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Viendo entradas en la categoría: NOVELA CORTA

  • Céu de Buarque

    De bebidas y drogas tuve suficiente. Cuando vivía en el burdel me obligaban a consumirlas y, con el tiempo, me volví una adicta. Necesitaba de ellas para trabajar. Trabajar…, sí, sé que es difícil para muchos entender nuestra actividad como un trabajo. ¿Qué puedo opinar? Conocí chicas que fueron lastimadas, algunas con heridas que las llevaron a la muerte. Torturadas como en una guerra: amenazadas, atadas, cortadas, quemadas con cigarrillos, asfixiadas con sogas o con bolsas de plástico. Es difícil no verlo como un campo de batalla sin más trincheras que nuestra habilidad para calmar hombres, que se pueden comportar como fieras, cuando no consiguen lo que quieren. El cuerpo es una especie de escudo – (la concha que protege la perla) – y nuestra mente el arma. Esta piel tiene marcas por hacer cosas que no quería. Me violaron de chica, se qué clase de monstruos visten de hombres gentiles.
    En una ocasión, casi pierdo un riñón. Me interpuse entre el Gringo, – borracho, adinerado, con cargo de intendente– y La Nena. La muñequita de porcelana… le traían muchos regalos a cambio de un sexo depravado, hasta que se cansó de ser golpeada, violada, y dijo que no. En ese cuarto rojo la sangre de ella se mezcló con la mía. Murió de todas maneras, de las peores. No pude llegar a tiempo, rara vez se llega a tiempo.
    En el Burdel, las paredes eran tan finas que las habitaciones parecían consultorios de sala de emergencia de un hospital trucho, los gemidos de todas y todos se confundían en el aire viciado. Los gritos de dolor y de pedido de auxilio se perdían entre música y gemidos; pero entre todos los sonidos pude escucharla. Corrí desnuda por los pasillos, abriendo puertas, hasta que los encontré. Todavía sujetaba el puñal incrustado en el cuerpo de la Nena. Sin pensar, me tiré encima para separarlos, le pegué con todas mis fuerzas en la cabeza y en la espalda. Entre gritos e insultos, se dio vuelta y con el “puta de mierda” vino el puñal. No me acuerdo más. Pero sé que el Gringo siguió de gran señor por un buen tiempo, y yo estuve dos meses internada a punto de perder la miserable vida que llevaba a cuestas. Pensó que podía hacer de todo, incluso matarnos y salir caminando con la frente en alto. Bueno, algo de razón tenía. Nosotros no podíamos entrar en ningún lado sin ser repudiadas, mientras que él durante 25 años fue dueño del pueblo, ¡borracho idolatrado! Supe que murió de un ataque. Irónica esta vida, literalmente le explotó el corazón.
    Esos dos meses mirando el techo, me hicieron pensar. No quería terminar como la Nena. Empecé a esconder las propinas, que te dan cuando bailas bien o cuando quieren que les hagas algo que no pactaron con “la Jefa”, y poco más que ganaba por cliente. Pasó el tiempo, y el plan empezó a funcionar, comencé a vestir diferente, cambié de personajes y uno de ellos llamó la atención de un cliente que frecuentaba el Burdel, era director de películas pornográficas truchas, y comencé a trabajar para él. Fueron meses y meses ansiando llegar a tener lo necesario para irme de los suburbios porteños, resurgir en otro lugar. Me gustó siempre el mar, Río y su carnaval, esa alegría que veía en televisión me embriagaba. Todas esas plumas, la sonrisa en mujeres desnudas cubiertas de purpurina.
    Imaginé que podía encontrar mi lugar aquí, y fijate donde vivo (mira por la ventana y ve la playa de São Conrado). Por eso luché para salir adelante, esto que ves ahora, quien soy y cómo vivo, es parte de mi vida, el pasado y el presente, y ahora soy parte de un sueño, el fruto del deseo de cambiar. Hoy puedo verlo claramente, viajar, salir de Buenos Aires, del Burdel, me salvó.
    Con los años aprendí a hablar, ¿me entendés? Antes no hubieras comprendido nada. Hablaba en códigos, insultaba a cada rato, era una jerga maldita, lengua de putas, lo llamábamos entre nosotras, era lo único que nos habían enseñado.
    Te decía que vivía borracha y drogada, cómo soportarlo de otra manera. Tenía que bailar con un tul negro traslucido adelante de lobos, capaces de masturbarse encima de ti, a la vista de todos, tirándote el pelo, golpeándote, mientras el resto aplaudía. Fingir que te gusta, gemir convenciendo que disfrutas del maltrato, para que acaben y todo de una buena vez termine. Puta, bailarina y actriz por unos mugrosos pesos.
    Que lo hacemos porque nos gusta… no siempre es así. Puedo asegurarte que para llegar a ser respetada en esta profesión tenés que ser muy hábil, linda y nunca perder de vista que es algo temporal y que algún día, sino morís antes, vas a poder mudarte y dedicarte a otra cosa. La belleza se va con los años, las ganas de cambiar también.

