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Viendo entradas en la categoría: poesía melancólica-.

  • BEN.
    Mientras los viejos aman

    su enésima copa de cristal

    y los labios se sumergen en

    lagos empapados de asfalto,

    y las credenciales del ciego

    presentan su número de paloma extraviada,

    y la piel depauperada exige tributos

    sin afecto, con rencor, y se besan

    con rozaduras las encías incisivas;

    es allí donde mi cuerpo busca

    la razón de un sufrimiento que evoca

    bebidas artificiales y espumas agotadoras.

    Es quizás el álamo calcinado que resiste

    o el clamor mutilado de una fábrica de coches,

    serpientes invasoras de labios carcomidos,

    o esas fuentes inauditas que sacrifican y permiten.

    Oh, me conmueven las flores de los océanos

    iguales y distintas, flores de todos los barros

    que atravesaron barcazas e ídolos supremos.

    La cara del albañil que inaugura una mañana

    y el afán de moscas que cagan la misma rutina.

    Me gustan los bosques y la piedra talada

    el olor a muerte de la pintura de mi cuarto

    y el óxido que imprime en mi nariz fragancias de naranjo.

    Y así pasa mi tiempo, rodeado de azoteas y axilas,

    viejas, vestigios de un tiempo remoto, buscando

    la brisa que azota los mares y recubre el alquitrán

    de las piernas rotas.



    ©
  • BEN.
    Como un árbol, tu vida;

    de cuyas ramas extraes hojas,

    algunas venenosas, otras

    simplemente, amargas.

    Luces y contrastes, de una

    vida larga, aunque no fructífera,

    tal como te hubiera gustado.

    Quizás, esa amargura a la que

    ahora te aferras y cuyo origen

    quisieras no conocer, sea mañana,

    luz de altas horas profundamente

    meditadas. Y no sólo pamplinas

    delirantes de algún mal interpretado

    deber. Sea. Mas no te aflijas

    si toda tu vida entera, la pusiste

    a resguardo de un pésimo centinela,

    que nunca vio las estrellas. Sal

    sal, y distráete con las hojas,

    con las luces, con los remotos

    placeres de ayer.



    ©
    A bristy, Seisen y puntos suspensivos... les gusta esto.
  • BEN.
    Mucho sol anda

    tras tus espaldas.

    Divina sombra,

    umbrosa, de tus

    férreos ataúdes,

    con tu afán celoso,

    tropieza. Mientras,

    la ley, en su insigne

    insignificancia, da

    muestras todavía,

    de auténtica fortaleza.

    Derriba portalones,

    en tus paseos vespertinos,

    y ve, en una caracola,

    níveos pasos sometidos

    al furor del clima y de los tiempos.

    Demasiado sol anda tras

    tus espaldas, sí, ¡cómo si,

    desde entonces, no

    hubiera nevado!



    ©
  • BEN.
    No es el reino del amor éste

    que tanto alaban ministros y secuaces

    parecidos; no es el reino del amor

    aquel que tanto pronosticaran en épocas

    pasadas revoluciones y tópicos a granel.

    No es el reino del amor, ese que tomó forma

    bajo alas siniestras caracterizadas como familias.

    Ni fue el reino del amor, aquel que con traje

    de domingo nos prometieron antaño: cuando

    todos éramos bastante tristes y lampiños.



    ©
  • BEN.
    Llevaba un alma anhelante.

    Un alma suplicante, vagabunda.

    Herida. Cada noche, paseaba

    su alma moribunda, un cuerpo

    apenas, por las verjas doradas del

    día. Desconocía aún las presas fáciles

    del águila, los lamentos del alma sujeta

    a su corporal peso. Lamentaba a su vez,

    las noches perdidas, las interiores mañanas,

    los cielos azules más escasos, las marañas

    de besos que a otros pertenecían. Llevaba

    un alma errante, profética, de tenues manos

    amarillas, los labios, siempre abiertos

    a la vida.



    ©
  • BEN.
    Página en blanco que no dices nada,

    página solitaria que apenas sacudes

    mi alma con palabras o lumbres.

    Te quedas quietas como el agua del pozo,

    serena, esperando que se apropien de ti,

    sílabas, sueños, quizás brumas reiteradas.

