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Viendo entradas en la categoría: El Avecesdiario - Página 2

  • Pedro Olvera
    Habitar en la acuarela
    que te habita los paisajes interiores,
    ser el caballo de sangre
    que dentro de ti galopa
    con sed turbia de desbocarse en el abismo
    donde tus soles se levantan
    y mi alarido se hunde entre tus bocas.


    Conciliar la furia de los dioses
    invocando el fuego onírico
    cuando, sobre las cuerdas,
    se desarrolla un clímax fuera de serie,
    la obra maestra
    que no logra contener tanto color
    resplandeciendo…


    Porque me miras como si me dibujaras
    con los tonos precisos de tu hambre,
    de tu instinto; música que te habita
    las entrañas, y más adentro, allá,
    en las notas que persigo
    para tocarlas y poder tocarte.


    Bañarme del núcleo de tu repertorio,
    conseguir ahondar
    en su provocador exceso,
    tentándome con una sobredosis de gozo…

    Nancy Darkness / Pedro Olvera
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  • Pedro Olvera
    Eran las cinco de la tarde,
    como en el poema del torero destrozado,
    pero mucho tiempo después,
    en un lunes de Santa Cecilia que empezó
    con labor de parto
    desde el domingo de ramos, desde febrero
    catorce, desde la Gran Explosión.

    Era el mes de gracia en que Michel Jackson
    lanzaba Thriller, el álbum,
    del año en que al Gabo le dieron el Nobel;
    habían inventado el disco compacto, cedé,
    y la guerra de las Malvinas.
    Perales cantaba en la radio ¿Y cómo es él?

    Faltaban ocho días, minutos más,
    vidas menos, para que el neoliberalismo
    se instaurará en el ombligo de la luna,
    en la región más transparente del aire,
    en el rencor vivo de los hijos de Pedro Páramo.
    Se robaron todo, menos la tierra
    bajo las uñas, el sudor y el llanto.
    Cavamos los surcos donde nos sepultaron
    y ahora somos bosque de una revolución
    de colgados
    de las nubes.

    Eran las cinco de la tarde,
    minutos menos, vidas más,
    de noviembre veintidós
    del milésimo noningentésimo octogésimo segundo
    año de nuestro señor El Viento.
    Una banda con tambora pasaba cerca del hospital:
    El sauce y la palma celebraban
    el día de los músicos bailando un vals.
    Mi madre gritaba o cantaba cuando nació
    el unigénito de su garganta…

    Cuarenta años tardé en abrir los ojos,
    quién sabe cuándo veré la luz
    bajo este árbol.

    Pedro Olvera / 22 de noviembre de 2022

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    Créditos de la imagen: Lizbeth Ángeles, México, 22 / 11 / 2022.
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  • Pedro Olvera
    Las palabras que dices con las cortinas
    repiten un horizonte sin veladoras
    de donde no se levantan tus ojos al amanecer;
    yo quisiera entenderlas como los andenes
    que saben el idioma del tránsito y los adioses,
    pero solo quiero callar su río,
    gastar el rojo de un semáforo
    hasta colorear tu boca donde se despintó tu beso.
    Este poema es el dibujo de un abrazo
    sobre el polvo de la ventana,
    tan grande como esta ciudad borrosa
    donde vagan, perdidas, mis ansias de mirarte.

    Pedro Olvera / 11 de enero de 2023


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  • Pedro Olvera
    Si tus pasos se agrietan y temes caer,
    si no te mueves,
    que el polvo camine bajo tus pies,
    que el viento te arrastre mar adentro
    o selva adentro,
    o corazón adentro hasta tus ojos.

    Solo puedo recrear tus pausas
    si bebes el sol con las pestañas
    en las gotas de la reciente hierba
    o si te rindes a la exploración del sueño
    donde te abrazas
    como si siempre estuvieras naciendo.

    Querida mía, yo soy como la desnudez
    de tus tobillos:
    solo me delata el amor por tu andar
    libre sobre la tierra
    y por mi pensamiento también libre
    de ir contigo a todas partes.

    Pedro Olvera / 02 de enero de 2023


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    Imagen: Lizbeth Ángeles, México, 22/11/2022.
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  • Pedro Olvera
    Mis huesos me sostienen y me prodigan ánimo. Imagino que con uno de mis húmeros podría tallar una magnifica flauta; si mi fémur izquierdo se fracturara obtendría un par de vigorosas mazas para percutir la tambora a media plaza.

    Sin embargo, esta es una de esas noches en que mi esqueleto pareciera haberse exiliado de mi persona para dejar algo así como un odre vacío y sin posibilidad de música. De buen talante me echaría al piso para que el perro chapoteara sobre mí.

    Fue una jornada larga y simplemente podría anotar que estoy cansado, que no tengo nada para escribir, o, mejor todavía, no escribir en absoluto; pero eso jamás. Si lo que hago fuera un fiel reflejo de lo que siento, dejaría de ser humano para convertirme de verdad en lombriz.

    Por eso aún elijo sonreír por si alguna vez la luna me devuelve la sonrisa, o por si te vuelvo a encontrar a la vuelta de la esquina.



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