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Viendo entradas en la categoría: Poesía - Página 2

  • Cris Cam
    La luna y el astronauta.

    Que derecho tengo yo,
    astronauta de otros eclipses,
    a querer mi bandera en tu blanco rostro.

    Hoy tus fases estaban más blancas,
    más radiantes, mas calientes.
    Y mi Géminis rodaba de espaldas a tus dos cráteres,
    ahogándome, sin oxigeno, atado de sus escotillas.

    Yo astronauta,
    que ya caminé por otra luna,
    que alumbre cometas,
    pretendo posarme en tus valles,
    rodando una y otra vez en tus polos,
    carcomido del silencio de mi universo.

    Quiero, pretendo, sueño, ansío ver,
    tu cara blanca y expuesta de luz,
    y quizá juegues escondidas de cara oculta,
    con otro viajero que clavó primero su mástil.

    Porque soy un viejo astronauta,
    expulsado de una luna de fuego, enceguecido de vórtices,
    apuñalado por una serpiente de otras constelaciones.
    Pretendo hundirme en tus grietas blancas,
    quizá ya no virgen, quizá explorada,
    quizá conquistada, quizá arrebatada.

    Romperé mi escafandra,
    que me sólo me entrega purezas virtuales,
    implosionaré en mi vacío,
    estallándome los pulmones.

    2001
  • Cris Cam
    Se me derramó el café
    A Gala

    Se me derramó el café.
    Se me quemó la sopa.
    Todo por tu blanca culpa, niña.
    Tu recuerdo me levita.
    Sin que seas partícipe de mi pena.

    Te amo y no tengo tu permiso.
    Por eso me escondes los versos, la hoja,
    las plumas, los zapatos, la estufa y el ropero.
    Cierto, sos un ángel.
    ¿Cuál es tu advocación?
    A veces sacás espadas de luz, que salen de tu boca.

    Tu lápiz es doble filo para entrar en el bosque,
    comerte las uvas a escondidas,
    imaginar tu retenida lascivia,
    mirar el mundo con ojos de niño.

    Te veo.
    Me entregas respetuosa indiferencia.
    Lástima que sea yo.
    Que sea yo quien viva descolgado.
    Descolgado tratando de hacer pie en tierra.
    Te veo tan lejana, montada de zapatillas.

    Se me derrama el café.
    Se me desfondan las palabras.
    Pero, niña, no te engañes.
    No estoy tan loco como parezco.
    No se me derrama el esperma por vos.
    Aunque esté sin cuenco.

    Ya lo hará otro.
    Todo a su tiempo, su espacio.
    Ya sabrás ofrendar el espacio infinito de tus omóplatos,
    el tesoro inconmensurable de tu himen intacto.
    (Cosa que se suele regalar bajo los faroles de las plazas)
    Ya tendrás tu torbellino de sábanas.
    Masticarás las uñas de tu amante.

    Yo los he tenido,
    la gata se me hizo hiena,
    me alumbró capullos y me esconde retoños.
    Los he perdido,
    ahora sólo tengo soledad de promesas rotas.
    Cuidado, niña, hay tantos trenes.
    Pero uno sólo te lleva a la paz del otoño.

    Sólo que estás allí, frente a mí,
    Como la vecinita de enfrente.
    La compañerita de banco.
    Mientras yo,
    el repetidor, el aplazado, el vencido, el incendia pavas,
    desde aquí,
    cuento las estrellas,
    busco a mis hijos adolescentes bajo las baldosas de su olvido,
    lleno de sangre los destacamentos,
    arrojo dulces abuelitas por las escaleras,
    le enveneno el mate a los golpeadores,
    apago soles,
    desato tempestades.
    Hasta que el hada me reclama Saturno.

    Me distrae tu perfume ausente,
    me enredan tus cordones, tus zapatos,
    me envenena de miel lo atroz de tu inocencia

    Ya me descolgué otra vez,
    y tu tu tu tu corazón da ocupado...

