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Viendo entradas en la categoría: Leyendas de navidad

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    Angelito cantor
    Era hora de dormir y Arianita no conciliaba el sueño, escuchó de nuevo aquel aleteo de papel que le invitaba a curiosear en la media luz de su pequeña alcoba, sus ojos redonditos y azulados se abrían como foquitos exploradores buscando tan singular sonido.

    - ¿Quién ta ahí? Preguntó con su vocecita de tímida bebé, mientras a gatas seguía las aletadas de papel. Encima de un estante con libros de cuentos vio relucir una figurita dorada que expandía sus alas al son de su suave canto, de sus pequeñas manitos le ofrecía partituras cuyas páginas soplaban aire fresco, motivando en la niña el coqueteo de sus largas y rizadas pestañas.

    Arianita le preguntó - ¿Quién eres amiguito?
    Respondió la figurilla - Soy un Ángel cantor, me salgo de los libros para amenizar la navidad, por eso mi cuerpo es de papel, ando buscando compañeros para formar una coral ¿Quieres cantar conmigo?

    Mientras el Angelito cantor agitaba sus páginas por el lugar dejaba un hilo dorado en su retozar, Arianita revoloteaba los ojitos como un loco reloj y con una amplia sonrisa respondió ¡Sí, ssií cantemos! Y ambos, el Angelito cantor y la niña comenzaron a calentar sus voces ¡Ah ah ah…do re mi fa sol laaa!

    Entretanto, crujió la puerta y en puntillas entraron los papis de Arianita:
    -¿Qué sucede chiquita? ¿Por qué gritas así?
    -Estoy ensayando villancicos.

    El Ángel cantor reía para adentro con las manitas en su boca. Los padres de la nenita dijeron:
    -¡Entonces cantemos todos!, y la magia de la navidad se hizo música celestial entre juguetes y luceros. Arianita ya cansada comenzó a bostezar y el Ángel cantor a los libros volvió, buscando otro escenario lejano donde su cántico congregue familias y alegre poblados.

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    El año en el que nació la Flor de Pascua

    Ese año, Pablo acompañó a todas las personas hasta la iglesia y, una vez allí, se escondió en un rincón para admirar todos los regalos. Eran hermosos, muy hermosos. Se puso tan triste al entender que él nunca podría llevar un regalo al niño Jesús, que comenzó a llorar.

    Pero entonces sucedió algo maravilloso: de las lágrimas que caían al suelo, comenzó a crecer una planta. Era una hermosa flor con enormes pétalos rojos.

    Pablo entonces comprendió que esa flor era un regalo de Dios para que se la llevara al niño Jesús. ¡No podía haber encontrado un regalo mejor! Y el niño llevó, descalzo, su preciosa flor roja hasta el lugar en donde se depositaban los regalos al niño Dios.

    Las demás personas se sorprendieron mucho. Al ver esa flor, que jamás antes habían visto, pensaron que era un milagro, y una señal. Decidieron llamar a esa planta Flor de Pascua o Flor de Nochebuena. La cuidaron y consiguieron muchas más idénticas.

    A partir de entonces, todos ponían en sus casas, en un lugar visible, una preciosa Flor de Pascua, para indicar que comenzaba la Navidad y recordar el regalo que Pablo hizo al niño Jesús.
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    El fuego del petirrojo

    Jesús acababa de nacer, y era de noche. Hacía frío, mucho frío. Y como el pesebre no tenía puerta, de vez en cuando entraban unas ráfagas de viento heladas que enfriaban al pequeño que dormía en su cuna.

    La Virgen María estaba a su lado. San José había salido en busca de algo de comida. Al lado de María y del pequeño, había una pequeña hoguera, pero apenas quedaba lumbre y estaba a punto de apagarse. Entonces le pidió al buey que le ayudara a avivar las llamas, pero el animal estaba tan dormido, que no se enteró.

    Le pidió a la mula que le ayudara, pero estaba tan cansada, que apenas le quedaba fuerzas para hacerlo.

