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Viendo entradas en la categoría: Poemas selectos - Página 2

  • José Luis Galarza
    Cuando las amadas palabras cotidianas
    pierden su sentido
    y no se puede nombrar ni el pan,
    ni el agua, ni la ventana,
    y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
    y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
    y ha sido falso todo diálogo que no sea
    con nuestra desolada imagen,
    aún se miran las destrozadas estampas
    en el libro del hermano menor,
    es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
    y ver que en el viejo armario conservan su alegría
    el licor de guindas que preparó la abuela
    y las manzanas puestas a guardar.

    Cuando la forma de los árboles
    ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
    una mentira inventada por la turbia
    memoria del otoño,
    y los días tienen la confusión
    del desván a donde nadie sube
    y la cruel blancura de la eternidad
    hace que la luz huya de sí misma,
    algo nos recuerda la verdad
    que amamos antes de conocer:
    las ramas se quiebran levemente,
    el palomar se llena de aleteos,
    el granero sueña otra vez con el sol,
    encendemos para la fiesta
    los pálidos candelabros del salón polvoriento
    y el silencio nos revela el secreto
    que no queríamos escuchar.
    A bristy, Amadís y Omaris Redman les gusta esto.
  • José Luis Galarza
    Mirar el río hecho de tiempo y agua
    y recordar que el tiempo es otro río,
    saber que nos perdemos como el río
    y que los rostros pasan como el agua.
    Sentir que la vigilia es otro sueño
    que sueña no soñar y que la muerte
    que teme nuestra carne es esa muerte
    de cada noche, que se llama sueño.
    Ver en el día o en el año un símbolo
    de los días del hombre y de sus años,
    convertir el ultraje de los años
    en una música, un rumor y un símbolo,
    ver en la muerte el sueño, en el ocaso
    un triste oro, tal es la poesía
    que es inmortal y pobre. La poesía
    vuelve como la aurora y el ocaso.
    A veces en las tardes una cara
    nos mira desde el fondo de un espejo;
    el arte debe ser como ese espejo
    que nos revela nuestra propia cara.
    Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
    lloró de amor al divisar su Ítaca
    verde y humilde. El arte es esa Ítaca
    de verde eternidad, no de prodigios.
    También es como el río interminable
    que pasa y queda y es cristal de un mismo
    Heráclito inconstante, que es el mismo
    y es otro, como el río interminable.
    A bristy y Pi-Radianes les gusta esto.
  • José Luis Galarza
    [​IMG]

    Qué lindos tus ojos
    y más la mirada de tus ojos
    y más el aire de tus ojos cuando lejos miras
    en el aire estuve buscando:
    la lámpara de tu sangre
    sangre de tu sombra
    tu sombra
    sobre mi corazón.
    A bristy y Pi-Radianes les gusta esto.
  • José Luis Galarza
    Miro un árbol.
    Tú miras lejos cualquier cosa.
    Pero yo sé que si no mirara este árbol
    tú lo mirarías por mí
    y tú sabes que si no miraras lo que miras
    yo lo miraría por ti.
    Ya no nos basta
    mirar cada uno con el otro.
    Hemos logrado
    que si uno de los dos falta,
    el otro mire
    lo que uno tendría que mirar.
    Sólo necesitamos ahora
    fundar una mirada que mire por los dos
    lo que ambos deberíamos mirar
    cuando no estemos ya en ninguna parte.
    A bristy y Pi-Radianes les gusta esto.
  • José Luis Galarza
    ¡Ojos que quieren
    mirar alegres
    y miran tristes!
    ¡ay, no es posible
    que un muro viejo
    dé brillos nuevos;
    que un seco tronco
    (abra otras hojas)
    abra otros ojos
    que estos, que quieren
    mirar alegres
    y miran tristes!
    ¡ay, no es posible!
    A bristy le gusta esto.
  • José Luis Galarza
    Amor se fue; mientras duró
    de todo hizo placer.