  • Céu de Buarque
    Aún viviendo con Zé II, seguía frecuentando la Biblioteca y un buen día conocí a Antônio (Tom), un estudiante de Psiquiatría, que insistió en convidarme con un “cafezinho”. No tenían nada programado, salvo leer, quería rendir libre para estudiar algún día Letras, Bía me había dicho que tenía que fijarme un propósito en la vida, “não pôde ser uma buscavida filha, andar à toa na vida”, frase que me repetía siempre.
    Lo de Tom no fue algo pasajero, se encariñó conmigo, creo que fui una especie de ratita de laboratorio, pero qué importaba, tuve comida, techo y salidas. Con él, conocí gente estudiosa y divertida, otra puerta que se abrió y yo pasé. Giros y más giros, como dicen aquí, “uma mulher abençoada”. Pero aún seguía rebuscando mis ingresos en la prostitución, ya no en los mismos lugares ni con los mismos hombres. Todavía hoy siguen llamando tres clientes cada vez que vienen a Rio, son los únicos... y con lo que gano en esas tres semanas, me sobra para vivir bien todo el año. Me acostumbré a vivir con poco. Un carnaval desenfrenado, que por ahora Tom tolera, veremos cuando me reciba en la facultad. Falta tanto todavía.
  • Céu de Buarque
    Un día, estaba apoyada una de las columnas NordEste de la Biblioteca, sentada sobre cartones y leyendo revistas viejas, cuando se acercó un señor, – ya lo había visto un par de veces en el Salón–, me ofreció un cigarrillo. Hacía rato que no fumaba, no tenía dinero y me negaba a fumar los restos de cigarrillos arrojados en las escalinatas, entonces le acepté el gesto. Qué delicia de bocanada, mi cara debe haberle impactado porque me regaló el atado. Y no se fue, pidió permiso para sentarse a mi lado.
    Su mirada y tono de voz daban paz y la charla me tentaba, parecía inofensivo y curioso, así es que accedí.
    Se intereso por saber quién era, de dónde venía…cómo había terminado durmiendo en la calle. Nos cambiamos de lugar, adónde daba el sol, y le conté, con señas cuando no encontraba las palabras, exclamaciones, portuñol…Me sentía como una loca recién salida del manicomio, él parecía no incomodarle las dificultades que tenía para expresar tanto con tan poco. Omitía las partes dolorosas, escandalosas, no quería ahuyentarlo ni generarle una idea equivocada de quién era yo. Nunca quise ni quiero que sientan lástima por mí, como esas linyeras que llevan una etiqueta codificada pegada en la frente –soy pobrecita, nadie me quiere...–, prefiero llevar mis arapos y pecados con algo de dignidad. Entusiasmada, por su cara de asombro, hablamos durante horas. Se hizo tarde, mi estomago hacía ruido, Dona Giûma, que a veces traía algo de comida para compartir, no apareció en esa ocasión; y el señor tuvo la delicadeza de convidarme a almorzar.
    Era profesor de la Universidad e investigador social. Viudo y con dos hijas, una de mi edad. José Segundo Filho, yo lo llamé Zé Segundo (II), y fue quien me sacó de la calle. Ya ves, no salí sola adelante, nadie sale sólo. No tenía nada ni me creía nadie, pero fui descubriendo a alguien que quería ser, me fui conociendo.
  • Céu de Buarque
    Parte uno http://www.mundopoesia.com/foros/poesia-blogs.html?b=673