    Perdón, niña de los parapentes,
    no te enojes, sólo es poesía.
    Tan cierto es que nunca te tendré
    (y no te reclamo)
    como que no puedo dejar de escribirte.

    Snif.. snif... huelo a corazón quemado.
    Debo salir al patio,
    y, ya te lo dije,
    soplar las hojas húmedas de la tarde,
    jugar con las chicas de mi edad.

    2001
  • Cris Cam
    De papel

    A Gala

    Los barquitos de papel,
    tienen la fortaleza que le agregan los sueños,
    soportan los vendavales de las ruedas de bicicleta,
    el fuego cruzado de las colillas de cigarrillos,
    obligando a la negra hormiga capitana;
    a encomiables maniobras desde el puente de mando,
    cinco centimetros antes de ser devorado por el torbellino,
    de la boca de tormenta.

    Los avioncitos de papel,
    tienen la liviandad que le entregan las nubes,
    se arrojan en picadas temerarias,
    sobre los mapas de los pizarrones,
    caen de plumas desde los balcones,
    trece segundos antes,
    de ser destrozada su estructura,
    por un gordo señor de portafolio.

    Los amores de papel,
    tienen la sustancia de lo imposible,
    yendo y viniendo de comentarios,
    ocultos de los ojos de los amigos,
    olvidados de las horas del campanario,
    de las aguas de las montañas,
    que no saben cuanto él la ama,
    ni las sonrisas que ella le regala;
    entre ceremoniosas palabras de distancia.

    Aunque, lo saben, simple y natural,
    nunca pasearán juntos por una plaza.

    2001
  • Cris Cam
    Cuestiones de medida

    A Gala

    ¿Es lo no dimensional lo inconmensurable?
    No tengo una definición del vacío.
    Puedo establecerme en axiomas cuantificables,
    con la inquietud de medir hasta donde llegan mis esperanzas.
    Pero me sorprenden las escalas de mis iniquidades.

    Si tomo este punto de vista,
    apuntando hacia las huellas de lo incalculable,
    termino carcomido por la certeza de mis soledades,
    como un grano de arena incrustado en los trilobites.

    ¿Qué cantidad de segundos le quedan a los pájaros de esta primavera?
    ¿Cuántos infinitésimos caben en la infinitud de las almas?
    No hay acuerdo de pieles para valorar a los dinosaurios.
    No hay recuento de glóbulos para la mancha de Júpiter.
    No estoy seguro de la sumatoria de la longitud de las enredaderas.
    Es mejor esperar a que pase este eclipse de luna.

    Porque, cuando veo sus hoyuelos,
    casi imperceptibles, en los relámpagos de su sonrisa,
    ignoro la validez de todas mis reglas,
    y me expando de suspiros abarcando todo el universo.

    2001
  • Cris Cam
    Infusiones aromáticas

    Café de invierno.

    No volveré a pensar en blanco.
    No confiaré nunca más en tus manos sepia.
    Algo le has puesto a mi café.
    Me arrebatan pantanos de invierno,
    si no hago huracanes de mi boca.

    No estás.
    Tengo el diario en la silla de enfrente.
    El mozo ya me levantó tres veces el paraguas.
    Algún chico habrá dibujado un corazón en el vidrio.
    Subo el volumen de mi walkman para no escuchar tus latidos.
    Tengo el tick de morderme el labio inferior antes de mirar la crema.

    Llueve.
    Pasó un 46 escupiendo gasoil.
    Mastico tus labios pegados al borde de la taza.
    La señora que come sopa inglesa no deja de mirarme.
    Le molesta mi talón acompañando a Nick Mason.
    Quizá crea en mi epilepsia chicle.

    Miro el fondo del pocillo.
    Azúcar de espumas crepitantes.
    Como el sabor de tu muslo, tus labios, tu clítoris, tus labios, tu muslo.
    Sabor a café y mermelada.

