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Viendo entradas en la categoría: Retratos-.

  • BEN.
    Yo debí de nacer a mazazos.

    Mazazos que van y vienen.

    Hombres sepultados bajo

    grandes nevadas de pies a cabeza.

    Hombres insultados que manejan

    su coche y pronuncian improperios

    en bandejas de plata y porcelana china.

    Debieron de darme con el trallazo

    de la culata de una escopeta. Tras, tris, algo así.

    Y entonces, nací. Bajo múltiples

    silencios, decidí meterme. Y escondí

    mi voz de sol al viento. Escuché

    demasiadas penumbras, vi demasiadas

    lluvias, como para permanecer sin olerlas.

    Y prorrumpí en abrazos, aplausos sostenidos,

    como banderas o estandartes, sucios y embalados.

    Así hablaban mis mayores. Mis amigos también:

    recelosos de todo, y enquistados en sus corazones.

    La palabra necio no me iba mal. Yo nací

    a martillazos, como las viejas brujas horizontales.

    ©
  • BEN.
    Tras esa apariencia nefasta

    cúspide indeterminada de falsos

    retrocesos, verías, intercalando

    tus célebres dedos, en mi cráneo,

    áspero y violento, una centésima

    parte del cielo que ocupan mis vestigios

    deshonrados. Furia titánica, galope

    rendido, extrañeza en los labios sin voz,

    eco retorcido, desecho. Una enumeración

    de solsticios invernales, una ecuación

    de prodigios. Un intervalo de tierras austeras

    y definidas por su polvo material y concreto.

    Lástima que tras mi cerebro sólo veas

    lo que tu propia alma refleja, lector: compañero-.



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  • BEN.
    Acudo en masa

    a los hospitales.

    Los hipogeos

    no me son ajenos.

    Tampoco las tumbas

    y lápidas. Las memorias

    de las víctimas; los secretos

    de los sacerdotes.

    Llevo pantalones, atuendos voladores,

    sayos, y menstruadas leches

    ordeñadas: desayuno con ellos:

    los propietarios del comercio.

    En este lupanar insensato,

    cabe todo: esputos, sangres,

    ascos. Y una cantidad insurgente

    de orinas, placentas, y fetos.

    Todo se produce en esta ribera

    mágica, donde habitamos

    los indolentes pacientes, y los

    tentáculos que aseguramos

    las redes sociales. Minamos

    desde dentro, el buen oficio

    del político; ese que dicta

    lo que habrá de ser el futuro

    con una sonrisa monocorde.

    Sin contar con el presente,

    descontando el pasado.

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    A Alecctriplem le gusta esto.
  • BEN.
    Qué infames tus palabras,

    y qué escasas tus ambiciones,

    esto lo sé. Hija y heredera,

    de un cierto imperio acosado

    desde las ramas: cómo advertías

    en mí, celo y pasión de enamorado.

    Qué asequibles y perdidas

    las palabras de tu mirada.

    Yo apenas asciendo por los labios,

    sin ellas, sin las desastrosas,

    consternadas palabras.





    Fui sólo el armazón de tus esqueletos.

    No había en ti, sino arañazo tierno o palazo

    de tierra, sin humedad ni tristeza.

    Y tus lágrimas, qué bien

    se mantenían en tus mejillas, tan falsas.

    Tan fraudulentas como cada una de tus palabras.

    Fui sólo, el cuerpo de tu alma.





    Habito el tiempo, como quien habitara

    el clima, con labios de muchedumbre,

    sin sonoridad de guitarra.



    Ya rotos los espacios,

    los huesos sonoros,

    los espartanos huesos

    tienden a descifrar

    el pasado del tiempo.

    En tu cuerpo, hallé

    momentánea felicidad,

    que inundaba mi alma,

    tanto sol eras. Rotas

    las vértebras, los tendones,

    queda pues, ignorar sólo el alma.





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  • BEN.
    De pequeño ya apuntaba maneras.

    Fiscalizaba tanto actitudes como aptitudes,

    envidiando torpemente a los que en ello

    se pulían y destacaban.

    Falsos modales de campesino, manos curtidas

    en los más elementales y sucios juegos.

    Mirada vidriosa, de observar lento;

    de caminar pausado, exiguo, austero.

    Su pedantería obvia, su sentido común,

    repulsivo; su sensatez, estrecha y desapacible.

    Elegía invariablemente lugares comunes,

    dinteles que ofrecían una repugnante muestra

    de la calidad de su pensamiento.

    Escoba de ciertos temperamentos disolutos,

    que en poco o en nada se le asemejaban,

    ninguna duda ni cavilación extrema perturbaron

    jamás sus días.

    Fue fraudulento hasta en la profesión elegida:

    falto de coraje, de tesón y de disciplina,

    pronto sintió la llamada a filas

    de la benemérita. Poco más puedo añadir,

    sólo que, a Dios gracias, ya no le veo:

    ni me estimó en lo que era, ni yo

    devalúe un ápice su fútil discurso. Más, no

    nos podemos pedir.



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