    Cuando se fue
    Nada dejó que no doliera.
    A bristy y NUBE ATARDECER les gusta esto.
  • José Luis Galarza
    Se equivocó la paloma,
    se equivocaba.
    Por ir al norte fue al sur,
    creyó que el trigo era el agua.
    Creyó que el mar era el cielo
    que la noche la mañana.
    Que las estrellas rocío,
    que la calor la nevada.
    Que tu falda era tu blusa,
    que tu corazón su casa.
    (Ella se durmió en la orilla,
    tú en la cumbre de una rama.)
    A NUBE ATARDECER, BEN. y bristy les gusta esto.
  • José Luis Galarza
    Buscad, buscadlos:
    en el insomnio de las cañerías olvidadas,
    en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
    No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
    unos ojos perdidos,
    una sortija rota
    o una estrella pisoteada.
    Porque yo los he visto:
    en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
    Porque yo los he tocado:
    en el destierro de un ladrillo difunto,
    venido a la nada desde una torre o un carro.
    Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban,
    ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
    En todo esto.
    Más en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
    en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
    no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
    Buscad, buscadlos:
    debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
    o la firma de uno de esos rincones de cartas
    que trae rodando el polvo.
    Cerca del casco perdido de una botella,
    de una suela extraviada en la nieve,
    de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.
    A NUBE ATARDECER y bristy les gusta esto.
  • José Luis Galarza
    1
    El puente en medio de la noche
    blanquea como la osamenta de un buey.
    Entre la niebla desgarrada de los sauces
    debían aparecer fantasmas,
    pero sólo pudimos ver
    el fugaz reflejo de los vagones en el río
    y las luces harapientas
    de las chozas de los areneros.
    2
    Nos alejamos de la ciudad
    balanceándonos junto al viento
    en la plataforma del último carro
    del tren nocturno.
    Pronto amanecerá.
    los fríos gritos de los queltehues
    despiertan a los pueblos
    donde sólo brilla la luz
    de un prostíbulo de cara trasnochada.
    Pronto amanecerá.
    En las ciudades
    miles de manos se alargan
    para acallar furiosos despertadores.
    Pronto amanecerá.
    Las estrellas desaparecen
    como semillas de girasol
    en el buche de los gorriones.
    Los tejados palpitan en carne viva
    bajo las manos de la mañana.
    Y el viento que nos siguió toda la noche
    con cantos aprendidos
    de torrentes donde no llega el sol,
    ahora es ese niño desconocido
    que se despierta para saludarnos
    desde un cerezo resucitado.
    3
    Recuerdo la Estación Central
    en el atardecer de un día de diciembre.
    Me veo apenas con dinero para tomar una cerveza,
    despeinado, sediento, inmóvil,
    mientras parte el tren en donde viaja una muchacha
    que se ha ido diciendo que nunca me querrá,
    que se acostaría con cualquiera, menos conmigo,
    que ni siquiera me escribirá una carta.
    Es en la Estación Central
    un sofocante atardecer
    de un día de diciembre.
    7
    El sol apenas tuvo tiempo para despedirse
    escribiendo largas frases
    con la negra y taciturna sombra
    de los vagones de carga abandonados.
    y en la profunda tarde sólo se oye
    el lamentable susurro
    de los cardos resecos.
    8
    Una estrella nueva
    sobre los cercos rotos.
    Sobre los cercos rotos de orillas de la línea
    a los que vienen a robar tablas este invierno
    los habitantes de las poblaciones callampas.
    9
    Yo hubiese querido ver de nuevo
    el pañuelo de campesina pobre
    con que amarraste tu cabellera desordenada por el puelche,
    tus mejillas partidas por la escarcha
    de las duras mañanas del sur,
    tu gesto de despedida
    en el andén de la pequeña estación,
    para no soñar siempre contigo
    cuando en la noche de los trenes
    mi cara se vuelve hacia esa aldea
    que ahogaron las poderosas aguas.
    10
    Yo hubiese querido ver de nuevo
    el pañuelo de campesino pobre
    con que amarraste tu cabellera desordenada por el puelche,
    tus mejillas partidas por la escarcha
    de las duras mañanas del sur,
    tu gesto de despedida
    en el andén de la pequeña estación,
    para no soñar siempre contigo
    cuando en la noche de los trenes
    mi cara se vuelve hacia esa aldea
    que ahogaron las poderosas aguas.
    13
    Sobre el techo recién pintado de azarcón
    de la bodega triguera
    enredada en la humareda que deja el tren nocturno
    aparece una luna con cara de campesino borracho,
    enrojecida por el resplandor de los roces a fuego.
    14
    Podremos saber
    que nada vale más
    que la brizna roída por un conejo
    o la ortiga creciendo
    entre las grietas de los muros.
    Pero nunca dejaremos de correr
    para acompañar a los niños
    a saludar el paso de los trenes.
    17
    Ha terminado el verano.
    Regreso a la ciudad como tanta otras veces
    en el sudoroso tren de la tarde.
    Ha terminado el verano,
    no sin antes marchitar con sus manos polvorientas a los girasoles,
    no sin antes resecar los cardos que crecen junto a los rieles.
    A la ciudad debía acompañarme el viento del sur.
    El viento que se queda rondando por los campos y es el sereno
    que los villorrios escuchan sin esperanza todo el invierno
    como ancianos que en caserones ruinosos pegan sus oídos a relojes sin
    agujas.
    El viento que barre con cardos y girasoles.
    El viento que siempre tiene la razón y todo lo torna vacío.
    El viento.
    Quizás debiera quedarme en este pueblo
    como en una tediosa sala de espera.
    En este pueblo o en cualquier pueblo
    de esos cuyos nombres ya no se pueden leer en el retorcido letrero
    indicador.
    Quedarme resignado como una mosca en invierno
    escribiendo largos poemas deshilvanados
    en el reverso de calendarios inservibles
    sin preocuparme de que nadie los lea o no los lea,
    o conversando con amigos aburridores
    sobre política, fútbol o viajes por el espacio
    mientras tictaquean las goteras del bar.
    Todo empieza a quedar en penumbras.
    El viento apaga la luz de los últimos girasoles.
    Todo está en penumbras.
    La campana anuncia la llegada del tren
    y siento el mismo temor del alumno nuevo
    cuando sus compañeros lo rodean
    en el patio de cemento de la escuela.
    Pero debo dejar el pueblo
    como quien lanza una colilla al suelo:
    después de todo, ya se sabe bien
    que en cualquiera parte la vida es demasiado cotidiana.
    Hasta luego: rieles, girasoles,
    maderas dormidas en los carros planos,
    caballos apaleados de los carretoneros,
    carretilla mohosa en el patio de la casa del jefe-estación,
    tilos en donde los enamorados han grabado torpemente sus iniciales.
    Hasta luego,
    hasta luego.
    Hasta que nos encontremos sin sorpresa
    viajando por los trenes de la noche
    bajo unos párpados cerrados.
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  • José Luis Galarza
    Me destierro a la memoria,
    voy a vivir del recuerdo.
    Buscadme, si me os pierdo,
    en el yermo de la historia,