    No volveré a pensar en blanco.
    Algo me has puesto en el café.
    Que ahora quiero llorar.


    Manzanilla de otoño

    Paró el chaparrón.
    Entraste descalza con los zapatos en la mano.
    Seguís abrazada a tu pulóver.
    Abrasada de marca de cuello.
    Seguís, feliz, sin saludarme.

    Te preparo una manzanilla.
    No intento cobijar tu cuerpo enajenado.
    Te miro, rodeando con tus palmas la taza.
    Tu perfil, tus cabeceos, tus sonrisas colgadas de arco iris.
    Repasando ritos de otras sábanas.
    Travesuras que intuyo y no conozco.
    En brebajes intensos que sólo vos percibís.

    Siempre me formulás la misma pregunta.
    Te doy la misma respuesta.
    La puerta se abrirá.
    Hasta que se rompa la llave.

    Luego, te la regalaré y saldré a la calle.
    Husmearé como perro solitario los jardines felices.
    Quizá las palomas se espanten.
    Y comience otra agonía de amor.


    Mate de verano

    Músculo joven.
    Pose de pensador derrotado, buscando respiro.
    Tapar los huecos, clavar la alfombra, revocar el baño.

    Viniste con el mate dentro de un jarro.
    Te miré la sonrisa.
    Toqué el machimbre.
    Agradecí al universo.
    Te escondiste detrás de una pollera.

    Raro.
    Nunca te vi tomar mate.
    Otro rechazo más.

    Se te desbuclizó el pelo.
    Cambiaste algunos dientes.
    Estiraste los huesos.

    Hay retratos que me faltan.
    La de ese mate embrujado que no vi.
    Que te provocó amnesia.
    Que no recordás quien soy yo.



    Té de primavera

    Por fin se desbordó el vaso.
    Gotas de limón, azúcar, tinta y baba.

    Es un té extraño aroma a pino.
    Pava que silva, bombilla que atraganta.
    ¿Quién es esa niña de alas de parapente?
    ¿Quién el anquilosado de poemas no aceptados?

    Fue una pluma de cóndor, creo,
    en una de esas tardes, en que trepaba,
    con las uñas de los pies, las montañas.
    Caí en helicoides desde la altura hasta tus pies.

    Te hiciste a un costado.
    No me alzas, ni me pisas.
    Y permanezco reptado.

    Hasta que un loco me sopla armonías,
    verso final, escape al infierno,
    me exigís que desidealize,
    corporizo y te desagrada la elección.

    Huelo tu piel sólo de saludos.
    Mis manos quietas, como siempre.
    Mi máscara impasible, como siempre.
    Mis celos resignados, como siempre.
    Mis ojos desorbitados, como siempre.
    Y te viene un ataque de seudónimo.

    ¿Qué culpa tengo yo?
    Que hasta las sílabas de mis hijos te invoquen.

    Pero está bien.
    Quiero tu enojo. Tu té para otro.
    Tu cuerda de guitarra que no pulsaré.
    Una forma, delirios de viejo orate,
    de creer que mis poemas no te son indiferentes.
  • Cris Cam
    Poema ciento cinco

    A Gala

    No, ya no estoy para esos trotes.
    Tengo un pobre recuento de calcitonina,
    que me producirá osteoporosis, reuma o artrosis.
    Una profunda cisura en el corazón,
    provocada por noches de ausencia.

    Creo que ya he dejado la pubertad.
    No estoy para montañas rusas.
    Vuelos en parapentes.
    Cruzar boca abajo el arco del triunfo.
    Concretar maratones de sexo.

    Puedo bailar, aún, eso sí,
    al son del vino,
    un sentido, ventral y viscoso blue,
    haciéndome gaviota macho,
    aunque se me caiga la dentadura.

    O cantar viejas melodías,
    de cada uno de mis amores,
    con su correspondiente abandono,
    a escondidas, como mis lágrimas.