    Entonces le pidió al gallo que le ayudara. Pero el gallo, como cantaba con todas sus fuerzas, no oyó nada.

    La Virgen, muy triste, temió por su pequeño. Pero entonces, oyó el trino de un pájaro. El sonido venía de un pequeño nido que había en una esquina del pesebre. Del nido salió un pequeño pajarito y voló hasta donde estaba el fuego. Comenzó a aletear con tanta fuerza, que el fuego empezó a avivarse. Pero no era suficiente, así que el pajarito voló hasta su nido y empezó a llevarse las ramitas hasta el fuego. Desmanteló todo el nido para poder avivar más la pequeña hoguera. Las llamas eran ahora tan fuertes, que el pajarito se quemó el pecho. Pero a pesar del dolor, continuó aleteando para que el niño Jesús pudiera dormir calentito.

    Al ver que el pajarito se había quemado el pecho y desmantelado su nido, la Virgen María lo bendijo y le dio un nuevo nombre: Petirrojo, que significa 'pecho rojo'.

    El petirojo formo un nuevo nido y al nacer sus crías todos tenían el pecho rojo.
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    El buey hermoso

    Cerca de Belén vivía un buey muy trabajador, de nombre ‘Hermoso’. Su amo estaba muy orgulloso de él. Le peinaba, le cuidaba, le daba buenos alimentos. Todos los vecinos conocían a Hermoso, y su amo no dudaba en presumir de él. Y como el amo era tan bueno con Hermoso, el buey intentaba ser todo lo bueno que podía con su amo: araba, tiraba del carro, transportaba peso…

    Un día, Hermoso se enteró de que su amo tenía muchas deudas con otro granjero. A Hermoso se le ocurrió algo: le dijo a su amo que apostara con el otro granjero a que el buey era capaz de tirar de 100 carros cargados. A cambio, le debía perdonar todas las deudas. Hermoso le prometió que conseguiría pasar la prueba, y que lo haría por todo el cariño que sentía por él. A su amo le pareció buena idea.

    Llegó el día señalado, y los granjeros engancharon a Hermoso los cien carros cargados. Pero nada más empezar a tirar de ellos, su amo comenzó a azotarle con el látigo mientras decía:

    - ‘¡Venga, holgazán, tira de los carros con más fuerza!’

    El buey, dolido y humillado, se sentó en el suelo y no movió ni un músculo. El granjero perdió de esta forma la apuesta. Una vez que llegaron a la granja, le preguntó por qué había hecho eso, por qué no había mantenido su palabra. El buey le contestó que porque se había portado mal con él. El granjero le pidió perdón. Estaba tan arrepentido, que el buey le dijo que volvieran a intentarlo. En esta ocasión, su amo no le maltrató, sino que le animaba con frases bonitas. Así es como el buey cumplió su promesa y el granjero saldó sus deudas.

    Años después, el granjero, ya cansado de trabajar la tierra, se mudó con el buey a Belén. Él se dedicó a llevar un albergue. Y para el buey, hizo construir un establo. Una noche de diciembre, el 24, recibió una visita muy especial.








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    Las campanas de navidad
    En la noche en la que nació el niño Jesús, los primeros en enterarse de la noticia fueron los pastores que trabajaban en los alrededores de Belén.

    Unos ángeles llegaron hasta el monte en donde descansaban los pastores y les dieron la noticia:

    – ¡Hoy ha nacido el hijo de Dios en Belén!

    Los pastores se asustaron bastante al ver a los ángeles, porque nunca habían visto criaturas así, y aun así, decidieron acudir a investigar por si aquello que acaban de oír era verdad.

    El único pastorcillo que no se asustó fue Gabriel, un pastorcito ciego de nacimiento, que tenía tres ovejas a su cargo: Blanquita, Lanitas y Baladitos.

    El pastorcillo Gabriel y las campanas de Navidad,Gabriel no pudo ver a los ángeles, pero sí escuchó sus melodiosas voces, y se llenó al momento de felicidad e ilusión por conocer al pequeño.