    Página en blanco que apenas señalas

    rumbos, direcciones o cicatrices que enmendar;

    que eliges el silencio y me pones tontamente

    a dialogar.

    Página, página en blanco, preciosa, cuya

    albura, ¡nunca debiera ensuciar!





    ©
  • BEN.
    A quién importa mi voz?

    Esta noche de multitud de estrellas

    copando el cielo con la lentitud

    de su osadía, estrenando la paralela

    de las ciudades, con su eternidad

    mezclada de luces sobre garajes harapientos,

    me instan los ecos indefinidos de otras

    voces ya desvanecidas, como un ulular

    polvoriento de voces en multitud derribada.

    Tanto me he perdido, que

    cómo voy a encontrarme?

    Ahora, mientras observo en la página,

    cómo ésta mezcla letras y lágrimas,

    la vieja canalla busca el aliento en mis

    besos. Sí, la vieja canalla....©
  • BEN.
    De rutina llevo el cuerpo lleno.

    De hambre de otra vida y de blasfemias

    a lo lógico. De sótanos de agua

    y de estanques primaverales, mi alma

    no se cansa, aunque sé, que miento.

    Soy como un leño baldío e inflado.

    Soy ese mismo leño cuyo crecimiento

    no vale nada. De monotonía, y de hambre,

    llevo mi cuerpo lleno.





    ©
  • BEN.
    Golpeas el cuerpo

    y surge el agua, de improviso,

    como un charco de estrellas,

    o como una cesta de diagonales acequias

    que se transmutan y se pierden en lontananza.

    Horizontes que conservo

    en mi vista delicada, sombras

    que ejercitan su memoria de flor

    en mi vida: te llevo, dentro del agua.

    Dentro del agua, te llevo. Madre.



    ©
  • BEN.
    Siglos de ruidosas tiranías

    de esqueléticas hambrunas

    de desidias y molicies

    de documentos partícipes

    de molestas decisiones,

    siglos de ruinosas oligarquías

    de protestas en la calle

    de manifestaciones acaecidas

    en lindas procesiones,

    de millares de voces

    secuestradas a la pureza.

    Siglos de emancipaciones,

    de yugos invertebrados,

    de invisibles apologías,

    de sensateces absortas,

    de conmutaciones de pena,

    de alegrías inexactas.

    De tristezas en la autopista.

    Siglos de invariables promesas,

    de reinados del miedo, de

    sangrías en los hospitales,

    de mesas redondas utilizadas

    como campamentos médicos

    improvisados, siglos de huecos

    en el estómago, de gente inválida,

    sin apariencia de ser.

    Siglos de imperceptibles latigazos,

    de estrellas rodantes, de brazos e hipocampos,

    de retaguardias cubiertas por lazos invencibles.

    De aves guarnecidas por los blasones del campo.

    Siglos, siglos, siglos, de polvo, de ceniza,

    de risas acantonadas en el lodo de las avenidas.

    Y siglos esperando un conato de rebeldía,

    de revolución verdadera, para nada, para nadie.

    ©
  • BEN.
    Ah sí existen los sonidos

    Los maravillosos sonidos

    El ruido interno del exterior

    Lo que acude en salvamento

    De una patria interior hundida.

    Ah sí, son los sonidos característicos

    De la lluvia, del sol, la brisa, el aire,

    La nube concéntrica, el rayo inverosímil,

    Los pétalos rociados de gasóleo, ah, todo

    Esto existe, fuera, lejos de mí, en el trecho

    Que va de mí a mí. Las plegarias pagarán

    Un alto precio por celebrar la miseria que

    Circunda el estanque, para siempre detenido.

    ©
    A Pincoya76 le gusta esto.
  • BEN.
    Y qué tristeza da dejar las cosas

    de lado, cuando sucede el verano

    y las tiendas de enfrente se llenan

    de secuaces militares olvidando

    repentinamente el pasado, de ambulantes

    colegialas que reiteran su pacto insufrible

    con el tiempo, es retirar el vendaje

    de las cosas, las ocultas, verlas

    con melancolía. ©
    A lesmo le gusta esto.