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Viendo entradas en la categoría: Poesía satírica-.

  • BEN.
    Ojalá fuera yo tan poeta,

    tan polémico y tan pesimista,

    sin sonar arribista ni cortante

    ni pesado ni afrodita.

    El caso es que yo me las paso

    llorando y sintiéndome una víctima,

    la mayor parte de los días.

    Quise techo y legumbres,

    y pan caliente cada mediodía;

    quise alegría y no contentarme

    con la pobreza del que acomete

    versos desmesurados por sin medida.

    Ojalá fuera yo tan bueno, tan útil,

    tan socialista, o tan ingenuo como el

    vate que aquí es protagonista. Pero

    no puedo, por la sencilla razón,

    de que me tiemblan los pulsos

    antes una mala situación, y no sólo

    de palabra, sino de acción.

    Como a Sócrates, me cuesta un ojo

    de la cara, saber que no sé nada, y sentirme

    así, día tras día, me convierte ante el espejo,

    en un ignorante y en un soplagaitas.

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  • BEN.
    No me pongo objetos ni objetivos,

    ni cometo adulterio con los dioses

    del Parnaso, ni fabrico armamento

    pesado para las divinidades del Olimpo.

    Por eso, es preciso que aclare que nunca

    entiendo lo que digo, y menos, digo lo que

    entiendo. Así, con asas por orejas, y con

    tubos metidos hasta en los ganglios,

    les dirijo mi último poema. No es un grito,

    como habitúo, ni tampoco, un serio problema

    para los amantes del conflicto. No soy

    tan gilipollas como para ofender al cielo

    con mis aullidos, ni tan humilde para

    darme por muerto o por desaparecido.

    El caso es que me voy con viento fresco

    a otra parte, quizás

    a la única que debiera. Chao amigos!



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  • BEN.
    Fuiste lo que fuiste.

    Por el camino,

    hallaste mujeres, niños y hombres,

    llenos de humilde desesperanza,

    completos de viejos acordes

    que no merecían la pena.

    No fueron tus hitos

    hilos de un son divino

    ni resplandores en tu pecho

    anidaron con violencia.

    Y es que fuiste lo que fuiste,

    huelga hacer recuento de

    todas tus veleidades y vilezas.

    Acaso serías más heroico

    si cuenta te dieras, que para

    ser anónimo, no basta con ser una piedra.



    ©
  • BEN.
    Hay persianas obturadas

    que ruedan concéntricas

    en diferentes desniveles

    donde las aguas crepitan

    e insomnes buscan la palpitación

    de una vena, de una arteria, azuladas.

    Hay cónclaves iniciales

    letras diseñadas altares consumidos

    inermes torsos rectangulares mesas

    rostros abominables que retornan

    de sus hilos magnéticos y pusilánimes.

    Donde el alcohol muestra su signo

    y los antiguos esqueletos se llenan de amargura,

    y la vida deja de ser noble, y los debutantes

    inician su sendero con gestos inapelables.

    Hay sílabas prefijadas como signos escuetos

    al margen de las frentes, hediondas pistas

    de señuelos intocables, y márgenes doradas

    de símbolos dinásticos, monarquías derrumbadas

    que asolan los islotes fugitivos.

    Las hilanderas emplazan al lagarto,

    con sutiles amenazas, y sus largos terraplenes,

    de idénticas facciones, demuestran su lealtad

    con sonidos febriles y soterrados.

    Hay un tronco que dormita alas fúnebres

    un retórico demandando atenciones decaídas,

    y un misterio en cada puerta cuya humedad

    aparece domesticada, selva en un pozo de hierro.

    Los minerales visten, su delicada desnudez,

    con ferruginosas huertas, diamantes enternecidos

    por la brutalidad del hortelano suplicante.

    Hay, en fin, todas esas cosas que un día

    te conté-.



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  • BEN.
    Oh pudren palabras convencidas

    en su prurito natal las alcahuetas

    celestinas, refulgen con sus brillos azarosos

    tristezas omitidas desde el parto, destellos,

    azogues, fogosas mentiras, falaces dicterios:





    en tu hombro sutil y rodeado

    compañero, por amenazas derribadas

    contrariedades pacifistas, la cuerda

    que perturba con su imagen, estalactitas

    de carbunclo diseñado:







    busco, en la perforación inédita,

    un intruso militar, la venérea selva

    constatada en los abrojos incendiados,

    en las destartaladas zonas convulsivas

    donde adolecen mis miserias y las tuyas,

    al fin, reorganizadas:





    Oh, pudren, dignifican la palabra

    profana, el súbdito aquel que mantuvo

    su analfabetismo en perpetuo secreto,

    reyes vociferando sus proclamas y sus ripios

    certeros.





    ©
  • BEN.
    Como un buda parapetado

    tras grupas fantasmales y

    ruidos de sables incendiarios;

    como un lagarto en el tiempo,

    escurridizo y banal como una

    bodega desamparada. Como

    una loción capilar que de nada

    sirviera, como la calvicie errante

    de algún volado sonado y de bandera.

    Como el mono sabio de mi monopoly,

    como la cárcel antigua de Valencia.

    Como la sonrojada adulación

    de un príncipe a su princesa,

    como el maquinal desparpajo

    con que se visten algunas ninfas

    Ifigenias.

    Como el loco que siempre quiso

    mantener a raya a la tristeza;

    como el baluarte intacto de

    los cráteres en primavera.

    Como los periódicos con que

    desayuna mi portera.

    Del país de mis ardores,

    españoles y españolas, dictadores,

    dictadoras; de economías febriles

    y domésticas, pasadizos y túneles

    de lanzas bien dispuestas.

    Como el segundero de un maniquí,

    como la mano de Fátima de algún marroquí,

    como el islamista suicida que presume de

    sus hazañas en mitad del desierto.

    ©
  • BEN.
    En esta España mía,

    esta España tuya, y en

    esta España nuestra,

    como cantaba la sin par

    Cecilia, más vale abusar

    de listo, que penar

    eternamente con comisiones

    eléctricas: nos suben, amigos,

    el recibo de la luz.

    En este otoño frío, y en estas

    fechas neblinosas, las cantatas

    y las óperas, tan apropiadas para

    calentar los hígados espirituales,

    no nos servirán, menos que el vodka,

    en realidad, para calentar nuestras

    lindas posaderas. Nos veo a todos,

    en mitad de una era, haciendo lumbre

    con el tomo incomprensible de facturas

    que albergamos como si fueran la salvación

    a nuestras cuitas y penas de amor.

    ¡Ay, de esta España mía, de esta España

    nuestra, y de esta España tuya!

    Cógela que arde.
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