    Pero el pequeño Gabriel no sabía llegar hasta aquel lugar. ¿Cómo iba a hacerlo, siendo ciego? Eso sí, el pastorcillo tenía un fabuloso oído…

    Para reconocer a sus ovejas y saber por dónde iban a cada momento, Gabriel les había atado al cuello un cascabel.

    Cada una de los cascabeles tenía un sonido diferente. De esta forma, podía reconocer a sus ovejas, porque Gabriel tenía un oído finísimo.

    Así, Gabriel era capaz de distinguir el sonido del cascabel de Blanquita, que hacía ‘tilin tilin’, o el de Lanitas, que hacía ‘bling bling’ o el de Baladitos, que hacía ‘rin rin’.

    Y de pronto, en medio del silencio que reinaba en la montaña, el pastorcito escuchó el fuerte sonido de una campana, y era un sonido que no había oído antes: la campana hacía….

    – ¡tolón tolón!

    Gabriel busca el origen de aquel sonido de las campanas de Navidad. Lleno de curiosidad, el pastor pidió a sus ovejas que le siguieran y empezó a seguir el sonido, que le iba guiando constantemente con un tintineo muy fuerte:

    – ¡Tolón, tolón, tolón, tolón!

    – Vamos, ovejitas, por aquí, ¡seguidme! ¿De quién será esa campana? ¿De dónde viene ese sonido?- se preguntaba Gabriel.

    Y el pastorcillo al fin llegó hasta el lugar de donde partía el sonido. Al pararse frente al portal de Belén, los demás pastores se apartaron, sorprendidos al verle allí.

    El niño Jesús le miró, sonrió y de pronto, Gabriel pudo ver por primera vez en toda su vida.
    El pastorcillo no podía creer aquello: ¡podía ver al niño Jesús, a la Virgen con un precioso manto azul y a San José a su lado!

    Muy cerca había una mula durmiendo. Parecía cansada… y un buey, que estaba venga a menear de un lado a otro una campana grande que colgaba de su cuello…
    – ¡Tolón, tolón, tolón, tolón!

    – ¡Ese es el sonido! ¡Es la campana que me guió hasta aquí!- exclamó asombrado el pastorcillo.

    El niño Jesús volvió a sonreír, y Gabriel se dejó caer de rodillas para darle las gracias.
    Desde entonces, en Navidad, suenan las campanas muy fuerte, para indicar que ha nacido el niño Jesús.

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    El frio de Pacheco

    - Si así está aquí de frío, ¿Cómo estará Pacheco?
    …Pacheco caminaba lentamente, consciente de no haber estado nunca en ese sitio, intentaba ubicar alguna imagen conocida, algún árbol, follaje, ladera, que lo sacara de la duda que ahora le albergaba, lo hacía despacio, peleando con las mulas que ya no querían andar más, y enceguecido por la niebla espesa que cubría el sendero, se hallaba perdido en su montaña, sin tiempo y sin espacio, sin paisaje alguno que orientara sus pasos, de pronto se encontró con un largo y estrecho camino que subía hasta perderse de vista y a sabiendas de que ya ese día no podrían llegar a su destino, caminaron y caminaron hasta llegar a un claro, en medio del monte, nada rodeaba sus cuerpos más que neblina y vegetación.

    - Pacheco… - Pacheco…-

    Oyó de pronto una voz honda, lejana y asustado, agarró a sus mulas e intentó regresar rápidamente por el sendero que lo llevó allí, pero ya no había nada más que niebla a sus espaldas.

    - No temas Pacheco -.

    Se oyó nuevamente la voz, como si saliera de todas partes.
    - Soy la Diosa del Mar y espíritu de la montaña; ya es el momento de que vengas conmigo -.
    “Pacheco” escuchaba en silencio abrazando a las mulas, mientras la misteriosa voz seguía hablándole.

