.
    Siempre he relacionado este recuerdo con ese Concierto.

    Desperté. Me acomodé las almohadas y me quedé mirando la inmensidad del paisaje selvático que aparecía a través del enorme ventanal panorámico.

    A lo lejos apenas se distinguía el mar, gracias a esa cintilla blanca espumosa con cuerpo de víbora inquieta y mutante, que distinguía, como olas, el inmenso azul celeste en el que se confundían cielo y mar, a la vista. Persistentes olas, en su perenne intento de remontar sus límites naturales, desafiando a las costas.

    Las costas... Ahí estaban las costas, verdes, derrotadas por la vegetación que las cubría como si fuera una cabellera esmeralda.
    Luego, como tejoncitos colorados, los poblados: barro vuelto teja protegiendo de las lluvias y del sol inclemente del trópico al barro vuelto hombre, del que nos hablan todas las leyendas.
    Barro desafiando a la selva: la reina de todos los espacios, con su color esmeralda de irregulares matices, que la hace parecer a la distancia, como una alfombra remendada o desteñida.

    La llovizna bañaba cariñosamente a toda la tierra que mis ojos veían, como un maná cristalino del cielo.

    Mi tía Clemencia, que se auto nombraba "La Solterona". Con su rostro difícil, como lleno siempre de ira, que matizaba con una permanente sonrisa, para equilibrarlo, ya que según ella “el gesto” no le ayudo para pescar marido, llegó y me consintió con una taza de chocolate espumoso y tibio, para que no me quemara la lengua. Acompañó su maternal gesto con un: "eres un “güevón" primero; y luego: "estos días son como para ti".

    Acto seguido me empezó a hacer cosquillas en las plantas de los pies, provocando mi risa y algunas patadas defensivas pero siempre afectuosas, con las que trataba de hacerlas desistir de su travesura.
    Solo me dejó en paz cuando sonó la campana de la entrada de la casa, anunciando, por lo insistente del tañido, que quien llamaba era una visita conocida, cercana a la familia.

    Escuchamos. a través de la puerta entre abierta, que llegaban unos amigos muy queridos.


    Mi Tía bajó los escalones con la alegría dibujada en su raro rostro, mientras gritaba y gritaba:

    -¡Aquí estoy Bere! ¡Ya voy! ¡Ya voy!

    Los saludos afectuosos se dejaron oír.
    Imaginé una escena llena de abrazos y besos.

    Se escuchó el castigo apresurado de los tacones sobre las duelas de madera de la sala, y también unos pasitos que venían subiendo velozmente por la escalera hacia mi cuarto.

    Apareció Laurita en la puerta. También me llamó "güevón", palabra muy de moda ese día, por cierto.
    Se abalanzó sobre mi cama con las negras intenciones de quitarme cobijas y sábanas.
    Tuve una reacción tardía y defendiendo lo único que me quedaba, empezamos a luchar por la sábana.

    Laurita y yo habíamos jugado juntos desde niños. Algunas veces nos habíamos liado a golpes por cualquier motivo: dulces, juguetes, papeles protagónicos en los juegos…

    Últimamente, había notado que tenía unos ojos muy grandes, una nariz muy dibujadita, delgadita y exquisitamente breve; y que sus labios eran como los de una de sus muñecas, parecían un corazoncito, siempre húmedos. A escondidas se ponía el lápiz labial de su madre. De repente me gustaba mucho su voz; y a veces repetía constantemente las palabras más chistosas de su repertorio, esas que no completaba por pereza o descuido, o aquéllas que eran de uso muy particular en su núcleo familiar.

    Le gané la contienda por la sábana y, atándola con ella, la hice estar inmovilizada un buen rato bajo el peso de mi cuerpo.

    Primero asimiló su derrota (con alguna resistencia, claro); y luego, cuando ya no había motivo para que la continuara sujetando, empezó a moverse compulsivamente, sin disputar la sábana, indicando con ello, que el juego había terminado.

    Conociendo su carácter y lo chismosa que era con mi Tía, que la adoraba como su madrina que era, la dejé en libertad.

    Reacomodé las almohadas debajo de mi cabeza y hombros.
    Recogí el cobertor y me quedé mirando a través de la ventana la costa y el mar.

    Ella –abusiva- sorbió un poco de mi chocolate, que ya se enfriaba, y se acomodó a mi lado quitándome bruscamente una de las almohadas.

    Sentí que también le gustaban los días así.

    Nos quedamos en silencio.

    ######## a la segunda parte
  • Melquiades San Juan
    es en tu cuerpo,
    en ti, de esa manera

    mientras aromatizas mis sentidos
    y te vuelves marea


    marea alta
    ..................marea baja


    marea alta
    .................marea baja


    (¡ ay mi espumosa lengua
    derramada en tu arena !)

    que me haces olvidar
    el estúpido absurdo, de soñar
    con ser nube.
  • Melquiades San Juan
    como tú piensas yo no pienso
    no miro donde tú miras
    los gritos tuyos no son mis gritos
    sin embargo
    nada de eso tiene que ver con nuestro encuentro
    eres tú y tu manantial de aguas cristalinas
    soy yo y mis tormentas

    de alguna forma ciclo del agua
    de alguna forma, beso.