    Se preguntarán cómo llegué a ser quien soy. Ascendí de ese submundo marginal. Supongo que aprendiendo a olvidar o restarle peso a las cosas que me lastimaron. Toqué fondo muchas veces, busqué con instinto de fiera una forma de resistir y empezar el camino inverso. Sé lo que significa ser paria, marginal, pobre e indigna. Vi mi reflejo en muchas fuentes de plaza, en espejos rotos de baños públicos, dormí en lugares que vos ni siquiera podrías oler a diez metros.
    ¿Querés que te siga contando? ¿Qué vas a hacer con la historia? Sí, que boluda, la vas a escribir, para eso me llamaste. Entonces sigo.
    Cuando el guardia, Zé (apodo para José) me ofreció cafecitos todas las mañanas, nos fuimos haciendo una especie de amigos, confidentes. Consiguió un carnet para que pudiera usar la Biblioteca. Av. Rio Branco, no lo olvidaré nunca, una otra puerta se abrió en ese lugar, yo entré. Las señales fuertes deben seguirse. Conocí una de las bibliotecarias, Beatriz (Bía), que además era maestra de Literatura. Ella, me enseñó el idioma, día tras día durante tres meses. La vida se tiñó de otros matices. Confiaron y tuve la posibilidad de conocer y crecer. No les molestó la ropa que llevaba (la misma remera negra, vaqueros rotos y el pañuelo de usos múltiples), muchas veces sucia. Con Bía ingresé al gran salón, abrí mis primeros libros y comencé a leer.
    Del escondite atrás de la escalinata, tuve que correr varias veces, volvía durante la madrugada. Me sacaban todos los días, tenía que deambular sin rumbo con los pocos bártulos que arrastraba en una mochila con cierre roto. Era cansador. Durante el día los llevaba a una plaza en donde una viejita negra, Dona Giûma (/yiuma/), las cuidaba por mí. Habrán sido unos seis meses entre idas y vueltas.
    Sabía quiénes eran los que dan más y preguntan menos, los que te invitan un almuerzo y los que piden algo a cambio, pero los hombres de la biblioteca eran mejores clientes que los de bares, menos violentos…por eso me quedé tanto tiempo. Hasta que tuve mejor ropa y empecé a buscar clientes en hoteles de Copacabana, pero eso te lo cuento más adelante.
  • Céu de Buarque
    Me crié en un burdel, en donde se cocinan todas las inmundicias humanas y los hombres saborean las delicias paganas.
    Mis ojos se confundían con el verdín de la acequia. Huesos y pellejo, tenía apenas doce años.
    Sabía fumar, inhalar y beber del resto de botellas… comer las sobras de la mesa. Quería olvidar, hacer de cuenta que no era yo la del callejón sin salida.
    Maldito catre lleno de pulgas, dormir era un decir, muchas veces preferí volver a la calle.
    Necesitaba un descanso de tanto manoseo gratuito,
    de la miseria, quería ser menos desperdicio, no tuve otra puerta abierta.
    A los 16 me exhibieron como animal exótico, grabadas quedaron en mi piel, sus viciosas lenguas, asquerosas.
    Saliva viscosa, aliento embriagado, pegoteado en mi cuerpo.
    Me rebajé a la nada y desaparecí sin irme. Bailaba alienada, de todo, de mí.
    Sus penes me producían arcadas, ya había pasado tres noches sin salir de la pocilga.
    Demoré tres años para juntar el dinero, pero me fui a Río.
    Aprendí a leer y a chapucear el portugués. Dormía en los escalones de la Biblioteca, el guardia me despertaba con un “¡cafezinho, moça!”
    Hoy tengo 26, y esta vida puta, vida de putas, se me antoja que no la quiero, por lo menos hoy...

    Continúa en http://www.mundopoesia.com/foros/poesia-blogs.html?b=709