    - De ahora en adelante formarás parte de mí para siempre, serás el frío navideño y señor de la neblina, y como lo has venido haciendo, bajarás desde muy temprano y bañarás en las mañanas con tu frío y tu humedad a todos los pobladores de la ciudad -.

    -¿Pero quién soy yo para merecer tanto honor?-

    Preguntó “Pacheco” al espíritu de la montaña y éste le respondió
    -Desde hoy serás leyenda y cada Navidad recordarás a todos que estos son tiempos de unión familiar, y al conmemorarte ellos aprenderán a cuidarse, quererse y respetarse como tú les enseñaste mientras estuviste entre ellos -.

    “Pacheco” ya no tuvo miedo, nada le hizo más feliz que convertirse en uno solo con su cerro adorado, poco a poco, su cuerpo y el de sus mulas se fueron volviendo niebla; a partir de entonces bajan como niebla fría desde el follaje montaraz hasta la ciudad, para traer cual Mesías paz, amor y felicidad como buen representante de sueños y esperanzas navideñas”.

    Llegó Pacheco
    Ahí viene Pacheco, llegó Pacheco
    Está entrando la Navidad
    Ay que frío, que frío el que tengo
    Que frío el que a mí me da

    Caminito de Santiago
    Iba un alma peregrina
    Una noche tan oscura
    Que ni una estrella lucía
    Por donde el alma pasaba
    La tierra se estremecía

    Ahí viene Pacheco, llegó Pacheco
    Está entrando la Navidad
    Ay que frío, que frío el que tengo
    Que frío el que a mí me da

    Desde el pueblo de Galipán
    En el Waraira Repano
    Flores, legumbres y frutos
    Son tallados con sus manos
    Camino hacia San Jacinto
    Donde esperan sus hermanos

    Ahí viene Pacheco, llegó Pacheco
    Está entrando la Navidad
    Ay que frío, que frío el que tengo
    Que frío el que a mí me da

    Frente al puesto la Atarraya y la venta de los pájaros
    Te esperan todos contentos con tu carga colorida
    Con un vasito de berro o de aguardiente de caña
    Para mitigar el frio y calentar la mañana

    Ahí viene Pacheco, llegó Pacheco
    Está entrando la Navidad
    Ay que frío, que frío el que tengo
    Que frío el que a mí me da

    Lcdo.
    C.P. # 7812
    @rmulo_e
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    Rudolph el reno de la nariz roja

    Érase una vez un reno llamado Rudolph que, por haber nacido con una curiosa y peculiar nariz roja, grande y brillante, caminaba solitario por el mundo. Los demás renos se burlaban de Rudolph todo el tiempo, con frases como 'pareces un payaso', 'tienes una manzana en la nariz'… Rudolph se sentía muy avergonzado y cada día se alejaba más de la gente. Su familia sentía mucha pena por él.

    Las bromas sobre la nariz de Rudolph eran tan molestas y constantes que Rudolph acabó apartándose de todos. Vivía triste, encerrado en su casa, sumamente deprimido. Con el apoyo de sus padres, Rudolph decidió abandonar el pueblo donde vivía y empezó a caminar sin rumbo durante días, meses, años...

    Se acercaba la Navidad y Rudolph seguía solo por su camino. Pero una noche, en víspera navideña, en que las estrellas brillaban más que en otros días en el cielo, Papá Noel preparaba su trineo, como todos los años. Contaba y alineaba los ocho renos que tirarían de su trineo para llevar regalos a todos los niños del mundo. Santa Claus ya tenía todo preparado cuando de repente una enorme y espesa niebla cubrió toda la tierra.

    Desorientado y asustado, Papá Noel se preguntaba cómo lograrían volar el trineo si no conseguían ver nada. ¿Cómo encontrarían las chimeneas?, ¿Dónde dejarían los regalos? A lo lejos, Santa Claus vio una luz roja y brillante y empezó a seguirla con su trineo y renos. No conseguía saber de qué se trataba, pero a medida que se acercaban, llevaran una enorme sorpresa. ¡Era el reno Rudolph!