    O dejar que mis dedos,
    hagan una escalera de tonos,
    en la pianola de una espalda,
    rompiendo pentagramas de cuarzo,
    antes de las campanas.

    Es posible,
    por mi sentido de contramano,
    que haya nacido viejo,
    en placentas sietemesinas,
    saludos respetuosos a las vecinas,
    correcta postura en la vertical y el flic-flac.

    Y ahora.
    En lugar de aceitar escopetas,
    hacer asado con mis celos filiales,
    y recibir el arroz ritual.
    Me duelen los perfumes a limón,
    las escaleras al cielo,
    las manchas de humedad,
    los burritos que beben estrellas de un cubo,
    los paseos de reinas y violadores en moto.

    Ya no podré habitar el lado oculto de la luna,
    tan sólo escuchar sus eclipses.
    De nada me valdrá cortarme la oreja,
    arrojarme de un octavo a la pileta,
    beber veneno del frasco equivocado,
    asaltar bancos con ametralladora,
    hibernarme para esperar, esperar y esperar.

    Es imprudente cruzar a nado el Suquia,
    contar el números de los dedos,
    regar el pino de San Lorenzo,
    comer helado en invierno.

    No podré pagar la deuda externa,
    ni derrotar al ejercito de ocupación;
    no podré ganar el Nóbel de la Paciencia,
    ni ganarle a los relojes de arena.

    Será una señal clara de locura,
    tratar de respirar el aire de sus pulmones,
    robarle la tinta de la birome,
    pero también, sustraerme de su voz,
    y restarme al núcleo de sus vórtices.

    Es que, aunque me asile de inviernos y cactus,
    me invadirán, de todos modos,
    sus palabras en la virtualidad cósmica

    No puedo escapar.
    Le robaré, fatal e inevitable,
    ojos hasta que me odie,
    ya que no podré hacer que me ame,
    (lástima para mi orgullo).
    O, cansado de latidos, y ahíto de respeto,
    me despida hasta otra primavera.

    Estoy convencido,
    que debo despertar,
    hacerme flecha de mí mismo,
    cruzar los campos,
    buscar mi código de identificación,
    mi club de pertenencia,
    cazar mariposas de atardecer,
    jugar con las chicas de mi edad.

    Ya me diagnosticaron sordera, despiste,
    incorrección y falta de tacto.
    Será el tiempo de dejar de hacer lo correcto,
    comenzar a hacer lo incorrecto, lo no debido,
    para amanecerme y buscarme un nuevo lugar.

    Y es muy bueno,
    aun puedo esperar un amanecer de rosa,
    no sé si hoy o quizá mañana,
    sin miedo a las estacas,
    morir fuera del sarcófago.

    2000
  • Cris Cam
    Indeterminación

    ¿Dónde caen los dados, cuando el lanzador cierra los ojos? Rosa Buk


    En que estaría pensando Gauss,
    cuando dibujó su campana.
    Yo no le veo forma de campana,
    sino las tenues curvas de un pecho,
    con los ojos al cielo.
    Y digo pecho, porque teta no es poético.


    Creería Kant en el imperio de la piel,
    para razonar puramente,
    sin la tensión de una noche solitaria.


    Que Bernoulli era un apostador compulso,
    me parece mas humano que el descreimiento de Planck,
    por incertidumbres que llevaron al pacifista Einstein,
    darle la llave para una masacre a Truman,
    conviertiendo el relativismo histórico,
    en argumento para la globalización.


    No tengo certeza de que hablaba Platón,
    no se porque siempre me lo mencionan.

    Prefiero el amor de Romeo,
    a la timidez de Russell.


    Están bombardeando Bagdad,
    ¿con distribución de Poisson o sólo al tum tum?

