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Hablando de poesía y de amigos,
de tristezas infinitas
de las tormentas del verano,
de los besos que nos negamos,
o de un hogar que hoy son tus brazos.
Cuando la tierra ardía,
cuando mi refugio era el universo
en su solitaria vaciedad,
cuando me abandonaron al olvido
y la vida era un espacio vacío
detuviste mi caída.
Aunque el cielo esté nublado,
ya la noche no será una sombra oscura
mis manos encontraron tus manos,
y yo supe que poesía
es mi corazón chapoteando
dulcemente en tu regazo.
Ana Mercedes Villalobos
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Sigo la música que nace de mis sueños,
y me visto del aroma de las flores,
porque la vida es bella, me digo,
y cada mañana nos regala una sorpresa.
Ser mujer es la meta, y la rueda
comienza a girar vertiginosamente,
antes de aprender a respirar,
la vida nos arrastra.
Duermo en esperas, con el cuerpo
siempre en movimiento
y la mente en todos los sueños,
que se van perdiendo
en la euforia de vivir,
en el olvido
Y es que hay un vendaval
de anhelos por cumplir,
y muy poco tiempo
para hacerlos realidad.
Pero un día estoy aquí,
inmersa en la sabiduría,
que me convoca a recuperar el camino,
el que una vez me atreví a trazar,
más allá de mis horizontes.
Entonces me busqué debajo
de tantas capas,
cansada de ser sólo un intento,
y encontré la única verdad
que motivó mis pasos,
conseguir ser la mujer que soy,
la mujer que siempre fuí.
Ana Mercedes Villalobos
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Todos mis espacios
se llenaron de silencios,
sólo un camino desierto
se abría a mi mañana.
Se tendió una sombra
abrazada a mi garganta
y me quedé sin voz.
-No te abandones nunca-
susurraste a mi oído,
y en tus brazos
apoyé mis miedos.
Caminé de tu mano, ciega,
día con día, en esa batalla
que yo no quería luchar,
sumida en mi desgana,
con el olor a madera
que desprendía de tu piel
como único guía.
Hoy, después de un largo andar,
amaneció un nuevo mañana,
con el rosa abrochado a mi pecho
-Siempre te dije que podrías –
Me sonríes, y yo no puedo
dejar de mirarte.
Ana Mercedes Villalobos
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Hay huracanes en mi mente,
sembradío de tiempos de hastío,
de noches solitarias,
buscando respuestas al amor.
A la orilla de tu vida me siento,
como un columpio que viene y va
se encuentra mi alma,
contemplando un ocaso que me lleva
a espacios en blanco,
que me abandona al sueño.
El sol se abraza al mar,
y yo, pretendo sostenerme
entre mis letras,
alcanzar la otra orilla
mientras no sea tarde.
Estoy viendo morir el día,
llegará la luna en silencio,
y me encontrará aquí,
meciéndome entre
el fragor de las olas,
esperándote.
Ana Mercedes Villalobos
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Cuando la lluvia cae,
el tiempo se detiene.
Las horas flotan sin rumbo,
se desnudan en el gris húmedo,
donde se nombran los días solitarios.
Hay pensamientos que sumidos
en la nostalgia, dejan su melodía
en el letargo del cántico acompasado.
Más allá de mi balcón,
el agua se desborda en las aceras,
formando un río oscuro, sombrío,
que se pierde en la infinitud del horizonte.
Y allí llegas silencioso,
y te haces dueño del momento.
De pie, como un monumento
a la soledad,
hurgando en el vacío de la noche,
donde solo existes tú,
y la furia de esta tormenta
que se desata.
Ana Mercedes Villalobos
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Es como encender la luna entre mis manos,
para sumergirme en el afán de la palabra
que llega desde las penumbras
como un fulgor de estrellas
como la magia de estos atardeceres
que hablan tanto de nosotros,
- un suspiro de luna -
me dices
y basta tu voz para agitarme.
Y es que siempre hay momentos
para levantar los brazos,
sólo ese gesto podría detener el mundo
entre mis versos y la memoria de tu piel.
Hay mucho espacio entre tus besos,
mucho más que añoranza
es navegar en el abismo del amor
que se ama, o no se ama,
como esa anhelada libertad
que se pierde al romperse las alas.
Es la tarde y ese resplandor dorado
pinta de ilusiones el paisaje.
Ana Mercedes Villalobos
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Era una danza solitaria
ausente de tus brazos,
de tu tacto de fuego
que llenaba mis horas,
mis espacios.
Yo frente a ti,
en la desnudez
de este sol abrasador
que hiela mi sangre.
Hubo una vez
en que tú buscabas mis ojos,
y tus besos recorrían
apasionados mi cuerpo,
como un eco
que llenaba nuestras voces.
Ahora no estás tú,
ni tu boca.
En estos tallos desiertos
en que se convirtieron
nuestros cuerpos,
se rompe mi corteza
y se deshace.
Esa arena ardiente
es ahora mi casa,
y esos troncos vacíos
nos habitaron.
Ana Mercedes Villalobos
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Con mis alas extendidas contra la tarde,
a la orilla de un paraje desconocido,
y sin volver la vista atrás,
emprendo el vuelo.
Atrás escucho el silencio,
como esperando sentir
los latidos de mi corazón
que se desboca, en genuina rebelión.
El aroma de la montaña me embriaga,
los árboles me prestan cobijo,
y desde mi vuelo,
se fugan las palabras
que se esparcen por el viento.
Todo está ausente aquí,
sólo yo, elevándome,
mis brazos abiertos,
sin paredes, sin muros,
sólo yo en esta eternidad
que me reclama.
Ana Mercedes Villalobos
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