    Sorprendido y feliz, Papá Noel pidió a Rudolph que tirara él también de su trineo. El reno no podía creérselo. Lo aceptó enseguida y con su nariz iluminaba y guiaba a Santa por todas las casas con niños del mundo.

    Y fue así como Papá Noel consiguió entregar todos los regalos en la noche de Navidad, gracias al esfuerzo y la colaboración del reno Rudolph. Sin su nariz roja, los niños estarían sin regalos hasta hoy. Rudolph se convirtió en el reno más querido y más admirado por todos. ¡Un verdadero héroe!


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    El árbol de Navidad

    Cuentan que hace mucho, pero que mucho tiempo, durante una fría noche de diciembre, unos niños se calentaban frente a la chimenea de su humilde hogar. Vivían con sus padres en una pequeña cabaña en medio de la montaña, y sobrevivían gracias a la madera que su padre podía vender.

    Era 24 de diciembre, y los niños escucharon de pronto el sonido de alguien que llamaba con suavidad a la puerta. Corrieron a abrir y se encontraron con un pequeño niño que andaba sin zapatos por la nieve, con una simple túnica andrajosa. Tiritaba, estaba muerto de frío y hambre.

    Los pequeños, conmovidos, le invitaron a entrar.
    – Tienes que acercarte mucho a la chimenea para calentarte- dijo uno de los niños.
    – Yo te traeré mi abrigo y mis zapatos– dijo el otro, a pesar de saber que no tenía más…

    Uno de los hermanos fue a la cocina y encontró un trozo de pan que su madre guardaba para el desayuno. No dudó en dárselo a su invitado. El niño recién llegado era muy callado, apenas hablaba, pero miraba con dulzura y agradecimiento.

    – Te prepararé una cama junto al fuego- dijo uno de los niños. Y arrancó de su cama la manta para hacer con ella un cómodo y cálido colchón para el recién llegado. Después, todos se fueron a dormir.

    ¡El milagro de la leyenda del árbol de Navidad!
    Al día siguiente, un dulce sonido despertó a los dos hermanos y a sus padres. Era la música celestial de un coro de arpas y trompetas. Fueron al salón, y los pequeños vieron que su invitado ya no estaba.

    Al mirar por la ventana, vieron acercarse a un grupo de niños que brillaban como las estrellas. Tocaban instrumentos de música, cantaban y bailaban.

    Entre ellos, caminaba hacia la cabaña el mismo niño que les pidió cobijo la noche anterior, pero ya no vestía harapos, sino finas ropas bordadas con hilos de oro y plata. El niño llegó a la cabaña y dijo a los hermanos:

    – Tuve frío y me disteis cobijo. Tuve hambre y me disteis de comer. Fuisteis caritativos conmigo, a pesar de no tener nada.

    El niño tenía en la mano una pequeña rama de un abeto, que había cortado de un árbol en el bosque. La plantó junto a la casa y de pronto, la rama creció y creció, hasta convertirse en un frondoso abeto. De las ramas comenzaron a crecer manzanas, nueces, alimentos de todo tipo, y algún que otro juguete.

    – Es mi agradecimiento a vuestro buen corazón- dijo el niño mientras se alejaba, rodeada por el grupo de ángeles que seguían tocando y cantando a su lado.

    – Sin duda, era el niño Jesús– dijeron los padres de los dos niños.
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    Los calcetines de Santa Claus

    Hazan, Sila y Nor eran tres niñas turcas muy pobres, que vivían junto a su padre en una humilde casa. El padre estaba muy triste, porque sus hijas crecían y él se daba cuenta de que no iba a tener dinero suficiente para pagar una dote el día que quisieran casarse, ya que era típico en Turquía pagar una dote por cada hija casadera.

    Las chicas eran tan pobres, que no tenían calzado, y en invierno, tenían que andar por la nieve con unos simples calcetines. Pasaron los años y las niñas se convirtieron en unas adorables jovencitas.