    Y yo que creía que el Mortal Combat,
    en que era diestro mi hijo, era violento


    Me parece más sutil el oficio de las prostitutas,
    que los jugadores de ruleta rusa.
    Más útiles las zanahorias de las ollas pupulares,
    que la picana de los torturadores.


    Encontraría Popper falsos mis poemas,
    unica razón de mi asimetría lógica?

    Podría Khun explicar la reglas de mis paradigmas?
    Que relación existe entre el precio de las naranjas,
    y la armonía del vuelo de las gaviotas?


    Creo que se alteran mis ideas,
    como los dados de este cubilete.
    ¿Quien se tomaría el trabajo,
    de calcular sus tensores de inercia,
    fuerzas de coriolis, velocidad del viento,
    para saber si caerán en Generala Servida?


    Mejor doy la espalda a mis miedos.
    Mejor disfruto los oyuelos de mi correctora,
    esa que puedo alcanzar al estirar mi brazo.
    Las palabras de amor de los cangrejos,
    esos que tan poco puedo ver,
    esa que nunca cortará mi arco con sus pinzas.


    Sé que no importa donde caigan los dados,
    sobre el paño verde, la jaula de un canario,
    un escote prohibido, la garganta del inodoro.
    Cuando abro los ojos,
    dos ases arriba, tres en diagonal, dos en pares.
    Siempre me parece ver una boca que espero.


    Dar nombres es tarea tan ardua.

    El espacio muestral es infinito numerable.
    (la mitad de la humanidad es mujer,
    salvo mi madre, mi hermana, mi hija)


    Que certeza estúpìda.

    He nacido varón, me fascinan las hembras,

    (Explicación que antes nadie se planteaba)

    Mi soledad no es una carta buscada.


    Que haré con tantos amores platónicos.
  • Cris Cam
    Chocolate

    A Gala


    Hasta tanto no invoque la verdad,
    seguiré con este ataque al hígado,
    producto del chocolate...
    que no he tomado.

    Hasta que no asuma la realidad,
    de no ver las marcas en el almanaque,
    la diferencia en las texturas,
    entre los brotes de noviembre y las hojas del invierno.
    Seguiré dándole puñetazos a la pared.

    Mientras suponga las necedades,
    que alguna vez esta tierra será libre,
    que los mansos obtendrán misericordia,
    que podré al fin algún día,
    invitar, a quien sea, a tomar un café.

    Seguiré en esta muerta soledad.

    Y sí, en esos segundos de lucidez,
    en que quito tu foto de mi marco,
    pruebo otra imagen,
    pero obtengo la misma decepción.
    Contar las monedas para viajar,
    las goteras de mi techo,
    los cartones reemplazando vidrios,
    la heladera rota que seguirá así.

    No, nunca pude ser un caballero,
    nunca tuve para un restaurant.


    Entonces,
    entre tantas bocas que nunca tendré,
    me quedo con la tuya,
    que al menos me sonríe.

    Mientras tanto seguir.
    Y cuando mis retoños den flores,
    veremos.
  • Cris Cam
    Los hombres a través de la ventana, la tarde fresca,
    la ventana gris,
    colores primarios,
    cielo de bandera argentina.

    Y te siento allí, sentada de vos,
    vos frente a vos,
    contando las perlas,
    saliéndote para buscarme.

    Una palabra cayó sobre la alfombra, recorrió los pisos de la habitación,
    hacia la cocina, el baño,
    golpeó contra la columna de mi mármol,
    y salió al sol del patio.

    Y los hombres, jetros, perfectos, que miran a través de la ventana,
    un mundo de corbatas planchadas.
    Y les das la espalda.

    Tu espalda de valles transitados,
    sólo por las caricias de los versos de los poetas.
    Luego, todo mío, aunque lejana.

    Me pincharé el dedo con la rueca, a la hora del ángelus,
    que es cuando tu rostro es más blanco,
    más luminoso y más lejano.