    que es enfermedad la vida
    y muero viviendo enfermo.
    Me voy, pues, me voy al yermo
    donde la muerte me olvida.

    Y os llevo conmigo, hermanos,
    para poblar mi desierto.
    Cuando me creáis más muerto
    retemblaré en vuestras manos.

    Aquí os dejo mi alma-libro,
    hombre-mundo verdadero.
    Cuando vibres todo entero,
    soy yo, lector, que en ti vibro.
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  • José Luis Galarza
    He andado muchos caminos,
    he abierto muchas veredas;
    he navegado en cien mares,
    y atracado en cien riberas.
    En todas partes he visto
    caravanas de tristeza,
    soberbios y melancólicos
    borrachos de sombra negra,
    y pedantones al paño
    que miran, callan, y piensan
    que saben, porque no beben
    el vino de las tabernas.
    Mala gente que camina
    y va apestando la tierra...
    Y en todas partes he visto
    gentes que danzan o juegan,
    cuando pueden, y laboran
    sus cuatro palmos de tierra.
    Nunca, si llegan a un sitio,
    preguntan a dónde llegan.
    Cuando caminan, cabalgan
    a lomos de mula vieja,
    y no conocen la prisa
    ni aun en los días de fiesta.
    Donde hay vino, beben vino;
    donde no hay vino, agua fresca.
    Son buenas gentes que viven,
    laboran, pasan y sueñan,
    y en un día como tantos,
    descansan bajo la tierra.
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  • José Luis Galarza
    La casa

    -- de Gabriela Mistral --


    La mesa, hijo, está tendida
    en blancura quieta de nata,
    y en cuatro muros azulea,
    dando relumbres, la cerámica.
    Ésta es la sal, éste el aceite
    y al centro el pan que casi habla.
    Oro más lindo que oro del pan
    no está ni en fruta ni en retama,
    y da su olor de espiga y horno
    una dicha que nunca sacia.
    Lo partimos, hijito, juntos,
    con dedos duros y palma blanda,
    y tú lo miras asombrado
    de tierra negra que da flor blanca.
    Baja la mano de comer,
    que tu madre también la baja.
    Los trigos, hijo, son del aire,
    y son del sol y de la azada;
    pero este pan «cara de dios»(*)
    no llega a mesas de las casas.
    Y si otros niños no lo tienen,
    mejor, mi hijo, no lo tocaras,
    y no tomarlo mejor sería
    con mano y mano avergonzadas.
    Hijo, el hambre, cara de mueca,
    en remolino gira las parvas,
    y se buscan y no se encuentran
    el pan y el hambre corcovada.
    Para que lo halle, si ahora entra,
    el pan dejemos hasta mañana;
    el fuego ardiendo marque la puerta,
    que el indio qechua nunca cerraba,
    ¡y miremos comer al hambre,
    para dormir con cuerpo y alma!
    A NUBE ATARDECER, bristy y Pi-Radianes les gusta esto.