    La noche del 24 de diciembre, llegaron de la calle y se quitaron los calcetines empapados. Los pusieron a secar junto a la chimenea. Las hermanas, empezaron a llorar. Su padre les preguntó qué les pasaba, y la mayor contestó:

    - Me he enamorado de un soldado, papá, pero no me puedo casar porque no tengo dote.
    - Yo me enamoré de un maestro- dijo la mediana- pero no podré casarme por falta de dinero.
    - Y yo... -continuó la más pequeña- me enamoré de un músico, pero al no tener dote, no puedo hacer nada.

    El padre bajó la cabeza muy triste, y todos se fueron a dormir. Lo que no sabían es que Nicolás, un obispo bondadoso que vivía en su mismo pueblo, había escuchado todo desde el otro lado de la ventana. Conmovido, se le ocurrió que podía ayudar. Esa noche, Nicolás se puso su capa y su gorro rojos y entró en la casa de las muchachas por la chimenea. Dejó un saco con dinero en cada calcetín de las chicas.

    A la mañana siguiente, las muchachas se encontraron el dinero, y locas de alegría, corrieron a buscar a sus parejas. Ese mismo día, las tres muchachas se casaron, radiantes de felicidad.

    Nicolás, al ver la alegría que había ocasionado ese pequeño gesto, decidió que todos los años, cada 24 de diciembre, dejaría regalos a todas las personas que pudiera. Con los años se hizo famoso, pero como nadie sabía quién era en realidad, comenzaron a llamarlo, Santa Claus.
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    Las arañas de navidad
    Hace mucho, mucho tiempo, en una víspera de Navidad, las arañas fueron desterradas de sus hogares mientras las casas se limpiaban para Navidad y sus telas estaban rotas. Simplemente lograron sobrevivir y tuvieron que moverse al rincón más alejado del ático por el momento. Sin embargo, algunas de las arañas jóvenes anhelaban ver los árboles de Navidad decorados y el pequeño niño Jesús que vino a bendecir las casas a medianoche. Los ancianos trataron de hacerles entender que no se les permitía entrar a las habitaciones, pero las jóvenes arañas eran bastante curiosas e inflexibles. Finalmente, la araña más vieja y más sabia encontró una solución y sugirió que en la noche, cuando todo el mundo se fuera a la cama, tal vez podrían escabullirse de sus rincones y obtener una mirada más cercana del mágico árbol de Navidad.

    Incluso las arañas adultas sintieron la emoción de esta oportunidad única en la vida para ellas y en la medianoche, cuando la casa de una familia noble estaba oscura y silenciosa y todo el mundo estaba profundamente dormido, las arañas salieron sigilosamente de su escondite y lentamente alcanzaron el árbol de Navidad. Estaban tan cautivados por la belleza etérea que pasaron toda la noche en el árbol, gateando arriba y abajo y examinando sus hermosos ornamentos. No pudieron frenar su impulso de tejer bonitas y delicadas telas de araña por todo el árbol mientras bailaban en sus ramas. En las primeras horas de la mañana, el pequeño niño Cristo vino a bendecir la casa. Se sorprendió al encontrar pequeñas arañas y sus redes en el árbol.

    Sabía que todas las criaturas eran creadas por Dios y, sin embargo, sabía que la madre que había trabajado duro todo el día para hacer que todo fuera perfecto se sentiría consternada al encontrar las telarañas en su árbol. Por lo tanto, con un corazón lleno de amor y una hermosa sonrisa hechicera en sus labios, el Cristo niño tocó suavemente las telarañas y las puso brillantes y brillantes en colores plateado y dorado que hicieron que el árbol de Navidad se viera aún más hermoso que antes.

    NOTA: Se dice que así es como se introdujo el oropel para decorar los árboles de Navidad. Algunas personas también cuelgan una araña de plástico en recuerdo de las pequeñas arañas dedicadas que trabajaron duro durante la Nochebuena.
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