    Entraré a mi cuarto lúgubre, oscuro, sombrío.
    Donde las miradas de los hombres,
    no horadan desde la ventana.
    Y dormiré mi amor sin tiempo.

    Ellos no saben de mi amor,
    de mi letra ensimismada,
    de mi espera inútil,
    de tu camisa,
    tu pelo
    y tus manos cruzadas.

    Mañana te irás.
    Te escribiré cada día un poema.
    Ellos creen en las despedidas,
    yo en la eternidad.

    Perecerán los puentes,
    del óxido de mis lágrimas.
    Cuando yo soy feliz,
    sólo con nombrarte.

    Esos hombres de sombreros mágicos,
    creen en la sangre de los orfanatos,
    pero no saben de mi sangre,
    resucitada, regurgitada, agitada,
    a la hora del ángelus,
    por tu boca ajena.

    Quizá me compre una camisa,
    del mismo color de tus ojos,
    para colgarla de espejo y nombrarte.
    Te irás y no lo lamento.

    Te irás a volar entre los incineradores,
    a nadar sobre las vías del subte,
    a sonreírle a la vaca de la ruta nueve.

    Y yo te amaré.
    Te pintaré sobre la pared del desván,
    desplegaré tu blanco sobre mi cuaderno,
    le daré la forma caprichosa de un poema.

    Y lo recitaré al viento, para beneplácito de los hombres,
    que miran absortos por la ventana.
    Ellos, hablarán de la belleza de las palabras.

    Porque, ellos, no saben, en realidad, que yo sólo hablo de tu belleza,
    que entra algunas tardes,
    cuando levantas los ojos,
    sólo... solamente para mirarme.


    PD: Jetro: Hombre de traje o boncha de jetra.


    [​IMG]
  • Cris Cam
    Abrir los ojos, apenas, para recibir las resolanas vaporosas del bosque.
    Entre aullidos de hermanos lobos
    y crujir de otoñales hojarascas.
    Apretar los brazos por debajo del peto de bronce.
    Respirar, suavemente,
    para oír los cascos del caballo,
    crispar los durmientes del puente del cristal,
    que llevan al palacio mágico.
    A ella Madmoiselle Juliette, la dulce campesina,
    a la Torre del Ala Norte,
    donde reposan los caballeros de la reina de la fantasía.

    Abrir los ojos, apenas, para recibir los reflejos del mar del este.
    Entre volar de gaviotas
    y saludos de delfines,
    Apretar los brazos por debajo del timonel de roble.
    Respirar, rítmicamente,
    para oír el flameo de las velas,
    surcando el derrotero de escuadras,
    que llevan al otro lado del mar,
    a ella la Bushibu Kiku, la Geisha Azul,
    al Honorable Campamento del Sol,
    donde residen los Samurai Imperiales, del Imperio Celeste.

    Abrir los ojos, apenas, para recibir los vientos de las rutas de Arizona.
    Entre coyotes extinguidos y espinos de silicio.
    Apretar los brazos por debajo de la chaqueta de cuero.
    Respirar, agitadamente,
    para oír los soplidos de la Harley,
    retumbar las piedras del Gran Cañón,
    que llevan a ella, Mrs. Mary, la complaciente camarera,
    al motel Cuatro Corazones,
    donde reposan los Libres Motoqueros del as de diamante.

    Abrir los ojos, apenas, para no percibir al monstruo de baba.
    Entre cucarachas aplastadas y gemidos de ratas,
    Apretar los brazos contra el respaldar, mordiendo la almohada.
    Respirar fuertemente,
    para no oír los rechines de los flejes,
    inundar de ecos la oscura pieza de la calle Salta,
    que es donde ella, La Roxana, trabaja sobre una sucia sábana.
    Donde buscan cerveza y vaginas alquiladas;
    los pobres expoliados de la Reina del Plata.

    Preguntarse, una y otra vez, inútilmente,
    donde se consiguen los zapatitos de cristal.